Me contaba Reynaldo González (Ciego de Ávila, 1940) en una entrevista, que el origen de su libro sobre la historia del tabaco, tiene como punto de partida largas conversaciones que sostuviera con Manuel Vásquez Montalbán (Barcelona, 1939 – Bangkok, 2003). Durante aquellos encuentros suyos a mediados de los años ochenta, tanto en España como en Cuba, los dos escritores estaban dejando de fumar y los diálogos siempre arrancaban por la prohibición que se habían impuesto. Claro, más que de las razones que conducían a lo vedado, se explayaban en la nostalgia por el ritual del tabaco entre los dedos en busca del humo y sus goces, en un recuento sin fin de los días en el paraíso perdido por propia decisión.
«Disfrutando al escribir como disfrutaba al fumar», afirma el autor a propósito del trabajo cuyo resultado es una de las obras más fascinadoras de la literatura cubana de las últimas décadas: El Bello Habano, que apareciera en España por Ikusager Ediciones en 1998, estuvo prologada por Vázquez Montalbán. Posteriormente, en 2004, la editorial Letras Cubanas lanzó la primera de las tres ediciones que lleva en la isla, con hermoso diseño de Francisco Masvidal. Y ahora, a la sombra del reciente Festival del Habano en 2020, la editorial Cooperativa La Joplin, de México D.F., ha entregado una edición de lujo.
En el prólogo a la edición príncipe ya referida, el creador del célebre detective Pepe Carvalho –uno de los personajes más entrañables de la literatura española del siglo veinte- afirmaba que “Reynaldo ha construido un libro tan bello como el Habano que glosa, prueba evidente de que ha sido el tabaco cubano el que ha dado nombre a la criatura más perfecta de la tabaquería, el Habano, ese cuerpo vivo que bien cuidado mejora con el tiempo y proporciona a los labios textura de reencuentro con la mismidad y a la nariz el aroma de la mejor naturaleza mejor domada”.
Con una fecunda y diversa obra que anuda parejamente solicitudes de calado y estilo en géneros como la novela (Siempre la muerte su paso breve, primera mención del Premio Casa de las Américas 1968; y Al cielo sometidos, Premio Ítalo Calvino 2000), el testimonio (La fiesta de los tiburones, 1978), el ensayo (Contradanzas y latigazos, 1983; Lezama Lima, el ingenuo culpable, 1988; Llorar es un placer, 1989; Insolencias del barroco, 2013); y la poesía (Envidia de Adriano, 2003), Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura 2003, es un trabajador infatigable a quien también se le deben títulos como El más humano de los autores (2009), sobre el legendario creador de radionovelas Félix B. Caignet –“siempre quise escribir un libro que pareciera una revista”, confiesa el autor- y la primera edición anotada de Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, de Cirilo Villaverde (2018), con la colaboración de la investigadora Cira Romero.
Ahora regresa El Bello Habano en la edición mexicana ya avisada y hay que resaltarlo: desde los días en que el laborioso y tenaz Don Fernando Ortiz esbozara la figura del tabaco, en contrapunteo con el azúcar, muchas páginas ha acaparado aquel producto que desata las pasiones más diversas -por un lado, se le exalta y, por el otro, se le condena; unos celebran el placer de su muerte a fuego lento y otros denostan la fortuna de su vida a largo plazo-. Sin embargo, nadie se había atrevido a entrar en sus límites más delicados, a indagar en sus huellas más persistentes, a convertirlo en criatura de una exultante y jugosa andanza que recorre más de quinientos años.
Con el subtítulo de «Biografía íntima del tabaco», desde las primeras páginas el libro de Reynaldo González advierte de qué se trata: la hoja que encontraran los marinos Rodrigo de Xerez y Luis de Torres, compañeros del Almirante Cristóbal Colón, a finales de octubre de 1492 en lo profundo del boscaje alrededor de Bariay, se convierte en una andariega criatura por las rutas más insólitas del mapamundi, para desde allí revelar linaje y destino en la ruta de sus fieles.
«Convertir la memoria histórica y la información en literatura», como señalara al prologar la edición española Manuel Vázquez Montalbán, es el sostén de este volumen, en el que una prosa de aliento, gustosamente fluida, convive con un conocimiento de fondo, admirablemente desplegado. Y todo ello a lo largo de diecisiete capítulos en los que, desde el mismo título de cada uno, se advierte el empeño por la seducción del sabroso contar.
Algunos ejemplos son más que elocuentes: «Una caja de recuerdos mágicos”, “El Diablo es un buen negocio», «Caballo medieval, montura renacentista», «Un humo recorre el mundo», «Los piratas también fuman», «Walter Raleigh enciende su última breva», «Elogio de la manía”, “El habano bien vale una misa», “Un motín de lesa majestad”, «Aquellos polvos trajeron estos humos»… Como una Scherezada que acompaña en Las mil y una noches de tan pródiga humareda, aquí el tabaco cuenta con propiedad lo suyo.
Y es que “contar” resulta la palabra clave en El Bello Habano. Lejos de atiborrar con erudición acartonada, más bien aprovechamiento de la bibliografía acertada y hallazgo del dato insospechado, Reynaldo González logra que el humo sagrado de los aborígenes antillanos se convierta en la certidumbre de un personaje que también puede ser muchos personajes a la vez. Novelista que sabe ensayar y ensayista que disfruta narrar se dan cita en tan feliz escritura: Reynaldo González se arriesga en lo híbrido literario y sale victorioso, entregando un título irreductible a cualquier clasificación para historiar desde el placer con El Bello Habano.