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LOS INTELECTUALES Y LA REVOLUCIÓN. GRAZIELLA POGOLOTTI

Alejo Carpentier

GRAZIELLA POGOLOTTI

En 1959, Carpentier llevaba 14 años instalado en Caracas, donde sus conocimientos en los campos de la publicidad y la radiodifusión le proporcionaron bienestar material y, por primera vez, la disponibilidad de tiempo para desarrollar su obra literaria. Con El reino de este mundo alcanzó renombre internacional, reafirmado luego a partir de la difusión de Los pasos perdidos. En Europa y Estados Unidos la crítica acogió con entusiasmo la aparición de una narrativa renovadora en su visión de América y en la concepción de la novela histórica.

El triunfo de la Revolución Cubana lo estremeció con el despertar de sueños forjados desde sus años juveniles. Quemó las naves. Regresó para compartir el destino de los suyos y poner al servicio de la obra en construcción su experiencia de vida en el terreno de la cultura y sus amplios contactos en el plano internacional.

Hijo de rusa y francés, había nacido en la ciudad suiza de Lausana. Llegó a Cuba en su primera infancia. Aquejado de asma, no pudo frecuentar la escuela de manera regular. En procura de una atmósfera menos contaminada, vivió en una zona todavía rural de los alrededores de La Habana, donde aprendió los secretos de nuestro paisaje y conoció de cerca las duras condiciones del vivir campesino. En el aislamiento impuesto por la enfermedad empezó a construir su inmensa cultura musical y literaria.

No había salido de la adolescencia cuando, abandonado por el padre, se hundió de súbito, junto a su madre, en la más absoluta indigencia. Con los zapatos rotos y la ropa remendada, tuvo que sumergirse en la ciudad desconocida en busca de sustento. Se inició entonces en el periodismo. En las redacciones de los órganos de prensa y en las célebres tertulias del café Martí se fue vinculando a una generación que sería la suya. La renovación de los lenguajes artísticos se imbricaba entonces con el espíritu emancipador y el crecimiento de la conciencia antimperialista.

Eran jóvenes que irrumpían en la tercera década del siglo XX movidos por la voluntad de transformar en todos los órdenes la República neocolonial. Se fueron congregando alrededor del llamado Grupo Minorista, cuyo manifiesto programático había sido inspirado por Rubén Martínez Villena. Algunos de ellos habían participado en la Protesta de los Trece contra la corrupción imperante al amparo de la presidencia de Alfredo Zayas. Ante la dictadura de Machado, las posiciones políticas se definieron aún más y consolidaron los vínculos con el movimiento intelectual latinoamericano, sometido en muchos lugares a similares formas de opresión.

Atento al peligro que lo amenazaba, Machado apeló a la represión. Tomando como pretexto una inexistente conspiración comunista, el dictador lanzó una cacería policial contra sindicalistas y profesores de la Universidad Popular José Martí, además de dirigentes estudiantiles y miembros del Grupo Minorista. Carpentier fue detenido y encarcelado. Para impedir la deportación que lo amenazaba, contando con la asesoría de Emilio Roig, su madre hizo constar, ante notario, que el joven Alejo había nacido en La Habana, ficción a la que Carpentier se atendría durante el resto de su vida, porque en su país de adopción el sentimiento de cubanía había arraigado definitivamente.

En ese viraje de los años 20, Carpentier se comprometió en lo político. Exploró, así mismo, lo más profundo de la sociedad cubana. Asociado a los proyectos renovadores de los compositores Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla descubrió la importancia de la contribución de África al desarrollo de la cultura nacional. En términos polémicos, enfrentó los prejuicios de una sociedad racista.

A partir del triunfo de la Revolución, Carpentier se dedicó de lleno a las faenas del momento. Con generosidad extrema entregó al país los beneficios de su premio Cervantes. Donó al Museo valiosísimas obras de arte, entre ellas La silla, de Wifredo Lam. En cumplimiento de su voluntad, su viuda, Lilia Esteban, liberó sus bienes personales, incluida la importante papelería del escritor en favor de la Fundación Alejo Carpentier.

Al decir de Raúl Roa, uno de los protagonistas, la Revolución del 30 se fue a bolina. Contribuyó, sin embargo, a revitalizar una tradición. Dejó la impronta de la acción y el pensamiento febriles de Rubén Martínez Villena, ya sin voz y con los pulmones devorados cuando recibía las cenizas de Julio Antonio Mella. Quedaron en el recuerdo el sacrificio ejemplar de los estudiantes universitarios, el batallar de Antonio Guiteras, el espíritu rebelde de Pablo de la Torriente Brau, que permea su obra literaria y lo induce a proseguir el combate a favor de la República Española hasta la entrega de la vida en Majadahonda.

Los efectos del intervencionismo norteamericano en los asuntos del país, así como la frustración del intento emancipador de los años 30 profundizaron el desarrollo de la conciencia antimperialista. Para los intelectuales cubanos, más allá de diferencias en lo estético y en lo filosófico, la reivindicación de la soberanía nacional y la conquista de la justicia social se convirtieron en aspiraciones irrenunciables.

El vínculo de los intelectuales con la Revolución de enero no responde a privilegios concedidos para producir alabarderos oficialistas. Se fundamenta en experiencias de vida, en una memoria histórica vigente y en la resistencia ante el asedio de un imperio tozudamente empeñado en torcer el destino de la nación.

