Archivo de la categoría: Memorias

NO LEAS LIBROS TUMBADO EN LA CAMA. AKIRA KUROSAWA

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AKIRA KUROSAWA

He olvidado quién dijo que la creación es memoria. Mis propias experiencias y las distintas cosas que he leído están guardadas en mi memoria y forman la base sobre la cual creo algo nuevo. No podría sacarlo de la nada. Por esta razón, desde que era joven he llevado un cuaderno de apuntes a mano, siempre que leía un libro. Escribo las reacciones que me produce y todo aquello que me conmueve de forma especial. Tengo montones y montones de estos cuadernos de apuntes, y cuando voy a escribir un guión los leo. Algunas veces me proporcionan un avance. Incluso para las líneas sueltas del diálogo me he servido de estos cuadernos. Lo que quiero decir es: no leas libros tumbado en la cama.

Fuente: Akira Kurosawa, Algunas notas fragmentarias sobre el rodaje, Compañía Toho Ltd., 1975. Foto: Akira Kurosawa

Tomado de Calle del Orco

 

MICHEL COLLON : “FRANÇOIS HOUTART ERA MI PREMIO NOBEL DE LA PAZ PERSONAL”

MICHEL COLLON / INVESTIGACTION

arton5321Todavía ayer, Alex Anfruns, mi joven colega en Investig’Action, intercambiaba con François Houtart sobre la traducción de su último artículo publicado en nuestro portal. Y luego llegó la triste noticia! Sabíamos que tenía 92 años de edad, pero parecía indestructible. El choque es duro.

Vuelve a mi mente la imagen de François en aquel vuelo nocturno que nos llevó a La Paz, Bolivia, para una reunión de la red de “Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad”. Algunos amigos de esta red también estaban a bordo. François, como es habitual, trabajaba en un informe que debía escribir después de algún encuentro en un país que acababa de visitar. Un amigo latinoamericano me susurró discretamente :

– “Sabes cual es la diferencia entre Dios y François?
– No.
– Pues bien, Dios “está en todas partes”, mientras que François ha estado en todas partes! Seguir leyendo MICHEL COLLON : “FRANÇOIS HOUTART ERA MI PREMIO NOBEL DE LA PAZ PERSONAL”

LA COMPLACENCIA DE HABER FORMADO VARIAS GENERACIONES DE LECTORES

MADELEINE SAUTIÉ / GRANMA

El Instituto Cubano del Libro cumple medio siglo de existencia. Foto: Ronald Suárez Rivas

La hermosa misión de poner al alcance del lector lo mejor de las letras cubanas y universales pertenece por derecho propio al Instituto Cubano del Libro, ICL, institución que cumplió el pasado 27 de abril medio siglo de feliz existencia.

Los mismos libros que de su seno han nacido podrían darnos con bastante exactitud la historia de la prestigiosa entidad que ya alcanza gallarda madurez; sin embargo, para contarla nada podría superar la emoción con que lo hacen aquellos que, dando lo mejor de sí, se han encargado de echar a andar su robusto andamiaje.

Con tal certeza Granma solicitó a algunos directivos de los que por años han estado en estrecho vínculo con el ICL sus referencias más significativas, a sabiendas de que muchos otros hubieran podido también ofrecer valiosos testimonios. Seguir leyendo LA COMPLACENCIA DE HABER FORMADO VARIAS GENERACIONES DE LECTORES

EL PRIMER CINE. LUIS BUÑUEL

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LUIS BUÑUEL

El 1908, siendo todavía un niño, descubrí el cine.

El local se llamaba «Farrucini». Fuera, sobre una hermosa fachada de dos puertas, una de entrada y otra de salida, cinco autómatas de un organillo, provistos de instrumentos musicales, atraían bulliciosamente a los curiosos. En el interior de la barraca, cubierta por una simple lona, el público se sentaba en bancos. Conmigo iba siempre mi nurse, desde luego. Me acompañaba a todas partes, incluso a casa de mi amigo Pelayo, que vivía al otro lado del paseo.

