LA GUERRA CULTURAL DE LA IZQUIERDA
BEYONCÉ NUNCA TOCARÁ PARA PODEMOS
RICARDO ROMERO* (NEGA) / EL ESPAÑOL
En la brillante (pero poco conocida) Nadie está a salvo de Sam (Spike Lee, 1999), un jovencísimo Adrien Brody ejerce de punk oficial en un popular barrio de Brooklyn. Comunica al mundo su enemistad y disconformidad con el sistema mediante parches, pantalones ajustados, botas militares, el pelo de pincho y, en definitiva, todos y cada uno de los clichés que nutren la estética punk; incluyendo un enorme collar de pinchos que lleva atado a su cuello.
Jennifer Esposito y Adrien Brody, en Nadie puede escapar de Sam (1999)
Sus conocidos y compañeros de vecindario, jóvenes de clase obrera obsesionados en seguir los cánones estéticos dictados por la industria cultural (lo cool en ese momento es la música disco y por tanto las americanas brillantes y las camisas de cuello de pico alargado), y cuya máxima aspiración en la vida es que llegue el sábado noche para quemar sus problemas en la pista de baile a ritmo de Bee Gees, se mofan constantemente de sus pintas y hacen escarnio de su rebeldía estética. Entonces nos encontramos con una escena bellísima en la que sus antiguos amigos le dicen entre risas que “pareces un perrito con ese collar”. A lo que Adrien, reivindicando a Adorno sin saberlo, responde sin inmutarse: “Tú también llevas un collar, sólo es que el tuyo no se ve”. Y se hace el silencio.
- ¿Hasta dónde hay que moderar el discurso para conseguir atraer a la gente sin terminar desdibujándose hasta ser irreconocibles?
El debate se puede presentar de Errejonistas contra Pablistas, de Coldplay frente a Bruce Springsteen, de Los Chikos del Maíz versus Vetusta Morla o de incluso, para los más nostálgicos, de bolcheviques frente a mencheviques. Pero el debate, aunque se quiera disfrazar de innumerables (y a cada cual más estrambótica) referencias culturales, es tan viejo como la izquierda y de nuevo tiene muy poco: ¿hasta dónde hay que moderar el discurso para conseguir atraer a la gente sin terminar desdibujándose hasta ser irreconocibles?
¿Amoldarse a la realidad o transformarla? Y en el interior de esa informe e inacotable masa de grises e innumerables gradaciones, se configuran las políticas concretas y las propuestas que, como tales y en última instancia, serán más o menos radicales. Como es obvio, a quienes se les ubica en la moderación se empeñan en insistir en que esa gradación que va del gris oscuro radical al blanco moderado, sencillamente no existe. Pero por mucho que se niegue una cosa, no deja de existir. Claro que hay propuestas radicales y propuestas moderadas. Y claro que existen formas agresivas de comunicación y formas más amables y comedidas. Y por supuesto que encontraremos distintas formas de relacionarse con el PSOE.
DESPERTAR AL CÓMPLICE
Si el problema fuera ese, el clásico radicales versus moderados, tendría fácil solución: la opción mayoritaria se haría con las riendas. Pero el problema es algo más complejo. En el clásico debate de la izquierda «revolución frente a reformismo», ambas partes tenían claro que, fuera por la vía insurreccional o por la vía de las urnas, la meta última y el nudo gordiano del asunto era convencer, concienciar o seducir a las masas obreras y campesinas, asumiendo por tanto la alienación brutal a la que eran sometidas por parte de la clase dominante. Aquello que Simone Beauvoir nos dijo de forma brillante: «El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos».
- Los oprimidos se convierten en cómplices de los opresores y que lo son gracias a trabajos alienantes mal remunerados
Se trata pues de despertar, de quitar la venda, de concienciar desde ese afuera (porque hay una afuera y porque Marx nos dijo que la conciencia no brota en las mentes como la hierba en el jardín y hay que inculcarla desde un afuera) a todos aquellos que, siendo oprimidos, se convierten en cómplices de los opresores y que lo son, tampoco se nos olvide, gracias a trabajos alienantes mal remunerados, un ocio unidimensional e uniformador que nos satura y una serie de dispositivos e instituciones tales como los medios de comunicación, la Iglesia o la Familia. Surgió entonces la figura del agitador político, del sindicalista abnegado que hace trabajo de hormiga entre sus compañeros de fábrica, del líder estudiantil que arenga al resto de alumnos.
Un fotograma de la película Matrix.
Traducido a nuestros días sería Matrix, donde una mayoría no es consciente de su condición (la realidad adulterada), frente a las cloacas del sistema por donde transita la nave Nabucondonosor de Morpheo donde unos pocos resisten (la realidad verdadera y tangible). El problema es que cuando el postmodernismo se convirtió en hegemónico, todo lo sólido se diluyó como lágrimas en la lluvia y donde antes había verdades incuestionables, ahora hay relativismo extremo.
