Para (Dziga) Vértov, la selección y la edición eran inseparables de la mirada*. Mirar era una actividad mental además de óptica, un modo de recoger información objetiva y aprender la verdad de las cosas. Para su contemporáneo Lev Kulechov, por el contrario, el mirar era subjetivo. Podía incluso decirse que le gasta bromas a uno. De acuerdo con el efecto Kulechov, la relación entre un plano y otro supera al contenido real de cada uno de ellos. En un célebre experimento de percepción, Kulechov obtuvo un plano del rostro inexpresivo y neutro del actor soviético (Iván) Mosjoukine y, de acuerdo con el director soviético Pukovkin, editó junto con una serie de planos distintos: un tazón de sopa humeante, un ataúd, un niño jugando con un peluche. Para el espectador el rostro de Mosjoukine parecía registrar satisfacción, dolor o alegría, dependiendo de la imagen a la que aparentemente estuviese reaccionando. El propio Kulechov describió el experimento de un modo algo distinto:
“Tuvimos una disputa con cierto actor famoso al que le dijimos: imagina esta escena: un hombre, sentado en la cárcel durante mucho tiempo, tiene hambre porque no le dan nada de comer; le traen un tazón de sopa, queda encantando, y la engulle. Imagina otra escena: a un hombre encarcelado le dan comida, le dan bien de comer, todo lo que quiere, pero ansía su libertad, ver los pájaros, la luz del sol, las casas, las nubes. Se le abre una puerta. Lo conducen a la calle, y ve pájaros, nubes, el sol y casas y se muestra extremadamente satisfecho con la vista. Y entonces preguntamos al actor: ¿parecería el rostro que reacciona a la sopa y el rostro que reacciona al sol igual en el cine, o no? Nos respondió con desdén: cualquiera tiene claro que la reacción a la sopa y la reacción a la libertad será totalmente distinta.
Entonces rodamos estas dos secuencias, e independientemente de cómo cambiase las tomas y cómo se examinasen, nadie era capaz de percibir diferencias en el rostro de este actor, a pesar de que su actuación en cada toma era absolutamente distinta […] Aun así [llegaba] al espectador del modo que el editor pretendía, porque el propio espectador completa la secuencia y ve lo que el montaje le sugiere.”(17)
El cine, en otras palabras, nos gasta bromas extrañas. Para Kulechov, el contenido de la mirada estaba de hecho determinado por la edición: el espectador veía lo que el editor pretendía, no lo que el rostro transmitía cuando se veía de manera aislada o lo que expresaba a quienes se encontraban en el plató mientras se rodaba la escena. Muchos años después, este mismo experimento lo describe Merleau-Ponty en Les Temps Modernes, si bien atribuyéndolo equivocadamente a (Vsévolod Ilariónovich) Pudovkin.
“Lo primero que uno captaba era que Mosjoukine parecía mirar al tazón, a la joven [dentro de un ataúd] y al niño [con el peluche], y a continuación uno captaba [en la nueva edición] que miraba pensativamente al plato, que tenía expresión de lástima al mirar a la mujer, y que tenía una sonrisa resplandeciente para el niño.”
Merleau-Ponty concluye que «por lo tanto, el significado de un plano depende de lo que lo precede en la película, y esta sucesión de escenas crea una nueva realidad que no constituye la mera suma de sus partes»(18). En otras palabras, el plano de la reacción está determinado por el plano desde el punto de vista. Vemos o parecemos ver la reacción adecuada a lo que acaba de ser mirado. Lo que esto supone, en mi opinión, es que vemos en el rostro del otro al que estamos mirando la reacción que imaginamos que nosotros habríamos tenido si hubiéramos estado mirando el mismo objeto. Esto nos devuelve, seguramente, a Kojève: deseamos lo que otro desea, por lo tanto, si vemos al otro desear sopa, reconocemos en la mirada neutral el placer que nosotros sentiríamos. Nuestra percepción está determinada por nuestra relación transitiva con el otro, no refleja lo que de hecho nos habían mostrado. La percepción, como podría decir Lacan, existe en el ámbito de la imaginación, no en el real.
Estados Unidos abrió el siglo con la ilusión de que iniciaba un “New American Century”, según el manifiesto del think tank “New Cityzenship Project”. La realidad lo refutó. Global Trends 2012 preveía un crecimiento exponencial de la clase media. Pero proporciones cada vez mayores de ésta se abisman en la pobreza y la marginalidad, creando la “basura blanca” que votó por Trump. Por falta de un sistema de salud adecuado, EEUU tiene el mayor índice de contagios y defunciones por Covid. Según la Reserva Federal, 1 % de las familias concentra el 38,6% de la riqueza del país. Cerca de cuarenta millones de personas están bajo el nivel de pobreza; el número de pobres afrodescendientes duplica el de blancos y sus ingresos por familia son la mitad de los de éstos. Su sistema carcelario confina 1,3 millones de personas: es porcentualmente el más poblado del mundo, el 33% de sus reclusos son afrodescendientes, su tasa de encarcelamiento es 6 veces mayor que la de blancos, y las cárceles son campos de trabajos forzados privados para beneficio de las corporaciones. El racismo dificulta la integración de morenos, hispanos, asiáticos, europeos: de todo lo diferente. Los segregados protagonizan motines, cada vez más masivos, frecuentes y generalizados.
Economía
Estados Unidos impuso su hegemonía obligando en 1944 en los Acuerdos de Breton Woods a los demás países a mantener sus reservas monetarias en dólares. Logró así hasta hoy pagar sus compromisos imprimiendo un papel verde que desde 1974 no tiene más respaldo que la amenaza, y obligando a los productores de petróleo a vender sus hidrocarburos en esa divisa. Pero el dólar pierde terreno ante el yen, parcialmente respaldado en oro. Global Trends 2012 preveía que la economía china superaría a la estadounidense hacia 2020. Pero en octubre de 2014 el FMI reconoció que la República Popular China era la primera economía del mundo, con un PIB de 17,6 billones de dólares, que superaba los 17,4 billones del de Estados Unidos. (Para los anglosajones un billón es un millón de millones). Esa tendencia no era reversible, y aventajaría a otras economías cada vez más. Así como relojes y automóviles estadounidenses fueron desplazados por los europeos y los asiáticos, sus restantes mercancías dejan progresivamente de ser competitivas, al punto de que Donald Trump intentó impedir las importaciones de China con impuestos proteccionistas, y se retiró de Tratados de Libre Comercio con el Pacífico y con México. La Deuda Pública de Estados Unidos sobrepasa el monto de su PIB anual: éste sufre una caída desde 2,2% en 2019 hasta -3,5% en 2020, mientras el de China crece hasta 4,9% para el tercer trimestre de ese año. Los capitalistas yankis invierten en el exterior, evaden impuestos en Paraísos Fiscales, y no repatrian ganancias. La especulación financiera provoca crisis cada vez más devastadoras, como la de 2008 y la actual. La economía deviene inviable. Como señala Paul Craig Roberts, esta declinación operó por la salida al exterior de capitales hacia China y otros países: “El Offshoring sirvió a los intereses de los ejecutivos corporativos y los accionistas. Los costos del trabajo más bajos elevaron los beneficios, los bonos de los ejecutivos y los precios de las acciones, resultando en beneficios capitales para los accionistas. Estas ganancias fluyeron sólo hacia un pequeño porcentaje de la población. Para todos los demás estos atesorados beneficios impusieron costos externos muy superiores a los réditos. La fuerza de trabajo norteamericana fue devastada, y también la base tributaria de las ciudades, los Estados y el Gobierno Federal. La clase media se encogió” (Paul Craig Roberts: The Failure of Laissez Faire Capitalism, Clarity Press, 2013). La economía de la especulación suplantó a la productiva.
Diplomacia
Estados Unidos usurpó la hegemonía planetaria gracias a su comando militar de las fuerzas de la Alianza Atlántica en la Segunda Guerra Mundial. La ONU funcionó como su instrumento, al punto de que se permitió retrasar durante décadas la admisión de la República Popular China. Europa devino continente ocupado por los ejércitos de la OTAN; el resto del mundo quedó amenazado por cerca de un millar de bases estadounidenses, los países productores de hidrocarburos intervenidos. Esta prepotencia no tardaría en suscitar respuestas en la creación de un Movimiento de los No Alineados, en la de la OPEP, que la castigó con embargos energéticos, en varias revoluciones del Tercer Mundo y en la creación de uniones de países latinoamericanos y caribeños disidentes: Mercosur, ALBA, la Celac, Unasur. Poderosas organizaciones, como la ASEAN, agrupan en forma independiente a los países asiáticos donde reside el 60 % de la población mundial.
Política
¿Qué decir de un país que se dice campeón de la democracia, en donde acostumbra a proclamar Presidente al candidato que ha obtenido menos votos la maquinaria vetusta y oligárquica de la elección en segundo grado por colegios electorales? ¿Cómo entender que una elección presidencial tarde semanas y hasta meses en arrojar resultados, y que el supuesto perdedor amenace decidirla convocando turbas violentas contra las instituciones? ¿Será creíble que se autoproclame defensor de la libertad de expresión un gobierno que no tolera que un Snowden o un Assange informe a la opinión sobre sus crímenes de guerra? ¿Que se presente como modelo institucional un poder legislativo que autorizó la entrega de sumas de dinero o más bien sobornos a sus propios parlamentarios? ¿Que intenta condenar a otros por violación de los Derechos Humanos un gobierno que no ha suscrito un solo tratado que lo someta a los organismos internacionales en la materia?
Estrategia
A pesar de su formidable gasto armamentista, que supera por sí solo el de todos los demás países del planeta juntos, Estados Unidos perdió la hegemonía militar. El gasto del complejo militar industrial mantiene el empleo y la industria, pero produce bienes que no pueden ser consumidos y concentra todavía más la riqueza en las grandes empresas. En Estados Unidos hay más armas de fuego privadas que habitantes. Desde fines del siglo pasado la resistencia a la recluta le impuso crear un ejército de mercenarios con sus propias marginalidades y las de otros países. Pero la aviación y la cohetería rusa son actualmente las más avanzadas del mundo; China dispone de la flota más poderosa. Sin embargo, sigue empantanado Estados Unidos en la “Forever War” eterna sucesión de intervenciones que no son más que confesión de su impotencia para imponer la hegemonía por otro medio que la fuerza bruta, y en las medidas coercitivas unilaterales, estrategia que consiste en aplicar la extorsión cuando ha fracasado la economía. Este sobredimensionado gasto militar se hace a costas del resto de la economía. En entrevista publicada por la revista Newsweek, el ex presidente Jimmy Carter manifestó a Donald Trump: «Yo normalicé las relaciones diplomáticas con Beijing en 1979. Desde esa fecha, ¿sabes cuántas veces China ha entrado en guerra con alguien? Ni una sola vez, mientras que nosotros estamos constantemente en guerra. Estados Unidos es la nación más guerrera en la historia del mundo porque quiere imponer estados que responden a nuestro gobierno y los valores estadounidenses en todo occidente, controlar las empresas que disponen de recursos energéticos en otros países. China, por su parte, está invirtiendo sus recursos en proyectos como ferrocarriles, infraestructura, trenes bala intercontinentales y transoceánicos, tecnología 6G, inteligencia robótica, universidades, hospitales, puertos, edificios y trenes de alta velocidad en lugar de utilizarlos en gastos militares.
«¿Cuántos kilómetros de trenes de alta velocidad tenemos en este país?
«Hemos desperdiciado $ 300 billones en gastos militares para someter a países que buscaban salirse de nuestra hegemonía. China no ha malgastado ni un centavo por la guerra, y es por eso que nos supera en casi todas las áreas. Y si hubiéramos tomado $ 300 billones para instalar infraestructuras, robots, salud pública en los EE.UU., tendríamos trenes bala transoceánicos de alta velocidad. Tendríamos puentes que no colapsen, sistema de salud gratis para los estadounidenses, no se infectarían miles de estadounidenses más que cualquier país del mundo por el COVID-19. Tendríamos caminos que se mantengan adecuadamente. Nuestro sistema educativo sería tan bueno como el de Corea del Sur o Shanghái».
Cultura
El aparato comunicacional de Estados Unidos difundió por todo el mundo su industria cultural, intentando posicionarla como cultura universal. A fines del siglo pasado, de cada tres películas que se exhibían en Europa, dos eran estadounidenses. Pero su sistema de Educación Superior es esencialmente privado, reservado para los pudientes. Quizá por ello desde hace medio siglo la potencia del Norte no origina una sola ideología, un solo movimiento estético de resonancia universal. Pierde pie incluso en el campo de la ciencia y la innovación tecnológica. Una simple pandemia, que otros países combaten exitosamente, la rinde con el mayor porcentaje y número de contagiados y muertos en todo el planeta. Gran parte de sus avances hacia mediados del siglo XX, como las armas nucleares y la exploración del espacio, se debieron a científicos o técnicos importados: Leo Szylard, Albert Einstein, Werner von Braun. Sus logros en informática se concentraron en producir en masa y a costos accesibles artilugios previstos por científicos europeos como Kurt Godel, David Hilbert, Alan Turing. Actualmente libra una competencia sin esperanzas con China por el dominio de las plataformas 5G y 6G y la inteligencia artificial fuerte.
El fin
El fin de la hegemonía es inminente, pero no inmediato. No nos atemos al cuello las piedras de molino neoliberales que han ahogado a la que fue la primera potencia de la tierra. Dejemos a los neoliberales sepultarse en la tumba que ellos mismos se han cavado: no se nos ocurra enterrarnos con ellos. Para sobrevivir, aprovechemos los resquicios de la lucha entre potencias. Queremos liberarnos de la hegemonía, no sustituirla.
La pandemia y reclusión forzosa me posibilitaron ponerme al día con muchas lecturas, escribir a diario (pronto les diré las sorpresas que se vienen) y organizar mis archivos y carpetas, recuperando de ese modo documentos y escritos varios, entre ellos algunos “papers” presentados en congresos científicos. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, perdida en el fondo de una caja con libros que estaba a punto de donar, me encontré con una carpeta que decía “La izquierda chilena: 1970”. Me abalancé sobre ella, la abrí y en su interior hallé varios documentos que había dado por perdido a causa de mis numerosas mudanzas, dentro y fuera del país, amén de algunas rupturas matrimoniales que siempre perturban el orden de archivos y bibliotecas. Entre ellos se encontraba el original -en inglés porque lo debía presentar al Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA), en Munich, 1970- de un artículo de 33 carillas titulado “Political Mobilization and Political Crisis in Chile, 1920-1970” y publicado como Documento de Trabajo Nº 17 de la Escuela de Ciencia Política de la FLACSO/Chile. En esa misma carpeta encontré otra joya: el trabajo de un académico estadounidense, Miles Wolpin, al cual me referiré más abajo.
El hallazgo de aquel original, escrito a mediados de 1970, me llenó de alegría porque ese era el sustento fundamental de mi pronóstico sobre la victoria electoral de Allende en las elecciones fijadas para el 4 de septiembre de ese año. La tesis se formulaba de este modo. Si en las inminentes elecciones presidenciales se mantenía la competencia a tres bandas: Allende, Alessandri y Tomic, las probabilidades de un triunfo de la Unidad Popular aumentaban considerablemente. Esta predicción se apoyaba en una minuciosa compilación y análisis de una serie de datos longitudinales sobre el comportamiento político de la ciudadanía chilena a lo largo de cincuenta años y en una atenta lectura de la historia económica, social y política de ese país a lo largo del siglo veinte
Durante los meses previos a las elecciones esta tesis era vista por mis amigos y compañeros de la izquierda, militantes de la Unidad Popular, como insanablemente errónea. Hacían un intenso trabajo de base, pero prevalecía en muchos ellos el espíritu de la derrota. En más de una ocasión se me dijo, fraternalmente, que lo mío era una extravagancia personal, un caso extremo de pensamiento ilusorio (“wishful thinking”), un espejismo que me hacía ver y esperar lo que quería con todas mis fuerzas que ocurriese pero, lamentablemente, no iba a ocurrir. Si bien yo estaba, como siempre, abierto a discutir mis ideas el pesimismo que imbuía a gran parte de la cultura de la izquierda chilena me resultaba exasperante y chocaba frontalmente con mi arraigado optimismo de la voluntad, para decirlo en términos gramscianos. Claro que aquella actitud crítica de tantos compañeros no era caprichosa. Reflejaba la fundada desconfianza que ellos tenían acerca de la neutralidad de las autoridades electorales chilenas ante la candidatura de Allende y el papel conservador del Congreso Pleno que debería dar su veredicto entre las dos primeras minorías en caso de que ninguno obtuviese la mayoría absoluta de los votos. A ello se sumaba el desembozado, obsceno, involucramiento de “la embajada” en la campaña electoral volcando millones de dólares y un ejército de “asesores” y ONGs para la candidatura de Jorge Alessandri y los efectos de una pionera campaña de terrorismo mediático -liderada por El Mercurio y el Canal 13 de la Universidad Católica- que auguraban un futuro apocalíptico en caso de que el “cómplice” y émulo de Fidel llegase a La Moneda. En esa época no se hablaba de Venezuela pero siempre había un infierno a mano para refregar en la cara de los votantes. Y en esos años era Cuba.