Las primeras imágenes animadas que vi, y que me llenaron de admiración, fueron las de un cerdo. Era una película de dibujos. El cerdo, envuelto en una bufanda tricolor, cantaba. Un fonógrafo colocado detrás de la pantalla dejaba oír la canción. La película era en colores, lo recuerdo perfectamente, lo que significa que la habían pintado imagen a imagen.

En aquella época, el cine no era más que una atracción de feria, un simple descubrimiento de la técnica. En Zaragoza, aparte el tren y los tranvías que ya habían entrado en los hábitos de la población, la llamada técnica moderna apenas había empezado a aplicarse. Me parece que en 1908 no había en toda la ciudad más que un solo automóvil y funcionaba por electricidad. El cine significaba la irrupción de un elemento totalmente nuevo en nuestro universo en la Edad Media.

En años sucesivos se abrieron en Zaragoza salas permanentes, con butacas o bancos, según el precio. Hacia 1914 había tres cines bastante buenos; el «Salón Doré», el «Coïné» (nombre de un fotógrafo célebre) y el «Ena Victoria ». En la calle de Los Estébanes había otro cine que no recuerdo cómo se llamaba. En aquella calle vivía una prima mía, y desde la ventana de la cocina veíamos la película. Luego, tapiaron la ventana y pusieron una claraboya en la cocina; pero nosotros hicimos un agujero en el tabique por el que mirábamos por turnos aquellas imágenes mudas que se movían allí abajo.

Casi no me acuerdo de las películas que vi durante aquella época y a veces las confundo con otras que vería después en Madrid. Pero recuerdo a un cómico francés que siempre se caía y al que en España se llamaba «Toribio» (¿sería, quizás, «Onésime»?). Se proyectaban también las películas de Max Linder y de Méliès, como El viaje a la Luna. Las primeras películas americanas llegaron un poco después, en forma de cintas cómicas y folletines de aventuras.

Recuerdo también los melodramas románticos italianos que hacían llorar. Aún me parece estar viendo a Francesca Bertini, la gran estrella italiana, la Greta Garbo de su época, retorcer llorando el cortinaje de la ventana. Patético y un poco tostón. Seguir leyendo EL PRIMER CINE. LUIS BUÑUEL

UN HOMBRE SIN PATRIA (fragmentos). KURT VONNEGUT

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El escritor norteamericano Kurt Vonnegut.

Yo vengo de una familia de artistas. Y aquí estoy, ganándome la vida con el arte. No ha habido rebelión. Es como si hubiera heredado la gasolinera Esso de la familia. Todos mis antepasados se dedicaron al arte, así que yo no hago más que ganarme la vida siguiendo la tradición familiar.

Sin embargo, mi padre, que era pintor y arquitecto, se quedó tan tocado por la Depresión, una época en que no conseguía ganarse la vida, que creyó que sería mejor para mí que no me dedicara al arte. Me quería alejar de él porque había descubierto que era una forma absolutamente inútil de producir dinero. Me dijo que sólo podría ir a la universidad si era para estudiar algo serio, algo práctico.

En Cornell estudié química porque mi hermano era un prestigioso químico. A los críticos les parece que uno no puede ser un artista de verdad si ha tenido formación técnica, como en mi caso. Me consta que los departamentos de literatura inglesa de las universidades, sin darse cuenta de lo que hacen, tienen la costumbre de inculcar aversión por los departamentos de ingeniería, de física y de química. Y esta aversión, diría yo, se transfiere a la crítica. La mayor parte de nuestros críticos han salido de los departamentos de literatura y todos ellos muestran mucha desconfianza ante cualquiera que se interese por la tecnología. Bueno, la cuestión es que estudié química pero siempre acabo dando clases en departamentos de lengua inglesa, de modo que he incorporado el pensamiento científico a la literatura. No es algo que se me haya agradecido mucho.  Seguir leyendo UN HOMBRE SIN PATRIA (fragmentos). KURT VONNEGUT