El problema del debate en Podemos es que, sencillamente, escuchamos voces que niegan que exista un afuera: se niega que existe una realidad adulterada (Matrix) y de alguna manera se niega la verdad científica, la alienación.
SER UNO MÁS
Por tanto, bajo ese punto de vista en el que no existe un afuera, no hay que convencer, concienciar o seducir, sino sencillamente ser uno más en el corpus social y el circo institucional. Ese afuera sólo se analiza en clave electoral: el afuera son únicamente los que no nos votan. La perspectiva cultural e histórica queda fuera de la ecuación, olvidando que existía un afuera antes incluso de la aparición de Podemos.
- Como son pueblo y son de abajo, nos tienen que gustar y debemos promocionarlo. Cuestionarlo sería «enfrentar» a los que ya hay con los que faltan
Podría decirse que la derrota ha sido tan brutal, son tantas décadas sumidos en la oscuridad neoliberal que, sencillamente, algunos se han acostumbrado a esa oscuridad. Por tanto la alienación -elemento fundamental en toda teoría transformadora de corte emancipador- es negada, barrida por la ola relativista que tanto ha servido a los poderosos y tantos cargos en la academia ha generado. Bajo esta premisa que nos convierte en un partido más y nos aleja de posiciones transformadoras, el pueblo siempre tiene la razón, lo más terrible, no porque la tenga sino porque es el pueblo. Eso es un disparate. Y de un paternalismo que da náuseas.
Así, no nos sorprende cuando encontramos con voces influyentes recomendando a artistas que alientan sin disimulo alguno la violencia física contra las mujeres. Y como son pueblo y son de abajo, nos tienen que gustar y debemos promocionarlo. Cuestionarlo sería «enfrentar» a los que ya hay con los que faltan. Escuchad trap nos dice Jorge Moruno, una de la cabezas más clarividentes de Podemos. Hagan la prueba. Entren en Youtube y tecleen “TRAP”: culos, tetas, ostentación de todo tipo de bienes de consumo, violencia entre ellos, contra las mujeres, marcas comerciales, sexismo, etc.
Drake en acción…
Y Moruno (porque ya hemos tenido este debate 100 veces) me dirá que mira el grupo este (se le olvida decirme que es un grupo entre 500), que tiene esta canción (entre las 15 canciones de su álbum que habla de su polla y de las llantas de su descapotable), hay una frase que puede ser interpretada como odio frente a los poderosos. Fantástico. Errejón le respondió de forma muy brillante que para pasarse al trap nos harían falta tres NEP’s. A lo que añado varios Ejércitos Rojos y cinco reediciones de La Primera Internacional.
- Nos encontramos con concejalas que nos invitan a escuchar a Beyoncé “porque es feminista”
También vemos cómo se niega ese afuera alienado, cuando los peronistas de Jóvenes en Pie suben a las redes sociales su foto con la pulsera rojigualda si hay partido de la selección. Una forma un tanto torticera y desesperada de gritarle al mundo: “¡Mira! ¡Soy pueblo! ¡Soy como tú!”. De la misma forma, nos encontramos con concejalas que nos invitan a escuchar a Beyoncé “porque es feminista”.
SER O NO SER BEYONCÉ
La misma Beyoncé que explota a niñas de 14 años en sus fábricas de Bangladesh, escribe letras heteropatriarcales centradas en la absoluta dependencia y el amor romántico y está casada con un reconocido maltratador cuyo hit más famoso reza “Tengo 99 problemas y ninguno de ellos es una zorra”. Además, alisa su pelo rizado y lo tinta de rubio, usa lentillas de colores para clarear sus ojos y blanqueó su rostro, primero mediante cosméticos, después mediante un potente tratamiento clínico: no vaya a ser que alguien piense que eres negra. Un caso claro de endofobia: odio a tu propio pueblo. Pero como es lo que escucha el pueblo masivamente estamos en la obligación de defenderlo. Y de nuevo planea el cóndor paternalista: mira soy como tú, escucho a artistas de moda. Soy como tú… ¡Vótame!
Debatiendo en un grupo de Telegram de Podemos Valencia y proponiendo ideas para hacer actos en la nueva La Morada, alguien (estudiando de cerca a las cabezas pensantes de la razón populista madrileña), soltó: “Tenemos que un traer un grupo de trap”. Me dieron ganas de contestarle: “Perfecto. ¿A quién traemos?”. Se tratara de quien se tratara, sería muy difícil que no entrara en conflicto con los y las compañeras feministas. ¿Se imaginan qué ocurriría si en el próximo acto masivo de Podemos, Jóvenes en Pie aparecieran uniformados portando la bandera nacional? Primero se generaría un conflicto; segundo, se constataría que el Estado Español no es Argentina (ni Grecia).
