LA MENTIRA EN EL BOMBILLO. ENRIQUE MILANÉS LEÓN

Los mal disimulados guiños de Juan Guaidó al rubio peligroso dejan claro que persigue entregarle a precio de arepa una de las naciones más ricas del mundo.

En la enciclopedia que la maledicencia política ha dejado correr en Venezuela durante los años de su Revolución, un recio embuste parece pujar todavía por el «premio Pinocho». ¿No recuerdan? Resulta que los bombillos ahorradores entregados casa a casa hace años, en virtud de un programa hermanado con Cuba, tenían una inaudita prestación tecnológica que permitía a ciertas fuerzas ocultas grabar lo que ocurría en las habitaciones donde eran instalados.

Más que la edad de oro de la posverdad, vivimos el apogeo de la plusmentira, pero ahora que las únicas detonaciones en Venezuela son las de las fake news, hay que comenzar todo análisis aclarando lo principal: el chavismo lleva 20 años lidiando con ellas.

Con su acostumbrado discernimiento, el intelectual venezolano Luis Britto García ha llamado «gangsterismo informático» al capítulo digital de esta práctica que convierte la tecnología en una línea de producción en serie de mentiras. De un solo clic desfilan por la pantalla invenciones tan variopintas que muchos deciden adoptarlas y, en su reproducción irresponsable o mal intencionada, pueden causar un considerable daño en un país con el 80 % de los medios en manos privadas y opositoras, con amplio acceso a la red y –como ha aclarado Britto García– más teléfonos que habitantes. Aunque emblema de la época, internet es también la frontera más grande que cada país debe vigilar y cuidar.

Mientras las potencias se rearman misil a misil a costa del hambre de los pobres de este mundo, otro arsenal
–acaso más sencillo, pero igual de letal– se incrementa de manera más dinámica. Es la maraña de páginas digitales y redes sociales con su norte en la derecha que Dominique Albertini, periodista francés del diario Libération, ha llamado «armas de intoxicación masiva». Intoxicada sin remedio, la oposición a Maduro pretende intoxicar.

A 121 febreros del falso positivo del Maine en la bahía de La Habana, por los días en que el magnate de periódicos  William Randolph Hearst, del New York Journal, le exigía al dibujante Frederick Remington –aburrido de esperar en el calor del trópico un conflicto invisible en su horizonte– que mandara los dibujos, pues la guerra la pondría él, uno aprecia en Venezuela cuánta escenografía añade el capital a sus farsas. Ahora Hearst publicaría, con todo desenfado, el tuit y hasta el supuesto video de un malvado buzo español, con armadura, yelmo y todo, colocando la mina en el casco del acorazado que perdió su corazón. ¡Y que viva la guerra!

Son los tiempos de la política 2.0. Las fake news que apuntan a Venezuela no tienen un objetivo muy diferente al perseguido por Hearst, pero cabe desear y, sobre todo, esperar, que la aguda pelea por la paz del pueblo bolivariano, verificada a diario mujer a hombre, en las plazas, evite pisar la mina de los pretextos que pueden traer la guerra.

Aun más justo que sus caóticas alternativas, pese al real agobio económico que implica repartir parejo lo escaso en medio del acoso, el proceso bolivariano es blanco en las redes sociales de una andanada de ataques que le dañan tanto si los deja pasar como si los enfrenta, porque con el obligado desmentido aumentan la visibilidad del embuste y sus opciones matemáticas de hallar creyentes incautos.

Ya no se trata de publicar mentiras para vender un periódico, sino de viralizarlas en redes para vender un país. Los mal disimulados guiños de Juan Guaidó al rubio peligroso dejan claro que persigue entregarle a precio de arepa una de las naciones más ricas del mundo.

La agresión sicológica a Venezuela involucra a disímiles actores –nunca tan certero el sustantivo–, pero converge en su gran pretensión: incrementar la plantilla de cómplices internacionales a partir del supuesto de que el país sufre un Gobierno maligno que valdría la pena derrocar, incluso al precio de una invasión externa y de la consecuente guerra regional y/o civil que ella pudiera traer.

De tal suerte, es incesante el bombardeo de mentiras. Se ha propalado la tesis del reclutamiento forzoso, en plena calle, de adolescentes; la supuesta presencia de centenares y hasta miles de militares rusos y chinos, para proteger a Maduro; la inminente huida al exilio del presidente auténtico y el tan ansiado –por Guaidó y sus jefes de la Casa Blanca– motín militar contra el mandatario.  Son hiladas de ladrillos para levantar la pared del miedo.

Pero eso, repito, no es nuevo. En el muy caliente 2017, un tocayo de Leopoldo López –y no solo de nombre; también de tendencia– afirmó en televisión que el opositor había ingresado a un hospital militar «sin signos vitales». La noticia pareció un manjar al senador estadounidense Marco Rubio, quien la reprodujo al momento en su perfil en Twitter y enseguida compartió el descrédito con el periodista porque López, que al parecer había hecho «hierro» en su amplio tiempo libre, estaba hasta musculado.