Para colmo, un extenso trabajo de investigación del ya citado Miles Wolpin, originalmente publicado en la revista Foro Internacional (México) en su edición de Julio-Septiembre de1968 y reproducido en Mayo de 1969 nada menos que por Pensamiento Crítico, la gran revista teórica cubana, argumentaba que había “factores estructurales” que impedirían la victoria de la izquierda en 1970. Su artículo fue reproducido poco después en la prestigiosa revista chilena Punto Final, material de consulta obligada para todos quienes luchábamos contra la derecha y el imperialismo en Chile. La edición del 30 de septiembre de 1969, a menos de un año de la elección, venía acompañada de una separata especial; nada menos que el artículo de Wolpin, cuyo facsímil de la primera página acompaña esta nota. La última parte de su ensayo remataba con un diagnóstico apabullante, sombrío, casi diríamos fúnebre. La izquierda tropezaría con una imposibilidad estructural de triunfar porque “la alineación de los medios de comunicación; el papel anticomunista de la Iglesia Católica; la disparidad de los recursos para financiar campañas; la autoridad congresional para elegir al presidente; … la probabilidad de intervención militar; la extensión y variedad de la inversión probable de EEUU dentro del ‘abierto’ sistema sociopolítico chileno y ciertos patrones de la opinión pública … movilizarían la preferencia del electorado” en contra de la izquierda. El impacto de esa nota, cuando la publicó Punto Final, fue enorme, un baldazo de agua helada para la fervorosa militancia entre la cual me contaba y la confirmación de sus peores presagios.
El poder tiene formas muy diferentes de manifestación. La más indirecta e inmediata se exterioriza como negación de la libertad. Esta capacita a los poderosos a imponer su voluntad también por medio de la violencia contra la voluntad de los sometidos al poder. El poder no se limita, no obstante, a quebrar la resistencia y a forzar a la obediencia: no tiene que adquirir necesariamente la forma de una coacción. El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo de forma ruidosa.
El poder, sin duda, puede exteriorizarse como violencia o represión. Pero no descansa en ella. No es necesariamente excluyente, prohibitorio o censurador. Y no se opone a la libertad. Incluso puede hacer uso de ella. Solo en su forma negativa, el poder se manifiesta como violencia negadora que quiebra la voluntad y niega la libertad. Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad.
El poder disciplinario no está dominado del todo por la negatividad. Se articula de forma inhibitoria y no permisiva. A causa de su negatividad, el poder disciplinario no puede describir el régimen neoliberal, que brilla en su positividad. La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre.
Ineficiente es el poder disciplinario que con gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con preceptos y prohibiciones. Radicalmente más eficiente es la técnica de poder que cuida de que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación. Quiere activar, motivar, optimizar y no obstaculizar o someter. Su particular eficiencia se debe a que no actúa a través de la prohibición y la sustracción sino de complacer y colmar. En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes.
El poder inteligente, amable, no opera de frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. Es más afirmativo que negador, más seductor que represor. Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades.
El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias; esto es, contar nuestra vida. Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda visibilidad. La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota. Se elimina la decisión libre en favor de la libre elección entre distintas ofertas.
El poder inteligente, de apariencia libre y amable, que estimula y seduce, es más efectivo que el poder que clasifica, amenaza y prescribe. El botón de Me gusta es su signo. Uno se somete al entramado de poder consumiendo y comunicándose, incluso haciendo Clic en el botón de Me gusta. El neoliberalismo es el capitalismo del Me gusta. Se diferencia sustancialmente del capitalismo del siglo XIX, que operaba con coacciones y prohibiciones disciplinarias.
El poder inteligente lee y evalúa nuestros pensamientos conscientes e inconscientes. Apuesta por la organización y optimización propias realizadas de forma voluntaria. Así no ha de superar ninguna resistencia. Esta dominación no requiere de gran esfuerzo, de violencia, ya que simplemente sucede. Quiere dominar intentando agradar y generando dependencias. La siguiente advertencia es inherente al capitalismo del Me gusta: Protégeme de lo que quiero.
* Texto del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por primera vez en su libro Psychopolitik.
El 26 de noviembre de 2017, el novelista norteamericano Paul Auster inauguró el Salón de Literatura de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, donde recibió la medalla Carlos Fuentes. Estas fueron sus palabras entonces.
Siempre que pienso en Edgar Allan Poe, la primera imagen que me viene a la cabeza es la de la ceremonia inaugural de su tumba en Baltimore en 1875. Poe había muerto en 1849, veintiséis años antes, y como todo el mundo sabe, las circunstancias de su muerte fueron bastante horribles y misteriosas: los últimos y tristes años de su vida, que incluyeron el fallecimiento de su mujer, la finalización de su obra maestra, Eureka, más la desesperada y patética búsqueda de una nueva esposa —numerosas proposiciones a mujeres a todo lo largo de la Costa Este, todas ellas rechazadas— y luego un viaje a Richmond, en Virginia, el lugar donde había pasado la juventud, para dar una conferencia que fue bien acogida y que le sirvió de estímulo para empezar a pensar en instalarse en su ciudad natal, y por último, la extraña e inexplicable borrachera en Baltimore, donde murió en el arroyo a los cuarenta años. Todos esos hechos son bien conocidos, pero no tanto lo que ocurrió después. La tumba en la que enterraron a Poe permaneció sin nombre durante varios años. Finalmente, uno de sus primos, Neilson Poe, consiguió dinero para encargar una lápida; pero entonces, en uno de esos giros que el propio Poe podría haber imaginado, la lápida casi terminada quedó hecha añicos cuando un tren descarriló y cayó en el taller del marmolista que llevaba a cabo el trabajo.
Neilson no podía pagar otra lápida, de modo que el pobre Poe languideció en su anónima fosa durante dos décadas más. A medio camino de ese purgatorio, un grupo de maestros de Baltimore empezó a recaudar dinero para una segunda lápida, y al cabo de diez largos años la losa quedó finalmente acabada. Para celebrar el acontecimiento —después de exhumar y volver a enterrar los restos de Poe—, se ofició una ceremonia en el instituto Western Female de Baltimore. Se invitó a los principales poetas norteamericanos de la época pero, uno por uno, todos acabaron declinando la invitación: Longfellow, Holmes, Whittier y otros cuyos nombres ya han pasado al olvido. Al final, solo un poeta se dignó honrar con su presencia al instituto Western Female, el más grande de los poetas norteamericanos, según resultó, un hombre cuya reputación tal vez no fuera menos “peligrosa” que la de Poe: Walt Whitman, de Nueva Jersey.
Cinco años después, en 1880, Whitman escribió una breve reseña sobre Poe para un libro que finalmente se publicó con el título de Specimen Days. El capítulo, titulado “Importancia de Edgar Poe”, incluye un fragmento de un artículo publicado en TheWashington Star sobre la asistencia de Whitman a la ceremonia en memoria de Poe en noviembre de 1875: “Estando de visita en Washington por entonces, ‘el viejo canoso’ se acercó a Baltimore, y aunque enfermo de parálisis, consintió en subir renqueando al estrado y sentarse en silencio, si bien se negó a pronunciar discurso alguno, alegando lo siguiente: ‘He sentido un fuerte impulso de acercarme para estar hoy aquí en memoria de Poe, y lo he obedecido, pero no he sentido el mínimo impulso de pronunciar un discurso que, mis queridos amigos, también debe ser obedecido’. En un círculo informal, sin embargo, durante una conversación después de la ceremonia, Whitman dijo: ‘Durante mucho tiempo, y hasta épocas recientes, he sentido desagrado por los escritos de Poe. Para la poesía, yo quería, y sigo queriendo, el brillo de un sol límpido, el soplo de aire fresco —la energía y la fuerza de la salud, no del delirio, ni siquiera entre las pasiones más tempestuosas—, siempre con el trasfondo de la moral eterna. Sin cumplir tales requisitos, el genio de Poe ha conquistado sin embargo un reconocimiento especial, y yo he llegado a admitirlo plenamente a mi vez, y a apreciarlo, a él también’”.
Si Whitman fue el único poeta importante que asistió personalmente a la ceremonia, hubo otro que estuvo allí en espíritu —o al menos así es como lo recordaría años más tarde—, lo que viene a ser igual de importante, en mi opinión, si no más. Me refiero a Stéphane Mallarmé y a su exquisito poema, “La tumba de Edgar Poe”. En realidad, el poema fue un encargo posterior a la ceremonia de Baltimore para un volumen conmemorativo de Poe, realizado por una tal Sarah Whitman, sin relación con Walt, sino más bien una de las novias de Poe de los últimos meses de su vida, que durante muchos años trabajó con diligencia para mantener viva la fama del poeta.
El poema de Mallarmé, que tradujo la propia señora Whitman, resultó ser la única contribución extranjera al volumen, y encuentro sumamente interesante que el colaborador hubiese sido Mallarmé, sin duda el poeta francés más importante de la época, y el único —junto con Whitman— que continúa ejerciendo cierta influencia en los poetas de hoy día.
La tumba de Edgar Poe
Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo, el poeta despierta con su desnuda espada a su edad que no supo descubrir, espantada, que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.
Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo, que en él la antigua lengua nació purificada, creyendo que él bebía esa magia encantada en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.
Si, hostiles a las nubes y al suelo que lo roe, bajorrelieve suyo no esculpe nuestra mente para adornar la tumba deslumbrante de Poe,
que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro, este granito al menos detenga eternamente los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.
(Traducción de Mauricio Bacarisse)
Pero ese poema no fue la única relación de Mallarmé con Poe. A partir de 1862, cuando solo tenía veinte años, Mallarmé había empezado a traducir al francés los poemas de Poe; proyecto en el que seguiría trabajando hasta 1888. En 1883 se publicó por primera vez en francés “La tumba de Edgar Poe” —como parte de un ensayo de Verlaine sobre Mallarmé— y fue entonces cuando Mallarmé confundió los hechos y escribió a Verlaine que el poema se había leído en la ceremonia de Baltimore en 1875. Mallarmé, hombre de lo más escrupuloso y honrado, no habría cometido tal error a propósito. La única explicación es que verdaderamente creía que así había sido; lo que sirve para poner de relieve la profundidad de su apego inconsciente a Poe.
En Cuba no hay ni habrá cacerías de brujas. Tampoco impunidad. Los cubanos respetamos a quienes defienden criterios discrepantes de forma honesta. No son enemigos. Dialogamos, debatimos, confrontamos. Pero décadas de enfrentamiento al imperialismo nos han enseñado a descubrir la doble moral enemiga, la piel de oveja sobre el cuerpo del lobezno
Contra la violencia reaccionaria se irguió la Revolución. Y estableció un referente ético, político, humano, de justicia social, de inclusión, de democracia Foto: Internet
Una buena amiga, a la que comenté que en estos días navideños leía y releía algunos textos que expresaban sentimientos e ideas de un pequeño grupo intelectual que se arroga la representación de las mayorías en un manifiesto que llaman Articulación plebeya, y que me disponía a escribir sobre los temas que abordan, me sugirió un título: lecturas navideñas. No lo tomé en serio cuando lo dijo, pero después recordé que existieron unas Pascuas sangrientas en el ya lejano 1956, cuando la violencia de Estado ejercida por la dictadura de Batista le arrancó la vida, en apenas tres días, a 23 jóvenes cubanos. Como uno de los temas tratados es, precisamente, el de la violencia de Estado, el título me pareció pertinente. Cada asesinato, cada detenido torturado durante la dictadura batistiana, enardecía más al pueblo, porque si algo no admite el cubano es el abuso, el uso abusivo de la fuerza. La Revolución fue la respuesta a la violencia que le era consustancial al capitalismo neocolonial cubano: a la injerencia del Procónsul estadounidense (los presidentes del imperio ni siquiera se tomaban el trabajo de visitar este «paisito»), la de los marines yanquis sobre la estatua de Martí en el Parque Central o en los garitos y bares de La Habana, la del golpe de Estado que situaba en la presidencia al hombre más allegado a los intereses de Washington, la de las enormes diferencias entre ricos y pobres, o la que se ejercía, física o moral, contra las mujeres, los negros, los campesinos…
La serie televisiva Coisa mais linda producida por Netflix en Brasil –—ahora en nuestras pantallas—, ubica su trama entre los años 1959 y 1960; la sola presentación, no diría que frontal, pero sí lo suficientemente visible, del papel asignado a las mujeres y a los negros por la sociedad de la época, golpea al espectador cubano. No se trata solo de que nuestra mirada haya evolucionado. En aquellos años, precisamente, la Revolución removía en Cuba los viejos cimientos mentales e institucionales del racismo y del machismo. Una Revolución dentro de una Revolución, la calificó Fidel. No pocas películas del recién creado Icaic reflejaron ese acto revolucionario, necesariamente violento (porque enfrentaba una violencia histórica, institucionalizada) de liberación de la mujer cubana, y en general, de los oprimidos todos. Los cambios no se producían por decreto: los imponía la acción protagónica de las masas compuestas de individuos conscientes. Y el diálogo. La primera premisa del diálogo fue la alfabetización, la enseñanza general y gratuita. «No les pido que crean, les pido que lean», instaba Fidel. El diálogo creció en la Plaza, en los centros de trabajo, en las aulas; se convocó para aprobar declaraciones, congresos, constituciones, lineamientos, ayudas internacionalistas.
Cuando se repasan las luchas por la igualdad racial y de género en los Estados Unidos y en el Brasil de los años 60 del siglo pasado, se comprende cuánto había avanzado este pequeño archipiélago. Barack Obama había presumido en La Habana del significado de su elección como presidente, obviando, por supuesto, las más profundas enseñanzas de las décadas de los 60 y de los 70. La admiración de Malcolm X por la Revolución cubana y la rápida radicalización de su pensamiento tenían de trasfondo un contexto internacional de luchas populares. De ser líder de los negros, el afroamericano se había transformado en líder de los oprimidos, en un luchador anticapitalista. Ese cambio radical le costaría la vida.
Con los años, la Revolución ha podido visibilizar nuevos espacios de injusticias, y expande su fuerza rectificadora sobre ellos: el camino hacia la justicia total nunca termina. El cambio que necesita el mundo no es cosmético: para acabar con la depredación del medio ambiente —que nos trae estos virus «nuevos»—, con la violencia clasista, de género, racial y cultural —formas autónomas de violencia, pero interdependientes—, para refundar la democracia sobre bases diferentes a las ya inoperantes de la burguesía, y acceder a la justicia social, premisa de la verdadera libertad individual, para que la nave llamada mundo no naufrague, con sus ricos, sus pobres y sus desahuciados, todos pasajeros del mismo barco, es necesario un cambio de paradigmas, de modos de vida, de concepciones sobre el éxito y la felicidad.
Contra la violencia reaccionaria se irguió la Revolución. Y estableció un referente ético, político, humano, de justicia social, de inclusión, de democracia. Por eso resulta tan extraño que ese grupo clame por establecer un «nuevo» referente que huele a viejo. No puede obviarse el contexto: el imperialismo es más agresivo, acude a métodos que abiertamente contradicen la legalidad internacional, mientras la inmensa mayoría de los cubanos aprueba una Constitución que proclama el Estado socialista de Derecho. El imperialismo abandona el marco legal y ético del sistema burgués, que ya no logra sostener y reproducir su poder, y promueve golpes de Estado, fraudes electorales, asesinatos selectivos, golpes quirúrgicos, invasiones, bloqueos económicos y militares; pero hay una «izquierda» sistémica al capitalismo que persiste en enarbolar aquel marco inoperante, y une su voz y su firma a la de representantes de la derecha, y a la de conocidos e impresentables mercenarios.
Los conceptos que se proclaman de forma abstracta, el capitalismo los hace suyos. Sus portadores en Cuba se miran arrobados en el espejo roto de la Constitución del 40, de la República neocolonial. El pluralismo político (y el pluripartidismo, que defienden, algunos de forma sutil, otros abiertamente), es la base sobre la que se erige la violencia capitalista: dentro del sistema, todo, porque el dinero construye la hegemonía, y da gato por liebre. Como acertadamente dice el filósofo español Carlos Fernández Liria: «es absurdo alardear del hallazgo político de la división de poderes, ahí donde el poder no es político, sino económico».
¿De verdad creen los firmantes del manifiesto, que la supresión «del lenguaje político polarizante, [es la] condición para la superación de todas las formas de violencia y desigualdad»?, ¿creen de verdad que estos tienen su origen en el lenguaje polarizante? La «reconciliación» de la que hablan, ¿es entre explotados y explotadores, entre servidores del imperialismo y defensores de la independencia y la justicia social? «El “todos” de Martí, por lo tanto, no es meramente cuantitativo —insistía Cintio Vitier en mayo de 1995, en un panel en el que tuve el honor de participar—, parte de un abrazo de amor, pero también de un rechazo crítico, rechazo que no es inapelable pero que solo puede convertir en abrazo si los que engañan, yerran o “mienten”, aceptan la tesis central del discurso, que es la viabilidad histórica de una Cuba independiente y justa». Aunque desde el punto de vista semántico Patria y Socialismo no son lo mismo, lo son desde un punto de vista histórico: sin socialismo, solo nos queda el regreso al capitalismo neocolonial.