¿Actuaría la feminista Beyoncé en un acto de Podemos? No, nunca lo haría. Sí lo hizo en cambio para Muamar Gadafi, por varios millones de dólares. Cuando la gente se le echó encima lo donó a los afectados por el terremoto de Haití. Qué tierno.
¡Escucha trap! (Cuando no podrías traer a ningún grupo a nuestros actos). ¡Cómo mola Beyoncé! (Cuando no sabe ni que existimos y no mueve el culo del sofá por menos de dos millones de dólares). ¡Qué divertido es ponerse una pulsera con la bandera nacional! (Cuando España es plurinacional y no es Argentina).
LA DEBILIDAD DE LA POPULARIDAD
Consignas a la desesperada que generan ruido, no pueden materializarse y que, de forma un tanto cutre, nos acercan a los gustos populares de una manera artificiosa, impostada y muy poco natural. Y que no hacen más que poner de manifiesto una cosa: nuestra debilidad. Y cuanto más gritamos ese: “¡Mira! ¡Soy como tú!”, más crece el cartel que reza “somos débiles y buscamos votos”. Y más rechazo generamos entre aquellos a los que pretendemos acercarnos: no se puede tomar a la gente por imbécil.
En realidad, un dirigente de Podemos alentando a escuchar trap o artistas mainstream, me recuerda dolorosamente a cuando en la inauguración de unas obras, el político-casta de turno, se pone un casco de obrero y coge una paleta. Y con una torpeza inusual, echa los primeros pegotes de hormigón mientras el pueblo en el salón de casa se regodea en la imagen patética al grito de: “!A ese lo ponía yo a picar piedra!”. ¿Queremos convertirnos en eso?
- Una forma velada y nada elegante de decirnos que las jóvenes adolescentes que escuchan a Beyoncé serían incapaces de comprender a Simone Beauvoir
Lo que se nos plantea es claro y se propone fulminar de golpe casi 150 años de teoría crítica: lo masivo es bueno per se. Lo mayoritario es bueno. Lo que gusta a todos debe ser nuestra guía. Una forma velada y nada elegante de decirnos que las jóvenes adolescentes que escuchan a Beyoncé serían incapaces de comprender a Simone Beauvoir. Pareciera que la teoría crítica, las vanguardias artísticas, el goce estético, etc., fueran un campo vetado a la multitud, por lo visto incapaz de sentir empatía por nada que no esté destinado al consumo masivo. Lo que viene a ser elitismo de manual y de toda la vida.
¿No sería más idóneo y aprovechando una posición de poder (que amplifica nuestra voz) que nuestras concejalas o nuestras cabezas pensantes recomendaran a artistas femeninas como Gata Catana, Tremenda Jauría, Anita Tijoux o a las inefables e indomables Klitosoviet? Eso sería reconocer que existe la alienación y hay un afuera, pero algunos no están en esas. En su búsqueda incansable de significantes vacíos que llenar de contenido y en su obsesión por disputar términos, quiere convertir a la artista texana en algo que no es.
- El culto al cuerpo, el lujo, el hedonismo, la adquisición desenfrenada de todo tipo de productos de consumo y el sexismo
De la misma forma que se quiere disputar el concepto patria (cosa muy saludable por cierto), se pretende disputar a Beyoncé, un producto de masas fabricado en serie por la industria cultural destinado a perpetuar un modelo de ocio alienante basado en el individualismo, el culto al cuerpo, el lujo, el hedonismo, la adquisición desenfrenada de todo tipo de productos de consumo y el sexismo. Que es, a grandes rasgos, lo que viene promocionando la industria cultural desde que, en los años ochenta, apareció el videoclip mainstream.
EL MITO DEL ÉXITO
Por consiguiente, los laclaunianos amables, en su búsqueda frenética de parecer pueblo (excepto en la ropa, en eso parecen cada vez más casta) y no cuestionar desde un afuera una serie de gustos y modas impuestas —alejadas de lo intrínsecamente popular y muy cercanas a lo que Herbert Blumer teorizó como imperialismo cultural— de alguna manera apuntalan y refuerzan ese mismo sistema que “prohíbe directamente la actividad pensante del espectador y reprime la imaginación”. Y en donde “las masas sucumben al mito del éxito, tienen lo que desean. Por eso se aferran sin dudarlo a la ideología con la que se les esclaviza”. (Theodor Adorno dixit).
Narrar las bondades de ser rico, blanco y heterosexual en el Occidente avanzado, están predestinados al éxito, serán masivos siempre, se empeñe o no Rita Maestre en promocionarlos.
