Ser poeta es encarar responsabilidades éticas y un compromiso con la cultura de resistencia que nos caracteriza y la cultura de paz que defendemos

Un minuto de poesía vale más que todas las armas del mundo. Un verso firme, poderoso, evocador, tiene la capacidad, si no de desarmar a los enemigos de la paz, al menos de alentar la esperanza en un mundo cada vez más peligroso para la especie humana.
Hablo no solo de la poesía escrita o cantada, sino de todo acto de creación, de pensamiento original, de comunicación espiritual entre los hombres, de signo contrario a esa realidad que se nos quiere imponer desde la pesadilla hegemónica imperial.
Todos los días nos llegan noticias aterradoras. La actual administración norteamericana dice haber sometido a revisión –palabra engañosa, pues de lo que se trata es de regresión- la doctrina nuclear. Rompe acuerdos con Rusia e Irán, y no deja de calentar el ambiente bélico en la península coreana.
Ha vuelto a dar pasos para reanimar la Guerra de las Galaxias. El ocupante de la Casa Blanca ordenó al Pentágono comenzar el proceso para la creación de la fuerza espacial que sería la sexta división de las fuerzas armadas. «Cuando se trata de defender a Estados Unidos –ha dicho el Presidente de esa nación- no basta con nuestra presencia en el espacio, tiene que haber un dominio estadounidense del espacio». Otra palabra engañosa aparece en el discurso: en lugar de defender, debe leerse agredir o someter.
Con sus declaraciones, tuitazos, desplantes, arranques histriónicos y un inveterado desprecio hacia países y personas, el presidente Donald Trump se presenta como el enemigo número uno de la paz en el planeta. Algunos llegan a hablar de él como un enfermo mental. Una psiquiatra lo diagnosticó como un narcisista paranoico. El general retirado Barry McCaffrey habló abiertamente para el diario The Washington Post sobre el estado mental del presidente Trump: «Creo que el presidente está empezando a tambalearse en su estabilidad emocional y esto no va a terminar bien. El juicio de Trump es fundamentalmente defectuoso, y cuanto más presión ejercen sobre él y más aislado se vuelve, creo su capacidad para hacer daño va a aumentar».
Puede que la psiquiatra y el militar tengan razón. Son muchos los que afirman que las riendas de Estados Unidos están en manos peligrosas. Sin negar mérito a tal percepción, prefiero mirar más a fondo, pues las decisiones políticas en ese país responden a intereses corporativos muy poderosos.
Es el caso de las ganancias que obtienen por su participación en la carrera armamentista empresas como Boeing, Lockheed Martin, Northrop Grumman Innovation Systems, Raytheon y Aerojet Rocketdyne. O la participación en el desarrollo de tecnología digital en función de los intereses bélicos por parte de las empresas de Silicon Valley.
Recordemos que para el año fiscal 2020 el presupuesto militar de Estados Unidos asciende a 738 000 millones de dólares. ¿A dónde va a parar ese dinero? ¿Quiénes se benefician con esa suma delirante?
Nosotros, los cubanos que hemos decidido tomar las riendas de nuestro destino, somos los villanos. Históricamente ha existido un gran diferendo entre Estados Unidos y Cuba, una relación difícil, de mucha tensión. El bloqueo norteamericano contra la isla se mantiene y recrudece, de modo que la distensión que hubo durante el periodo presidencial de Barack Obama se revirtió y todo se vino abajo como un castillo de naipes.
La administración de Trump resucita legislaciones que no tienen vigencia, pero las vuelve a poner en acción, como el Título III de la Ley Helms-Burton, algo absurdo e ilegal y, además, criminal. No tiene sentido ninguno que después de 60 años, Washington pida que se le entreguen compañías, propiedades, casas, que no podamos hacer negociaciones con empresas norteamericanas. Es una pena porque Estados Unidos es un país con una gran cultura, nosotros le debemos mucho a esa cultura y ellos nos deben a nosotros mucho, desde la música, la literatura, las artes plásticas. Por la cercanía, deberíamos vivir como países hermanos, pero no quieren dar su brazo a torcer, piensan que son los dueños del mundo, los gendarmes del mundo, los policías del mundo, y les irrita que la Venezuela bolivariana siga ahí, enhiesta, y que la Revolución cubana avance, y no dejemos de ser martianos, socialistas y fidelistas.