Fuente: JUVENTUD REBELDE

LA MALETA PERDIDA DE CARPENTIER. MARTA ROJAS

Una enorme maleta que se deshizo al ser suspendida, atesoraba en Francia pertenencias valiosas de Alejo Carpentier Valmont (1904-1980), entre ellas textos originales de materiales publicados, y originales sin publicar; cartas íntimas sobre su vida familiar y obras de arte

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MARTA ROJAS

Una enorme maleta que se deshizo al ser suspendida, atesoraba en Francia pertenencias valiosas de Alejo Carpentier Valmont (1904-1980), entre ellas textos originales de materiales publicados, y originales sin publicar; cartas íntimas sobre su vida familiar y obras de arte. Vi el contenido de la maleta, toqué los documentos, las obras de arte de pintores famosos, discos de música, programas de radio que fueron difundidos en su momento por la radio francesa. En fin, un tesoro artístico y humano trascendental. Su dueño, Alejo, la dejó en la casa de huéspedes donde vivía en París y viajó a Cuba. Poco tiempo después estalló la Segunda Guerra Mundial. El creador de la teoría de lo real maravilloso la daría por perdida.

Pero un día Lilia Esteban de Carpentier, su esposa, ya viuda, recibió una nota procedente de París. Se le anunciaba que en un ático, enclavado en una zona rural, había aparecido una maleta con un tesoro para la radio. La había hallado un pariente de los dueños de la casa en cuestión, que era un profesional de la radio francesa, y decía que la maleta perdida había pertenecido a «Alexis», con ese nombre conocían al presunto propietario del tesoro, al huésped que la dejó a guardar. Lilia debía ir a reconocer ese material diverso que contenía la vieja maleta, porque los parientes de las propietarias del ático donde estaba guardada, decían que por su contenido podía ser propiedad de Alejo Carpentier, quien había vivido en París en aquel momento y luego, se le conoció como escritor y diplomático en la Embajada de Cuba en París.

Lilia dio fe absoluta de que todo lo hallado en la maleta que se deshizo al levantarla y abrirla, había sido propiedad de Alejo, su esposo, ya fallecido nueve años antes del hallazgo. Tuve el privilegio de ver y tocar todo el contenido de la maleta que ella trajo a Cuba. ¿Qué tenía la maleta? Desde un recorte de periódico que da fe de la muerte, junto al héroe Sandino, de un cubano, hasta obras maestras de la pintura y una hermosa colección de cartas a famosos intelectuales; así como inconclusas obras del autor, entre otras, de El siglo de las luces, las que le valieron el Premio Cervantes en 1978 (primer latinoamericano en recibirlo), y que de seguro lo habrían hecho candidato al Nobel de Literatura, de no haber fallecido dos años después de merecer el Cervantes.

De todo cuanto leí, escrito de puño y letra por Alejo Carpentier, lo que más me conmovió fue una carta de él a su madre «Toutouche» (Lina Valmont), vísperas de la Segunda Guerra Mundial. La carta me hizo descubrirlo más allá de sus méritos literarios.

«Nunca podrás imaginarte la tristeza enorme que me causó esa carta ¡es una verdadera tragedia! Tu mudada, sobre todo, es algo terrible. ¿Es decir que por seis pesos, no pudiste seguir viviendo con la gente que te quería y cuidaba? ¿Y vives ahora en un cuarto de doce pesos?… «Toutouche, es absolutamente inútil seguir ilusionado: yo no puedo seguir viviendo en Europa. Esto tiene que acabar. Desde ahora mismo voy a comenzar a arreglar mi viaje de regreso».

Fuente: GRANMA

 

ALEJO CARPENTIER, UN LEGADO REAL Y MARAVILLOSO

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El 26 de diciembre se cumplió el aniversario 115 del nacimiento del escritor, reconocido como una de las principales figuras de la literatura latinoamericana.

Era 26 de diciembre y el mundo recibía a uno de los mejores escritores del mundo, el cubano Alejo Carpentier y Valmont (Lausana, Suiza, 26 de diciembre de 1904 – París, Francia, 25 de abril de 1980). Autor de título tan icónicos como Los pasos perdidos, El reino de este mundo, El siglo de las luces, El recurso del método, Concierto barroco o La consagración de la primavera, su fértil imaginación dotaría a la literatura universal de algunos de los más recordados personajes de todos los tiempos.

Nacido en Lausana, Suiza, Carpentier cultivó con éxito, además de la narrativa, la crítica periodística cultural y el ensayo y ostenta el título de ser el primer latinoamericano galardonado con el Premio Cervantes de Literatura. Igualmente, se destacó como teórico del mundo latinoamericano y caribeño, musicólogo y gestor de proyectos editoriales, plásticos y musicales.

Dentro de su extensa obra, son las obras barrocas como El siglo de las luces y El reino de este mundo las que más se conocen a nivel internacional, y son, además, de los más destacados referentes de la novelística latinoamericana, mientras su autor es considerado como uno de los intelectuales más excepcionales y descollantes de la vanguardia estética y el pensamiento cubanos.

 

Llegada a La Habana

Cuando Carpentier contaba apenas con unos cuatro o cinco años, su padre, un arquitecto francés y su madre una profesora rusa, deciden establecerse en La Habana.

El escritor, que en algún momento fuera estudiante de arquitectura, debió enfrentarse muy pronto a las duras realidades de la vida, pues no había alcanzado aún la mayoría de edad cuando su padre abandonó la familia y debió procurarse un sustento. Seguir leyendo ALEJO CARPENTIER, UN LEGADO REAL Y MARAVILLOSO

ANA CAIRO BALLESTER: PALABRAS EN EL CINCUENTENARIO DE ‘BIOGRAFÍA DE UN CIMARRÓN’, DE MIGUEL BARNET

Duele y dolerá la ausencia de Ana Cairo Ballester en la cultura cubana. La recuerdo en  algunos debates en la UNEAC hace varios años, en la penúltima edición de la Feria del Libro, en los Jueves y otros actos de la revista Temas; la recuerdo entrando y saliendo de la Escuela de Letras con el ímpetu de un arroyo en crecimiento, torrencial a veces, y conversando en la presidencia del ICAIC sobre asuntos de y para el cine cubano. La recuerdo y veo tan vital que nunca podré imaginar su muerte. Ella, que fue profesora y, al mismo tiempo, colegiala inconforme; ella, que jamás calló verdades y siempre fue leal a su Patria. Los estudios cubanos de Ana perdurarán en el tiempo y en la memoria de sus muchos lectores y discípulos. Al recordarla viva, como debiera ser, vuelvo sobre estas palabras suyas, pronunciadas en el panel con motivo de los 50 años de Biografía de un Cimarrón, la célebre novela de Miguel Barnet, en el Pabellón Cuba, el 24 de febrero de 2016. Queden con Ana.