Los revolucionarios cubanos vemos cómo algunos intentan aplicar, metódicamente, los consejos de las llamadas (contra)revoluciones de colores en Cuba, para nada pacíficas. ¿Nos sentamos a observar?, ¿los dejamos hacer? Se comportan con cinismo los supuestos plebeyos cuando dicen rechazar toda acción estatal violenta. Néstor Kohan, un marxista argentino de sólida formación crítica, amigo de algunos de los autores –el dato no es superfluo, porque su malestar se ajusta a principios-, narraba así encuentros anteriores con ellos:
«En una de esas discusiones, escuché que me decían “Aquí, Néstor, [se trata de Cuba. N.K.], hay una DICTADURA” [sic]. Luego de refrenar mi tentación de carcajada, les pregunté: ¿Ustedes alguna vez han estado presos? Yo sí. ¿Ustedes alguna vez han enfrentado a la infantería de la policía con sus bastones, sus escopetas y fusiles recortados? Obviamente la respuesta fue negativa. Y continué: ¿Ustedes han participado en manifestaciones donde las fuerzas de represión y sus carros de asalto disparan los proyectiles de gases lacrimógenos directamente a la cara de la gente que se manifiesta? (…) En otra de las discusiones, algunos años después, me tomé el atrevimiento de dar un consejo. Como si fuera un viejo sabiondo y no un don nadie, simple militante de base. No aceptes dinero de la gente que te ofrece un blog de internet «para que escribas lo que tú quieras». En realidad, la frase exacta que pronuncié, en buen tono porteño de Argentina, fue: “para que escribas lo que vos querés”. NADA ES GRATIS, hermano. Si te ofrecen eso, siempre hay un peaje que pagar. Y nunca confundas al Vaticano con Camilo Torres… porque no son y nunca fueron lo mismo. Evidentemente no he sido un buen consejero. No me han hecho caso».
En Cuba no hay ni habrá cacerías de brujas. Tampoco impunidad. Los cubanos respetamos a quienes defienden criterios discrepantes de forma honesta. No son enemigos. Dialogamos, debatimos, confrontamos. Pero décadas de enfrentamiento al imperialismo nos han enseñado a descubrir la doble moral enemiga, la piel de oveja sobre el cuerpo del lobezno. Al final, este siempre salta.
Creo que el debate en torno al socialismo, de emprenderlo, debe partir del estado de desarrollo que ha tenido la reflexión en torno al tema dentro de la tradición marxista. Sin pretender agotar acá está tradición, si quisiera apuntar algunas ideas, en diálogo fraterno con el artículo Discutiendo acerca del socialismo, publicado recientemente en este blog.
Sin dudas, una de las aspiraciones del socialismo ha de ser la de lograr el mayor nivel de vida posible, pero lograr esto no puede divorciarse del cómo lo logramos y, desde luego, siempre cabe la discusión en torno a cuál es el mejor nivel de vida posible en una sociedad determinada.
En los primeros años de la experiencia soviética se dio un estimulante debate referente a lo que debía hacer una economía atrasada como la rusa para llegar a niveles de desarrollo productivo con los cuales pudiera, verdaderamente, comenzar a construirse el comunismo. Siguiendo la idea de Marx, se planteó que si el capitalismo había tenido una etapa de acumulación originaria, el socialismo debería tener una acumulación originaria del socialismo. Independientemente de las peculiaridades que tuviera este proceso, todo proceso de acumulación originaria, se apellide de una forma u otra, implica relaciones de explotación.
Se vuelve entonces sobre el problema esencial: ¿es posible construir el socialismo en sociedades atrasadas como Rusia, China, Cuba o Vietnam? Lenin consideraba que sí, pero solo como un primer paso para una revolución posterior de las sociedades más avanzadas, únicas capaces de garantizar un intercambio de saberes que nivelara las profundas desigualdades sociales, fruto del orden colonial.
La práctica histórica demostró que el optimismo leninista debía repensarse. No bastaba con la firme disciplina y educada voluntad de un partido de vanguardia. Las condiciones objetivas del país donde había triunfado la revolución, sumado al formidable asedio internacional, determinaron una serie de decisiones que dieron la victoria en la guerra civil, pero al costo de fracturar definitivamente la democracia interna del partido y establecer un régimen de control burocrático a todos los niveles que, a la larga, permitirían el triunfo de la reacción pequeño burguesa y gran rusa, de la cual Stalin fue el rostro político.
Las profundas contradicciones de la sociedad rusa determinaron el análisis de un Trotsky en la década del treinta sobre las deformaciones de la práctica soviética, aunque la lectura de éste todavía conservaba un viso de optimismo, o la afirmación mucho más tajante del Che en la década del sesenta respecto a que la URSS y las restantes sociedades de Europa del Este estaban regresando al capitalismo. Vemos entonces que el debate en torno al socialismo no se puede resolver a la ligera ni con fórmulas ambivalentes, que de tanto que parecen decir, no dicen nada.
Volviendo a lo del mayor nivel de vida posible, este ideal así planteado no excede las aspiraciones de cualquier república burguesa con aspiraciones de clase media. Ese estado de bienestar, por llamarlo de alguna forma, no sigue siendo más que el derecho irrestricto de explotación del capital, lo que colocando una cómoda capa de clase media entre los verdaderamente ricos y los verdaderamente pobres. Tampoco creo que el ejemplo de Vietnam sea feliz, sobre todo porque el relativo desarrollo alcanzado por el país no se ha logrado sin pagar un alto costo de abandono social, y porque además el petróleo del Golfo de Tonkin jugó un gran papel en su milagro económico.
Creo que en el debate en torno al socialismo conviene que, partiendo de las contradicciones reales que se han verificado en la práctica, levantemos un grupo de cuestiones sobre las cuales reflexionar.
La primera y más evidente es hasta qué punto una sociedad atrasada puede construir el socialismo. La evidente respuesta es no. Pero el hecho es que todas las sociedades que emprendieron la empresa socialista en el siglo XX eran atrasadas. Esto puede llevar, falsamente, a pensar de plano en el fracaso completo de esta práctica, pero lo cierto es que la aspiración socialista se mantiene en países como Cuba, donde con conflictos evidentes, todavía conserva un alto apoyo popular. Otras sociedades, como China, afirman la necesidad de construir el capitalismo para luego comenzar a transitar la senda socialista. Y en eso de construir el capitalismo, China ha sido muy exitosa. Queda la pregunta: ¿serán capaces de ir más allá? ¿Puede un partido comunista donde militan algunos de los hombres más ricos del mundo, emprender el camino de superación de la propiedad privada como premisa para la construcción del comunismo?
La segunda es hasta qué punto la voluntad de una vanguardia y la formación de una conciencia adecuada en el pueblo puede, por decirlo de alguna manera, violentar el imperativo de las condiciones materiales para emprender la construcción de una sociedad nueva. Esta parece haber sido la idea de una parte de la élite bolchevique y de los líderes de la Revolución cubana, al menos en los primeros años de voluntarismo.
La tercera es la referente al desarrollo de la burocracia. Si bien este fenómeno es herencia del capitalismo, lo cierto es que va a jugar un importante papel en la práctica histórica del socialismo del siglo XX y XXI. El problema con este grupo (no creo que deba considerarse como clase) es que, como bien apuntara Lenin, en épocas de revolución, el aparato burocrático se convierte en el refugio de elementos del régimen derrotado. Se convierte este aparato entonces en un espacio donde sobrevive y se fortalece la conciencia pequeño burguesa y los valores que le son afines. No es de extrañar, entonces, que del seno de este mismo aparato provenga la traición. En torno a este problema cabría repensar las soluciones de la Comuna de París, que el mismo Lenin reivindicó pero que no pudo aplicar, y que dan algunas claves necesarias.
Otro problema central es el de las relaciones de propiedad. La práctica histórica del socialismo hasta ahora no ha resuelto el problema de la sustitución de la propiedad privada por la social. El capitalista individual es sustituido por el estado como capitalista abstracto, pero las condiciones de alienación del trabajador con respecto al producto de su trabajo permanecen intactas. Cómo crear formas de propiedad verdaderamente colectiva, ese es el problema, que también ha tenido una larga de lista de tentativas de solución en la práctica teórica y práctica del socialismo.
Desde luego, esta no es ni de lejos la totalidad de los problemas que un debate sobre el socialismo verdaderamente responsable debe abordar, pero sean un primer paso, una invitación, a profundizar verdaderamente en la riqueza del problema y no quedarnos en soluciones pragmáticas y fórmulas vagas.
Rosa que al prado, encarnada, te ostentas presuntuosa de grana carmín bañada: campa lozana gustosa; pero no, que siendo hermosa también serás desdichada.
Sor Juana Inés de la Cruz
UNA ROSA ES UNA ROSA ES UNA ROSA
Desde que escribí El nombre de la rosa me llegan muchas cartas de lectores que me preguntan lo que significa el hexámetro latino final, y por que este hexámetro le da título a la novela. Respondo que se trata de un verso de De contemplu mundi, de Bernardo Morliacense, un benedictino del siglo XII, que se mueve en el tema del ubi sunt (de donde saldría luego el mais ou sont les neiges d’antan de Villon), salvo que Bernardo lo agrega a un tema común y corriente (los viejos tiempos, las ciudades famosas, las hermosas princesas, todo se desvanece en la nada), la idea es que de todas las cosas que llenaron algún tiempo, sólo nos quedan los nombres. Recuerdo que Abelardo usaba el ejemplo del enunciado nulla rosa est para mostrar la manera en que el lenguaje puede hablar de cosas desaparecidas.
Un narrador no debe dar interpretaciones de su propia obra, de lo contrario no habría escrito una novela, esa máquina generadora de interpretaciones. Pero uno de los principales obstáculos para la realización es, precisamente, el hecho de que una novela debe tener un título. Por desgracia un título es ya una clave interpretativa. No podemos eludir las sugestiones inmediatas que proponen El rojo y el negro o Guerra y paz. Los títulos que más respetan al lector son los que se limitan al nombre del héroe epónimo, como David Copperfield o Robinson Crusoe, aunque también la referencia al protagonista constituye una indebida injerencia por parte del autor. Papá Goriot centra la atención en la figura del padre, mientras que la novela es también la epopeya de Rastignac, o de Vautrin, alias Collin. Es posible que se necesite ser honestamente deshonesto como Dumas, pues es claro que Los tres Mosqueteros en realidad es la historia del cuarto. Pero son lujos escasos, y quizá el autor sólo puede concedérselo por error.
Mi novela tenía otro título de trabajo, La abadía del delito. Lo descarté porque fija la atención del lector en la trama policíaca y hubiera podido engañar a desafortunados compradores a la caza de historias de acción, y hacerlos comprar un libro que los hubiera decepcionado. Mi sueño era titular el libro Adso da Melk. Un título más bien neutro: Adso es la voz que narra. Pero por estos rumbos a los editores no les gustan los nombres propios. La idea de El nombre de la rosa me llegó casi por casualidad. Me gustó porque la rosa es una figura simbólica tan densa de significados que casi no tiene ninguno: rosa mística, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las magníficas rosas, rosa fresca. Con todo, el lector salía justamente despistado, era muy difícil dar con una interpretación. Incluso si se hubiera aferrado a las posibles lecturas del verso final, lo habría logrado, precisamente, al final. Un título debe confundir las ideas, no disciplinarlas.
Para el autor de una novela hay un estímulo definitivo cuando llega al descubrimiento de lecturas en las que no había pensado y que los lectores le sugieren. Cuando yo escribía obras teóricas mi actitud ante quienes las reseñaban era, sobre todo, judicial: ¿han entendido o no lo que quería decir? Con una novela todo cambia. No digo que el autor no pueda descubrir una lectura que le parezca aberrante, pero si fuera así debería callarse; que la refuten los otros, texto en mano. Por lo demás, la gran mayoría de las lecturas descubre, casi siempre, efectos de sentido en los que el autor no había pensado.
Leyendo las reseñas de la novela sentía mucha satisfacción cuando encontraba un crítico (y los primeros fueron Ginevra Bompiani y Lars Gustaffson) que citaba unas palabras de Guglielmo pronunciadas al final del proceso inquisitorio (página 388 de la edición italiana). “¿Qué es lo que más te aterroriza en la pureza?”, pregunta Adso. Y Guglielmo responde: “La prisa”. Amaba mucho, y amo todavía, estas dos líneas. Pero después un lector me ha hecho notar que en la página siguiente Bernardo Gui, mientras amenaza con la tortura al cillero, dice: “La justicia no es movida por la prisa, como creían los pseudoapóstoles, y la de Dios tiene siglos a su disposición.” Y el lector me preguntaba qué relación había querido establecer entre la prisa temida por Guglielmo y la ausencia de prisa celebrada por Bernardo. En ese momento me di cuenta de que había sucedido algo inquietante. El intercambio de frases entre Adso y Guglielmo no estaba en el manuscrito. Ese breve diálogo lo agregué en las pruebas: tenía la necesidad de insertar una pausa antes de darle de nuevo la palabra a Bernardo. Y naturalmente, mientras hacía que Guglielmo odiara la prisa (y con mucha convicción, por esto la frase me gustó después mucho) olvidaba por completo que poco después Bernardo hablaba de la prisa. Si se relee la frase de Bernardo prescindiendo de la de Guglielmo, la primera no es otra cosa que un modo de decir, es lo que esperaríamos que afirmara un juez; es una frase hecha, como decir “la justicia es igual para todos”. Pero enfrentada a la prisa que nombra Guglielmo, la de Bernardo produce, legítimamente, un efecto de sentido, y el lector tiene razón en preguntarse si están diciendo la misma cosa, o si el odio que manifiesta Guglielmo por la prisa es imperceptiblemente diverso al odio de Bernardo. El texto está ahí y produce sus propios efectos. Que yo lo haya querido o no, formula una nueva pregunta, una provocación ambigua que yo mismo no puedo resolver, aunque entiendo que ahí se anida un sentido (quizá muchos). El autor debería morir después de haber escrito para no entorpecer el camino del texto.
CONTAR EL PROCESO
El autor no debe interpretar. Pero puede contar por qué y cómo ha escrito. Los escritos de poética no siempre ayudan a entender la obra que los ha inspirado, pero ayudan a entender cómo se resuelve ese problema técnico que es la producción de una obra.
En su Filosofía de la composición Poe cuenta cómo escribió El cuervo. No nos dice cómo debemos leerlo, sino cuáles problemas se planteó para realizar un efecto poético. El efecto poético podría definirse como la capacidad de un texto para generar lecturas siempre diferentes, sin consumirse nunca del todo.
Quien escribe (quien pinta o esculpe o compone música) sabe siempre qué hace y cuánto le cuesta. Sabe que debe resolver un problema. Puede ser que los datos de partida sean oscuros, pulsionales, obsesivos, nada más que un deseo o un recuerdo. Pero luego el problema se resuelve escribiendo, interrogando la materia sobre la que se trabaja —materia que tiene sus propias leyes naturales, pero que al mismo tiempo lleva consigo el recuerdo de la cultura de la cual está cargada. Cuando el autor nos dice que ha trabajado en un raptus de inspiración, miente. Genius is twenty per cent inspiration and eighty per cent perspiration.
Contar cómo se ha escrito no significa probar que se ha escrito bien. Poe decía que “una cosa es el efecto del libro y otra el conocimiento del proceso”. Cuando Kandinsky o Klee nos cuentan cómo pintan no nos dicen si uno de los dos es mejor que el otro. Cuando Miguel Angel nos dice que esculpir quiere decir liberar del sobrante la figura ya inscrita en la piedra, no nos dice si la Piedad vaticana es mejor que la Rondanini. A veces las páginas más luminosas sobre los procesos artísticos han sido escritas por artistas menores, que realizaban efectos modestos pero sabían reflexionar bien sobre los propios procesos: Vasari, Horatio Greenough, Aaron Copland.
Escribí una novela porque me dio la gana. Creo que es una razón suficiente para ponerse a escribir un relato. El hombre es por naturaleza un animal fabulador. Empecé a escribir en marzo del 1978, movido por una vieja idea. Tenía ganas de envenenar a un monje. Siempre he creído que una novela nace de una idea más o menos de este tipo, el resto es todo lo que se añade durante el camino. La idea debía de ser más vieja. Después encontré un cuaderno fechado en 1975 donde había escrito una lista de monjes de un convento impreciso. Nada más. Al principio me puse a leer el Traité des poisons, de Orfila —que había comprado veinte años atrás a un librero de viejo de la orilla del Sena. Pero como ninguno de los venenos me satisfacía, le pedí a un amigo biólogo que me aconsejara un fármaco que tuviera determinadas propiedades (que fuera absorbible por vía cutánea al tocar cualquier cosa). Destruí de inmediato la carta en la que mi amigo me respondía que no conocía un veneno que se adaptara a mis necesidades: leídos en otro contexto, estos documentos lo pueden llevar a uno a la horca.
Al principio, mis monjes debían vivir en un convento contemporáneo (pensaba en un monje investigador que leía “Il Manifesto”). Pero en un convento o una abadía, se vive todavía de muchos recuerdos medievales. Me puse a escarbar entre mis archivos de medievalista en hibernación (un libro sobre la estética medieval en 1956, otras cien páginas sobre el tema en 1969, uno que otro ensayo en el camino, regreso a la tradición medieval en 1962 para un trabajo sobre Joyce, y luego en 1972 el largo estudio sobre el Apocalipsis y sobre las miniaturas del comentario de Beato di Liebana: es decir, tenía ya un largo ejercicio en el medioevo). Me encontré con un vasto material entre las manos (fichas, fotocopias, cuadernos), que se acumulaba desde 1952, y estaba destinado a fines bastantes imprecisos: para una historia de los monstruos, o para el análisis de las enciclopedias medievales, o para una teoría del elenco. En algún momento pensé que si el medioevo era de alguna forma mi realidad cotidiana, era lo mismo escribir una novela que se desarrollara directamente en la edad media. Como ya he declarado en algunas entrevistas, el presente sólo lo conozco a través de la pantalla televisiva, mientras que del medioevo tengo un conocimiento directo. Cuando encendíamos fogatas en el campo, mi mujer me acusaba de no saber mirar las chispas inflamadas que se elevaban entre los árboles y aleteaban a lo largo de los alambres de la luz. Después, cuando leyó el capítulo de la novela sobre el incendio, dijo: “¡Entonces sí mirabas las chispas!” Le respondí: “No, pero sabía cómo las hubiera visto un monje medieval.”