Se convierten pues, en una suerte de colaboracionistas de la industria cultural, en mensajeros y portadores de un modelo cultural e ideológico que impide la toma de conciencia, negando la posibilidad de emancipación. Un trabajo inútil e innecesario por otra parte: los productos como Beyoncé, Rihanna, Drake, Justin Bieber y otros intelectuales orgánicos destinados a narrar las bondades de ser rico, blanco y heterosexual en el Occidente avanzado, están predestinados al éxito, serán masivos siempre, se empeñe o no Rita Maestre en promocionarlos. Campañas millonarias a través de multinacionales del entretenimiento (en los mismos oligopolios que luego criminalizan a Podemos) y una omnipresencia en redes y medios de comunicación, se encargarán de ello incansablemente. Entonces entra en escena Bertín Osborne.
César Rendueles nos recordaba el papel de intelectual orgánico que juega Bertín Osborne para la derecha. Es un tipo querido, que gusta, que cala entre las multitudes. Daniel Bernabé nos recordó que no tenemos que volvernos locos con la dichosa hegemonía, que Bertín no tiene mérito o virtud alguna, que sencillamente gusta por la cantidad de horas que aparece en televisión. Es decir, el medio en el que aparece (masivo y hasta la fecha es más potente a la hora de generar imaginarios) es el que otorga, en última instancia, la capacidad de influencia.
Pero eso no es lo más interesante, lo interesante sería preguntarse si Bertín Osborne tendría esas cantidad de horas en una televisión pública si en lugar de estar enamorado de los paseos por el campo, la buena mesa y las mujeres bellas, fuera un agitador feminista contra la banca y los poderes fácticos.
LIBERTAD DE EXPRESIÓN
José Ignacio Torreblanca es el autor de la esperpéntica encuesta en El País que preguntaba si estábamos dispuestos a apoyar al loco antisistema de Pablo Iglesias frente al moderado talante de Íñigo Errejón. Tras discutir con Jorge Galindo sobre lo grotesco y manipulador de la encuesta en Twitter y discutir sobre libertad de prensa, me dijo sin sonrojarse que él en El País escribía lo que quería. Tuve que hacer esfuerzos para no caerme de la silla de la risa.
Le recordé que ya vi cómo guardó silencio tras los despidos de Carnicero, Escolar y Fernando Berlín. Entonces se hizo de nuevo el silencio. Me recordó a cuando un periodista de la BBC, entrevistando a Noam Chomsky, le espetó al lingüista norteamericano que él, como periodista en la BBC, decía siempre lo que pensaba. A lo que Chomsky respondió: “Yo no digo lo contrario. Lo que digo es que si usted pensara de otra manera, no estaría sentado donde está sentado”.
Y esa es la clave, el mismo motivo, la misma lógica. Se trata del mismo hilo azul que hace que Galindo escriba con asiduidad en El País, Bertín Osborne goce de una presencia desmedida en la televisión y Beyoncé suene en los cascos de millones de adolescentes por todo el globo.
- “¿La culpa es de Bertín Osborne y Beyoncé? No, estúpido”
No perdamos el norte. No neguemos la alienación. No olvidemos nunca de dónde venimos. No somos un partido más. Quizá, llamadme loco, es la permanente presencia de este tipo de productos culturales destinados al consumo masivo, los que evitaron el sorpasso, desde luego Adorno lo firmaría sin dudarlo. ¿Ellos solos? ¿La culpa es de Bertín Osborne y Beyoncé? No, estúpido, junto a otra serie de dispositivos, organismos y centros de poder que forman parte del mismo entramado global destinado perpetuar el status quo existente.
Y no, no es que ahora haya que dejar de escuchar a Beyoncé o las rancheras de Bertín Osborne, los gustos (aun condicionados) no dejan de ser gustos. Yo escucho mucho trap. Y rock machista (los Rolling, sin ir más lejos) o rock de derechas (Iron Maiden o David Bowie) y desde luego no voy a dejar de ver cine de John Ford, Clint Eastwood o John Wayne por muy del partido republicano que sean. Lo que no haría nunca es ponerlos como ejemplo político de nada, por muy mayoritarios y masivos que sean. Las contradicciones (inevitables siempre) están para ser cabalgadas o ser escondidas debajo de la alfombra, no para hacer virtud de ellas.
- “Nuestra tarea histórica es recordarle, hacerle ver que ella también lleva uno, pero que no se ve y que cuesta mucho más de quitar”
No sería de extrañar que, en cualquier instituto español, una joven obsesionada con Beyoncé, su móvil Iphone 7 y Hombres, Mujeres y Viceversa, le espetara a otra joven quizá con el pelo verde, una camiseta de Klitosoviet y un collar de pinchos al cuello, aquello de “pareces un perrito con ese collar». Nuestra tarea histórica es recordarle, hacerle ver que ella también lleva uno, pero que no se ve y que cuesta mucho más de quitar. Por ello es tan importante la militancia; por ello hay que cavar trincheras. Por ello hay que tener una pata en las instituciones y el resto del cuerpo en la calle; en los centros de trabajo, en las asociaciones de vecinos, en las universidades, en los bares.
