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HACE 60 AÑOS. GRAZIELLA POGOLOTTI

Hoy Graziella está de cumpleaños. Desde que la conozco –hace más de cuatro décadas– siempre he sentido por ella una admiración sustentada en su integridad, su inteligencia, su sabiduría, su constancia y su lealtad creadora a la Patria y a la Revolución. Felicidades, maestra.

GRAZIELLA POGOLOTTI

Amanecía 1961. No lo sabíamos todavía, pero estábamos entrando en un año decisivo. En Nueva York, con el rostro aún tumefacto al cabo de una serie de operaciones, de súbito me llegó la noticia. Estados Unidos había roto las relaciones diplomáticas con Cuba. Aceleré los trámites de regreso. Al llegar a La Habana me encontré con un paisaje sorprendente.  El país estaba sobre las armas. La guardia miliciana reforzaba los puntos estratégicos. Había emplazamientos artilleros en el Hotel Nacional y los milicianos aseguraban la vigilancia en los edificios más altos de la ciudad.

La fulminante victoria de Playa Girón reafirmaba la confianza en nuestra capacidad de defender, ante todo, la independencia de la Patria. Con esa convicción arraigada había que proseguir el esfuerzo por romper el pasado, lastre del legado colonial en el plano de las deformaciones estructurales de la economía, así como en el de la conformación de las subjetividades.

Por eso, la prioridad concedida a los preparativos para la defensa del país no interfirió en el sostenido impulso a la Campaña de Alfabetización, punto de partida, aunque así no lo percibiéramos en aquel momento, de una profunda revolución cultural.

Impaciente, deseosa de crecer a través de la participación en un empeño histórico, la muchachada encaró el desafío de lanzarse hacia lo desconocido. Disponía tan solo de una cartilla y de un simbólico farol para dar acceso al conocimiento letrado a los marginados de siempre. Sin percatarse de ello, los presuntos maestros se convertían en aprendices. Compelidos a compartir vivienda y quehaceres cotidianos en condiciones de suma precariedad, luego del cansancio de la faena diurna, conducían el lápiz en las manos endurecidas desde la primera infancia por los rigores del trabajo. Descubrieron la dimensión social de la cultura y la fractura existente en el seno del país. Sin que llegaran a formularlo en términos conceptuales, habían topado con la naturaleza del subdesarrollo. En efecto, la disponibilidad de servicios y de información situaba a las ciudades en el contexto de la modernidad, mientras otros territorios permanecían al margen del tiempo.

 Superar las barreras del subdesarrollo requiere un esfuerzo prolongado. Algo después de la Alfabetización, estudiantes y profesores de la universidad fuimos convocados a llevar a cabo tareas de difusión cultural en territorios entonces desfavorecidos. Me correspondió hacerlo en Moa.

La pericia del ingeniero Demetrio Presilla había logrado echar a andar la fábrica, abandonada por sus propietarios. Pero la distribución urbana conservaba la impronta imperial. Sobre una suave colina se edificaba la casa, otrora destinada a los directivos del establecimiento minero. Más abajo, tras un terreno baldío de varios kilómetros, se ubicaba el caserío improvisado destinado a los obreros.

Dotada de escuela y de un policlínico, la zona privilegiada había estado separada de las tierras viejas por una reja, solo abierta en las mañanas y en las tardes para garantizar la entrada y la salida de la servidumbre. Aquellos cubanos habían sido víctimas de un verdadero apartheid en su propio país. Dado el poco tiempo transcurrido, la Revolución no había podido transformar las condiciones físicas del lugar.  Puso, sin embargo, la escuela y los servicios médicos al alcance de todos y, fundamentalmente, derribó la reja, rescate de soberanía y dignidad para los habitantes del conglomerado urbano.

De manera conjunta, la Alfabetización y la victoria de Girón afianzaron la soberanía y la democratización de la sociedad. Desaparecidas paulatinamente las zonas de silencio, el dominio de la letra y el acceso a la información favorecieron la participación consciente de los ciudadanos en la vida pública.

En tan difíciles circunstancias se había diseñado una audaz estrategia de desarrollo con el impulso a la educación de adultos y la fundación de los primeros centros de investigación científica, aun cuando escaseaban todavía los egresados de la educación superior. Entonces, el propósito parecía quimérico.

La noción de plena soberanía incluye también el dominio del saber más avanzado. Del universo otrora preterido surgieron profesionales universitarios, artistas talentosos y científicos destacados por su contribución al adelanto de determinadas áreas del saber. La inversión en la cultura y la educación ha sido altamente rentable.

Han transcurrido más de seis décadas de asedio. Al fracaso del ataque frontal en Playa Girón sucedió el empleo de otras formas de subversión, entre las cuales se destaca el progresivo y sistemático recrudecimiento del bloqueo, destinado a privar de oxígeno a los habitantes de la nación caribeña. Y, sin embargo, el país ha sobrevivido, ha afrontado duras carencias, ha mantenido la continuidad de su práctica de solidaridad internacionalista, ratificada ante la pandemia que invade el planeta.

La clave del enigma se encuentra en el arraigo a profundas convicciones asentadas en lo esencial del espíritu de la nación, en una conducción que no subestimó el peso específico de los estímulos morales, en una prédica ajena a tentaciones demagógicas, que supo convertir en aprendizaje cada acontecimiento, y en el diseño de una estrategia que, aun en las circunstancias más difíciles, no renunció a mantener la vitalidad de una perspectiva de desarrollo.