En realidad no sólo decidí contar algo del medioevo. Decidí contar en el medioevo, y por boca de un cronista de la época. Yo era un narrador principiante y hasta ese momento había mirado a los narradores desde la barrera. Me daba vergüenza contar algo. Me sentía como un crítico teatral que de un momento a otro se expone a las candilejas y se siente mirado por aquellos con quienes hasta ese momento había sido cómplice en la platea.
“En el comportamiento hacia la mujer, botín y esclava de la voluptuosidad común, se manifiesta la infinita degradación en que el hombre existe para sí mismo… Del carácter de esta relación se desprende en qué medida el hombre ha llegado a ser y se concibe como ser genérico, como ser humano: la relación entre hombre y mujer es la más natural de las relaciones entre uno y otro ser humano”. C. Marx
Pocas formas del asesinato poseen más carga simbólica que los feminicidios. En ellos se coagula un poliedro de fenómenos históricos degradantes, cocinados en las entrañas del poder hegemónico más podrido. Lo ya de suyo macabro, en lo particular, trasciende y salpica al contexto mientras destruye los mejores valores colectivos amasados durante milenios. En el asesinato alevoso de mujeres, niñas o adultas, reina una moraleja pútrida que se ha dejado macerar para que haga metástasis en todo el cuerpo social y nos deprima, nos agobie, nos cancele todo futuro. No es un problema nuevo ni ingenuo. Se lo ha dejado progresar para hacernos sucumbir en los pantanos del pesimismo donde no hay salida porque convence al mundo de que las mujeres nada valen.
Hay geopolíticas macabras emblemáticas, como las “Muertas de Juárez”, y también hay paradigmáticos, como los crímenes incontables silenciados en la intimidad de la gente “pudiente”, abrigada con impunidad mediática a fuego. Violencia de género que siempre ha sido tolerada como un derecho de machos, cultivado en la nervadura ideológica de la burguesía que fue siempre permisiva y siempre impune. La violencia contra las mujeres en los hogares, en las parejas o en cualquier forma de las relaciones de producción, no es otra cosa que un crimen social tolerado largamente. No hay seguridad para las mujeres que conviven con hombres orgullosos de ser violentos. Hay muchas patologías fúnebres en el “sistema patriarcal” que se repite en las casas, las empresas, las oficinas, las iglesias, las calles y en todo lugar. La mitad de los asesinatos de mujeres, por razones de género, no se esclarece. ¿Hay que llamar a la palestra a Henri Désiré Landru? ¿A Thomas De Quincey con su “On murder considered as One of the Fine arts” (Sobre el asesinato considerado como una de las bellas artes)?
Si alguien pretende reducir lo macabro del feminicidio a “episodios aislados”, de “locura individual”; reducirlo a un tema de debate en sesudas “sobremesas” a propósito de la violencia “de unos cuantos”, en vez de abrir el cuestionamiento al capitalismo todo. Si alguien pretende tal reduccionismo, debe saber que muchas mujeres morirán mientras nosotros discutimos porque, para ellas, la vida depende de la comunidad, de la defensa colectiva de su integridad, de su cuerpo y su dignidad. Y tal defensa depende de destruir el poder patriarcal hegemónico desde sus fuentes ideológicas, en sus fuerzas opresoras concretas y en el consenso ético y jurídico que lo protege; desde la familia y en su forma más horrorosa del Estado Nacional que perpetúa la supremacía machista para, a través de la violencia, lograr la posesión, la colonización y la destrucción de las mujeres. Buñuel lo retrató muy bien en más de una de sus películas.
La violencia que asesina mujeres es un producto más de la ideología de la clase dominante infestada con mentiras y perogrulladas. Se trata de violencia basada, incluso, en el miedo a que las mujeres sean “superiores”. Eso es intolerable para el poder machista. El asesinato de mujeres tiene relación íntima con un sistema social basado en desigualdades por el hecho, incluso, de pertenecer al “sexo débil”. Es un problema creciente. Históricamente se aceptó que el vínculo entre hombres y mujeres conlleva una licencia para abusar. Fueron silenciados miles de episodios de violencia real, plenamente asimilada en la vida cotidiana. El extremo de esa pedagogía de la violencia es el permiso reservado para la industria de la pornografía que vende la imagen de mujeres dispuestas siempre a soportar, una y otra vez y para siempre, cientos y cientos de vejaciones. Estímulo audiovisual para la violencia sexual, la violación y el asesinato perpetrado, en el fondo, por los valores morales del establishment retrógrado que mercantiliza a las mujeres y las somete al absolutismo lujurioso del placer machista… hasta el asesinato. Un placer de la carne humana en su forma más deshumanizada. Como ocurre en muchos matrimonios.
No es ilógico que, en cada feminicidio, esté anidada una moraleja y una simbología contra la sociedad condenada a ser esclava de la supremacía conservadora que es, a su vez, un campo de concentración ideológico lleno de víctimas muertas. Y nadie parece poder frenarlo. Falta mucha investigación sobre las causas, de manera fundamentada y rigurosa. Investigaciones históricas en torno al feminicidio sobre un escenario histórico de desigualdad genérica. Son asesinatos que simbolizan la misógina extrema, e histórica, orientada a producir más explotación y más subordinación de las mujeres. El significado es tan terrible por lo complejo como por lo macabro. Simboliza la moral de los cuchillos, las pistolas y las trompadas destinadas a la piel de las mujeres reducidas a un genital despreciado que puede herirse bajo la complicidad cultural del establishment. El mensaje lumpen del feminicidio es “que no importa lo que le hagan a una mujer y de cuántas maneras la lastimen, a ella le va a gustar” (Andrea Dworkin). Hay un cancionero amplísimo que lo avala y lo repite hasta el hartazgo. Con tríos, mariachis, regetones o bandas de rock.
He aquí el tiempo de los asesinos. Es una atrocidad histórica como las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, como Vietnam o como Irak. Son crímenes de lesa humanidad que simbolizan violación, mutilación y humillación, usadas con placer de clase incluso promovidos por los “mass media”. Es la industria de una semiótica fúnebre generada como insulto de clase contra la conciencia humana. Las muertas se reducen a estadísticas que nadie quiere conocer y se apilan en una zona oscura de la memoria colectiva para que no estorben antes, durante y después del asesinato próximo. Por cierto la palabra “feminicidio” también sirve, paradójicamente, para esconder el horror parido por el capitalismo. Por eso la difunden con furor algunos moralistas conservadores que se escandalizan, sólo, mientras llega la publicidad de turno. En los feminicidios habita la violencia como solución final que evidencia el anhelo de dominar al otro aniquilarlo. Ejercicio de un poder auto conferido para conducir a la víctima a la totalización de la negación. Poder enano pero poder omnipotente cuya violencia es siempre respuesta aterradora ante el exhibicionismo del poder así sea efímero y robado.
¿Qué significa esto? Una sociedad que tolera y no combate, decididamente, la degradación humana, la violencia y el asesinato, fomenta lo macabro y lo hace crecer. Nos acostumbra a que nada de esto es “grave”, que es parte del “paisaje”, que es una calamidad con la que vivir sin escandalizarse. Que ya nada importa, ni el saqueo, ni la explotación, ni la corrupción. Es el marco perfecto para toda degradación imaginable. Pero la vida es otra cosa y no se debe bajar la guardia, hay que identificar el dolor de la brutalidad sistematizada y luchar organizadamente en su contra. Gran parte de ese dolor es ocasionado por un sistema económico e ideológico diseñado para someternos a todas las patologías del poder. En lo general y en los casos específicos. Es vital luchar contra los feminicidios antes de que la indolencia nos haga cómplices de la lógica que asesina a mujeres. Y pueblos.
Todos los asesinatos de mujeres dejan una marca indeleble en la memoria de los pueblos, dejan tatuada una referencia que desnuda a la cultura y a los valores dominantes. Los asesinos actúan impregnados con los tufos más fétidos y complejos de la ideología del poder dominante y son criaturas dolidas de ser “la gente normal”, de ser humanos de carne y hueso pero hambrientos de poder. Los feminicidios son intentos de dominación monstruosa cuya empatía mediocre conduce a la nada del otro, a la condición de víctima irremediable ahogada con el carisma ideológico del verdugo. La víctima es la realización del exterminio pletórico de un rol macabro en el proceso morboso del homicida y cierta fascinación insólita de origen social siempre en la lógica criminal. Funciona como alegoría amarga de la realidad política, su cultura y valores. Es un poderoso tufo de brutalidad a veces disfrazado de amor.
Es urgente desarrollar la investigación, el interés semiótico por el homicidio de mujeres. Desarrollar la crítica de cuanto signifique para ser intervenido semióticamente. Cuando un feminicidio está en desarrollo (antes, durante y después de cometido) llega a nosotros inyectado semánticamente con todos los medios. Necesitamos una teoría de acción semiótica que identifique que el asesinato como “sentido” destinado a causar golpes de azoro ¿de qué, a quién? A la víctima al victimario, a quien analice los hechos y sienta compasión por el dolor ajeno y el temor por sufrir lo que lo conduzca a cierto estado de miedo. La representación del asesinato y su realización verdadera deben conocerse desde sus entrañas semánticas. En el alma de las primeras expresiones de pena por quienes han perecido, en el epicentro del tiempo, en la vehemencia de la pasión donde es inevitable examinar y evaluar los aspectos textuales y contextuales, su estética, sus valores comparativos, los móviles y fuentes. Semiótica del feminicidio en las circunstancias que lo hacen índice de efectos sociales, misterio, venganza…dominio.
Semiótica de los actos secuencias en un feminicidio como plan de horror sobre un plano de las ideas que se ha hecho “natural” porque aniquila y degrada la grandeza de los seres humanos, porque exhibe cierta naturaleza humana abyecta y humillante. Semiótica de la víctima que no lo es sólo del asesinato sino de la cultura, también, de sus sentimientos, del pensamiento, del flujo y reflujo de la pasión criminal sistémica encarnada en un asesino que, también, es víctima del proceso de la muerte generada y que lo aplasta todo con su mazo ideológico. En el asesino habita una semiosis violenta como tormenta de pasión, celos, ambición, venganza, odio… un infierno en él; y donde nosotros todos habitamos Sale por la tele.
El derecho a participar en la vida cultural se erige en la columna vertebral de los derechos culturales y la noción sobre estos ha tendido a crecer, en la medida en que se ha expandido la noción de cuanto se entiende por cultura
«Patria», obra de Sándor González Vilar
ROLANDO GONZÁLEZ PATRICIO
La construcción de una teoría de la justicia no capitalista, en las condiciones geohistóricas contemporáneas, parece una tarea inalcanzable de espaldas al ideal de los derechos humanos. Esta afirmación sería insuficiente para negar un hecho palpable a escala internacional, donde legalidad, derechos humanos y democracia constituyen instrumentos hegemónicos empleados ininterrumpidamente para impedir la emancipación social.
Si se diferencia la esencia liberadora de los derechos humanos de su manipulación hegemónica, entonces es posible aceptar la invitación de Boaventura de Sousa Santos para hacer un uso contrahegemónico de esos derechos. Es oportuno recordar que los derechos humanos, como los conocemos hoy, si bien han tenido un elevado componente occidental, constituyen una creación intercultural y una conquista de la humanidad. La historia se encarga de recordar los costos de renunciar a determinadas conquistas.
La elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y su aprobación por la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de 1948, estuvo condicionada por el contexto internacional que sigue a la derrota del fascismo. En ese período, algo que no suele subrayarse, eran notables el prestigio y la influencia del ideal socialista y creciente el empuje de los movimientos de liberación nacional.
Sin estos y otros elementos, la Declaración puede parecer un regalo de los regímenes de entonces y no una conquista. Pero la Guerra Fría marcó el posicionamiento polarizado frente a la Declaración. Por este camino su contenido tendió a ser rehén de la hegemonía del capital, toda vez que los gobiernos del socialismo histórico tendieron a confundir la médula de los derechos humanos con la manipulación sostenida por las potencias imperialistas.
Así se dilapidó el potencial liberador de los derechos humanos en el falso debate sobre la prioridad de unos derechos frente a otros. Basta un ejemplo para ilustrar el desperdicio de oportunidades. El artículo 28 de la Declaración afirma desde entonces: «Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos». La deuda del capitalismo con ese derecho es tan grande como la invisibilización de este derecho.
Justo en el artículo anterior se consagraban a escala internacional los derechos culturales. «Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten». El párrafo segundo del artículo se dedica a los derechos morales y materiales de los autores.
El derecho a participar en la vida cultural se erige así en la columna vertebral de los derechos culturales. La noción sobre estos ha tendido a crecer, en la medida en que se ha expandido la noción de cuanto se entiende por cultura. Si en la letra inicial los derechos culturales comprendían el derecho a participar en la vida cultural de la comunidad y en el progreso científico, al disfrute de las artes, y al respeto de los derechos de autor, hoy existe consenso en que abarcan mucho más. Se suman el derecho a la educación, recogido en los tres párrafos del artículo 26 de la Declaración, así como el derecho a la identidad cultural, a la información, a la creatividad, y a la cooperación cultural internacional, entre otros.
Pero esa expansión no puede explicarse sin apelar a las múltiples luchas que la sustentan. Para ilustrar esta afirmación se impone recordar al menos las contribuciones de los estados socialistas, así como las derivadas de las conferencias de solidaridad afroasiáticas de Bandung (1955) y El Cairo (1958), y los aportes del Movimiento de Países No Alineados desde 1961. No obstante, la postura hegemónica no favoreció el desarrollo de los derechos culturales, al extremo de que a fines del siglo XX se les consideraban una categoría subdesarrollada de los derechos humanos.
La ruta de los avances normativos en este terreno la ilustran el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) y no pocas convenciones, resoluciones y recomendaciones adoptadas principalmente en el seno de la Unesco y por la Asamblea General de la ONU. De las aportaciones de la Unesco sería imperdonable omitir ahora, aun cuando carecen de fuerza obligatoria, la Recomendación relativa a la participación y la contribución de las masas populares en la vida cultural (1976), y la Recomendación Relativa a la Condición del Artista (1980). Entre las contribuciones más recientes debe mencionarse la Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales (2005).
Cuando el Pacto encontró lugar para los derechos culturales precisó (art. 15.1a) que los Estados partes reconocen el derecho de toda persona a «participar en la vida cultural». Obsérvese cómo el derecho a tomar parte en la vida cultural, solo en la comunidad según la Declaración, se amplía así a toda la vida cultural a escalas nacional e internacional.
Más de diez años antes de la firma del Pacto, la Asamblea General había acordado que tanto este como el referido a los derechos civiles y políticos compartieran el texto del primer artículo, dedicado al derecho a la autodeterminación: «Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural».
Mientras el Pacto se negociaba, en Cuba había surgido y triunfado una Revolución que trajo consigo un cambio fundamental de circunstancias, también en el orden cultural. Esa Revolución permitió hacer uso pleno del derecho a la autodeterminación del pueblo cubano y extenderla también al campo cultural.
>En medio de la crisis mundial provocada por la pandemia y el neoliberalismo global, Cuba sufre al mismo tiempo un acoso sin precedentes de EE.UU. Por eso se ha escogido este momento para financiar espectáculos que ofrezcan una imagen desfigurada del país.
>Todo creador que se acerque a las instituciones con objetivos legítimos encontrará interlocutores dispuestos a escucharlo y a apoyarlo.
«El escudo», obra del artista cubano Alexis Leyva Machado (Kcho)
No por azar se escogió el 20 de octubre como Día de la Cultura Cubana. Recuerdo con cuánto orgullo Armando Hart reiteraba la trascendencia de que la fecha en que se entonó por primera vez el Himno de Bayamo sirviera para rendir homenaje a los hombres y mujeres que protagonizan la vida cultural del país. Se había sintetizado así, de modo inmejorable –decía Hart–, la identificación orgánica entre nuestros creadores y los ideales patrióticos, antiesclavistas y anticoloniales de 1868, enriquecidos luego por Martí, Mella, Guiteras, Fidel.
La Revolución triunfante en 1959 recibió un apoyo entusiasta de la abrumadora mayoría de los artistas y escritores cubanos. Muchos, incluso, que vivían en el extranjero, regresaron a la Isla para sumarse a la edificación de un mundo nuevo.
Aunque la agresividad de EE.UU. empezó muy tempranamente, a través de presiones y amenazas, atentados, bombas, financiamiento de bandas armadas y una feroz campaña mediática, el gobierno revolucionario no descuidó la promoción de la cultura: fundó el ICAIC, la Casa de las Américas, la Imprenta Nacional y la primera escuela de instructores de arte, y llevó adelante la Campaña de Alfabetización.
Según dijo Carpentier, habían terminado para el escritor cubano los tiempos de la soledad y comenzado los de la solidaridad. Y es que la Revolución formó un público masivo y ávido para las artes y las letras. Dio espacio, además, a las expresiones más genuinas y discriminadas de las tradiciones populares y a las búsquedas más audaces en los diversos géneros artísticos.
Incapaces de percibir los nexos tan hondos entre cultura y Revolución, los yanquis se empeñaron en organizar grupos de «disidentes» en los medios intelectuales; pero fracasaron una y otra vez.
El caso de Armando Valladares fue fruto de la desesperación: lo exhibieron ante el mundo como un poeta inválido prisionero de conciencia. Hasta le publicaron un poemario con gran publicidad y un título dramático: Desde mi silla de ruedas. Pero no era poeta ni paralítico (subió ágilmente la escalerilla del avión cuando fue indultado), tenía un pasado turbio como policía de la tiranía de Batista y había sido sancionado por actividades terroristas.