El músico de Los chikos del maíz, Ricardo Romero (Nega).
*Ricardo Romero (Nega) estudió comunicación audiovisual, es vocalista y productor en Los Chikos del Maíz y ha escrito varios libros.
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POPULAR Y POPULISTA, LA CULTURA COMO CAMPO DE DISPUTA
“Lo popular hoy en día expresa, más que una especie de gusto general de eso llamado gente, la potencia de penetración de unas ideas dominantes cada vez más homogéneas a través de unos canales cada vez menos plurales”, sostiene el autor.
DANIEL BERNABÉ / LA MAREA
Uno de los procesos de revisión ideológica más interesantes que se han dado estos últimos años ha sido el de la relación que la izquierda ha mantenido con la cultura. La motivación ha sido doble. Por un lado, la izquierda necesitaba explicar y explicarse por qué su influencia social había decrecido con los años o por qué si, pongamos a finales de los setenta, el clima social le era favorable en casi todos los ámbitos de la sociedad, a día de hoy siempre parece jugar en campo contrario.
Para esta revisión se recuperó el concepto de hegemonía, de intervención y las categorías de popular y elitista. Y aquí vendría la segunda parte de la motivación, el asumir que en estas últimas décadas se había producido un abandono por parte de la izquierda de las formas populares de expresión cultural para ir a refugiarse en la complacencia de los campos ya conquistados y, cada vez, más minoritarios.
Sin embargo, como en toda revisión, siempre se produce un efecto péndulo y esa ansiedad -o mala conciencia- del converso siempre acaba por terminar exagerando su nuevo objeto de culto. Leía el otro día a César Rendueles en un artículo publicado en El Español decir que “es más eficaz Bertín Osborne que Joaquín Sabina o Antonio Gamoneda. Por eso -la derecha- no necesita a los intelectuales tradicionales, porque tiene auténticos intelectuales orgánicos”. “Osborne tiene la capacidad para conectar con la gente, es un tío admirable. Ojalá hubiera algo así en la izquierda”. La intención de la cita no es criticar a Rendueles, alguien a quien aprecio por ser paradójicamente el caso contrario de lo que critica, es decir, alguien que ha sabido transformar en sus libros teorías políticas que a la mayoría nos resultan complejas, en narraciones asumibles y cotidianas. Su cita ejemplifica el efecto péndulo del que les hablaba.
Es obvio que Bertín Osborne es una figura popular, es decir, que aquí y ahora, gusta a la mayoría de la gente. La cuestión que debería centrar nuestra atención es si ese concepto de lo popular es siempre el mismo, o dicho de otra forma, si provocando los mismos efectos viene inducido por las mismas causas. Lo otro, el otorgar siempre a lo popular una característica de “deseable políticamente”, por esa necesidad y casi ansiedad de la izquierda de que su mensaje llegue, está haciendo que nos perdamos en el laberíntico proceso de la lucha por la hegemonía.
Aunque el ejercicio resulte tragicómico analicemos por qué el showman de Jerez es popular: es un tipo sencillo, enamorado de los paseos por el campo, la buena mesa y las mujeres bellas. Es un triunfador pero resulta cercano, nada engolado ni sofisticado, habla como piensa sin estar bajo la tiranía de lo políticamente correcto. Es, en definitiva, apuesto para ellas, como una pareja ideal, y simpático para ellos, como ese amigo con el que compartir una larga sobremesa. Obviamente sabemos que Osborne interpreta un personaje, teatraliza unas categorías, es, empleando una palabra muy de moda, enormemente populista. Asume como propias una serie de categorías o neutras o positivas para envolver un programa de entrevistas donde, tanto por selección de invitados como por opiniones vertidas, se hacen pasar conceptos enormemente reaccionarios por lo que todos pensamos, o se reviste a lo oscuramente conservador con el manto de una agradable velada de vino y chimenea.
No nos volvamos locos. No empecemos a extraer teoría política de un hecho tan simple ni a otorgar el título de maestro de la comunicación a un personaje que, no hace demasiado tiempo, era poco más que uno de esos cantantes en horas bajas pasto de los programas del corazón. El hecho es más simple aunque no menos interesante. Por un lado es fácil caer bien con un programa semanal en una televisión nacional en horario de máxima audiencia, es decir, la capacidad de influencia viene en gran medida dada por la capacidad de influencia del medio empleado. Por otro lado es fácil jugar en casa, o cómo en un ambiente de involución política general (que trasciende a lo cultural y a nuestro país) lo que en los años ochenta hubiera pasado por paródico y absurdo hoy es normal y deseable.