ANA CAIRO BALLESTER

Hoy es 24 de febrero, aniversario del inicio de la Revolución de 1895. Creo que el día se ha escogido muy bien, porque Esteban Montejo, el protagonista de este libro, fue también un combatiente del Ejército Libertador. De este modo, realizamos un homenaje a esos miles de hombres humildes que formaron parte de nuestro Ejército Libertador.

Pienso que el libro de Barnet es esencialmente patriótico. José Martí escribió que “El patriotismo es de cuantas se conocen hasta hoy la levadura mayor de todas las virtudes humanas” [1].

El sentido más fecundo que puede tener el patriotismo es cuando se siente, cuando te emociona y no se dice, cuando no se recalca.

La novela de Barnet enseña a entender al pueblo de Cuba, en su diversidad, en sus contradicciones, en los modos de verse a sí mismo y valorarse en distintos momentos de su historia. Además, quisiera hoy recordar una experiencia que ha sido muy rara, excepcional, en la historia de la intelectualidad cubana.

Barnet es un hombre con mucha suerte. Quizá los santeros dirían que tiene buen aché. En estos días él ha logrado disfrutar la singular emoción de asistir al cincuentenario de la publicación de su novela. Como soy profesora de literatura, evoco al gran poeta, narrador y dramaturgo alemán Goethe, quien, en 1825, festejó el mismo aniversario de su famosa novela romántica Las cuitas del joven Werter.

La novela de Barnet enseña a entender al pueblo de Cuba, en su diversidad, en sus contradicciones, en los modos de verse a sí mismo y valorarse en distintos momentos de su historia.

Goethe escribió y difundió un poema. No sé si Barnet terminará haciendo en estos días un poema a esa situación de extrañeza —evocando a José Lezama Lima— de ver que un libro suyo alcanzó la plena autonomía. Siempre recuerdo a Juan Pérez de la Riva cuando afirmaba que cada libro publicado era una especie de hijo que salía a correr una aventura por el mundo. Me parece muy importante el hecho de que un libro alcance trascendencia precisamente porque ha resistido la prueba del tiempo. Goethe y Barnet tuvieron la experiencia similar de descubrir que desde la primera edición ya el libro comenzaba a recepcionarse como un clásico, adjetivo que sintetizaba un interés mundializado.

Alejo Carpentier leyó el mecanuscrito de Biografía de un cimarrón. Felicitó al joven narrador, quien gestó una obra que se hermanaba con El reino de este mundo (1949). Estuvo entre los primeros en reconocer que Biografía… nacería como libro y ya pertenecería al linaje de nuestros clásicos.

Foto: Yander Zamora

El año 1966 fue muy importante para la literatura cubana. Propongo que en algún momento nos reunamos para festejar el cincuentenario de Paradiso, la gran novela de José Lezama Lima.

A los pocos días de la publicación de Paradiso, Lezama concedió una entrevista a Salvador Bueno en la que expresó su sorpresa y entusiasmo porque la tirada se había vendido completa. Rápidamente devino un clásico. En particular, esa edición ha sido muy cotizada por los bibliófilos nacionales y extranjeros. Amigos de Lezama, quienes tenían ejemplares con dedicatorias, sufrieron lamentables robos.

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LEO. GRAZIELLA POGOLOTTI

GRAZIELLA 1Procedentes de distintos lugares, emprendíamos el regreso a La Habana desde el aeropuerto de Berlín. Al llegar, nos sorprendió una mala noticia. Por una de esas frecuentes irregularidades  en el cumplimiento de los horarios establecidos, tendríamos que pasar una larga noche en una triste sala de espera, sin  acomodo previsto para echar un sueñito, privados de alimentos y de agua para saciar la sed. El conglomerado humano era diverso. Creo recordar a la bailarina Josefina Méndez. La irritación acrecentaba el cansancio y el peso de la ropa ajada. Pero, ahí estaba también el maestro Leo Brouwer. Alguien le pidió que tocara algo. Accedió gustoso. Se produjo el milagro. La noche se convirtió en día.

Conservo en la memoria, como tesoro bien guardado, otro encuentro íntimo. Con motivo de un cumpleaños de Alejo Carpentier, Saúl Yelín reunió en la biblioteca del Icaic a unos pocos amigos. Leo tocaría, en un ambiente informal, algunas piezas de su repertorio renacentista, homenaje cómplice a ese músico que el novelista llevaba dentro. A pesar de la distancia generacional existían entre ambos afinidades esenciales. A poco de llegar a Cuba, después de una prolongada estadía en Caracas, Carpentier  descubrió el talento excepcional de un artista que rondaba los 25 años. Había maestría en la ejecución, aportes técnicos que multiplicaban las posibilidades expresivas del instrumento. Había, sobre todo, una inquietud insaciable por explorar nuevos caminos soslayando las tentaciones de la moda, siempre efímeras y veleidosas.