Ahora, muchos años después, presentan un supuesto «movimiento» (San Isidro), un supuesto rapero procesado por desacato y una supuesta huelga de hambre de una decena de supuestos «artistas jóvenes». Los respaldó una fuerte campaña en la prensa extranjera, en los medios digitales pagados para la subversión y en las redes sociales. Contaron con el apoyo inmediato de Pompeo, Marco Rubio, Almagro y otros personajes.
A través de las redes sociales, se gestó un clima enrarecido, con una intensa carga emocional, para suscitar expresiones de adhesión y apoyo moral ante una hipotética injusticia.
Como ha sido estudiado por muchos analistas, apelar a las emociones en las redes envuelve a la gente en comunidades sentimentales transitorias, y paraliza la capacidad para razonar, juzgar y verificar dónde están los límites entre la realidad y la ficción.
Muchos (la mayoría) de los que se congregaron el 27 de noviembre ante las puertas del Ministerio de Cultura estaban influidos por la atmósfera creada en las redes. Pocos conocían lo acontecido efectivamente en San Isidro y a sus protagonistas. Quizá algunos habían tenido una u otra mala experiencia y se sentían dolidos. Creo que querían honestamente dialogar con la institución. Otros (una minoría) participaban con total conciencia en un plan contra la Revolución. Usaron las redes sociales para amplificar lo que allí sucedía y lo divulgaron de manera adulterada. Echaron a rodar noticias falsas en torno a una represión imaginaria que incluía gases lacrimógenos, gas pimienta y supuestas emboscadas contra los participantes. Sabían que estaban contribuyendo a justificar con mentiras las políticas de Trump contra su país. Solo les interesaba el «diálogo» para convertirlo en noticia, en show, y anotárselo como una victoria. Algunos necesitaban justificar el dinero que reciben.
Sin embargo, es necesario separar claramente la historieta de los marginales de San Isidro y lo sucedido en el Ministerio de Cultura. En el segundo caso, hay valiosos jóvenes que deben ser atendidos.
La política cultural de la Revolución ha abierto un espacio amplio y desprejuiciado para que los creadores puedan hacer su obra en total libertad. Es cierto que ha habido errores, incomprensiones y torpezas, pero el propio proceso revolucionario se ha encargado de rectificarlos.
Las instituciones, junto a la UNEAC y a la Asociación Hermanos Saíz, se mantienen abiertas al debate franco con artistas y escritores. Si por alguna razón el diálogo se interrumpe, existen los canales de comunicación apropiados para retomarlo.
Es totalmente legítimo dialogar sobre cómo consolidar los vínculos entre creadores e instituciones, sobre manifestaciones experimentales del arte que aún no han sido suficientemente comprendidas, sobre la imprescindible función crítica de la creación artística, sobre el «todo vale» de la visión postmoderna, sobre la libertad de expresión y otros muchos temas.
Lo que no resulta legítimo es el irrespeto a la ley, la pretensión de emplear el chantaje contra las instituciones, ultrajar los símbolos de la patria, buscar notoriedad mediante la provocación, participar en acciones pagadas por los enemigos de la nación, colaborar con quienes trabajan para destruirla, mentir para sumarse al coro anticubano en las redes, atizar el odio.
En medio de la crisis mundial provocada por la pandemia y el neoliberalismo global, Cuba sufre al mismo tiempo un acoso sin precedentes de EE.UU. Por eso se ha escogido este momento para financiar espectáculos que ofrezcan una imagen desfigurada del país.
Todo creador que se acerque a las instituciones con objetivos legítimos encontrará interlocutores dispuestos a escucharlo y a apoyarlo. Con los farsantes no hay diálogo posible.
Sancho Panza entra en un cine de una ciudad de provincia. Viene buscando a Don Quijote y lo encuentra: está sentado aparte y mira fijamente la pantalla. La sala está así llena, la galería —que es una especie de gallinero— está completamente ocupada por niños ruidosos. Después de algunos intentos inútiles de alcanzar a Don Quijote, Sancho se sienta de mala gana en la platea, junto a una niña (¿Dulcinea?) que le ofrece un chupetín. La proyección está empezada, es una película de época, sobre la pantalla corren caballeros armados, de pronto aparece una mujer en peligro. Inmediatamente Don Quijote se pone de pie, desenvaina su espada, se precipita contra la pantalla y sus sablazos empiezan a lacerar la tela. Sobre la pantalla todavía aparecen la mujer y los caballeros, pero el rasgón negro abierto por la espada de Don Quijote se extiende cada vez más, devora implacablemente las imágenes. Al final, de la pantalla ya no queda casi nada, se ve sólo la estructura de madera que la sostenía. El público indignado abandona la sala, pero en el gallinero los niños no paran de animar fanáticamente a Don Quijote. Sólo la niña en platea lo mira con desaprobación.
¿Qué debemos hacer con nuestras imaginaciones? Amarlas, creerlas a tal punto de tener que destruir, falsificar (este es, quizás, el sentido del cine de Orson Welles). Pero cuando, al final, ellas se revelan vacías, incumplidas, cuando muestran la nada de la que están hechas, solamente entonces pagar el precio de su verdad, entender que Dulcinea —a quien hemos salvado— no puede amarnos.
Fuente: Profanazioni, Giorgio Agamben, 2005. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro
Comenzamos a ser amenaza inusual y extraordinaria para el imperialismo estadounidense en 1999. Desde ese momento se declaró nuestro enemigo en el marco de una guerra, no convencional, pero guerra al fin. En sus inicios cubrió su rostro con las máscaras de los meritócratas de Pdvsa, Fedecámaras, la CTV y los factores políticos de la oposición. Hoy, consecuencia del desespero, las caretas se han caído.
El origen de este conflicto fue nuestra decisión de ser libres e independientes y de avanzar hacia un modelo alternativo al capitalista: el Socialismo del siglo XXI. Es parte sobrentendida de esa decisión soberana, disponer nosotros, como pueblo, de todas las riquezas que anhela el imperialismo para recuperar el espacio que en la geopolítica mundial ha venido perdiendo desde hace décadas: el oro, el petróleo, minerales de todo tipo, además de nuestra ubicación geográfica estratégicamente envidiable.
Reconocer al verdadero enemigo en esta guerra no convencional y particularmente en vísperas de elecciones parlamentarias es estratégicamente necesario para garantizar la victoria y sobre todo la continuidad del proceso revolucionario en democracia y en paz.
Son los enemigos del pueblo venezolano aquellos quienes, en actitud apátrida y sin ningún pudor, recorren el mundo pidiendo más bloqueo económico para limitar la importación de alimentos, medicamentos, repuestos, maquinarias e insumos para la producción nacional.
Los que han promovido, con el financiamiento de Washington, acciones de violencia en las calles, han incentivado el odio entre venezolanos, al punto de quemar vivos a compatriotas por ser o parecer chavistas. Los que contrataron a mercenarios para asesinar a venezolanos, los de SilverCorp, los de Gedeón. Los de la supuesta ayuda humanitaria en enero de 2019 para justificar una invasión de nuestro sagrado territorio a través de la frontera con Colombia.
Son los monopolios que, siguiendo los manuales de las guerras económicas, escondieron y acapararon los alimentos y medicamentos, sometieron al pueblo a hacer largas colas, mientras los “dirigentes políticos” engañaban a sus seguidores en diciembre de 2015 prometiéndoles una “última cola”.
Los enemigos de la paz son los que manipulan calificando a la revolución bolivariana de dictadura, pero que, con una actitud antidemocrática, han llamado a la abstención. Los que sin pruebas han cantado fraude ante cualquier resultado electoral que no les favorezca de las 24 elecciones que en 22 años se han realizado. Los que exigieron cambios en el poder electoral y sin embargo acaban de manifestar su no participación en los próximos comicios del 6 de diciembre.
No quieren a su Patria y a su pueblo quienes un 11 de abril de 2002 en el marco de un golpe de Estado y secuestro del Presidente Constitucional Hugo Chávez, desconocieron a nuestro Libertador Simón Bolívar escondiendo su retrato en un acto vergonzoso en el Palacio de Miraflores. Los mismos que hoy irrespetan a nuestra gloriosa Fuerza Armada Nacional Bolivariana ofendiéndola e intentando chantajearla con supuestas promesas de amnistía para que legitimen una eventual ruptura del hilo constitucional.
Son los enemigos los que, desde 2013 han atacado nuestra moneda, el bolívar, manipulando en más de 300 mil millones por ciento su valor a través de portales web, llevándolo de 8,26 BsF/US$ a 300.000 millones de BsF/US$. Los mismos que con esa arma de guerra han inducido un aumento de todos los precios de la economía en 12.493.965.695% entre enero 2013 y mayo 2020 y una contracción de la producción nacional en más de 50%. Pero son también enemigos quienes, a estas alturas, no reconocen dicho ataque y pretenden explicar la hiperinflación con el velo teórico monetarista. Son los que además todos los días, a las 9:00 am y a la 1:00 pm, celebran un nuevo ataque a nuestra soberanía.
Todos ellos no son sino voceros del verdadero enemigo que, no nos confundamos, no es Donald Trump, éste, al igual que Barack Obama, George Bush y Bill Clinton han sido voceros.
El verdadero enemigo es el imperialismo constituido por los grandes capitales corporativos, financieros y comunicacionales transnacionalizados; por los dueños de la Reserva Federal de EEUU; por los del Foro Económico Mundial de Davos. Son los capitales que se sienten amenazados ante la posibilidad de la consolidación de un modelo justo y de iguales, los que temen a la palabra socialismo. Los de la Doctrina de Contención y la Guerra Fría contra la esperanza socialista de la URSS, cuyo vocero en 1947 fue Harry Truman.
El verdadero enemigo son los artífices de la Revolución Conservadora con Ronald Reagan y Margaret Tachert de voceros y quienes a partir de los 80´ instauraron el neoliberalismo en Nuestra América plagando de pobreza, hambre y miseria a nuestros pueblos; los que desmontaron el Estado de Bienestar en Europa; los mismos que confesaron haber hecho hasta lo imposible por destruir la Revolución Bolchevique.
Son esos capitales los que, no por casualidad, estuvieron detrás del golpe de Estado contra Federico Chaves (Paraguay, 1954), Jacobo Árbenz (Guatemala, 1954), Juan Bosch (República Dominicana, 1963), João Goulart (Brasil, 1963), Salvador Allende (Chile, 1973), María Estela Martínez de Perón (Argentina, 1976), Juan José Torres (Bolivia, 1971), Manuel Zelaya (Honduras, 2009). Los mismos que invadieron panamá en 1989. Los del Plan Cóndor. Los de la Contra en Nicaragua (década de los 80´). Los que, en la Higuera, Bolivia, mandaron a asesinar al Ché Guevara en 1967. Los que desde hace 60 años bloquean criminalmente al pueblo cubano y desde hace 40 años a los hermanos iraníes.
No es cualquier enemigo al que el pueblo venezolano, inundado de envidiables riquezas, se enfrenta desde 1999 por el hecho de gritar al mundo nuestra decisión de ser soberanos y socialistas. En estos 22 años de revolución hemos visto de lo que son capaces, de los niveles de criminalidad con los que nos han atacado sin importarles el sufrimiento de mujeres, niños y ancianos.
La Unidad de las fuerzas revolucionarias es más que nunca imprescindible en estos momentos de arremetida y amenazas por parte del imperialismo estadounidense, así como la participación masiva del pueblo patriota en los comicios venideros.
No veamos fantasmas donde no los hay. No perdamos las perspectivas, no nos distraigamos. El verdadero enemigo es el imperialismo. Concentremos los esfuerzos en derrotarlo, en reconocer que el ataque al bolívar es la más poderosa y efectiva arma que, desde lo económico, han empleado contra los venezolanos. Esforcémonos en destruirla. Centrémonos en sortear el bloqueo comercial y financiero en lugar de usarlo como excusa. Los cubanos, los rusos e iraníes tienen mucho que enseñarnos.
La única manera de derrotar al verdadero enemigo es profundizando la revolución bolivariana y eso pasa por formularnos día a día, en cada uno de nuestros espacios, decisiones y accionar, la pregunta de rigor del Comandante Chávez: ¿Y allí, dónde está el socialismo? Qué sea esta la guía para derrotar al verdadero enemigo.
La idea del desarme nuclear es de larga data en el pensamiento político de Fidel Castro Ruz. La dimensión de su humanismo universalista radica en la prédica incansable por la salvación del planeta y todo lo creado por el hombre: una maravillosa y única especie capaz de “pensar la paz y el desarme”.
Las concepciones expuestas por Fidel relacionadas con el desarme nuclear, constituyen un amplio acervo político que nos introduce en la compresión de la compleja realidad política y económica internacional, conscientes de los graves peligros y amenazas que acechan la supervivencia de la especie humana.
Es importante enmarcar los enfoques de Fidel, sobre la paz y el desarme nuclear, en la tradición de la cultura política cubana, que tiene en el ideario martiano el principal sostén de la justicia social, la cultura de paz -con dignidad-y una vocación en la que “Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer.”[1]
Y por ser en la que nos tocó nacer hay para con ella un deber más inmediato. Es, además, la que conocemos mejor y por la que podemos trabajar con mayor efectividad, pero siempre con la conciencia de que es solamente una parte del todo. Es lícito y necesario que se ayude a levantar una parte del todo como contribución a la obra mayor de alzar a la humanidad. En la búsqueda de la integración y el equilibrio en la política regional e internacional frente a la creciente codicia, prepotencia y agresividad del imperialismo norteamericano, que – como un aldeano vanidoso- desestima que las armas del juicio vencen a las otras muy poderosas proporcionadas por las nuevas tecnologías aplicadas a los destructivos armamentos de los tiempos modernos.
La Revolución cubana, de Martí a Fidel, ha demostrado que trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras.[2] El contenido ético-humanista del pensamiento político de Fidel, como forjador de la Revolución cubana, es expresión de continuidad del ideario martiano, y se nos muestra en sus múltiples discursos, artículos, entrevistas, mensajes y declaraciones publicadas en la prensa escrita durante décadas de bregar revolucionario por Cuba y la humanidad.
El paradigma[3] Marxista–Leninista está presente en la obra de Fidel concerniente a la paz, contra la carrera armamentista y el desarme nuclear. Los principios teóricos y metodológicos marxistas aparecen en cada uno de los análisis que realiza; ya sea de manera explícita sobre las causas históricas, políticas, económicas, tecnológicas y científicas del surgimiento y desarrollo de las armas nucleares, de las guerras actuales, así como de manera implícita, en sus estudios sobre los problemas globales que amenazan la perpetuación y el avance de la civilización.
Ese conjunto de principios conforman la base teórica de sus proyecciones políticas sobre la paz y el desarme nuclear, resultando de utilidad para la formación de las nuevas generaciones de cubanos, los estudios académicos y la orientación de la opinión pública internacional, en cuanto al curso de las acciones para alcanzar el desarme nuclear.
Las valoraciones de Fidel referidas al desarme nuclear son identificables en los múltiples discursos pronunciados desde 1959, en Cuba y en el extranjero, y en una serie de recientes reflexiones publicadas bajo el rótulo del “compañero Fidel”, que arrojan un acumulado de propuestas paradigmáticas que nutren los objetivos de la política exterior cubana en un período histórico en que la política ha tomado un extraordinario alcance global, con sus consecuencias para todas las naciones e individuos, al margen del tipo de régimen socio-económico de sus respectivas sociedades y de la posición geográfica en que se encuentren.
Como planteamientos a favor del desarme y en su crítica a los monopolios que controlan la industria armamentista y a los peligros de una guerra nuclear, Fidel, en el discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 26 de septiembre de 1960, expresó: «ahora, ¿cuáles son las dificultades del desarme? ¿Quiénes son los interesados en estar armados? Los interesados en estar armados hasta los dientes son los que quieren mantener las colonias, los que quieren mantener sus monopolios, los que quieren conservar en sus manos el petróleo del Medio Oriente, los recursos naturales de América Latina, de Asia, de África; y que, para defenderlos, necesitan la fuerza. Y ustedes saben perfectamente que en virtud del derecho de la fuerza se ocuparon esos territorios y fueron colonizados; en virtud del derecho de la fuerza se esclavizó a millones de hombres. Y es la fuerza la que mantiene esa explotación en el mundo. Luego, los primeros interesados en que no haya desarme son los interesados en mantener la fuerza, para mantener el control de los recursos naturales y de las riquezas de los pueblos, y de la mano de obra barata de los países subdesarrollados. (…)
Luego, los colonialistas son enemigos del desarme. Hay que luchar con la opinión pública del mundo para imponerles el desarme, como hay que imponerles, luchando con la opinión pública del mundo, el derecho de los pueblos a su liberación política y económica.
Son enemigos del desarme los monopolios, porque además de que con las armas defienden a esos intereses, la carrera armamentista siempre ha sido un gran negocio para los monopolios. Y, por ejemplo, es de todos sabido que los grandes monopolios en este país duplicaron sus capitales a raíz de la Segunda Guerra. Como los cuervos, los monopolios se nutren de los cadáveres que nos traen las guerras.
Y la guerra es un negocio. Hay que desenmascarar a los que negocian con la guerra, a los que se enriquecen con la guerra. Hay que abrirle los ojos al mundo, y enseñarle quiénes son los que negocian con el destino de la humanidad, los que negocian con el peligro de la guerra, sobre todo cuando la guerra puede ser tan espantosa que no queden esperanzas de liberación, de salvarse, al mundo»[4]
Como hemos visto, el pensamiento de Fidel es expresión de una ética progresista y revolucionaria, que se propone no solo interpretar la problemática internacional, sino transformarla con una profunda inspiración emancipadora. Pero esta visión redentora choca directamente con la posibilidad de la autodestrucción del planeta, por el estallido de una devastadora guerra nuclear o el paulatino daño que produce al ecosistema el acelerado cambio climático mundial.