La primera conclusión que deberíamos tener clara es que lo popular hoy en día expresa, más que una especie de gusto general de eso llamado gente, la potencia de penetración de unas ideas dominantes cada vez más homogéneas a través de unos canales cada vez menos plurales. Asumir que lo exitoso, lo triunfante en la pugna de las ideas y su forma de expresarlas es lo que mejor expresa el gusto popular es validar, asumir, el mantra neoliberal de que el mercado tan sólo suple necesidades sin influir en ellas, aceptar la coartada para hacer pasar un complicado sistema de posicionamiento por la capacidad de representar fielmente los gustos de la gente.
Pongamos el ejemplo del mundo del libro. Hay una idea muy extendida que viene a decir que si un libro se vende bien es porque gusta al público, porque está hábilmente escrito al destilar la sensibilidad lectora general. Además se suele contraponer a obras literariamente exigentes que no se venden porque están alejadas presuntamente de las necesidades de los lectores. ¿Esto es cierto? Que un libro se venda bien, es decir, que sea popular, puede tener que ver con estas características, pero ni todos los libros bien vendidos las cumplen ni todos los que no se venden carecen de ellas. Asumir que así fuera sería pasar por alto la capacidad de las grandes editoriales para llenar las librerías con sus novedades en lugares bien visibles, la capacidad por situar su libro en las secciones culturales de la prensa obteniendo buenas críticas, la capacidad por otorgar al autor una naturaleza de producto en sí mismo que otorgará a su obra una serie de valores asociados publicitariamente pero totalmente arbitrarios con respecto al resultado de la misma. Además, el libro, con una vida cada vez más limitada en su ciclo comercial, depende en gran medida de su arranque, de posicionarse bien en su primer mes y provocar un efecto contagio en un público lector que en su mayoría compra tan sólo un par de libros al año, al verlo a su compañero de trabajo, a un amigo o en el transporte público.
Claro que hay libros bien vendidos, populares, con valores literarios intrínsecos que los hacen deseables para el gran público, como otros muchos, que vendiéndose por miles, acaban arrinconados y a medio leer en un cajón -de hecho este es uno de los problemas de la crisis de la industria editorial- porque tan sólo han sido un objeto que ha logrado sus objetivos comerciales. El sector literario, de hecho, me parece el ejemplo perfecto para ver la transformación de lo popular de la que hablábamos. Los libros eran escritos por sus autores con intenciones diversas, siendo sus características de calidad artística, de cercanía respecto a las necesidades emocionales del público o de expresión de un determinado clima social, las que marcaban su éxito en ventas. Hoy el modelo es el inverso, habiendo sido colonizada la actividad cultural por expertos en mercadotecnia, son estos departamentos, bajo unos criterios supuestamente infalibles, los que marcan qué es lo que se edita y qué no, dando solo posibilidades a un tipo de literatura muy concreta.
Y volvemos a la intención original del artículo. Hoy en día, validar lo que es popular y lo que no por unos criterios de cercanía o elitización y pretender extraer de ahí lecciones para la actividad política es un error, puesto que se obvia la transformación de las industrias culturales en industrias de posicionamiento de ideas que han transformado lo cultural, incluso lo informativo, en ocio consumible cuyo éxito depende, en gran parte, de factores ajenos a la propia propuesta. Nadie mejor que una clienta anónima, en unaFeria del Libro, me lo resumió cuando llegó al puesto y me pidió que le diera “el libro ese del éxito”, refiriéndose a una novela de Pérez Reverte, la cual, más o menos interesante, mejor o peor escrita, sólo interesaba a la lectora por haberla visto asociada en los medios que consumía a un supuesto éxito de ventas, algo así como una profecía autocumplida, de la cual la buena mujer también quería ser parte.
Lo que sospecho es que esta necesidad por parte de la izquierda de validar aquello que es popular o elitista, en el fondo tiene bastante que ver con validar la ola populista que ha venido a querer sustituir a las tradiciones del trabajo militante y la pedagogía política. La pregunta que debería hacerse quien opta por lo populista como método no es si es o no efectivo, sino si puede o no sustituir a Bertín Osborne, o dicho de una forma menos insultante, si sus ideas, por naturaleza conflictivas, van a casar con una agradable sobremesa en una casa solariega y si, sobre todo, dispone de un canal de televisión a su disposición. O cómo determinados atajos en el fondo nos presentan un debate sobre unas elecciones que no vamos a poder hacer.
No se me ocurre mejor ejemplo para hablar de lo popular que la rumba catalana. Lo primero por cómo fue un movimiento musical exitoso al margen de grandes compañías o campañas de promoción, por cómo sus intérpretes eran de la misma clase social y entorno urbano que sus oyentes, por cómo el formato en que se comercializaba, el casette, estaba a la venta no sólo en tiendas de música, sino sobre todo en mercadillos, gasolineras o tabernas, en aquellos expositores metálicos sobre la barra. Por cómo se escuchaba más que en las radio-fórmulas, en lugares como las ferias o las verbenas. Por cómo hablaba en sus letras del típico amor-desamor, pero también de conflictos sociales cercanos -la droga, la delincuencia, la cárcel- no de una forma explícitamente política, pero sí enormemente descriptiva, constituyendo, hoy en día, un ejemplo de valor histórico. Pero sobre todo por su capacidad de no haber sido reabsorbida por el mercado, de no haber sido reproducida bajo condiciones de laboratorio. No confundamos popular con populista, no pretendamos emular a quien nunca podremos ser, no me comparen a Tijeritas con Bertín.