Habían pasado los años de una necesaria reafirmación nacionalista animada por Caturla y Roldán, incorporado el rigor en el dominio de los recursos del oficio por el Grupo de Renovación Musical, llegaba el momento de conquistar la plena libertad en síntesis de lo local y lo universal, de lo clásico y lo contemporáneo. A pesar de su lenguaje aparentemente abstracto, la música, creación artística ante todo, incorpora un sentido de la vida. Leo no cesa de plantearse interrogantes  en su percepción de la literatura, de las artes visuales, del cine. No renuncia tampoco a hacer obra de servicio social. En constante replanteo de una cosmovisión, coincide también con Carpentier.

Discípulo del maestro Isaac Nicola, a los 16 años ofreció su primer concierto en la Sociedad Lyceum. Se vinculó con la Sociedad Nuestro Tiempo, proyecto cultural que agrupaba a artistas progresistas de todas las manifestaciones. Después del triunfo de la Revolución, obtuvo una beca del Ministerio de Educación para completar su formación en Julliard. De regreso al país, asesor musical del Icaic, ejerció un magisterio al margen de ataduras academicistas. Se trataba nada menos que del Grupo de Experimentación Sonora, a punto de cumplir medio siglo en el año que corre.

El prestigio de su obra como intérprete, compositor y director de orquesta traspasó las fronteras de la Isla. Le otorgó una capacidad de convocatoria que garantizó el éxito de los concursos de guitarra. En los últimos años, ha promovido conciertos protagonizados por figuras de renombre, todo lo cual favorece romper el aislamiento y divulgar las tendencias renovadoras de la música contemporánea.

El talento es una gracia que se nos otorga al nacer. Si no se cultiva, muere por inanición o se estanca, reducido a la repetición de las mismas fórmulas. La cristalización de una obra requiere entrega, disciplina, empeño paciente y sistemático, capacidad autocrítica, antenas abiertas a los más anchos horizontes del mundo, sin dejar por ello de escuchar los rumores de la tierra propia.

Lector insaciable, Leo se vale de su rigurosa formación musical para adentrarse, en plenitud de disfrute, en las entrañas de la literatura. Conservo una carta suya donde comenta que, junto a los textos de autores cubanos, explora los trabajos de Umberto Eco y los cuentos más reciente de Ítalo Calvino.  La vida del espíritu se nutre de los sonidos y los colores de la naturaleza, de la creación humana de acá y de allá, de ayer y de hoy. Por eso, no es una figura mediática. Se mantiene  distanciado de la frívola  espectacularidad  que invade, pervierte y hunde en la desmemoria el mundo en que vivimos.

Por encima de la distancia generacional, el acicate omnívoro de conocer, de indagar acerca del sentido de la vida y acerca de la posible trascendencia de la obra del hombre sobre la Tierra alentaron su diálogo íntimo y cercano con Carpentier. Los textos del narrador cubano le inspiraron las partituras de El reino de este mundo, La ciudad de las columnas, Viaje a la semilla, El arpa y la sombra. Algunas de ellas se conservan en la Fundación.

Leo Brouwer acaba de llegar a sus 80 años. Saberlo vivo e inquieto es una fiesta para todos nosotros, agradecidos por la envergadura de su obra, por su constancia en el hacer una  tarea  que se agiganta con el tiempo y por su  generosa disposición a entregar saber y acción al desarrollo de la cultura nacional.

EL PASO DE LOS VIENTOS. GRAZIELLA POGOLOTTI

Dicen que, en días claros, desde Punta de Maisí puede observarse la costa de Haití. Es nuestro vecino más cercano. Hace poco, una breve nota informaba que en el año en curso se conmemoran los 215 de su independencia, la primera en la América Latina y el Caribe. Fue mucho más. Inició en el nuevo mundo las luchas por la emancipación. Liberó a los esclavos, lo que no ocurriría en Estados Unidos hasta la época de Lincoln. Muchos olvidan, además, los estrechos vínculos del devenir económico, social y cultural de la isla vecina con la historia de Cuba.

Privados de sus privilegios por la insurrección armada, numerosos colonos franceses emigraron a Cuba. Con ellos llegaron algunos de sus esclavos. Fundaron cafetales donde construyeron mansiones que en unos pocos casos sobreviven y constituyen hoy parte de nuestro patrimonio cultural.  Introdujeron costumbres, así como expresiones  musicales y danzarias. Dejaron su marca en el Tivolí santiaguero.

Esa presencia, unida al trasiego de los militares, dio lugar a que llegaran a la Isla noticias de la insurrección libertaria. La censura  española no pudo contener el andar de las ideas. Hubo que implantar el terror mediante la represión, que llegó a su punto máximo con la Conspiración de la Escalera. Su ramalazo colateral se hizo sentir en los criollos reformistas.

Domingo del Monte se marchó de la Isla para no regresar. El golpe mayor se abatió sobre la capa de negros y mestizos que se desempeñaban como músicos y artesanos, entre ellos, como figura prominente, Gabriel de la Concepción Valdés, el poeta Plácido.

Las consecuencias de la insurrección en la isla vecina tuvieron repercusiones en el diseño de nuestra economía. Sus efectos configuraron los avatares de nuestra historia. Cuba desplazó a Haití como proveedor de materias primas, devino productora de azúcar subordinada a las demandas del mercado mundial, a la vez que importadora neta de alimentos y de bienes manufacturados multiplicados por la primera Revolución Industrial. Con ello, acrecentó  su demanda de mano de obra barata. Por vías legales e ilegales, se agigantó la trata de esclavos.

La deformación estructural se agudizó en el amanecer de la república neocolonial. Sobre un país arruinado por la guerra, el capital norteamericano expandió la producción azucarera con la compra de latifundios y la erección de grandes centrales en las provincias orientales. No faltó la United Fruit, la célebre Mamita Yunai, ya instalada en Colombia y en la América Central.