SOY UN HOMBRE DEL CENTRO. SILVIO RODRÍGUEZ

silvio-1SILVIO RODRÍGUEZ / SEGUNDA CITA

Soy un hombre de centro. Empecé por nacer, sin darme cuenta, para verme en el centro de la vida. Todavía era un niño cuando me arranqué de mi familia para lanzarme al centro de la noche, con la yesca de una cartilla y un manual. No mucho después llegué al centro de mi mismo, con un arma en la mano, defendiendo un país que llegaba a su centro. Había llegado al centro de la conciencia colectiva y aún no conocía el centro de la existencia humana. Ese centro supremo me esperaba en las intimidades de una joven. Y fue el centro del mundo, del goce y el dolor, de la dicha y la muerte, relámpagos, diluvios. Del desierto anterior y esa humedad llegué al centro de mis palabras. Al centro de espasmos le di vida a inocentes. Al centro de la amistad hice un credo y desafié montañas. Al centro de la muerte he sobrevivido a mis propias miserias. Y si adelante hay algún centro allí estaré, en la neblina fantasmal de millones de nombres que continúan en el centro de todo, aprendiendo a nacer.

«EL QUE ES CAPAZ DE AMAR ES FELIZ». HERMAN HESSE

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HERMAN HESSE (ALEMANIA, 1887- SUIZA, 1962) // OBSTINACIÓN: ESCRITOS AUTOBIOGRÁFICOS (fragmento)

«Supe que ser amado no es nada, que amar, sin embargo, lo es todo. Y creí ver cada vez más claro que lo que hace valiosa y placentera la existencia es nuestro sentimiento y nuestra sensibilidad. Donde quiera que viese en la tierra algo que pudiera llamarse “felicidad”, ésta se componía de sentimientos. El dinero no era nada, el poder tampoco. Veía a muchos que poseían ambas cosas y eran desdichados. La belleza no era nada; veía a hombres y mujeres bellos, que a pesar de toda su belleza eran desdichados. Tampoco la salud contaba demasiado. Cada cual era tan sano como se sentía; había enfermos que rebosaban de vitalidad hasta poco antes de su fin, y personas sanas que se marchitaban, angustiadas por el temor de sufrir. La dicha, sin embargo, siempre estaba allí donde un hombre tenía sentimientos fuertes y vivía para ellos, sin reprimirlos ni violarlos, sino cuidándolos y disfrutándolos. La belleza no hacía feliz al que la tenía, sino al que sabía amarla y venerarla.
Aparentemente existían muy diversos sentimientos, pero en el fondo todos eran uno. A cualquiera de ellos puede llamársele voluntad o cualquier otra cosa. Yo lo llamo amor. La dicha es amor y nada más. El que es capaz de amar es feliz. Todo movimiento de nuestra alma en el que ésta se sienta a sí misma y sienta la vida, es amor. Por tanto es dichoso aquel que ama mucho. Sin embargo, amar y desear no es exactamente lo mismo. El amor es deseo hecho sabiduría; el amor no quiere poseer, sólo quiere amar. Por eso también era feliz el filósofo que mecía en una red de pensamientos su amor al mundo y que lo envolvía una y otra vez con su red amorosa. Pero yo no era filósofo».

TOMADO DE: Obstinación. H. Hesse. Alianza Editorial. Madrid,  España, 2004.250 pp