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¿Intelectuales o presentadores?
LA BATALLA CULTURAL DE LA IZQUIERDA ES «ESTÉRIL»: BERTÍN OSBORNE ESTÁ CON EL PP
La lucha por la hegemonía de la izquierda enfrenta a PSOE y Podemos en la cultura, campo esencial para ambos, ¿y para los votantes?
Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, en la gala de los Premios Goya. Efe
En noviembre de 2015 trató de agrupar a las fuerzas vivas de la intelectualidad orgánica, pero fracasó en su intento de demostrar que la izquierda era de ellos y no de Podemos. El remake de “la ceja” llamado Nos une Pedro no logró acuñar el valor cultural de antaño. Ayer, volvió a intentarlo con un manifiesto firmado por la vieja guardia habitual, aunque esta vez para defender el pacto a tres (PSOE+Podemos+Ciudadanos), es decir, para protegerse no de sus enemigos, sino de su partido. A final de la tarde se confirmó que la cultura y los intelectuales no importan nada y su apoyo es nada para mantener a Sánchez en el cargo.
- La cultura siempre ha sido un instrumento. Seguramente el término es feo, pero es una herramienta para la consecución de objetivos colectivos y debe utilizarse
El secretario general del PSOE había movilizado a Antonio López, Joaquín Sabina, Fernando Trueba, Antonio Gamoneda, Miguel Ríos, Vicente Molina Foix o Aitana Sánchez Gijón, entre otros, para defender su papel ante el sector crítico de su partido. Más de 2.000 personas han firmado el manifiesto que relama un “Gobierno de progreso”, es decir, el no a la abstención a un nuevo gobierno de Mariano Rajoy. “No debemos permitir cuatro años más de un gobierno del PP que ha traído el empobrecimiento y el incremento de las desigualdades”, dice el texto. Pero la dimisión de 17 miembros de la Ejecutiva del PSOE ha hecho trizas el manifiesto. Nadie quiere unas terceras.
“La cultura siempre ha sido un instrumento”, cuenta a este periódico Iban García del Blanco, Secretario Federal de Cultura y de Movimientos Sociales del PSOE. “Seguramente el término es feo, pero es una herramienta para la consecución de objetivos colectivos y debe utilizarse. Como dice Esperanza Aguirre, la lucha política también es una lucha cultural. Mal haría la izquierda si no utilizara la cultura como herramienta para consolidar su proyecto colectivo”.
RECLUTAR VOLUNTADES
García del Blanco ha sido el responsable de la reunión de la cultura en torno a su líder en estos años de campaña electoral. “La cultura crea identidades colectivas y proyectos colectivos en la conciencia de la ciudadanía. La batalla por la hegemonía cultural incide en el reclutamiento de voluntades para un proyecto más global”, cuenta el abogado y político en referencia a los intereses políticos en la cultura.
Los chikos del maíz, junto con el diputado Alberto Rodríguez.
En la lucha por la conquista de la cultura como espacio de referencia de los votantes del PSOE y de Podemos, se abre un conflicto que enfrenta a Joaquín Sabina con Los chikos del maíz, a Joan Manuel Serrat con El niño de Elche, a Ana Belén y Víctor Manuel con Nacho Vegas. Los viejos bastiones populares socialdemócratas son amenazados por la nueva ola de la resistencia de la izquierda.
- Los creadores debemos estar alineados con el cambio, no alineados con el poder
Nacho Vegas asegura que es “sano” que un partido político plantee en su programa una batalla cultural, “pero los creadores debemos estar alineados con el cambio, no alineados con el poder”. A pesar de la independencia que presupone para los creadores, echa en falta la identificación ideológica de antaño, cuando los “grupos muy conocidos” se alineaban con los partidos.
LA MÚSICA PARA MOVILIZAR
“Eran bandas conocidas que llegaban a la gente”, comenta el músico. Por eso piensa que para Podemos sería importante que Estopa se planteara posicionarse a favor del partido. “Veo más posible que Estopa se pronuncia a que lo haga Camela, que es un grupo desentendido de la posición ideológica, aunque sería ideal porque llega a la gente de abajo, a las bases de los trabajadores, que es la que se ha desmovilizado”.
Portada del libro de Joaquín Sabina, de su libro Muy personal.