Con la primera conflagración mundial, el alza de los precios del dulce estimuló el aumento de la producción. Hizo falta mano de obra barata. Abolida la esclavitud, contratos leoninos reclutaron antillanos. En virtud de la cercanía, fueron  numerosos los  haitianos. Con la caída de los precios al término del conflicto bélico se impuso la repatriación forzosa, aunque algunos lograron radicarse definitivamente en Cuba. Fundaron familias y contribuyeron a la configuración de nuestra diversidad cultural. A pesar de todo, a través de los años, siguieron llegando como trabajadores temporeros o como emigrantes.

A la vuelta de los 40 del pasado siglo, según los reclamos del mercado laboral, los trabajadores temporeros haitianos seguían viniendo a Cuba. La influencia de las ideas recorrió un camino inverso.

El movimiento sindical había cobrado fuerza en la Isla, sobre todo en el sector azucarero.  Los que regresaban a Haití eran portadores de la lección aprendida entre nosotros. Dos narradores fundamentales de la nación vecina, Roumain y Alexis, relataron en sus obras el impacto recibido por esa experiencia. Entonces, ya se había establecido una relación entre los intelectuales de acá y de allá.

Como suele suceder en un contexto neocolonial, esos vínculos se anudaron en territorio metropolitano. En París, donde se instalaron por motivos de estudio o de persecución política, compartieron inquietudes y descubrieron en ese intercambio la plataforma subyacente en la América Latina y el Caribe. Encontraron en la antropología una herramienta útil para entender las claves de nuestras culturas.

La Segunda Guerra Mundial motivó, en términos del poeta martiniqués Aimé Césaire, «el regreso al país natal» y su redescubrimiento a partir de la perspectiva adquirida desde la distancia. La coyuntura propició asimismo el desarrollo de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Haití, que tuvieron un efecto significativo en el plano cultural.

Una suave, tierna línea de montañas azules. Nicolás Guillén y Haití, estudio premiado por la Casa de las Américas, de Emilio Jorge Rodríguez, uno de nuestros más prestigiosos investigadores sobre asuntos caribeños, aborda con detalles este tema. Nicolás Guillén viajó a Haití. Alejo Carpentier lo hizo algo más tarde. La presencia de ambos escritores dejó una marca profunda en el país vecino, donde desplegaron una extensa actividad, ahondaron las relaciones con los intelectuales al otro lado del Paso de los Vientos y profundizaron en el conocimiento de la singular contribución de sus antropólogos.

En Carpentier, las consecuencias de ese impacto cristalizarían en la escritura de El reino de este mundo, punto de partida de su obra mayor, texto renovador de la novela histórica articulada a través de un hilo conductor trazado por el esclavo Ti Noël, puente tendido entre la creación literaria del Caribe y la América Latina.

Por vías del azar, las efemérides sugieren coincidencias que incitan a la reflexión. En el 215 aniversario de la independencia haitiana se cumplen 60 años de la publicación de El reino de este mundo. El entrecruzamiento de ambos aconteceres evidencia la profundidad de los ligámenes históricos y culturales que unen nuestro Caribe.

Fuente: JUVENTUD REBELDE

EL AMARGO ENCANTO DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Se ha hecho mucha literatura barata sobre las diferencias entre un texto escrito a mano y otro escrito a máquina. Lo único cierto, sin embargo, es que la diferencia se nota al leerlos, aunque no creo que nadie pueda explicarlo.

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Gabriel García Márquez en las oficinas de Prensa Latina, Bogotá, 1959. Foto tomada de Twitter 

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Los escritores que escriben a mano, y que son más de lo que uno se imagina, defienden su sistema con el argumento de que la comunicación entre el pensamiento y la escritura es mucho más íntima, porque el hilo continuo y silencioso de la tinta hace las veces de una arteria inagotable. Los que escribimos a máquina no podemos ocultar por completo cierto sentimiento de superioridad técnica, y no entendemos cómo fue posible que en alguna época de la humanidad se haya escrito de otro modo. Ambos argumentos, desde luego, son de orden subjetivo. La verdad es que cada quien escribe como puede, pues lo más difícil de este oficio azaroso no es el manejo de sus instrumentos, sino el acierto con que se ponga una letra después de la otra.

Se ha hecho mucha literatura barata sobre las diferencias entre un texto escrito a mano y otro escrito a máquina. Lo único cierto, sin embargo, es que la diferencia se nota al leerlos, aunque no creo que nadie pueda explicarlo. Alejo Carpentier, que era escritor a máquina, me contó alguna vez que en el curso de la escritura tropezaba con párrafos de una dificultad especial, que sólo lograba resolver escribiéndolos a mano. También esto es tan comprensible como inexplicable, y sólo podrá admitirse como uno más de los tantos misterios del arte de escribir. En general, yo pienso que los escritores iniciados en el periodismo conservan para siempre la adicción a la máquina de escribir, mientras quienes no lo fueron permanecen fieles a la buena costumbre escolar de escribir despacio y con buena letra. Los franceses, en general, pertenecen a ese género. Hasta los periodistas: hace poco, en Cancún, me llamó la atención encontrar al director del Nouvel Observateur, Jean Daniel, escribiendo a mano su nota editorial con una caligrafía perfecta. El famoso café Flore, de París, llegó a ser uno de los más conocidos de su tiempo porque allí iba Jean Paul Sartre todas las tardes a escribir las obras que todos esperábamos con ansiedad en el mundo entero. Se sentaba muchas horas con su cuaderno de escolar y su estilógrafo rupestre, que muy poco tenía que envidiar a la pluma de ganso de Voltaire, y tal vez no era consciente de que el café se iba llenando poco a poco de los turistas de todas partes que habían atravesado los océanos sólo por venir a verle escribir. Sin embargo, no había necesidad de verlo para saber que era una obra escrita a mano.