La amenaza de una guerra nuclear y el cambio climático global son el resultado directo de un inusitado e irracional modo de producción capitalista que en el siglo XX, y hasta hoy, exacerbó un armamentismo que tomó su mayor auge en el contexto de un Complejo Militar-Industrial estadounidense cada vez más y más imponente, después de 1945, arrastrando en esa lógica suicida a sus principales aliados europeos, pero también a la Unión Soviética (Rusia), China, India, y a otros actores de menor dimensión territorial o protagonismo internacional, ubicados en Asia, Medio Oriente y África.
Al respecto, el líder histórico de la Revolución cubana esbozó que “se inició la Guerra Fría y la fabricación de miles de armas termonucleares, cada vez más destructivas y precisas, capaces de aniquilar varias veces la población del planeta. El enfrentamiento nuclear sin embargo continuó; las armas se hicieron cada vez más precisas y destructivas. Rusia no se resigna al mundo unipolar que pretende imponer Washington. Otras naciones como China, India y Brasil emergen con inusitada fuerza económica. Por primera vez, la especie humana en un mundo globalizado y repleto de contradicciones ha creado la capacidad de destruirse a sí misma»[5]
El pensamiento de Fidel coincide con el de V. I. Lenin, cuando este último legó a la teoría marxista, a principios del siglo XX, ya en la época del imperialismo,[6] que “el militarismo es el resultado del capitalismo. Es en sus dos formas, una manifestación vital” del capitalismo: como fuerza militar utilizada por los Estados capitalistas en sus choques externos y como instrumento en manos de las clases dominantes.[7]
Fidel, en la segunda década del siglo XXI, explicó a un grupo de periodistas que “el imperialismo y sus aliados han convertido la industria militar en el sector más próspero y privilegiado de su economía. Cada día se publica alguna noticia sobre los más increíbles artefactos para destruir y matar; se elaboran códigos para su empleo; los derechos de la persona, elaborados durante siglos, han sido barridos. Matar y destruir, sin límite alguno, es su filosofía. Como es lógico, tal actitud provoca la reacción de los países adversarios con suficiente desarrollo técnico y científico para fabricar las armas capaces de contrarrestar, e incluso superar tales armas.[8]
Para Fidel, “cuando las supuestas amenazas del comunismo han desaparecido y no quedan ya pretextos para guerras frías, carreras armamentistas y gastos militares, ¿qué es lo que impide dedicar de inmediato esos recursos a promover el desarrollo del Tercer Mundo y combatir la amenaza de destrucción ecológica del planeta?[9]
Todo lo que significó de negativo la desintegración de la URSS y del campo socialista, para la causa de la paz y el desarme nuclear quedó expuesto por Fidel de la manera siguiente: “(…) Al socialismo había que perfeccionarlo, no destruirlo, los únicos que salieron gananciosos con la destrucción del socialismo fueron los países imperialistas. (…) Creo que sí había que luchar por la paz, habría que luchar por el desarme, y pienso que un mundo más sabio habría luchado por alcanzar a través de negociaciones lo que pudo conseguirse sin la disolución y sin la desintegración de la Unión Soviética. (…) Seguir leyendo PENSAMIENTO DE FIDEL CASTRO RUZ SOBRE EL DESARME NUCLEAR. LEYDE E. RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ→
El liberalismo de fines del siglo XX, igual que la naturaleza, sentía horror al vacío y se acomodaba a ello bien o mal, esforzándose, pese a todo, por colmarlo. El tecnolibertarismo anula ese vacío, suprimiendo todo espacio vacante y haciendo realidad el sueño último del capitalismo histórico: lanzarse al asalto de la vida, de toda la vida. La recolección permanente de datos relativos a nuestros gestos amenaza a largo plazo la actividad del marketing, que da testimonio de la distancia entre el productor y el consumidor, que pronto dejará lugar a la formulación de ofertas que se traerán, en tiempo real, a los flujos de la existencia.
La industria de la vida procede de una continua adecuación robotizada entre la oferta y la demanda. Por ejemplo: una infinidad de aplicaciones que integran Google Maps hacen concordar cada perfil de usuario con una multitud de servicios disponibles en la zona del entorno. Las pulseras conectadas miden los flujos fisiológicos aconsejando, en función de los resultados, ir a un restaurante dietético, beneficiarse de una sesión de yoga, encargar complementos alimenticios o programar sin esperas una cita en una clínica. Los campos médicos y para médicos son objeto de una repentina y masiva conquista por parte de la economía de los datos que, gracias al rastreo de los comportamientos, a la sofisticación de los algoritmos interpretativos y a la geolocalización, pretenden ocupar el terreno de la salud llamada “móvil” [Mobile Health].
Apple, que en su origen creaba microcomputadoras, se transformó en parte en un actor de la salud a través de su plataforma HealthKit. Del mismo modo, Google, cuya actividad inicialmente estaba centrada únicamente en el motor de búsqueda, propone hoy un tipo de plataforma similar, Google Fit, que también desarrolla búsquedas que se ocupan de la “salud de los datos” en el seno de su departamento Calico. ibm, que en otros tiempos fabricaba calculadoras, elaboró también un sistema de inteligencia artificial de experticia médica y de establecimiento de diagnósticos, Watson. Son otras tantas evoluciones que dan fe del pasaje de la era del acceso a la era de la “medición de la vida”, o al pasaje de una economía que hasta ese momento había buscado prioritariamente explotar la atención de los internautas a una economía de ahora en más abocada a “capturar lo viviente” o de orientar la vida de las personas.
La industria de la vida no se conforma con hacer cuerpo con cada uno de nosotros, pretende derribar otro obstáculo que hace más lento su ritmo vital: la decisión de compra. Busca sustituirla por una automatización personalizada de la gestión de nuestras necesidades, del mismo modo que el dispositivo concebido por Amazon, Dash, que pone en venta impresoras, lavarropas o monitores que miden la tasa de glucosa y que son capaces de solicitar por sí mismos sus insumos en la tienda online. El responsable del proyecto, Daniel Rausch, desea “hacer la vida de los consumidores más fácil evitándoles quedarse sin jabón en polvo, alimento para las mascotas o tinta para la impresora”.[i] El drama de la separación entre las empresas y los individuos se termina porque se establece ahora un lazo casi umbilical que resulta de una experticia automatizada tendencialmente anticipatoria, garantizada por un sistema destinado a detectar nuestras necesidades sin que siquiera tengamos conciencia de ello, y a liberarnos entonces del peso de tener que mantener nosotros mismos nuestros objetos, así como del acto de compra. Hay muchos otros aparatos que están destinados a cumplir la misma función especialmente gracias a la puesta a disposición, para los fabricantes, de la interfaz de programación (API) necesaria para la integración del servicio. Las plataformas siliconianas administran las necesidades consumando el sueño de una economía “sin costuras” [Seamless Economy], que nos permite ver cómo se acoplan robots digitales a la vida de las personas y su entorno, y que se ocupan incansablemente de alivianar su vida cotidiana.
El movimiento que supuestamente atrae al consumidor “hacia el producto” se invierte. Ahora es el producto el que va hacia el consumidor, se infiltra discretamente en su existencia. Esta inversión representa la fantasía, hasta aquí no realizable, de toda agencia de marketing. La economía de los datos puede de ahora en adelante hacerla realidad. Hay que detenerse en la neutralización de la libre elección en juego que, incluso si estuviera orientada por toda una serie de técnicas, depende a fin de cuentas solamente de la prerrogativa de cada cual. Aquí lo que prevalece en cambio es una estimación automatizada que se impone como si fuera una evidencia, haciendo más fluida la vida y aplazando la hipótesis de la latencia, de un cambio de proveedor, o simplemente la de la interrupción de la compra. Por ejemplo, podemos suponer que el automóvil autónomo va a garantizar por sí mismo su mantenimiento, y que por lo tanto una amplia parte de este mantenimiento será realizado a distancia por programadores dedicados a ello, y el automóvil entonces decidirá “por sí mismo” la renovación de algunos de sus componentes, yendo a tal taller o a tal concesionaria que participan de discretas pujas. La figura histórica del consumidor se desvanece para abrir paso a un individuo continuamente conducido por sistemas encargados no solo de estimar sus necesidades y deseos, sino también de satisfacerlos sin apelar a su voluntad.
Hacer más fluido y automático el acto de compra es también, de algún modo, hacer desaparecer el dinero. Mastercard lanzó un programa que apunta a transformar todo objeto, smartphones, pulseras o relojes conectados, hasta las vestimentas, en medios de pago sin contacto. O bien el cuerpo, insensiblemente y en todo instante, puede ser transformado en tarjeta de crédito. El designio de la empresa consiste en que, “en un futuro cercano, sea posible pagar sin darse cuenta de ello”.[ii] No se trata solo de intensificar indefinidamente nuestra relación con el comercio, sino de hacer como si el gasto se borrara, se convirtiera en evanescente, liberándonos de su culpabilidad inherente y delegando la conducta de esas fastidiosas operaciones a sistemas destinados a responder del mejor modo posible y en silencio.
El mundo mercantil, que suponía hasta entonces una relación frontal entre marcas e individuos, parece relacionarse con una época perimida. Se transforma en una “economía del ambiente”, en un tipo de compañerismo afable, que se encarga, bajo el régimen de una eficacia ideal, pero dentro de la mayor discreción, de la perfecta gestión de nuestras necesidades o aspiraciones más o menos conscientes. Reed Hastings, cofundador de la plataforma de videos online Netflix, asegura estar analizando proponer a sus abonados “la película o la serie correctas en función de su humor del momento”.[iii]
La industria de la vida tiene la ambición de liberarse de todo límite, lanzándose de aquí en más al asalto de la psique humana, con ayuda de programas de interpretación emocional a través del análisis de las frecuencias vocales y de la expresión de los rostros. Así sucede con el “espejo inteligente”[iv] de Microsoft, que “comprende” nuestra condición fisiológica o psicológica y formula a cambio, bajo la forma de letras incrustadas en su superficie, consejos, o sugiere la compra de productos que pueden ser solicitados por medio de la pantalla táctil. Seguir leyendo EL ADVENIMIENTO DE UNA “INDUSTRIA DE LA VIDA”. ÉRIC SADIN→
Pocos como él han batallado desde el corazón por conquistar el alma de los nuestros. Pocos con similar perseverancia han advertido que la cotidianidad del cubano está signada por su realidad insular. Nadie lo supera cuando se trata de convertir en credo la «habaneridad». Nadie, al menos con la devoción y el poder de convencimiento de los que él puede presumir, ha hecho notar lo urgidos que estamos de dejar espacio a la poesía.
Como su predecesor, no cambia ningún título por el de Historiador de la Ciudad. Obsesivo con su trabajo, confía más en el hacer que en el decir. Apelar a los valores de nuestra tradición ética ha sido, para él, voto a perpetuidad. Sabe que la raíz, el punto de partida de los sentimientos cubanos, es de carácter cultural, de ahí que esa sea la clave del éxito de su proyecto social.
Es un hombre de desafíos que ansía trascender en el tiempo, y que se ha empeñado en ser singular sin renunciar a ser leal. Cuando pasen los años, los habaneros y, más que eso, los cubanos, podrán susurrarle con orgullo a sus hijos lo que él mismo a los suyos cuando les hablaba de Martí: este hombre trató de dar solución a grandes enigmas y complejidades de su época, del futuro; de todos los tiempos…
Fina García Marruz le ha confesado en una carta, lapidaria: «…En su sacrificio humilde, en la entrega tenaz de sus horas, en la vehemencia prometeica con que ama a La Habana, Eusebio Leal, como en tantas otras cosas, es donde está su huella. Cuando lo olviden los hombres, todavía lo recordarán las piedras».
—Invocar aquel adagio de que la Historia es la crónica de los acontecimientos tal como fueron, mientras la Poesía nos devuelve el cómo debieron ser, supone reivindicar el imperio de la subjetividad. ¿Qué es para usted la Historia?
—Hay que desterrar los espejismos. Trasciende de la historia lo esencial. Los documentos son fuente del conocimiento, pero también una aproximación a la realidad. De un mismo acontecimiento existen numerosas versiones, y queda al historiador y al lector, beber en las fuentes de la memoria popular. La Historia es siempre una construcción que armamos con los testimonios o los documentos que tenemos a mano, muchas veces sin privilegiar una visión abarcadora, potenciando la cuestión episódica en vez del alcance global.
«Cintio Vitier me refería que Martí, enfrascado en la formulación de su proyecto nacional, se había esforzado por unir los cabos sueltos, para lo cual requirió, también, papeles. Pero el yacimiento documental no lo revela todo. No puedo permitirme optar por lo que otros desbrozaron y quedarme ahí. Las limitaciones existen. Todo es acumulación, nunca capítulo cerrado.
«Es preciso equilibrar lo escrito con lo no escrito. Sin restar mérito a aquello que es propio de las emociones, de la condición humana de los protagonistas o testigos, hay que entender la Historia como sistema donde hay claves que todavía aguardan, a la espera de ser exhumadas. Y algunas han de ser clarificadoras».
—Con apenas un sexto grado de escolaridad y los arrestos propios de los 25 años, usted se hizo cargo de la restauración del Palacio de los Capitanes Generales, al tiempo que rescató la Oficina del Historiador de la Ciudad. Con hálito retrospectivo, ¿qué considera fue lo más difícil?
—Figúrate…, creo que lo más arduo fue la lucha por hacer prender una conciencia. Recuerdo cuando todo comenzó, los años en que éramos tenidos por dementes. «Está loco, pero es trabajador», decían, como consuelo piadoso, mientras yo comprendía que ese apelativo, ¡loco!, encarnaba un atributo para bautizar lo que poco a poco pudimos ir acumulando. Y desde esa época acepté como parte mía tan noble dictado.
«Porque no pierdas de vista que el sentimiento de aproximación a estos valores que hoy emergen con claridad es contemporáneo a nosotros. Por mucho que algunos precursores batallaron para crear una conciencia acerca de lo que poseíamos, se afirmaba que era pasión romántica atribuirles amplios méritos a nuestras pequeñas ciudades del ámbito caribeño. La eterna comparación con los grandes enclaves de la cultura universal, frente a los cuales lo nuestro era pírrica fantasía.
«Ese fue el punto de partida, hasta que logramos abrir las primeras salas del Museo de la Ciudad. De entonces a acá, la historia es infinita».
Una de las galerías de la planta alta del Museo de la Ciudad. Foto: Omar Sanz
—¿Dónde reside ese sortilegio tan propio de La Habana?
—Con frecuencia se elogia el diseño de una ciudad suavemente reclinada junto al mar. O se pondera su dimensión patrimonial. Ciertamente La Habana goza de una singular monumentalidad y de marcados contrastes; es un mosaico que nos permite acercarnos a una interpretación del mundo.
«Desde el punto de vista arquitectónico aquí están sintetizados los estilos imperantes en la que fuera metrópoli: el renacimiento y hasta el “remordimiento” español, la pincelada morisca, el gótico… Las pinturas murales, que todavía emergen debajo de las sucesivas capas con que fueron cubiertas algunas paredes añosas, son un resplandor de Pompeya y Herculano en La Habana.
«Como gustaba decir a Carpentier, cuando evocaba el fabuloso barroquismo, la sustancia ecléctica: “es un estilo sin estilo”. Quiere decir que esta es tierra de convergencia, de apertura, de multiculturalidad.
«Esa riqueza me llevó a comprender que no podíamos limitarnos a un período histórico determinado; que no solo lo pretérito, sino también lo moderno ha dejado una marca, una huella indeleble. Y por supuesto, está la gente, que da sentido a la urbe y permite refrendar la naturaleza inacabada de cualquier empeño cultural». Seguir leyendo LA VOLUNTAD DE PREVALECER: EUSEBIO LEAL. MARIO CREMATA FERRÁN→
Vídeo y transcripción de la entrevista completa al filósofo, escritor y educador popular cubano Fernando Martínez Heredia. Un recorrido histórico sobre Cuba donde hablamos de Revolución, de soberanía, de democracia, de Fidel y de dignidad.
Entrevista realizada en La Habana, en diciembre de 2016, unos días después del fallecimiento del comandante Fidel Castro.
Esta entrevista forma parte de los materiales utilizados en el largometraje documental Tras las huellas del Che. Ante la insistencia de muchas voces que nos han pedido la entrevista completa, compartimos con el mundo la voz del maestro, quien lamentablemente nos abandonó unos meses después de esta conversación, en junio de 2017.
Como dijo Julio César Guanche acerca de la obra de Fernando Martínez Heredia, más que un pensamiento político se trata de una política hecha desde el pensamiento.
En El ejercicio de pensar, Martínez Heredia afirmó: “Lo decisivo en este momento son los ideales opuestos al capitalismo, a todas las dominaciones y a la depredación del medio, y a partir de ellos reapoderarse de la obra colosal de Marx y de la historia del marxismo, de los aportes maravillosos que ella contiene y de sus errores e insuficiencias. Y con esa formidable acumulación cultural trabajar intelectualmente y hacer política, que es para lo que sirven las buenas teorías sociales, y tratar de que el marxismo participe en la formación ética y en la inspiración de las conductas”. ¡Qué gran tarea nos dejó!
Agradecemos enormemente el trabajo voluntario en la transcripción al colaborador de Vocesenlucha Alejandro Díaz, desde México, gracias a quien podemos disfrutar de esta joya del pensamiento también en formato escrito. —
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Siempre hacemos una primera pregunta, que consiste en tocar un poco las narices, porque preguntar quién es la persona que estamos entrevistando…, no siempre es fácil responder quién es uno, ¿no?