“Desde el 15M hasta ahora han desaparecido los referentes culturales que lleguen a una mayoría. Es necesario crear nuevos referentes y es una responsabilidad de los músicos”, aclara el músico asturiano. ¿Por qué no se han creado? “Hay mucho pudor por posicionarse ideológicamente. Pero en estos tiempos, la música debería atacar al neoliberalismo, pero no es tan visible como el franquismo. Después de 30 años de neoliberalismo rampante es muy difícil derribarlo”.
Desde el 15M hasta ahora han desaparecido los referentes culturales que lleguen a una mayoría
Recuerda Vegas que el indie se fraguó durante 1996-2004, con el “tsunami neoliberal”. “Las canciones reflejaban una hegemonía cultural sin problemas ni conflictos, con grupos escasamente politizados. Esta falta de posiciones es un posicionamiento en sí mismo”, añade.
UN DEBATE NARCISISTA
“Es una batalla estéril”, sentencia el filósofo César Rendueles. “Es un debate narcisista que no interesa a nadie”. Las batallas culturales son cosa del pasado, “cuando los novelistas eran importantes”. El autor de Sociofobiaasegura que la derecha ha entendido mejor lo que es la industria cultural. “Es más eficaz Bertín Osborne que Joaquín Sabina o Antonio Gamoneda. Por eso no necesita a los intelectuales tradicionales, porque tiene auténticos intelectuales orgánicos”, cuenta a este periódico. “Osborne tiene la capacidad para conectar con la gente, es un tío admirable. Ojalá hubiera algo así en la izquierda”.
- La derecha ha logrado desarrollar instrumentos de creación de opinión mucho más potentes
La izquierda no tiene nada parecido a la figura del ex presentador de TVE -que reconoció su voto al PP y admiración por el presidente en funciones- y, añade, que esa obcecación por conquistar la cultura y a sus creadores es un “síntoma de la debilidad de la izquierda”. “La derecha ha logrado desarrollar instrumentos de creación de opinión mucho más potentes”. Cuenta que es más importante legitimar la televisión como un espacio de intervención política, porque “no sólo en los centros de arte contemporáneo se interviene políticamente”.
La banda Vetusta Morla, con Guille Galván (segundo por la izquierda).
Mientras Podemos y PSOE se pegan por ese espacio “que no sirve para nada”, el PP asiste encantado a la película. “No sirve para nada ampliar el nicho de voto con la cultura, porque la cultura sirve para el disfrute estético o para hacerte pensar. Los que crean hegemonía e ideología en el capitalismo son los empresarios y los ingenieros, por ejemplo. Es malo para la cultura y la política insistir en este debate”, añade.
ARTE DE BANDERA
Como Nacho Vegas, Vetusta Morla ha pasado por el radar de Podemos. Sus canciones han formado parte de la campaña del grupo. Guille Galván, coautor de las letras del grupo y guitarrista, agradece que la cultura haya entrado en el debate político. Aunque recrimina a ambos partidos que no trataran el tema en los debates televisados. “Es importante que haya muchos artistas que muestren interés por incluir lo político en su manera de hacer arte, pero tengo la sensación de que no hay espacio para el debate. Sólo quieren de la cultura la adhesión sin plantear una duda”, dice.
- Sólo hablan de la cultura como generadora de votos, como un atajo para llegar a un público cuyos mensajes no llegarían
Galván lamenta también que se hable de la cultura como una herramienta y no se incida en su capacidad de transformación social. “Se está luchando por ver cuál es el envoltorio que le conviene a cada uno políticamente. Sólo hablan de la cultura como generadora de votos, como un atajo para llegar a un público cuyos mensajes no llegarían”. Y lanza la última consigna: el artista no es una bandera, sino un elemento de conflicto y debate.
El profesor de filosofía contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares y uno de los referentes del área de Cultura de Podemos cuenta a EL ESPAÑOL que el PSOE ha recurrido a los rostros famosos para que con su cara y con su dimensión simbólica refuercen una posición política. “Esa es la cultura como ornamento”, dice. Cano niega la instrumentalización de la cultura y la intervención de la política en la creación, y reclama para su organización mayor proximidad con la cultura popular, el mainstream, porque “desde la resistencia no se puede crear un relato hegemónico”.
- La izquierda tiene problemas para definir su espacio cultural porque la industria cultural crea filiaciones más intensas
Desde un punto intermedio, reclama la cultura como medio de ampliación del espacio político, pero también como un lugar desde el que generar una “nueva sensibilidad”. “La izquierda tiene problemas para definir su espacio cultural porque la industria cultural crea filiaciones más intensas que en el pasado”. Y llega a la clave de la cuestión por la que el PP ha ganado el espacio de la opinión pública: “La izquierda debe enfocar su relación con la industria cultural de otra manera, porque el PP ha sabido conectar con esa sensibilidad mayoritaria”. La cultura es el camino, pero también el fin.
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