Fuente: JUVENTUD REBELDE

PALABRAS DE FIDEL. MIGUEL BARNET

A partir de Palabras a los intelectuales, pronunciadas por Fidel el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional, las cosas tomaron un rumbo diferente, o más bien, se definieron posiciones ideológicas que se cocían en varios ambientes de intelectuales y artistas

FIDEL, NICOLÁS, ALEJO, LILIA Y ALFREDO
Fidel junto a Nicolás Guillén, Alfredo Guevara y Alejo Carpentier, en el II Congreso de la UNEAC; al fondo, Lilia Esteban de Carpentier. Foto: Mario Ferrer

MIGUEL BARNET

El año 1961 produjo un violento giro de inflexión en la vida cultural cubana. A partir de Palabras a los intelectuales, pronunciadas por Fidel el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional, las cosas tomaron un rumbo diferente, o más bien, se definieron posiciones ideológicas que se cocían en varios ambientes de intelectuales y artistas.

De una parte, urgía despejar dudas, evitar resquemores y espantar fantasmas que planeaban en los círculos de creadores; de otra, se requería definir plataformas, hallar puntos de contacto, desbrozar caminos que facilitaran la inserción del arte y la literatura en el proceso de transformaciones sociales.

Tuve el privilegio de ser testigo del acontecimiento. Había cumplido 21 años y estaba lejos de imaginar que sería uno de los

participantes más jóvenes del encuentro entre la dirección de la Revolución y un nutrido grupo de creadores, en su inmensa mayoría escritores. Yo trabajaba a la sazón con Argeliers León, compositor, etnólogo e intelectual de sobresaliente ejecutoria que había confiado en mí para asistirlo en la Biblioteca Nacional y orientarme en el campo de la antropología social.

Ya habían transcurrido dos encuentros previos, los días 16 y 23 de junio, en los que no estuve presente. Pero el 30 Argeliers me dice que el Comandante se iba a reunir en el teatro de la Biblioteca. Era tal mi inquietud que Argeliers cargó conmigo, y me senté junto a él en una de las primeras filas. Alguien, con delicadeza, indicó me trasladase a la parte posterior de la sala. Al contarlo mucho después en un panel conmemorativo, utilicé una imagen del béisbol: me pusieron a jugar en los jardines, detrás del diamante. Después de todo, desde allí se oía mejor. Hice apuntes que luego perdí, pero permanecen en mi memoria los hitos fundamentales.

Fue un discurso, para mí, revelador. Me cambió completamente la vida. Yo venía de una clase media y no tenía una formación política, pero sí una vocación sociológica, antropológica y de patria muy grande, que es la que me hizo permanecer aquí. Ese día había olor a manigua, olor a Sierra. Admiré mucho más a aquel hombre, treintañero y desaliñado, con su traje verde olivo, que venía con otro discurso. Yo estaba acostumbrado al lenguaje hueco y mediatizado de algunos de los intelectuales de entonces, que debatían en programas de radio como Ante la prensa, de cmq. Los tiempos de la tiranía también fueron tiempos de una censura brutal. La retórica campeaba, en un lenguaje grandilocuente de lugares comunes. De pronto escuché a Fidel, que ya desde Columbia el 8 de enero de 1959, llevaba adelante un discurso fresco, moderno, directo y coloquial; que llegaba al alma a todo el mundo, porque estaba diciendo verdades contundentes.

¿Cuál hubiera sido mi destino sin la Revolución? Empleado público, oficinista o, cuando más, profesor de español en un colegio norteamericano. Diletante intelectual a lo sumo. Viajero de los ferries a Miami y cazador de fruslerías y dinero. Antes de Palabras a los intelectuales, y mucho más después, supe que mi destino era Cuba, la Cuba que tendríamos que construir y que tanto nos ha costado. Muchos años después, en la Casa de las Américas –Eusebio Leal nunca lo olvida- le dije a Fidel: «Yo no me quedé, me fui quedando».

Esa reunión en la Biblioteca fue crucial para que Fidel midiera la complejidad de aquella numerosa y variopinta asamblea de escritores y artistas. La Uneac, que surgió como resultado del Primer  Congreso de Escritores y Artistas, dos meses después con Nicolás Guillén a la cabeza, ejerció un papel de cohesión. Todo, en medio, de un intenso y polémico debate que produjo, a su vez, un caleidoscopio de ricas expresiones de la cultura cubana.

Solemos congelar en una frase la significación de Palabras a los intelectuales. Debemos ir más allá. Piedra angular de la política cultural de la Revolución no se detuvo en el tiempo. Al volver la vista observo cómo allí Fidel sembró la idea de una verdadera democratización del arte y de la necesaria unidad dentro de la diversidad.

En cuanto a mis intereses más cercanos, el basamento conceptual expresado por él hizo posible la toma de conciencia en torno a la reivindicación de las culturas populares y, de modo particular, las de origen africano, preteridas y marginadas hasta entonces. Fernando Ortiz ya había abierto una brecha, rompiendo esquemas y prejuicios raciales.

El próximo año se cumplirán seis décadas de aquel pronunciamiento medular. Estamos en la obligación de desentrañar el hilo conductor entre las ideas expresadas por Fidel y el ulterior desarrollo de la política cultural de la Revolución; de separar lo esencial de lo accesorio. Poner al día, e incluso polemizar en buena lid, con el legado de Palabras a los intelectuales pudiera ser un nuevo punto de partida para una concepción más cabal de la cultura cubana.

Fuente: GRANMA