En cambio, es difícil imaginar a un norteamericano que no escriba a máquina. Hemingway, hasta donde lo sabemos por sus confesiones y las infidencias de sus biógrafos, usaba los dos sistemas —como Carpentier—, y ambos del modo más extraño: de pie. En su casa de La Habana se había hecho construir un facistol especial en el que escribía con lápices de escuela primaria, a los cuales sacaba punta a cada instante con una navaja de afeitar. Su letra era redonda y clara, un poco dibujada, y de su oficio original de periodista le había quedado la costumbre de no contar por páginas el rendimiento de su trabajo, sino por el número de palabras. A su lado, en una mesa tan alta como el facistol tenía una máquina de escribir portátil y, al parecer,  en un estado más bien deplorable, de la cual se servía cuando dejaba de escribir a mano. Lo que no se ha podido establecer es cuándo y por qué usaba a veces un sistema y a veces el otro. En cuanto a la rara costumbre de escribir de pie, él mismo da una explicación muy suya, pero que no parece muy satisfactoria: «Las cosas importantes se hacen de pie», dijo, «como boxear». Hay el rumor de que sufría de alguna dolencia sin importancia pero que le impedía permanecer sentado durante mucho tiempo. En todo caso, lo envidiable no era sólo que pudiera escribir lo mismo a mano o a máquina, sino que pudiera hacerlo en cualquier parte y, al parecer, en cualquier circunstancia.  Seguir leyendo EL AMARGO ENCANTO DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

ALEJO CARPENTIER, ESCRITOR Y CIUDADANO DIPUTADO. RAMÓN CHAO

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«Setenta y cuatro años, cubano, escritor, musicólogo y diplomático, Alejo Carpentier acaba de ser galardonado con el Premio Cervantes de Literatura. El autor de El siglo de las luces o El reino de este mundo ha sido entrevistado en París por nuestro colaborador Ramón Chao, a los pocos días de haberse conocido la noticia de la concesión de dicho galardón, el más importante de la lengua castellana.

Ramón Chao: Sabemos que nació usted en La Habana, en 1904; que su madre era rusa; que su padre, arquitecto francés, emigró a Cuba a raíz del «affaire Dreyfus», «asqueado de Europa», como dijo usted en alguna ocasión. Y que sus primeros años transcurrieron en el campo.

 Alejo Carpentier: –Sí, porque, en vistas de que la enseñanza en la capital era muy mala, y que yo tenía una inteligencia bastante despierta, mi padre, que había comprado una gran propiedad en las cercanías de La Habana, me llevó al campo y me puso al frente de aquella finca, encargándome de las recolecciones, del cultivo, así como de la cría de ciertos animales. No sé si recuerda, pero al final de mi novela El reino de este mundo hay un capítulo dedicado a las ocas; pues bien: el origen de ese capítulo es que yo tuve una gran manada de ocas. Así que llevaba una vida muy sana, muy sencilla, montando a caballo siete horas por día, y de esta forma transcurrió mi infancia y mi adolescencia.

Sobre esto de la educación, mi padre tenía unas ideas muy particulares. Era un poco rousseauniano y creía que se aprendía más montando a caballo y tratando con la gente que encerrándose en las clases de los colegios. 

¿Cree usted ahora que tenía razón?

 -En gran parte, sí. Picasso dijo, en cierta ocasión, que a partir de los cinco anos de edad el hombre no hace más que repetirle, no inventa ya nada. Es una boutade, claro, pero creo que lo que más marca a un hombre son sus años de la infancia y de la primera adolescencia. Y yo estoy muy contento de haberlos vivido como los viví. Estuve en relación con los campesinos. Recuerdo que había gente extraordinaria, como unos negros que me contaban historias que habían recogido, a su vez, de sus antepasados. En particular, Viaje a la semilla es el resultado de aquellos años. Creo, además, que algunas de mis ideas actuales, o de mis puntos de vista filosóficos o políticos, deben mucho a esos años de vida en común con los hombres del campo, que podían ser analfabetos, pero que me enseñaron algunas de las cosas esenciales de la vida: el respeto de ciertos valores humanos y una visión algo así como maniqueísta de lo que es el bien y de lo que es el mal, de lo que es limpio y de lo que es sucio, de lo que es justo y de lo que es injusto. 

De todas formas, llegó el día en que tuvo que ir a estudiar a la capital.

 -Sí; en 1921. Fui a La Habana porque mi padre quería que estudiase arquitectura. Yo tenía una cultura musical bastante grande y todas las ambiciones literarias que puede tener un chico de esa edad.

Mi familia tenía una gran afición por la música. Mi padre había sido violoncellista, habiendo estudiado con Pablo Casáls, de quien guardaba un recuerdo maravilloso. Mi abuela tocaba muy bien el piano y había sido alumna de César Franck. Me contaban cómo iba ella todos los días a la iglesia de Santa Clotilde a las cinco de la mañana para tomar las lecciones con él. Mi madre era también pianista, así que pronto me dediqué a la música. Se tocaba mucho en casa; teníamos amigos músicos y yo estudié todo lo que debe aprender un estudiante de música: solfeo, armonía, orquestación, etcétera. 

O sea, que podía ser usted músico o escritor, porque ya entonces tenía una pequeña obra.