Estas convicciones las expresó de modo muy meridiano el Presidente Miguel Díaz-Canel en el acto por el aniversario 66 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Allí dijo: «Nos quieren cortar la luz, el agua y hasta el aire para arrancarnos concesiones políticas. No se esconden para hacerlo. Declaran públicamente los fondos destinados a la subversión dentro de Cuba, inventan pretextos falsos e hipócritas para reincorporarnos a sus listas espurias y justificar el recrudecimiento del bloqueo. En el colmo del cinismo, apelan al chantaje. Ignorantes de la historia y los principios de la política exterior de la Revolución Cubana nos proponen negociar una posible reconciliación a cambio de que abandonemos el curso escogido y defendido por nuestro pueblo, ahora como antes. Nos sugieren traicionar a los amigos, echar al cesto de la basura 60 años de dignidad. (…) Cuba, que conoce las distancias éticas y políticas entre esta administración estadounidense y los más nobles ciudadanos de ese país, no ha renunciado a su declarada voluntad de construir una relación civilizada con Estados Unidos, pero tiene que basarse en el respeto mutuo a nuestras profundas diferencias. Cualquier propuesta que se aparte del respeto entre iguales, ¡no nos interesa!».
¿Qué contribución se espera de los artistas e intelectuales en estas batallas por la dignidad y el triunfo de la sensatez?
No es fortuito el hecho de que evoque la figura tutelar de Nicolás Guillén, fundador y primer presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Para él la paz no era un concepto vacío de contenido humanista y social. Ante la arremetida fascista contra la España republicana, escribió Poema en cuatro angustias y una esperanza. Participó en el Segundo Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, efectuado en el mismo teatro de operaciones. Fue en 1949 uno de los delegados de nuestro país a la Conferencia por la Paz Mundial en París y dos años después concurrió a las sesiones en Praga y Viena del Congreso Mundial por la Paz. En 1954 mereció el Premio Lenin de la Paz. Siempre Nicolás puso sus mejores voluntades y su enorme prestigio a favor de las causas más nobles, comenzando por la de nuestro pueblo en su camino hacia la victoria y el socialismo. Nicolás es un ejemplo de lo que se debe y puede hacer.
Otro ejemplo lo tenemos en mi maestro Fernando Ortiz. Sería pertinente repasar las ideas expuestas en 1920 cuando analizó ante la Cámara de Representantes de la República los alcances y precariedades del Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Don Fernando tenía visión de futuro.
El 6 de agosto de 1949, hace siete décadas, y apenas cuatro años después de que Estados Unidos lanzara la bomba atómica sobre la población civil de Hiroshima, Don Fernando pronunció las palabras que dejaron instalado, en el anfiteatro del hospital Calixto García, el Congreso Nacional por la Paz y la Democracia, punto de partida del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos. El sabio cubano fue un activo promotor del Comité Permanente por la Defensa de la Paz y la Democracia, constituido en esa ocasión.
Cómo no tener a Nicolás y a Ortiz como fuentes inspiradoras. A veces me levanto por la mañana con ganas de escribir un poema y otras veces de hacer una crónica sobre un pintor o una pintora cubana, o una reseña sobre un concierto y así, cuando llego a la Fundación Fernando Ortiz, me veo enfrascado en temas puramente sociológicos y antropológicos, o, como por tantísimos años en la Uneac, asumo tareas que tienen que ver con la proyección social de la cultura, la promoción de la obra artística y literaria de mis colegas, y el diseño y la aplicación de la política cultural.
Tengo esa visión, si se quiere proteica, que he heredado en alguna medida de figuras como Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, escritores que no se dedicaron solamente a la literatura pura, y penetraron en la complejidad del mundo, en su riqueza, en la diversidad. Pienso que la antropología, como todas las ciencias humanas y también las ciencias puras, son una medida, o reflejan una medida del arte, que es la política. Cuando no hay arte en la política ocurren las catástrofes. ¿Es que acaso somos un solo rostro? El que piense que es una sola persona y una unidad sellada va a dar graves traspiés. Somos muchas personas, nos multiplicamos ante el espejo, ante nosotros mismos.
Ser poeta es encarar responsabilidades éticas y un compromiso con la cultura de resistencia que nos caracteriza y la cultura de paz que defendemos.