Desde que se iniciaron los trabajos preparatorios de este IX Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, los intercambios en las diferentes comisiones y en los comités provinciales de la organización, se ha propiciado entre nosotros una honda reflexión colectiva en torno a los desafíos que encara la cultura cubana en los tiempos actuales, íntimamente vinculados con los que enfrenta hoy la Revolución. Varias preguntas esenciales han estado presentes en todo momento: ¿cómo podemos los escritores y artistas agrupados en la Uneac ayudar más a nuestro país en la presente coyuntura?; ¿cómo contribuir de manera más activa al perfeccionamiento de nuestra política cultural?; ¿cómo combatir con mayor eficacia los intentos de dividirnos y el impacto de la oleada colonizadora global en la sociedad cubana?; ¿cuáles propuestas podernos hacer que nos aproximen a la conquista de nuevos espacios para el crecimiento de la vida espiritual de la nación?
Se hace necesario evaluar en primer término del contexto internacional en que este foro tiene lugar.
Nuestra región logró avances en la pasada década en materia de integración, salud, educación, cultura, inclusión social y soberanía, a partir del impulso que recibieron de Fidel y de Chávez los ideales de Bolívar y Martí. A ellos se sumaron Lula y Dilma, Evo, Correa, Daniel, Néstor y Cristina Kirchner, y se llegó a crear la CELAC –reverso ético y solidario de la desprestigiada OEA– que proclamó a nuestra región como «zona de paz».
Hoy, como sabemos, la situación ha cambiado de modo trágico. Nuestra América y el Caribe sufren la arremetida del Imperio y de una ultraderecha neofascista que actúa sin ningún pudor. Emplean sistemáticamente la mentira, las llamadas fake news y acuden a la manipulación más sofisticada de la opinión pública a través de los medios y las redes sociales; se apoyan en amañados procesos parlamentarios y judiciales para inhabilitar a líderes de izquierda; y violan las normas más elementales de la convivencia internacional, mientras legitiman la injerencia, la ley del más fuerte y las agresiones de toda índole, incluida la amenaza militar directa.
El gobierno de Estados Unidos ha resucitado la Doctrina Monroe y la filosofía del macartismo para lanzar una ofensiva abierta dirigida de manera particular contra Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Derrotar a la Revolución cubana es una de sus principales obsesiones. Ha recrudecido de manera feroz e implacable el bloqueo con la activación de la Ley Helms-Burton en todo su alcance; plan de saqueo y recolonización de carácter abiertamente extraterritorial. Persigue sin tregua las transacciones financieras de Cuba y hace lo imposible por desalentar la inversión extranjera y obstruir cada uno de los empeños del país para salir adelante.
Frente a la campaña de mentiras y tergiversaciones que nos ha acosado desde 1959, los escritores y artistas cubanos hemos sido siempre defensores de la causa de la Revolución en todos los escenarios nacionales e internacionales. El lenguaje del arte y de nuestros intelectuales ha llegado muchas veces adonde no pueden acceder diplomáticos y representantes oficiales del país. Ahora las circunstancias exigen más de nosotros. Contamos con innumerables creadores e instituciones a los que podemos acudir en esta hora decisiva. Debemos ser portadores de la verdad de Cuba dondequiera que pueda hacerse escuchar.
La dirección de la Revolución sabe que hoy, como en todas las coyunturas, puede contar con nosotros.
Estamos comprometidos con la vocación de resistencia y transformación revolucionaria de nuestra sociedad. El legado de la generación histórica que nos condujo hasta aquí se afianza y multiplica. Raúl, al frente del Partido, es depositario de la tradición emancipatoria que permanentemente nos convoca.
El presidente Díaz-Canel y la nueva generación de dirigentes, que cuentan con el apoyo de la inmensa mayoría del pueblo y, como parte de él, de nuestros intelectuales y artistas, son hoy expresión de continuidad, inspirada en la obra y el ejemplo de los que fundaron la Cuba que nació en 1959. Nuestro gobierno ha mostrado un estilo de trabajo incansable, transparente, en contacto directo con la población, pendiente siempre de los más necesitados, en una batalla cotidiana contra la burocracia, la corrupción, la rutina y la insensibilidad.
Luego de la aprobación por amplia mayoría de la nueva Constitución de la República, nuestra institucionalidad se halla inmersa en un proceso de cambios trascendentes que se reflejan, de un modo u otro, en la cultura.
Al ratificar la voluntad de seguir avanzando en la construcción de una sociedad socialista, caracterizada por la sostenibilidad del desarrollo económico y social, la democracia participativa, la solidaridad, la inclusión, la justicia y estrategias que promuevan la equidad; los escritores y artistas tenemos el deber de ayudar desde la creación y el pensamiento a la materialización de las aspiraciones del pueblo cubano.
Nos anima el interés de ser más útiles y de consolidar un diálogo sistemático, fecundo y propositivo con la vanguardia política y otras instancias del gobierno y de la sociedad civil. Queremos contribuir con mayor inteligencia y responsabilidad al continuo mejoramiento y puesta en práctica de nuestra política cultural y de aquellas áreas que se interrelacionan de modo inseparable con la cultura, como la educación, las ciencias sociales y los medios de comunicación. Debemos continuar participando en el debate crítico y revolucionario, que es hoy más necesario que nunca. La experiencia y la capacidad de análisis de los miembros de la Uneac pueden hacer contribuciones útiles en este momento histórico.
Los intentos de los enemigos de Cuba de crear una quintacolumna intelectual contra la Revolución se han malogrado durante todos estos años y están destinados a seguir fracasando. Los pocos que han podido reclutar no significan nada dentro del poderoso movimiento cultural cubano, que incluye igualmente a muchos y muy valiosos creadores residentes fuera de la Isla, comprometidos con el destino de la nación.