 -A los quince años escribí una pequeña novela bajo la influencia de Flaubert y de Eca de Queiroz. Ocurría en Jerusalén. en tiempos de Pilatos. Para suerte mía, permaneció inédita. Antes escribí otros cuentos inspirados en Baroja y en Anatole France. A los once años tenía una novela policíaca; y otra, imitada de Salgari. Cosa curiosa, desde mis primeros balbuceos siempre tuve la seguridad absoluta de que sería escritor.  Seguir leyendo ALEJO CARPENTIER, ESCRITOR Y CIUDADANO DIPUTADO. RAMÓN CHAO

DECLARADOS PATRIMONIO DE LA NACIÓN CASA Y OBRA DE ALEJO CARPENTIER

MARTA ROJAS RODRÍGUEZ/GRANMA

Alejo Carpentier Valmont universalizó la trama, el contenido, los personajes y la historia de nuestros pueblos de América Latina y el Caribe, e introdujo de un modo artístico inigualable la herencia negra en nuestras culturas

El escritor Alejo Carpentier en una visita al periódico Granma. foto: Walfrido Ojeda

La casa donde residió en La Habana Alejo Carpentier, sede de la presidencia de la Fundación que lleva su nombre, en el Vedado, así como todos los bienes relacionados con su quehacer literario y artístico, al igual que sus objetos personales y cuanto se corresponda con la vida y obra del eminente escritor, los cuales fueron guardados celosamente por su viuda Lilia Esteban de Carpentier, acaban de ser declarados Patrimonio de la Nación Cubana.

Carpentier fue el primer escritor Iberoamericano en recibir el Premio Cervantes. A propósito del reconocimiento, el Comandante en Jefe Fidel Castro le escribió una hermosa carta que comenzaba así: «Querido compañero Carpentier: Nuestro Partido y nuestro pueblo han recibido con la misma emoción que nosotros las palabras con que usted, en gesto noble y conmovedora generosidad, dedica a la Revolución la medalla conmemorativa y el importe del Premio Miguel de Cervantes Saavedra».

Fidel le escribía a uno de los autores más importantes de la lengua castellana y creador de la corriente literaria de lo «real maravilloso», que le dio un vuelco impensable a la literatura latinoamericana y universal a mediados del siglo XX y ha sido insuperable, a partir de su novela El reino de este mundo. Seguir leyendo DECLARADOS PATRIMONIO DE LA NACIÓN CASA Y OBRA DE ALEJO CARPENTIER

PERIODISMO Y CULTURA. GRAZIELLA POGOLOTTI

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GRAZIELLA POGOLOTTI / JUVENTUD REBELDE

José Antonio Fernández de Castro es el nombre del premio que se concede a los periodistas del sector cultural. Poco se sabe, sin embargo, de la trayectoria fulgurante y efímera de este singular personaje. Emergió en el contexto de la Primera Vanguardia y del Grupo Minorista, fenómenos que contribuyeron a configurar el entorno de los años 20 en la Cuba del pasado siglo. Perteneció a la generación de intelectuales que impulsó, en la práctica concreta, la renovación de los lenguajes artísticos, la redefinición de los auténticos valores de la cultura nacional mediante el rescate de las tradiciones populares hasta entonces soslayadas, a la vez que hacía sentir su voz en la arena pública, tomando partido en favor de una raigal transformación de la sociedad. Inconformes y abiertos al mundo, el doble impacto de la Revolución de Octubre y de la que se había desencadenado en el vecino territorio de México afianzó en los intelectuales la conciencia de la necesidad de barrer las huellas del coloniaje. Para lograr ese propósito, cultura, sociedad y política debían estar estrechamente entrelazadas.

En aquellos años 20 del pasado siglo, el panorama cubano distaba mucho de ser promisorio. Concluida la Primera Guerra Mundial, los precios del azúcar se hundieron estrepitosamente. Habían llegado «las vacas flacas». La corrupción administrativa se agigantaba. Ante esa realidad, un grupo de intelectuales irrumpió en el espacio público con la llamada Protesta de los Trece, animada por Rubén Martínez Villena. Muy pronto tomaría cuerpo la dictadura de Gerardo Machado. Sin que mediara la filiación partidista, una convergencia en el plano de las ideas establecía nexos subyacentes entre el accionar político de Mella y Rubén con las inquietudes manifiestas en el ámbito de la renovación cultural. Los escritores bisoños procuraron encontrar espacios en periódicos y revistas de amplia circulación. Por esta vía, tendieron puentes hacia sectores más amplios de la sociedad cubana, porque la batalla por la cultura y por la nación debían librarse de manera simultánea. Entre ambas se afianzaba el autorreconocimiento y la afirmación de esenciales valores nutricios.

Fernández de Castro inició su tarea intelectual con la exploración de la cultura cubana del siglo XIX. Reveló zonas desconocidas del crítico reformista Domingo del Monte. Los apremios de la época lo llevaron a volcarse hacia una lectura participativa y desprejuiciada de la compleja realidad de su tiempo. Bajo la égida de la obra inicial de Fernando Ortiz, compartió con algunos de sus coetáneos el acercamiento al territorio marginado de nuestras fuentes de origen africano. Mirar en profundidad hacia adentro contribuía a hacer visible un imaginario latente en la rica creatividad de nuestra percusión y en una fabulación que conserva la memoria viva de una cultura trasplantada mediante el ejercicio de la violencia de la infame trata negrera. La valoración legitimadora de esta herencia formaba parte del proceso descolonizador que tomaba cuerpo en el terreno de la política.

Como Carpentier, Fernández de Castro conoció el bregar periodístico desde la tarea cotidiana en la mesa de redacción. Involucrado en la «causa comunista» de 1927 desatada por Machado, compartió con Carpentier los rigores de la cárcel. Tuvo la audacia de comprometerse en lo político y la astucia necesaria para conquistar un espacio en el conservador Diario de la Marina para difundir, con aguda perspectiva crítica, las obras de la naciente vanguardia literaria cubana.  Seguir leyendo PERIODISMO Y CULTURA. GRAZIELLA POGOLOTTI

LA CIUDAD DE LAS COLUMNAS. GRAZIELLA POGOLOTTI

El puerto dio vida y razón de ser a aquel núcleo primario  de un conglomerado urbano cuando empezaron a juntarse las flotas, en espera del momento propicio para emprender viaje a través del Atlántico cargadas con el oro y la plata de América, fuentes nutricias de la naciente acumulación de capital. Entonces La Habana tuvo que crecer y fortificarse mientras proveía hospedaje, alimentos y recreación a una población flotante que recalaba ociosa, año tras año, en las costas de la Isla. En ese tiempo de espera se reparaban las naves. Con la destreza adquirida en los oficios y la disponibilidad de cedros y caobas se construyeron embarcaciones para responder a las necesidades bélicas de la armada española.