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NI BUDA NI PEST, ¿Y TAMPOCO NADIA? OMAR GONZÁLEZ

I

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San Antonio de las Vueltas

Cuando yo era niño, mis expectativas de viajar, si acaso, llegaban hasta Caibarién, cuyas playas visitábamos una vez al año, generalmente en agosto. El resto del tiempo, mi hermano y yo lo pasábamos en la escuela o en la casa, y los domingos a veces íbamos al río y al terreno del Mamey, donde jugaban béisbol los mayores. Excepcionalmente, mi padre nos llevaba al poblado de San Antonio de las Vueltas, específicamente al almacén de los Álvarez, donde nos compraba la ropa y los zapatos del año, y a la tienda de los gallegos Bonifacio y Manolín, ambas en la calle Manuel Herrada, donde adquiría sogas, clavos, herraduras y otros útiles indispensables para el trabajo agrícola y para lidiar con los animales de tiro. Si se trataba de arreglar un sombrero, nos íbamos a ver a Firpo, que era un maestro en devolverle su lozanía a un Borsalino venido a menos por el uso y por los años. Y si lo que estábamos buscando era algo muy exclusivo –un berbiquí o una argolla de narigón, por ejemplo–, entonces nos llegábamos hasta La Bomba, en la calle Quintero, una ferretería bastante bien provista, donde vendían la cal y los pigmentos con que mi madre solía pintar la casa una vez al año, siempre en diciembre. Su dueño era el gordo José Miguel González, tío de Coqui, quien, con el paso del tiempo, se convertiría en médico y en uno de mis mejores y más leales amigos.

Tal era mi noción del mundo y de las distancias que nos separaban de otros lugares en aquellos momentos; tal mi inocente mirada del universo. Y así fue hasta que, no sin cierta reticencia de mis padres, sobre todo de mi mamá, me decidí a participar en la Campaña Nacional de Alfabetización, en 1961, y fui al adiestramiento en Varadero, junto a miles de jóvenes y adolescentes de toda Cuba. Entonces comprendí, mientras lloraba de nostalgia en un balcón de los edificios Granma, que las luces de Cárdenas que yo veía no eran precisamente las de Vueltas y que mi casa estaba tan lejos que era imposible llegarme hasta ella para que mi madre me hiciera un cuento y yo pudiera dormirme. Allí fue donde vi, por segunda vez en mi vida, a una mujer desnuda –ahora en una revista que algún turista americano había dejado abandonada debajo del colchón de mi cama–; donde hice los primeros amigos que tuve en otras provincias, las primeras zambullidas a mar abierto, y donde me gané más de un regaño por quedarme en el agua sin saber cómo llegar al albergue, en medio de la noche y del bullicio de los bebedores más exaltados. Seguir leyendo NI BUDA NI PEST, ¿Y TAMPOCO NADIA? OMAR GONZÁLEZ

DUELO POR BEATRIZ PALACIOS. OMAR GONZÁLEZ

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La cineasta boliviana Beatriz Palacios

El 20 de julio de 2003, mientras viajaba en el avión que la llevaría desde La Paz a La Habana, luego de una breve escala en México, falleció la cineasta y luchadora social boliviana Beatriz Palacios, quien fuera compañera, durante más de 28 años, del realizador Jorge Sanjinés, también boliviano.  

Dado su delicado estado de salud, Beatriz había decidido someterse a un tratamiento médico en Cuba. Lamentablemente, la situación se había tornado a tal punto irreversible, que no pudo llegar a tiempo al encuentro con los médicos. Sus restos fueron sepultados por voluntad expresa de Sanjinés y de la propia Beatriz, en el Cementerio Colón, en la capital cubana.  

Recuerdo que aquellos días fueron de hondo pesar para la intelectualidad latinoamericana y para los revolucionarios del continente, particularmente en el caso de Bolivia y Cuba, donde estábamos estrechamente ligados a Beatriz y, por supuesto, a Jorge, su entrañable compañero.