No ya uno es…ya estoy encallecido.
¿Quién es Fernando Martínez Heredia?
Si, ahorita yo soy científico social e historiador, definición más breve. Pero como tengo muchísima edad me alcanzó la vida para haber estado en la lucha insurreccional contra Batista; participé en el movimiento del 26 julio. Y he participado pues, como es natural entonces, en una cantidad muy grande de cosas del proceso iniciado en 1959, en sus áreas digamos fundamentales, para los jóvenes tan jóvenes como yo, que eran: la defensa de la revolución, el estudio y el trabajo, las tres cosas. De eso me llevó, después de cierto tiempito, a ser sobre todo un profesor. Muy joven fui profesor de la Universidad de La Habana, director de lo que sería la Facultad de Filosofía en la actualidad; y también, me llevó a formar parte de un grupo que quería que tuviéramos una filosofía marxista de la revolución cubana, porque no nos gustaba la que venía de la Unión Soviética, y mucho menos nos gustaba el pensamiento de los capitalistas, claro.
Entonces, ahí hicimos también una revista de la que yo fui director llamada Pensamiento Crítico. Creo que fue la primera vez en el mundo que se usó la expresión pensamiento crítico; 1966, duró 5 años. Este otro trabajo duró cerca de 10. Pero como pasa siempre, las cosas cambian y yo cambié de lugar, y entonces trabajé otra vez con el Instituto de Reforma Agraria, con el que yo había colaborado al inicio mismo de la revolución. Lo que era la revolución agraria, con el Ministerio de la Industria Azucarera de Cuba también, pero siempre participando en actividades de tipo internacionalista latinoamericano durante más de 30 años, quizá 40. Entonces me dediqué otra vez a las investigaciones sociales desde mediados de los 80, en el Centro de Estudios sobre América primero, y después de los últimos 20 años aproximadamente, he estado en el Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana, que llaman Juan Marinello, por un antiguo intelectual; del Ministerio de Cultura, que es investigación cultural, yo soy el director ahí y comparto con otras cosas de siempre, del estudio de cuestiones cubanas y latinoamericanas. Siempre he sido historiador, digamos, por vocación y por interés, y he publicado, incluso, algunos libros en ese medio… ya bastante.
Qué importante la historia, para conocer la identidad de los pueblos, ¿no? Contar lo que ha pasado.
Y los conflictos… también. Digo, porque la identidad es interesante y los conflictos también, a veces se olvidan.
¿Los conflictos de las identidades? ¿A qué se refiere?
No, los conflictos que viven los pueblos. Las identidades nunca andan solas, andan en medio de grandes conflictos, y de dominaciones, y de resistencias y, por tanto, de conflictos que a veces se vuelven luchas.
Le vamos a plantear una pregunta peculiar: ¿Quién es Cuba?
Ante una pregunta como esta, para un cubano, Cuba es demasiado; entonces, ¿cómo te va a decir qué es Cuba?, si es algo más allá de las palabras. Pero, si nos ponemos a tratar de ayudar, Cuba es como tantísimas partes del mundo, un país que le costó mucho trabajo serlo realmente, a tal punto que le llamaron Juana, no Cuba.
El primer nombre que le pusieron fue Juana, que era una señora de la familia real, del reino de España. O sea, es casi simpático si no fuera algo terrible; se llama el colonialismo. Es decir, como la mayor parte del planeta, Cuba fue víctima del colonialismo, pero durante mucho tiempo, 400 años casi. Y entonces, su historia escrita con ciudades, con instituciones como autoridades, así como las que suele haber, empezó sobre los años del 12, 13 del siglo XVI en adelante, es decir, a inicios casi del siglo XVI hasta el final del siglo XIX. Esto quiere decir, fue colonia mucho tiempo de una potencia que llegó a ser la mayor de Europa en un momento dado, España. Después empezó a decaer bastante, pero seguía siendo la metrópoli de Cuba. Cuba, decimos, una isla pequeña en términos relativos, la tierra de Cuba es la mitad de toda la tierra emergida del Caribe; todas las otras islas sumadas, sólo suman igual que Cuba. Y quizá esto nos ayudó, porque el capitalismo tuvo en el Caribe su vanguardia territorial. Las pequeñas islas fueron objeto de saqueos del medio ambiente, de terribles relaciones sociales con esclavos traídos en masa, de asesinatos masivos de la población autóctona. Y se producían allí, digamos, alimentos tropicales, por llamarles en español, que servían para completar el sistema económico de Europa, en el sentido, cada vez más, de cómo alimentar a los trabajadores de un capitalismo que era juvenil, que no siempre los alimentaba mucho. Y que los llevaba muy duramente, pero tenía que ir interesando a la gente. En ese sentido, Cuba no era tan importante, porque los medios de transporte, fuera del naval, no tenían desarrollo realmente. Al ser tan grande es en las pequeñas islas donde se da el protagonismo del capitalismo. Estas pequeñas islas fueron abandonadas alrededor de la mitad del siglo XIX, al revés pasa con Cuba; pero mientras tanto Cuba es muy importante para España, desde el punto de vista militar y de comunicaciones. Cuba es una colonia militar y de comunicaciones, pero es la más importante de todas, en ese terreno. Por eso le llamaban elantemural de las indias, que es un término militar y, la llave del nuevo mundo, que es un término del transporte naval. Entonces esto hace que todo el que producía, por ejemplo, el oro y la plata de América, para Europa sabía qué cosa era Cuba. Cuba era conocida por todos, desde el fondo de América del Sur hasta Acapulco, hasta Tampico, porque todos los años había que venir hasta acá, hasta el puerto de la Habana trayendo las riquezas y organizarse aquí como una flota de guerra y atravesar el Atlántico hasta España. Entonces, esto hace de la parte oeste del país una colonia militar importantísima, una colonia de comunicaciones importantísima. La parte centro y este no tiene ese destino, es sobre todo ganadera y esa sí se entiende con las pequeñas islas y con otros poderes. Se entiende a través del comercio, entonces le llamaban contrabando, pero eso no tiene importancia, el comercio es inevitable. Proveía de cosas necesarias para la subsistencia de esclavos para las funciones del trabajo en esas islas. Proveía de cuestiones de interés para los comerciantes ya fueran piratas o fueran comerciantes realmente, o corsarios de otras naciones de Europa.
“La gran revolución haitiana, a partir de 1791, fue la más grande, la más profunda de las revoluciones de América”
A fines del siglo XVIII es que viene el cambio grande, grande, grande, el del desarrollo ahora sí, de una industria en Cuba, de algo productivo que es la producción de azúcar. La producción de azúcar en los últimos 20 años del siglo XVIII, empieza a dispararse primero por factores que son demasiado largos para contarlos acá, pero, a continuación, por la gran revolución haitiana, a partir de 1791. La más grande, la más profunda de las revoluciones de América, sin duda. Y acabó, a la vez, con el mayor productor de azúcar del mundo, que era Saint-Domingue, como se llamaba aquella posesión haitiana para Francia, que era la metrópoli.
Entonces ya Cuba era Cuba. Se me olvidó decirlo, pero Cuba es un nombre arbaco o arahuaco, es decir, de autóctonos, que quiere decir tierra alta y se impuso porque eso de Juana era demasiado, pero Saint-Domingue se volvió Haití, que también es un nombre arahuaco, cuando los negros de Haití la liberaron, aunque en su mayoría habían nacido en África, prefirieron llamarse indígenas y ponerle este nombre. Fueron un ejemplo peligrosísimo para el país de al lado, de todos los países del mundo era el más cercano a Cuba, geográficamente. Sin embargo, acá, se estaba desarrollando algo tan importante que tuvo un respaldo militar demasiado grande. Entonces se trajeron 300.000 esclavos de África en 30 años nada más, de 1790 a 1820. Se trajeron aproximadamente un millón, en los 85 años que duró esto. O sea, la esclavitud de Cuba no es un atraso antiguo, arcaico; es algo moderno, modernísimo, es del siglo de la gran industria, del siglo de la revolución francesa, de todas esas cosas bonitas en la constitución, por eso es tan monstruosa.
Los dueños de los esclavos de Cuba, que una gran parte eran criollos de Cuba, no españoles, leían a Rousseau, sabían quienes eran Goethe y Hegel, sabían demasiado. Se daban hasta el gusto de ser liberales en algunas cosas, excepto en cuestiones políticas. Porque ellos eran los dueños de Cuba, los dueños de los esclavos de Cuba, los dueños de un negocio sensacionalmente amplio, que se amplió una y otra vez, durante décadas, y para eso lo mejor es seguir siendo súbdito de España.
De esta manera la burguesía de Cuba, que así le puedo llamar ya, aunque se sentía muy moderna, aunque se sentía superior a los jovencitos pobres que venían de España, de tal modo que le llamaban blanco sucio. ¿Por qué?, porque era blanco, venía de España pero no tenía dinero. No estaba limpio, no tenía dinero, el dinero era el equivalente general de las mercancías. Y entonces, así se formó, por primera vez, la moderna Cuba, con una población que pasó de un cuarto de millón a fines del siglo XVIII, a un millón, cincuenta años después; y, a un millón y medio otros cincuenta años después más. ¿Qué quiere esto decir?Se compuso incluso étnicamente, esa cantidad de coloridos de piel y de otras cosas del pelo, etcétera, que tenemos los cubanos, viene de ahí.
”La esclavitud de Cuba no es un atraso antiguo, arcaico; es algo moderno, modernísimo, es del siglo de la gran industria, del siglo de la revolución francesa, de todas esas cosas bonitas en la constitución, por eso es tan monstruosa”.
Ciento veinticinco mil chinos completaron la expedición, los trajeron para trabajar también como sirvientes contratados. Una cantidad de miles procedentes del Estado español, pero menor, muchísimo menor, también formaron parte; así se hizo un país monstruoso repito porque estaba en la punta de la tecnología mundial. Aquí se trajo la primera máquina de vapor en 1799, Cuba tuvo el ferrocarril antes que España. Fue el primer país de América Latina que tuvo ferrocarril. El primer país de América Latina que tuvo teléfono, telégrafo, cables submarinos también. Se usó el vacío en la fábrica como método, dos años después que se inventó en Francia. Es decir, la contabilidad y la demografía eran tan buenas como Europa, en la primera mitad del siglo XIX. Es decir, estaba en la punta de la tecnología mundial pero no por razones propias, era porque formaba parte del negocio del capitalismo mundial. Eso es lo que yo llamo los turnos de los países, en el sistema mundial del capitalismo. Ese largo turno de Cuba, la cambió completamente, claro, ya le hizo ser de un modo que pesó para siempre. No fue eterno, sin embargo, tenía que seguir moviéndose. Porque en la segunda mitad del siglo XIX, los países de Europa que habían empezado con las guerras napoleónicas a proteger el azúcar de remolacha, ya lo protegieron del todo, el negocio europeo, prácticamente después de una gran corrida con Inglaterra en la sexta década. Inglaterra nos ayudó muchísimo a traer más esclavos, a pesar de todo lo que los ingleses dicen, que ellos estaban contra la esclavitud, porque era un negocio para Inglaterra, hasta los años 50 del siglo XIX. Pero después, ya no había mercado para el azúcar de Cuba en Europa, y entonces el mercado principal de América, era único prácticamente, era Estados Unidos; y pronto se convirtió en el mercado fundamental del azúcar de Cuba. Así empezó Cuba a ser, desde el punto de vista económico, una neocolonia de Estados Unidos. Pero si esa fuera la historia, sería una historia de economía, una historia de razas, una historia de componentes más o menos puestos uno junto al otro, o uno encima de otro. Pero el asunto cambió mucho por un problema de otro tipo, que es las representaciones de la población de Cuba, de que ellos eran un pueblo, y que eran diferente a los demás.
Entre los planes de toda dominación, económico-cultural, ocupa un lugar de privilegio la usurpación simbólica incluso en los campos de la identidad y de la memoria. Nunca será fácil someter a un pueblo que tenga “fresco” en su recuerdo, el bagaje histórico de las luchas con sus derrotas y sus victorias. No es que sólo de recuerdos viva la especie humana y tampoco que los archivos mnemotécnicos, por sí solos, salven a los pueblos de las tragedias opresoras. Pero es seguro que las batallas en los campos simbólicos de la memoria son decisivos no sólo por la cantidad sino por su calidad movilizante y su oportunidad coyuntural. Es urgente re-politizar a la memoria.
También es preciso emancipar a la memoria de todas las emboscadas ideológicas que pretenden reducirla a sólo “archivo muerto”, “ocioso” y “estorboso”, capricho de la imaginación “solipsista”. No es suficiente la “memoria activa” si no es, específicamente, memoria crítica y descolonizadora. Recordar por recordar comporta el peligro de las nostalgia boba. Recordar es una parte de la producción de sentido donde entran en juego todas las formas de la memoria que no sólo es repertorio de “retratos mentales” quietos. La memoria opera en toda la red de los sentidos, objetivos y subjetivos. Umberto Eco, en algunos temas desmemoriado, entendía que uno recuerda rostros, aromas, fechas, frases, gestos, afectos, texturas… pero, por más que se las ingenien para que así parezca, ninguna memoria es puramente individual. El recuerdo expresa al conjunto de las relaciones sociales y en ellas los modos y los medios de la producción económica e ideológica.
Nada tiene la memoria de “enciclopédica” per se, no es un plan armado por coleccionistas organizadores de saberes. Es mucho más parecida a un “collage” (no caprichoso) que cobra sentido sólo en el sentido de la dialéctica social desde el epicentro de esas contradicciones internas que la convierten en “cultura de masas”, “comics”, letras de canciones, mitos cinematográficos, éxitos de propaganda, obsesiones de educación religiosa… a fuerza de emociones que dan adherencia a los fanatismos. Tales contradicciones internas son la presión sanguínea de un cierto metabolismo ideológico, siempre con pronóstico reservado, según la trama en que se activan o manipulan los recuerdos. Sólo con luchas emancipadoras a conciencia, se recupera la memoria crítica de sí y del contexto, porque sin cuerpo político, sin poder social emancipador, pensamientos y recuerdos se quedan en la infancia o la adolescencia de tipo museísticos y contemplativos. Ésta es quizás la parte más revolucionaria de una semiótica emancipadora de la memoria, donde las fuerzas del recuerdo se vuelven movilizadores y marcan la vida simbólica de los pueblos que, al final, se revitaliza en clave abolicionista contra toda manipulación, usurpación o degeneración de la memoria.
A la burguesía le gusta jugar con la memoria para homenajearse a sí misma, convirtiéndose en añoranza profunda que se nos inserta como “recuerdo del futuro” inexistente. Inventaron “épocas de oro” para inocularnos ensoñaciones e ilusionismos nostálgicos, para hacernos sentir que perdimos esa “tierra prometida” que nunca tuvimos. Nos hacen sentir tristeza y ansias para rescatar, compulsivamente, la época en que todo fue “prospero”, abundante y feliz… con una especie de memoria taxi que nos lleva hacia lo que nunca existió pero que está ahí, motorizado por películas, cancioneros, museos y baratijas ideológicas de moda. Si “todo tiempo pasado fue mejor” estamos fritos. Lo peor no ha “pasado”, lo “mejor” no ha existido (más que para unos cuantos) y la memoria es, en manos de la ideología dominante, mercancía del capricho hegemónico. La realidad de los seres humanos simplemente empeora: más hambrunas, más desempleo, más inflación, más pobreza… menos futuro bajo el capitalismo. ¿Alguien lo recuerda?
Un lugar específico (no exento de necesidad crítica y autocrítica) ocupa el estudio científico de las patologías de la memoria. El repertorio es muy amplio, y con excepciones, estudiado bajo muchas limitaciones, voluntarias e involuntarias. No será aquí donde se pueda profundizar con solvencia esa revisión. Lo que sucede en el campo de las “enfermedades de la memoria” contiene desorientación, dudas y cuestionamientos que debemos elaborar y profundizar como contribución teórica en un área tan sensible que, más de una vez, ha sido estancia de los peores experimentos en la guerra psicológica orquestada por el imperio. Recordemos Hiroshima y Nagasaqui y la manipulación “clásica” sobre cuánto de nosotros es “propio” y cuánto producto de la manipulación simbólica fabricado por la cultura dominante aunque, a veces, lo “olvidemos”. Algunos sueñan con que el único sentido de nuestras vidas opere como respuesta a una suma de “recuerdos” inducidos por cierta capacidad de compra. Memoria del consumismo fabricada en laboratorios de semiótica burguesa.
Dicen algunos que la memoria es un “género de ficción”. Eso supondría que hay un “autor”, demiurgo de memorias al antojo de las circunstancias o las conveniencias. Como los publicistas. Pero eso sería cierto en una definición del individualismo que ignorara el peso de la Historia sobre la memoria con los lenguajes, las arquitecturas, los modos de producción y las relaciones de producción. Al otro lado del conflicto, en el campo de Batalla que, también, es la Memoria, está el bastión del amor (única fuerza capaz de reconciliarnos con nosotros mismos decía Breton) y todas sus expresiones. En el amor no mercantil, que genera tantas memorias, está la fuente de lo mejor de nosotros mismos, la base de toda idea de futuro, la clave de un humanismo de lo concreto y de nuevo género. Algo que está muy presente en nuestras vidas, que lucha contra las tinieblas ideológicas (falsa consciencia) imperantes. Principio fundamental y programa de lucha emancipador para recuperar a la memoria y ponerla a salvo de nuestro propio olvido.