Unos diez años antes, el embajador de Colombia en la OEA había afirmado que Venezuela producía uranio para venderlo a Irán y que la estrategia de Hugo Chávez para burlar los controles de Estados Unidos –el gran «CVP» de la humanidad– era camuflar el proceso… ¡en una fábrica de bicicletas! ¿Cuánto le ha costado a Irak el frívolo comentario de las armas de destrucción masiva?

Venezuela no es el destrozo que se pinta en los grandes noticieros del planeta. La guerra fratricida que desean –y conviene solo a– sus enemigos no ha llegado, pero sí hay una contienda formidable entre los perfiles vil y sincero del discurso político, tanto a nivel de figuras como a nivel popular.

Frecuentemente, un bando y otro pelean por el signo de una fecha y convocan a sus seguidores a certificarlo en marchas y concentraciones. Hasta hoy, el chavismo las ha ganado todas, pero no puede descuidarse porque, cual versión malvada del cuento de Monterroso, tras cada despertar el tiranosaurio imperialista sigue ahí.

No, no apuntan a poca cosa: lo que tratan de vencer las fake news es nada menos que el espíritu libertario de los soldados de El Libertador.

La mentira viralizada, epidémica en los enemigos de la Revolución Bolivariana, es el arma principal de una contienda que proporciona, como en los días de Hearst, los pretextos y los pertrechos para una guerra que intimide, mate y destruya a la manera convencional.

Igual que el holograma de presidente que se buscó –¡érase un «encargado» a un podio portátil pegado!–, la oposición es muy poco seria y a cada rato exagera en eso de las mentiras. Hace dos años circuló en las redes la afirmación de que el Gobierno había vendido a los chinos… ¡el salto Ángel! Juan Bimba, el Liborio venezolano, diría seguramente que ahí se les fue la mano, pero quién sabe, a lo mejor lo que más preocupaba de la «transacción» a la derecha era que hubiera un cubano grabándola en un bombillo.

CINCO MENTIRAS DESMONTADAS

  1. Venezuela tiene dos presidentes. Nada más lejos de la realidad. La Constitución venezolana establece en su Artículo 233 como falta absoluta del presidente su muerte, renuncia, destitución decretada por el Tribunal Supremo de Justicia, o la incapacidad física o mental decretada por una junta médica. Guaidó no tiene ningún argumento constitucional para autoproclamarse presidente, pues no hay falta absoluta del presidente, que tomó juramento tal y como lo establece la Constitución en su Artículo 231: el 10 de enero y ante el Tribunal Supremo de Justicia.
  2. Guaidó no tiene el apoyo de la comunidad internacional. Más allá de la hipocresía de llamar comunidad internacional a Occidente, el 10 de enero en la toma de posesión de Maduro había representaciones diplomáticas de más de 80 países, desde Rusia a China, pasando por el Vaticano, la Liga Árabe y la Unión Africana. Esos países siguen manteniendo relaciones diplomáticas con el gobierno que encabeza Nicolás Maduro. Guaidó tiene el reconocimiento de los mismos países que el 10 de enero desconocían a Maduro: EE. UU. y el Grupo de Lima (excepto México). Solo se han sumado Georgia (por su disputa territorial con Rusia), Australia e Israel.
  3. Otra mentira: Guaidó es diferente a la oposición violenta. Guaidó es diputado por Voluntad Popular, partido político que ya desconoció las elecciones presidenciales de 2013 y cuyo líder, Leopoldo López, está condenado por ser autor intelectual de La salida, que impulsó las guarimbas de 2014, con un saldo de 43 muertos y cientos de personas heridas.
  4. Mienten también cuando afirman que la Asamblea Nacional es el único órgano legítimo. El Artículo 348 de la Constitución venezolana autoriza al Presidente a convocar a una Asamblea Constituyente, y el Artículo 349 define que los poderes constituidos (Asamblea Nacional) no podrán en forma alguna impedir las decisiones de la Asamblea Constituyente. La decisión de convocar la Constituyente fue un acto de astucia del chavismo para sortear el bloqueo de la Asamblea Nacional que puede gustar o no, pero fue realizado con estricto apego a la Constitución.
  5. Faltan groseramente a la verdad cuando afirman que Maduro fue reelecto de manera fraudulenta, en unas elecciones sin oposición. Las elecciones del 20 de mayo de 2018 fueron convocadas por el mismo CNE con el que Guaidó llegó a ser diputado. Hubo tres candidatos de oposición que sacaron en conjunto 33 % de los votos y se siguieron las normas acordadas en la mesa de diálogo realizada en la República Dominicana entre el gobierno venezolano y la oposición, con el expresidente español José Luis Rodriguez Zapatero de mediador.

Fuente: GRANMA