A continuación, reproduzco las palabras que pronuncié en el sepelio, donde también hablara Sanjinés. (OG)

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Beatriz y Jorge

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Querido hermano y maestro Jorge Sanjinés:

Beatriz Azurduy Palacios muere y una montaña se derrumba. Hoy somos otros sin dejar de ser los mismos. Hay vacíos que la vida únicamente llena con ese misterio que provoca el amor. Si Beatriz estaba, nada ni nadie le eran indiferentes. Su ley fue servir y servir, y su palabra el derrotero para siempre llegar. Jamás la vimos triste, siempre fue la esperanza. Los que la conocimos en sus viajes a Cuba, la recordaremos sencillamente infatigable, como si todo lo supiera, como si el porvenir ya fuera su pasado; los que compartieron con ella años de gesta y fundación, como Jorge y otros compañeros, deben sentir que les falta una estrella y que ahora el camino les será más difícil sin el esplendor de su rebeldía insobornable. Beatriz Azurduy Palacios, digo, y se abre una puerta; Beatriz, pienso, y se me estruja el alma. Torrencial y humana, eléctrica y andina; pequeña como una semilla de plata, sus ojos eran una lección de Historia. Si a Cuba la acosaban, de La Paz nos llegaba, siempre, un mensaje de aliento.

Eran Beatriz y Jorge como una sola voz. Rotundo el SÍ, más allá del peligro y de la inútil conjura de nuestros aguafiestas. Ahora mismo, sus nombres se entrelazan al pie de un llamamiento en defensa de Cuba y sus derechos. Viajan juntos, como durante los veintiocho años en que lo sacrificaron todo, absolutamente todo, para ser felices y hacer realidad un proyecto cultural de trascendencia universal: el surgimiento del nuevo cine latinoamericano también en Bolivia. De ahí que en gran parte de la obra de Jorge, no sea difícil encontrar el nombre de Beatriz, arropándolo en la osadía de una verdadera epopeya cultural. Su eticidad y sus méritos artísticos le permitieron ascender hasta la vanguardia de importantes instituciones cinematográficas y sociales de su país y de nuestro Continente.

Fue miembro del célebre Comité de Cineastas de América Latina, fundadora e integrante del Consejo Superior de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, directora de la Escuela Andina de Cinematografía, representante de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en su país natal, y formó parte de la directiva del Movimiento del Nuevo Cine y Video Bolivianos. De igual modo, fungió como asesora de la Federación de Mujeres Campesinas de Bolivia, una organización de incuestionable vocación emancipadora. Su prestigio ante la intelectualidad de nuestro país, motivó que, en 1999, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba reconociera su trayectoria artística y revolucionaria y le rindiera merecido homenaje.

Y es que entre la vida y la obra de Beatriz nunca se dio esa estéril separación que, a pesar de las incontables pruebas, aún prefigura el destino de cierta intelectualidad tipificada como de izquierda, cuyo comportamiento suele ser tan frívolo y desconcertante que hace toda clasificación inviable. Beatriz fue diferente, fue fiel a su pueblo y a sí misma, y alcanzó en vida la gloria de saberse digna, leal y respetada más allá de los suyos.

No hay triunfo mayor que el de lograr la plenitud moral, y ella la conquistó en medio de las peores y más hostiles circunstancias: una mujer aymara en la cima cultural de nuestra América. Por eso es ya inolvidable. Sus trabajos y sus días en el Grupo Ukamau así lo atestiguan. Los resultados de su obra artística enaltecen a la cultura de su patria más íntima, Bolivia. Su peregrinaje por comunidades indígenas, fábricas, minas, lugares inhóspitos e insalubres, abandonados y preteridos, huérfanos de imagen y, por lo tanto, de historia, a pesar de su Historia, constituye un ejemplo difícilmente igualable en el contexto de la cinematografía mundial. Y al tiempo que enseñaba las claves de los nuevos lenguajes e ingenios artísticos, dejaba constancia audiovisual del rostro y la cultura de miles de hombres y mujeres de su pueblo. Anónimos todos; como si ella fuera lo que realmente era, su cronista y su descubridora.

Ah, Beatriz, adánica Beatriz en paisajes dantescos, tanto que hiciste en tan breve tiempo. Otros dirán que te nos vas, pero tu determinación de venir a acompañarnos precisamente en esta hora, tiene el valor de los símbolos; es una señal inequívoca de la hermandad de nuestros pueblos de América, de la vitalidad de tu memoria.

