La primera operación de guerra cultural del mundo moderno, se llevó a cabo contra Puerto Rico, Filipinas y de manera especial contra Cuba en 1897. Era necesario crear el clima apropiado en Estados Unidos para apoyar una posible guerra contra España y allanar el camino a la ocupación militar y la anexión de las posesiones españolas en el Caribe y el Pacífico.
Con ese propósito, en 1897, Theodore Roosevelt, Henry Cabot Lodge, Alfred T. Mahan1, John Hay2, Whitelaw Reid, Albert Beveridge, Nicholas Murray
Butler y Josiah Strong3, voceros e ideólogos ilustrados del Partido de la Guerra, se reunieron varias veces en la Universidad de Columbia con representantes de la prensa.
Los encuentros fueron organizados y dirigidos por Henry Brooks Adams, doctrinario activo del darwinismo social, nieto del ideólogo de la fruta madura. Ese grupo fue bautizado por John Hay como «la pandilla simpática». Su pensamiento era una rara mezcla de fundamentalismo y ciencia; de romanticismo y pragmatismo, de idealismo y cálculo capitalista; de discurso democrático, deseos de construir una aristocracia del dinero y de adhesión a la causa de la superioridad racial.
Para lograr la construcción del ícono de la «Gran Madre América», generosa protectora de pueblos inferiores y escarnecer al decadente Imperio español, la «pandilla simpática» convocó, entre otros, a los directores del Minneapolis Journal, Denver Times, Chicago Tribune, Minneapolis Tribune, New York Journal y New York World.
William Randolph Hearst, magnate de la prensa estadounidense, envió a Cuba a su mejor dibujante, Frederic Remington y a uno de sus mejores
periodistas, Richard Harding Davis, para preparar a la opinión pública estadounidense ante la futura intervención y posterior ocupación de la Isla.
Ambos personajes mataban el tiempo en La Habana, entre bares y cantinas. Un día Remington escribió a Hearst «Todo está tranquilo, no habrá guerra», a lo cual Hearst le respondió con otro telegrama que se hizo célebre: «Por favor, usted haga los dibujos, yo proporcionaré la guerra».
Joseph Pulitzer, conocido por su competencia con Hearst, sus crónicas amarillas y los premios periodísticos que llevan su nombre, confesó que su intención, al contribuir con la guerra, era aumentar la venta y circulación de sus diarios.4
La competencia que se vivió entre el Journal y el World fue dura, llegándose a publicar hasta 40 ediciones diferentes de ambos periódicos en un mismo día. Hearst trasladó todo su diario a Cuba para trabajar desde la isla junto a un auténtico «batallón» de reporteros.
La manipulación, la mentira, la falta de rigor, la tendenciosidad, estuvieron presentes todo el tiempo en los reportajes que llegaban desde la «zona de guerra», léase hoteles y bares de las grandes ciudades.
Francis H. Nichols publicaba el 29 de julio de 1899 un artículo en Outlook titulado «Cuban Character», donde pretendía denigrar a los cubanos: «Han sustituido la adoración a Dios, por el amor a una cosa abstracta a la que ellos llaman patria, patria es el objeto de la adoración y el fanatismo de los cubanos. Puede decirse que es la única cosa en la que realmente creen. Políticamente los cubanos son como dementes lúcidos».
Cualquier información favorable a los independentistas era anulada de inmediato. Cuatro palabras: vagos, vengativos, ladrones y cobardes, aparecían constantemente en los textos y eran representadas en caricaturas.
Se hicieron miles de caricaturas de guerra. El papel que jugó el humor gráfico se recoge en el libro Cartoons of the War of 1898 (Belford, Middlebrook and Co., Chicago, 1898).5
Siguiendo orientaciones de la «pandilla simpática», periodistas pagados y agentes de los Pickerton, enviaban abundante información a Estados Unidos, lo que permitía a los chicos simpáticos elaborar informes al gobierno sobre el «modo de pensar» de los habitantes de la Isla, que servían de base a la prensa para escribir sobre la «realidad» en Cuba.
Las crónicas de viaje, caricaturas, historias que trataban de presentar la imagen de pueblos inferiores, incivilizados, circulaban y abarrotaban los periódicos. Por otro lado, la imagen del país del Norte como nación benefactora por derecho y designio divino, encargada de proteger a los «pueblos inmaduros», se hizo recurrente en los principales diarios de la época.
Conocemos en qué terminó la ayuda «fraternal» de Estados Unidos en Filipinas, no solo aplastaron en el campo militar a los nacionalistas que resistieron la intervención, los filipinos fueron «reeducados» –al decir de los ocupantes– política y lingüísticamente.
La Conferencia de París de diciembre de 1898 se realizó a espaldas de los independentistas. España abandonó sus «demandas» sobre Cuba, mientras que Filipinas, Guam y Puerto Rico fueron oficialmente cedidas a Estados Unidos. Se les arrebataba así la independencia por la que habían peleado durante largos años.
Estados Unidos, a través del poder militar y económico, el control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación, consolidó el dominio de los nuevos territorios.
John Hay escribió a Theodore Roosevelt que habían librado contra España «una espléndida guerra». Por su parte, sobre las consecuencias internas de la guerra, Mark Twain declaró: «no se puede tener un imperio afuera y una república en casa».6 Seguir leyendo CUBA, PUERTO RICO Y FILIPINAS: LA GUERRA ESPLÉNDIDA DEL IMPERIO. RAÚL ANTONIO CAPOTE