En Palabras a los intelectuales, plataforma gestora de la política cultural revolucionaria y de nuestra propia organización, Fidel aseguró:
La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura, cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que (…) lleguen a ser un verdadero patrimonio del pueblo. Y al igual que nosotros hemos querido para el pueblo una vida mejor en el orden material, queremos para el pueblo una vida mejor también en el orden espiritual (…), en el orden cultural. Y lo mismo que la Revolución se preocupa del desarrollo de las condiciones y de las fuerzas que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades materiales, nosotros queremos desarrollar también las condiciones que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades culturales.
La Unión de Escritores y Artistas de Cuba defiende los espacios de libertad para la creación artística y literaria. Trabaja día a día por la unidad de los intelectuales y artistas y canaliza su participación activa, crítica y comprometida en la construcción de nuestro socialismo.
Darnos prioridad al diálogo franco y abierto con las instituciones culturales y reconocemos como primordial la presencia de una institucionalidad aliada al talento, ajena por esencia al sectarismo y a la burocracia.
La Uneac acepta el papel del mercado nacional e internacional como vía legítima de circulación del arte; pero rechaza poner en manos de la lógica mercantil el establecimiento de jerarquías artísticas y, en su conjunto, la política cultural, que no puede privatizarse. Con una correcta regulación institucional, consideramos que deben estudiarse alternativas de promoción bajo formas no estatales de gestión.
El arte, por su naturaleza, no puede ser reducido a fórmulas. Si aspiramos a un arte vivo, auténtico, que aborde conflictos y contradicciones, que nos compulse y enriquezca, desde la Uneac tendremos que hacer mucho más por proteger y estimular el talento, combatir el facilismo, el acomodamiento y la mediocridad, promover genuinas propuestas artísticas, incentivar la originalidad, solucionar las carencias y debilidades en el ejercicio de la crítica y poner por encima de todo los valores de la cultura.
Debemos recuperar y alentar en el seno de nuestras Asociaciones y Filiales, de manera sistemática, el análisis y debate de la producción artística y literaria con máximo rigor y una consecuente evaluación de su recepción por los públicos. La calidad debe ser una divisa permanente en todo lo que se proponga nuestra organización.
La política cultural de la Revolución, que apostó desde su gestación por la democratización del acceso a la cultura, la defensa de la identidad nacional y del patrimonio, ha tenido siempre en cuenta la participación de los intelectuales y artistas.
Intervenir en el desarrollo de esa política, por definición martiana y fidelista, nos sitúa en el plano de escuchar y ser escuchados, de ser coherentes y responsables en el diálogo y de alertar a tiempo sobre cualquier obstáculo que se interponga en la consecución de sus objetivos principales.
Pensar esta nación, que se fraguó en sostenido combate contra el colonialismo y el neocolonialismo, contra intervenciones e injerencias, es otro de nuestros grandes e impostergables desafíos. Resulta imprescindible saber en qué punto nos hallamos, cómo llegamos hasta aquí y qué retos nos esperan en lo adelante.
Larga y fructífera ha sido la cosecha de quienes nos precedieron. José Martí develó uno de los misterios del núcleo raigal de nuestra condición cuando dijo: «Yo no sé qué misterio de ternura tiene esa dulcísima palabra: cubano». Fernando Ortiz nos dejó un concepto vigente: «La cubanidad es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes».
Al hablar en el Congreso fundacional de la Uneac, su primer presidente, Nicolás Guillén, reclamó trabajar por una «cultura que nos dé carácter y espíritu propios (…), una cultura que nos libere y exalte, y distribuya el pan y la rosa juntos, sin vergüenza ni temor».
Si estamos de acuerdo en que el ser humano es a la vez sujeto protagónico y principal beneficiario de nuestra sociedad, y lo entendemos como portador de la cultura e identidad cubanas, todo lo que hagamos desde la creación y el pensamiento tendrá que tributar a su dignidad, igualdad y libertad plenas.
Si aspiramos a que cada ciudadano incorpore en su actuación cotidiana la ética de la solidaridad, el humanismo, la justicia y la equidad, y rechace y combata el materialismo vulgar, las conductas marginales, el egoísmo, la discriminación y la intolerancia; debemos cobrar conciencia de que la cultura es terreno fértil para desarrollar tales valores.
Nuestro socialismo tiene que proponerse elevar la calidad de vida de la población a través de la satisfacción plena de sus necesidades espirituales y de soluciones racionales para sus necesidades materiales.
Defendemos el derecho del pueblo a convertirse en protagonista de los procesos culturales y a disfrutar a plenitud lo mejor de la creación artística y literaria cubana y universal. Para lograrlo, se hace imprescindible la formación de un ciudadano consciente y crítico, en posesión de herramientas que le permitan discernir e interpretar el mundo real y virtual en que vivimos.
Como parte de ese desafío, convendría distinguir entre consumo y recepción; la primera presupone pasividad; la segunda, participación activa. La batalla de nuestro tiempo es eminentemente cultural, entre la imposición hegemónica y los paradigmas emancipatorios, entre la estulticia y la libertad.
Cuando Fidel, en el Congreso de la Uneac de 1993, llamó a salvar la cultura, no se refería en un sentido estrecho a la protección de obras, programas e instituciones; sino a la vida espiritual de los cubanos, concentrada en expresiones y valores culturales. En efecto, la cultura es lo primero que hay que salvar, porque la cultura es el imaginario y la memoria de la nación, el núcleo de su resistencia y futuridad.