Bolivianos y cubanos visitaremos el lugar donde reposas, no para decirte adiós, sino para confesarte y preguntarte cómo será el futuro. Y tú, leyenda o flor, lo vivirás también. Ahora, como lo deseabas, te despediremos con la música ancestral de tu alegría. Y todo para no llorarte, para cantar contigo. Porque tú eres simiente y eres toda la vida.

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Jorge y Beatriz

HASTA AQUÍ EL POST DEL AUTOR DEL BLOG.

EL ENCUENTRO DE TAMAÑOS ESCRITORES. ALFREDO BRYCE ECHENIQUE

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Augusto Monterroso y Julio Cortázar Managua, 1981

El escritor guatemalteco Augusto Monterroso es tan chiquito pero tan chiquito, que de él dicen sus amigos, en México, que no le cabe la menor duda. La frase, creo, es del extraordinario escritor e historiador peruano José Durand, hoy en día profesor de la Universidad de Berkeley, pero que hace muchos años residió en México y entabló amistad con el tamaño pequeño y la estatura gigante de Augusto “Tito” Monterroso, pues en México vive exiliado desde hace muchos años el escritor más chiquito que mis ojos hayan podido ver. Refiriéndose al tamaño de su amigo José Durand, e interrogado a menudo sobre estos asuntos de estatura y peso, responde Monterroso:
– Pues a Durand me lo paso por alto.
Y así hay escritores de muy distintos pesos y estaturas pero, cuando son grandes escritores, todos tienen un sexto sentido que les permite reconocerse y quererse y hasta plagiarse, sin querer, a larga distancia.
Conversaba una tarde con Augusto Monterroso, en la ciudad de México, donde me hallaba de visita, y le había estado contando durante largo rato la alegría que me había dado conocer, en París, al gran escritor más alto que me ha tocado conocer: Julio Cortázar. Y le seguía contando a Tito lo bueno y sencillo que era Julio, la forma increíble que tenía de no tomarse en serio, y cómo en cambio se tomaba muy en serio aquello de beberse cada mañana un pastis con el cartero que le traía centenares de cartas de lectores del mundo entero, que Cortázar respondía infaliblemente con una generosidad y sencillez que lindan en la verdadera y santa paciencia. De pronto, Tito me puso una de esas caras pícaras e inteligentes y, en voz muy baja, me preguntó:
– ¿Pero Cortázar existe, Alfredo?
– Ya lo creo que existe Tito – le dije, extendiéndome en inútiles detalles de probación.
– O sea que Cortázar sí existe…
– Ya lo creo, Tito.
– Caramba, con que existe… Porque lo único que he hecho yo en mi vida es plagiar a Julio Cortázar.
Un año después comía con Julio Cortázar en su departamento parisino y me contó que estaba haciendo maletas para partir a México.
– Allá tienes que conocer a Agustito Monterroso – le dije.
– ¿Monterroso? Pero, ¿Monterroso, existe?
– Ya lo creo, Julio, y déjame que te busque su dirección en México, que la tengo ahí en mi saco.
Me disponía a traerle la dirección, cuando escuché que Julio exclamaba:
– ¡Pero si lo único que he hecho yo en mi vida es plagiar a Monterroso!
Y pocas semanas después recibí de México una extraordinaria caricatura que celebra el encuentro de tamaños escritores. Cuelga en la pared de mi despacho y, si no fuera porque estos recuerdos los estoy escribiendo en Texas, habría alzado la vista y me habría regodeado mirando, como a menudo suelo hacer, a un escritor que cada año crecía un centímetro, hasta su muerte, Julio Cortázar, y a un escritor que crece y crece pero sólo en el recuerdo de los amigos y lectores de Augusto Monterroso.

