Del 29 de abril hasta el 10 de junio próximos, un centenar de imágenes de Agnes Varda podrán ser vistas por los cubanos en el Museo Nacional de Bellas Artes en una exposición que acompaña el 20mo. Festival del Cine Francés en Cuba.

Agnes Varda llegó a La Habana en las últimas semanas de 1962. No se arredró ante los recientes acontecimientos que habían mantenido al mundo en vilo, con la Isla en el centro de uno de los episodios más críticos de la Guerra Fría, la crisis de los misiles y el peligro de la guerra nuclear.
Poco antes se casaba con Jacques Demy, en segundas nupcias. A este le faltaban dos años para convertirse en un cineasta famoso con el musical Los paraguas de Cherburgo. Ella, belga de origen pero francesa por adopción, había debutado en la gran pantalla con la película La Pointe Courte en 1954, que abordaba las relaciones de una pareja en un villorrio de pescadores de donde tomó el nombre de la obra, y figuraba como una de las personalidades más inquietantes de la llamada nouvelle vague (nueva ola) desde el estreno en 1961 de Cleo de 5 a 7, sensible reflexión sobre los límites entre la vida y la muerte.
Como viajó sin un equipo de filmación, la Varda optó por registrar la realidad con una pequeña cámara Leica y película ordinaria en blanco y negro. Quería saber qué sucedía en las calles de la ciudad, entre gente que amaba, reía, bailaba y no se detenía a filosofar en medio de desafíos y tensiones derivados de una revolución amenazada por un vecino poderoso.
No era una fotógrafa improvisada. En los primeros años 50, luego de estudiar Historia del Arte, trabajó como tal nada menos que para el Teatro Nacional Popular de París, que dirigía Jean Vilar.
Pero la idea de retratar a los cubanos no significaba para ella regresar al campo de la fotografía, sino utilizar las imágenes en un filme. En febrero de 1963, reveló su propósito en una entrevista publicada en La Gaceta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba: «A mí me ha llamado la atención lo mucho que se mueve y cómo se mueve la gente, y quiero dar una idea sobre eso. Pero voy a expresarla con un procedimiento contrario: por medio de las fotos fijas, que luego animaré basándome en los movimientos intermedios». Así nació Saludos, cubanos (Salut les Cubains), estrenado en 1964.
En el invierno del 2015, el Centro Georges Pompidou, de París, le pidió a la mítica cineasta –a esas alturas se le reverenciaba por La felicidad (1965), Daguerrotipos (1975), Sin techo ni ley (1985, León de Oro en Venecia) y Jacquot de Nantes (1991) y acababa de ser la primera mujer distinguida con la Palma de Oro de Honor en Cannes-, reunir por primera vez las fotos habaneras.
Ella pensó que la curaduría se iba a decantar por otras imágenes, por ejemplo, según sus palabras «un retrato de Salvador Dalí, otro de Eugene Ionesco o cosas de la Europa de los 50 y los 60, considerando que las fotografías cubanas nunca las concebí para ser expuestas».
Varda/Cuba resultó un redescubrimiento. Allí estaban Fidel Castro, sonriente a pesar de que cuando la fotógrafa lo encontró le pidió que no sonriera; los alfabetizados de la campaña nacional de 1961 que decidieron después formarse como maestros, los voluntarios cortadores de caña, los amores adolescentes, y los juegos infantiles.
Por ahí se asomó el gran Benny Moré, con su estampa de cantor imbatible aún cuando se sabía herido de muerte, y una jovencísima Sara Gómez, bailando un cha cha chá vestida de miliciana por los días en que soñaba ser la primera realizadora cubana.
A partir del sábado 29 de abril hasta el 10 de junio próximos, un centenar de imágenes de Varda podrán ser vistas por los cubanos. El Museo Nacional de Bellas Artes las desplegará en una exposición que acompaña el 20mo. Festival del Cine Francés en Cuba.
Algunos sucumbirán a la nostalgia. Otros no, pues verán en ese testimonio gráfico, más que un momento irrepetible, la huella de lo que se fue labrando en el tiempo, de un espíritu resistente.