Mucho cuidado. En memoria de “grandes luchas” y “grandes luchadores” se han cometido equivocaciones inmensas. Bajo la cualidad aparente del “homenaje” memorioso a personas o eventos, puede habitar una no poco tendenciosa usurpación simbólica que termine desplazando a los hechos concretos y los convierta en despojos anecdóticos para condimentar discursos ampulosos o charlas en cocteles diplomáticos. Un día, por fin, las fuerzas de la epistemología y la pedagogía comprometidas con la multidisciplina y la política emancipadoras, resarcirán el papel de la memoria en la construcción del sujeto social crítico hoy cercenado de los modelos educativos. Harán lugar a una Semiótica para la Emancipación inserta, también, en la revolución de las consciencias. Y eso es urgente, no lo olvidemos.
Desde la más remota antigüedad guerras, inundaciones, terremotos, sequías, hambrunas y pestes han sido las parteras de profundos cambios experimentados por las sociedades que padecieron estas adversidades. Las dos guerras mundiales del siglo veinte influenciaron decisivamente la restructuración no sólo económica sino también política y social de buena parte de las naciones afectadas por estos conflictos. Lo mismo ocurrió con la Gran Depresión de los años treinta, que fue un ominoso paréntesis entre ambas conflagraciones mundiales en donde el bajón económico y el desempleo masivo se combinaron con el auge de los fascismos. La peste negra en Europa mató aproximadamente a un tercio de su población entre 1347- 1353 y fue el preludio de lo que de la mano de Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio se conocería tiempo después como el Humanismo, la gran renovación de la cultura europea. La Gran Peste de Londres (1665-1666) aniquiló a unas 100.000 personas, la cuarta parte de su población. Una de sus consecuencias políticas fue el debilitamiento del absolutismo monárquico que, tiempo después, abriría las puertas a la victoria del Parlamento sobre la Corona en lo que los ingleses han dado en llamar “la Revolución Gloriosa” (1688-1689). Guerras y pestes tienen un enorme y variado impacto. Señalemos tan sólo uno, usualmente subestimado: el exterminio de una parte de la población y la consiguiente reducción de la mano de obra disponible modifica la relación de fuerzas entre la burguesía y la aristocracia –la clase dominante- y sus trabajadores. Tanto los campesinos enfeudados en la época medieval o los obreros y jornaleros en la Londres de mediados del siglo XVII mejoraron sus ingresos reales (de diverso tipo) más del doble después de esas plagas.[1] Y lo mismo ocurrió después de las grandes guerras del siglo pasado, especialmente de la Segunda. Sin duda, la recuperación de la fuerza de las izquierdas y el movimiento obrero jugaron un papel fundamental en esa recomposición progresiva de la distribución del ingreso. Pero los veinte millones de muertos caídos en los principales países de Europa Occidental (aparte de los 29 millones caídos en la URSS) fueron un factor de indudable gravitación que modificó el la conciencia pública de la época y facilitó una significativa mutación en la relación de fuerzas entre capitalistas y trabajadores.
Como no podía ser de otra manera ante un acontecimiento absolutamente único en la historia universal y que además entraña una mortal amenaza para la población mundial, el coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis que tienen como común denominador la intención de dibujar los difusos -aunque no inescrutables contornos- del tipo de sociedad y economía que nacerán una vez que el flagelo haya desaparecido. Sobran las razones para incursionar en esa clase de especulaciones, ojalá que bien informadas y controladas, porque si de algo estamos completamente seguros es que la primera víctima fatal que se cobró el COVID-19 fue la versión neoliberal del capitalismo, lo cual no es poca cosa luego de haber sufrido casi medio siglo de la pandemia del virus neoliberal, como solía llamarlo Samir Amin. Y si lo que hasta ayer era “normal” (por ejemplo, que los gobiernos permitieran, cuando no impulsaban abiertamente, que la atención médica o la venta de medicamentos fuesen lucrativos negocios) hoy constituye una aberración repudiada por grandes sectores de las sociedades contemporáneas que ante la visión dantesca de centenares de muertos apilados en grandes ciudades o enterrados en fosas comunes cae en la cuenta de lo absurdo de dicha política.[2] Y decimos la “versión” neoliberal del capitalismo porque no creemos que el virus en cuestión obre el milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también como la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como organización económica internacional. Pero algo es algo y la era neoliberal ya es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar. ¿Qué ocurrirá con el capitalismo a raíz de esta pandemia? En las próximas líneas ofreceremos algunas conjeturas al respecto.
Fin de una época
Lo primero que podemos afirmar con total certeza es que el mundo que brotará de las ruinas dejadas a su paso por esta pandemia, la primera realmente global en la historia, no será la alegre continuidad del que le precedió. Consternado, Henry Kissinger, impune criminal de guerra, protagonista y atento observador de la realidad internacional lo reconoció en una nota publicada en la edición del fin de Semana del Wall Street Journal cuando escribió que “el mundo jamás volverá a ser el mismo luego del coronavirus.”[3] La Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y la reconstrucción keynesiana de la posguerra habían detenido por un tiempo el primado de las ideas liberales que predominaban desde mediados del siglo diecinueve. La bancarrota de la “ortodoxia”, como acostumbraba decir Raúl Prebisch, dio nacimiento a los “veinticinco años gloriosos” de la historia del capitalismo, transitados entre 1948 y 1973, momento en que el ciclo keynesiano comienza a derrumbarse. No obstante la restauración del viejo paradigma de gobernanza macroeconómica, ahora bajo el engañoso nombre de “neoliberal”, fue impotente para hacer retroceder el reloj de la historia hasta las vísperas del crack de la bolsa neoyorquina en octubre de 1929. Por más que se esforzaron los gobiernos de la oleada neoconservadora y neoliberal que azotaron tantos países luego del agotamiento del ciclo keynesiano sus intentos de regresar al “estado mínimo” del pasado y de emancipar a los mercados de cualquier tipo de regulación pública terminaron en un rotundo fracaso. El enorme crecimiento del gasto y el empleo público así como los avances en la regulación de los mercados no pudieron ser revertidos. Hubo sí una excepción porque el capital financiero habiendo resuelto a su favor la pugna con la burguesía industrial y convertido ya en la fracción hegemónica del bloque burgués logró desmarcarse de esa tendencia. Los sucesivos ocupantes de la Casa Blanca arrojaron la borda prácticamente todos los controles que aún quedaban de la época de Franklin D. Roosevelt y, envalentonado, el capital financiero salió a conquistar el mundo. Amparado por una impresionante red de “guaridas fiscales” que gozaban de la protección oficial y alimentan sin cesar al desregulado “sistema bancario en las sombras” (shadow banking system) en poco tiempo se convirtió en el “gobierno invisible” que tenía en su puño a la mayoría de los gobiernos de los capitalismos desarrollados. No obstante, en lo tocante al tamaño y el papel del estado los resultados fueron muy distintos. Fracasaron en su empeño restaurador nada menos que Ronald Reagan, Margaret Thatcher así como los gobiernos de centro derecha o derecha de Alemania y Japón. Los datos que sintetizamos en la siguiente tabla son elocuentes y ahorran miles de palabras.
Gasto total de los gobiernos, 1900, 1929, 1975 y 2011
(países seleccionados, como % del PIB)
País 1900 1929 1975 2011
Alemania 19.3 14.5 51.7 47.0
Reino Unido 11.8 26.5 53.1 48.1
Estados Unidos 2.9 3.6 36.6 43.7
Japón 1.1 2.5 29.6 41.2
Fuente: IMF Data, Fiscal Affairs Departmental Data, Public Finances in Modern History, en Mauro, P., Romeu, R., Binder, A., & Zaman, A. (2015). “A modern history of fiscal prudence and profligacy”. Journal of Monetary Economics, 76, 55-70.
Estas cifras demuestran la magnitud del cambio experimentado por el paradigma de gobernanza macroeconómica del capitalismo después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial y que tiene como una de sus puntales más firmes la vigorosa presencia del estado en la vida económica. Alemania más que triplicó el gasto público entre 1929 y 2011, aún luego del retroceso de casi 5 puntos impuesto por el auge de las ideas neoliberales a partir del derrumbe del ciclo keynesiano. El Reino Unido casi lo duplica entre aquellos mismos años, habiendo llegado a un pico previo al gobierno de Margaret Thatcher de 53.1 %. En Estados Unidos el crecimiento desde 1929 hasta los finales de la Administración Obama fue de doce veces, y en Japón, otro de los milagros económicos de posguerra, el gasto público se multiplicó por dieciséis. Más estado que mercado era necesario para sostener el proceso de democratización y ciudadanización de la posguerra. Salud, seguridad social, educación, vivienda y todos los bienes públicos que debe ofrecer el estado fueron los motores que impulsaron la creciente centralidad del estado en la vida económica y social. Y los recortes experimentados en los años de la hegemonía ideológica del neoliberalismo no alcanzaron a alterar, en lo esencial, el nuevo equilibrio alcanzado en la posguerra.
El desafío del Covid-19
De lo anterior se desprende que la pandemia que nos atribula está destinada a tener un impacto mayor aún a cualquier otro conocido. El sobrio y siempre muy bien informado Premio Nobel de Economía Paul Krugman escribía el 13 de Abril en el New York Times que “las recientes pérdidas de empleos son apocalípticas: casi 17 millones de trabajadores se inscribieron para recibir su seguro por desempleo en las últimas tres semanas.[4] Pero finales de ese mismo mes esa cifra trepaba por encima de 30 millones de personas, o sea una cifra cercana al 18 % de la fuerza laboral de Estados Unidos. Y a mediados de mayo ya eran 36 millones los que se presentaron por ventanilla a reclamar su precario seguro de desempleo, no todos los cuales lo recibían. Los datos oficiales hablan que al día de hoy la tasa de desempleo es del 11.1 %, después de haber llegado a un pico del 14.8 %, el mayor desde la época de la Gran Depresión.[5] Economistas independientes sugieren que la tasa de desempleo hoy rondaría mínimo en torno al 16 %, y tal vez más, aproximándose a la registrada en lo más profundo de la Gran Depresión”.[6] Expresiones anteriores de este economista, y otros, apelan a términos completamente desusados en las últimas décadas: “catástrofe”, “desastre”, “hundimiento” son algunos de los más socorridos, oídos por última vez, pero no con tanta unanimidad y tanto tiempo, en la crisis de octubre de 1987.
La respuesta del empresariado estadounidense (emulada por sus homólogos latinoamericanos) ha sido criminal. Naomi Klein ha informado que McDonald’s le negó la licencia paga por enfermedad a 510.000 empleados; Walmart a 347.000; Burger King a 165.000, Marriot a 139.000 y en la Argentina Techint y otras empresas están también adoptando el mismo criterio.[7] No sorprende por lo tanto comprobar que la credibilidad y el respeto por la economía capitalista se han resentido fuertemente en la medida en que en Estados Unidos y en casi todos los países europeos grandes sectores de la sociedad civil han caído en la cuenta que haber hecho de la atención médica y la producción de medicamentos un negocio puede ahora costarle la vida a centenares de miles de personas, si no millones. Por eso Noam Chomsky ha dicho, en una de sus más recientes intervenciones, que el fracaso del libre mercado como ideología ha sido “monumental”, y que la población, aún la menos politizada, ha tomado nota de eso. Seguir leyendo EL MUNDO DESPUÉS DE LA PANDEMIA: CONJETURAS SOBRE EL FUTURO DEL CAPITALISMO Y EL “PROTOSOCIALISMO”. ATILIO A. BORÓN→
Mientras tengamos las cabezas humanas convertidas en millones de campos de batalla, necesitamos un cuerpo científico, de nuevo género, para intervenir críticamente en la producción de los signos y solucionar, de raíz, muchos problemas semióticos impuestos a nuestros pueblos. Eso implica una tarea dialéctica que mientras desactiva la maquinaria sígnica hegemónica, contribuya a gestar un “nuevo orden mundial” en la producción de sentido. Necesitamos un instrumental científico capaz de impulsarse con la vanguardia del pensamiento descolonizado y descolonizador; que tenga el “don” de la ubicuidad y de la velocidad; que interpele todo y se interpele, a sí mismo, en la praxis que moviliza la nueva producción social del conocimiento. Ciencia contra la dictadura del mercado y contra los vicios más odiosos en los campos de la investigación. Ciencia del movimiento general de los procesos de significación y sus metabolismos. Ciencia semiótica emancipadora al servicio de las luchas sociales. Estamos bajo peligro si permanecemos como un archipiélago inmenso de semiósferas inconexas. Basta de ilusionismo.
“Semiótica” aquí, significa: ciencia para la praxis que interviene en los procesos de producción, distribución y consumo de “sentido”, en sus causas y en sus fines, en las redes de signos y los procesos dialécticos de significación, decodificación y transmisión. Que evidencie los fondos y trasfondos de toda significación, de sus raíces económicas y de los mecanismos sígnicos que las expresan. Que analice y denuncie las técnicas de la “manipulación simbólica” y produzca, críticamente, hipótesis, tesis y movilizaciones con modelos para un “nuevo orden mundial” de la semántica, la sintaxis y la dialógica emancipadoras contra el contexto de hegemonía económica e ideología opresora.
Es una trampa separar la economía de la ideología, la infraestructura y la superestructura. Entre la infraestructura y la superestructura existe una relación dialéctica, desigual y combinada, caracterizada por tensiones y luchas complejas que no admiten simplismos ni linealidades bobas ante el amasijo de intereses, objetivos y subjetivos. Esas tensiones y contradicciones -de la lucha de clases- producen también “signos” que son productos sociales determinados históricamente para “representar” intereses, hechos, fenómenos o acciones concretas. Muy pocos objetos, naturales o culturales, (y sus mezclas) han quedado, en su desarrollo histórico, exentos de significados (directos o indirectos).
Quizá el ejemplo más acabado de nuestro tiempo, donde se ejemplifica mejor la convergencia sígnica de todas las tensiones de clase en disputa, sea la mercancía. En toda mercancía habita un corpus de “sentido” ideológico que ha sido convertido en mercancía, incluso el Trabajo ha sido convertido en mercancía y en signo. Y también las materias primas que se han convertido en mercancía, han sido tocadas por la producción hegemónica de sentido que, a u vez, también se ha convertido en mercancía. “La devaluación del mundo de los hombres”, pensaba Marx “está en proporción directa con el creciente valor del mundo de las cosas”.
Que la Semiótica no se reduzca a mercancía ella misma porque la necesitamos “emancipada” y capaz de revelar la trama ideológica que es nervadura de las mercancías bajo el capitalismo. No una semiótica para la ocultación. Si la ideología de la clase dominante se basa en adoctrinar al mundo bajo el dogma de “acumular” mucho, a bajo costo y con poca ética, acumular con base en el trabajo de otros y hacer que crean que es por su bien; nuestra Semiótica debiera ser ciencia de la producción de sentido emancipador, de sus medios y de sus modos. Semiótica que desmonte los comunes denominadores ideológicos (falsa consciencia) de las máquinas hegemónicas de producción de sentido: religión, familia, estado, derecho, educación, moral, filosofía, ciencia, arte, etcétera… impuestos por el capitalismo, porque no son más que modos especiales de la producción y reproducción del sistema sujetos a la ley general de producir plusvalía para unos pocos, cada vez más pocos y más poderosos. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” Einstein
Sabemos bien que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Sabemos que no existe una ciencia inmune a las ideologías que la rodean. Que no hay ciencia “inmaculada”. Por eso aquí preferimos que identifique y declare sus marcos filosóficos, esta vez humanistas de nuevo género y emancipadores, en oposición al viejo método de traficar ideologías “bajo la mesa”. Necesitamos una Semiótica emancipadora que asuma su responsabilidad de dirección y de fuerza social para intervenir en el modo de producción y en las relaciones de producción del conocimiento científico, también, porque en el presente el modo de producción dominante del conocimiento científico ha sido reducido a símbolo del conocimiento-mercancía.
Es un error creer que para superar al capitalismo es suficiente con desactivar sus resortes económicos y es falso que sólo combatiendo las ideas de la clase dominante se debilita la estructura de la contradicción capital-trabajo. Necesitamos una instrumental científico que no sólo sirva para analizar sino que, también, sirva para transformar. Ciencia incubada por la praxis dialéctica del pensamiento y la acción críticos. Ciencia emancipadora y emancipada de la dictadura del mercado. Ciencia interdisciplinaria, multidisciplinaria, trans-disciplinaria capaz de nutrirse con los problemas objetivos y producir soluciones para el corto, mediano y largo plazo. Desmontar los anti-valores del consumismo, del individualismo, de la moral burguesa basada en la hipocresía que hace pasar por filantrópica su pulsión alevosa por la plusvalía y la alienación.
Ciencia, además, que desactive la historia, el desarrollo y las consecuencias de la guerra psicológica desatada para intoxicar la mente de los pueblos con dispositivos ideológicos esclavizantes. Miedos, anti-política, odios, banalidades, vulgaridades, mentiras, complejos, adicciones…Ciencia parida por la Filosofía de la Praxis (Sánchez Vázquez). Explicación objetiva del universo, sus formas y procesos, sus enlaces internos y sus conexiones, sus acciones recíprocas y la intervención humana posible en las condiciones y medios necesarios. (Eli de Gortari). Necesitamos una Semiótica emancipada y para la emancipación, que entienda que la base económica no determina mecánicamente a la superestructura pero que son indisociables y eso importa mucho porque la vida simbólica de la sociedad, sometida a los procesos acelerados de monopolización de “medios” y de discursos, ha convertido las cabezas humanas en millones de campos de batalla. La Guerra Simbólica.
*El Dr. Fernando Buen Abad Domínguez es director del Instituto de Cultura y Comunicación y del Centro Sean MacBride en la Universidad Nacional de Lanús, Argentina.