De: Permiso para vivir

MEMORIAS DE LA REVOLUCIÓN. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

No es imprescindible haber vivido aquellos días y noches del umbral de la Revolución Cubana para emocionarse y festejar con esta crónica de Gabo, probablemente la mejor que se haya escrito jamás sobre tal tema; sin embargo, evocarlos desde las vivencias –así sean las de un niño campesino entonces alejado de La Habana–, me complace hasta las lágrimas. No es sólo la nostalgia, es también el paso de la vida ante mis ojos. (OG) 

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«El sueño», Foto: Raúl Corrales

MEMORIAS DE LA REVOLUCIÓN / GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Antes de la Revolución no tuve nunca la curiosidad de conocer Cuba. Los latinoamericanos de mi generación concebíamos a La Habana como un escandaloso burdel de gringos donde la pornografía había alcanzado su más alta categoría de espectáculo público mucho antes de que se pusiera de moda en el resto del mundo cristiano: por el precio de un dólar era posible ver a una mujer y un hombre de carne y hueso haciendo el amor de veras en una cama de teatro. Aquel paraíso de la pachanga exhalaba una música diabólica, un lenguaje secreto de la vida dulce, un modo de caminar y vestir, toda una cultura del relajo que ejercía una influencia de júbilo en la vida cotidiana del ámbito del Caribe. Sin embargo, los mejor informados sabían que Cuba había sido la colonia más culta de España, la única culta de verdad, y que la tradición de las tertulias literarias y los juegos florales permanecía incorruptible mientras los marineros gringos se orinaban en las estatuas de los héroes y los pistoleros de los presidentes de la república asaltaban los tribunales a mano armada para robarse los expedientes. Al lado de La Semana Cómica, una revista equívoca que los hombres casados leían en el baño a escondidas de sus esposas, se publicaban las revistas de arte y letras más sofisticadas de América latina. Los folletines radiales en episodios que se prolongaban durante años interminables y que mantenían anegado en llanto al continente, habían sido engendrados junto al incendio de girasoles de delirio de Amalia Peláez y los hexámetros de mercurio hermético de José Lezama Lima. Aquellos contrastes brutales contribuían a confundir mucho más que a comprender la realidad de un país casi mítico cuya azarosa guerra de independencia aún no había terminado, y cuya edad política, en 1955, era todavía un enigma imprevisible.

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El poeta Nicolás Guillén.

Fue ese año, en París, cuando oí por primera vez el nombre de Fidel Castro. Se lo oí al poeta Nicolás Guillén, quien padecía un destierro sin esperanzas en el Gran Hotel Saint Michel, el menos sórdido de una calle de hoteles baratos donde una pandilla de latinoamericanos y argelinos esperábamos un pasaje de regreso comiendo queso rancio y coliflores hervidas. El cuarto de Nicolás Guillén, como casi todos los del Barrio Latino, eran cuatro paredes de colgaduras descoloridas, dos poltronas de peluche gastado, un lavamanos y un bidet portátil y una cama de soltero para dos personas donde habían sido felices y se habían suicidado dos amantes lúgubres de Senegal. Sin embargo, a veinte años de distancia, no logro evocar la imagen del poeta en aquella habitación de la realidad, y en cambio lo recuerdo en unas circunstancias en que no lo he visto nunca: abanicándose en un mecedor de mimbre, a la hora de la siesta, en la terraza de uno de esos caserones de ingenio azucarero de la espléndida pintura cubana del siglo XIX. En todo caso, y aun en los tiempos más crueles del invierno, Nicolás Guillén conservaba en París la costumbre muy cubana de despertarse (sin gallo) con los primeros gallos, y de leer los periódicos junto a la lumbre del café arrullado por el viento de la maleza de los trapiches y el punteo de guitarras de los amaneceres de Camagüey. Luego abría la ventana de su balcón, también como en Camagüey, y despertaba la calle entera gritando las nuevas noticias de la América latina traducidas del francés en jerga cubana.  Seguir leyendo MEMORIAS DE LA REVOLUCIÓN. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

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