El caserío primario se iba convirtiendo en ciudad. Se trazaron calles. Se establecieron elementales regulaciones urbanas.

En ininterrumpida expansión, la ciudad había adquirido un diseño urbano que ponía en valor plazas, construcciones simbólicas del poder dominante y viviendas de noble presencia, adaptadas a las exigencias del clima tropical. Los patios, ventanales y vidrieras de color destinadas a tamizar la luz solar les confirieron marca de originalidad. Otrora edificadas como medida de protección, las murallas se convirtieron en prisiones. Había empezado la marcha hacia el oeste. El Cerro acogió casas señoriales. Para los terrenos silvestres del Vedado se elaboró una de las concepciones integrales de desarrollo urbano más avanzadas de la época. Abierto a las brisas del mar, sus verdes parques y parterres contribuían a refrescar el ambiente.

Dos hermosas avenidas, G y Paseo, adosadas a la suave colina, ofrecían el disfrute de la visualidad a un espléndido panorama.

La Habana se acerca a su medio milenio. Prosistas, poetas, músicos, pintores, viajeros venidos de otras  latitudes han construido su mitología y han destacado su singularidad. Su presencia se manifiesta extensamente en la obra de Alejo Carpentier.  Seguir leyendo LA CIUDAD DE LAS COLUMNAS. GRAZIELLA POGOLOTTI

CELEBRACIÓN DE LOS PREMIO CERVANTES A ALEJO CARPENTIER Y DULCE MARÍA LOYNAZ. MIREYA CASTAÑEDA

Al novelista cubano Alejo Carpentier le otorgaron el Premio Cervantes en 1977, luego que en la primera edición el año antes lo recibiera el español Jorge Guillén. Foto: Archivo

EL azar concurrente que tan bien enunciara José Lezama Lima propició este año que un amoroso regalo filial por un aniversario de quien escribe le permitiera llegar a Alcalá de Henares, donde hace ahora 40 y 25 años, respectivamente, fueran acogidos en homenaje literario dos cubanos insignes, Alejo Carpentier y Dulce Maria Loynaz.

Conocer  la urbe cervantina, no obstante, es mas una parada obligatoria que una casualidad, pues estando a solo 30 kilómetros de Madrid hubiera sido impensable no apreciar una ciudad declarada en 1998 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) Patrimonio de la Humanidad.

En la madrileña estación de Atocha se toma el tren que rápidamente lo llevará hasta la milenaria Alcalá de Henares. A la llegada, luego de un café en un bar humorísticamente llamado La oficina, usted indefectiblemente va en busca de calles y monumentos, va en busca de historia y cultura, va en busca del recuerdo del gran novelista y la excelsa poeta.

LA UNIVERSIDAD, EL PARANINFO, EL PREMIO CERVANTES

La famosa Universidad fue construida en 1499 por el cardenal Cisneros y por sus aulas pasaron importantes personalidades. Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, Gaspar Melchor de Jovellanos, Lope de Vega, San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz, Tirso de Molina. Y no, la Universidad no puede vanagloriarse del inmortal Cervantes.

Integrada por varios edificios, uno de los históricos es el Colegio Mayor de San Ildefonso, sede hoy del rectorado, con su  bellísima fachada renacentista, la Capilla y  el espectacular Paraninfo.

Al traspasar el pórtico usted ve directamente uno de sus famosos tres patios, ese primero el de Santo Tomás de Villanueva, uno de los más notados alumnos complutenses, y a través de él se llega al legendario Paraninfo, donde se entrega desde 1976, cada 23 de abril en conmemoración de la muerte de Miguel de Cervantes (Madrid, 1616), el Premio de Literatura más importantes en Lengua Castellana.

Hace 25 años la poeta cubana Dulce María Loynaz fue la segunda mujer y la primera latinoamericana en recibir el Premio Cervantes. La primera en 1988 fue la española María Zambrano. Foto: Juvenal Balán

ALEJO CARPENTIER Y DULCE MARÍA LOYNAZ RECIBEN EL CERVANTES  

En el muro entre el Paraninfo mismo y la Sala de Togas se han colocado las efigies en bronce de los galardonados con el Premio y allí vimos, con orgullo y emoción, la del novelista cubano Alejo Carpentier, el segundo Cervantes, de 1977, y la de la también cubana Dulce María Loynaz, la segunda mujer en recibirlo, en 1992.

Ya en el Paraninfo, ese el lugar mágico y estremecedor por excelencia, sorprende en primer lugar la techumbre de la sala, y luego, en uno de los laterales, la Cátedra o tribuna de los oradores.

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LA LÓGICA DEL CORAZÓN. GRAZIELLA POGOLOTTI

"Alejo Carpentier había contraído un compromiso con el dolor de España, encarnado en los niños huérfanos de Badajoz. Para dar voz a los silenciados, su tarea de hombre y de intelectual se expresó en la necesidad de informar a los cubanos. Lo hizo a través de Carteles, una revista de amplia circulación. No se valió de prédica moralizante. Diseñó lo que habría de denominar estrategia de corazón."

GRAZIELLA POGOLOTTI / JUVENTUD REBELDE

Era julio de 1937. Abandonada por sus aliados naturales, las democracias occidentales, la España republicana se enfrentaba a la sublevación franquista, que contaba con el respaldo de la Alemania nazi y de la Italia fascista. Allá se entrenaba la maquinaria de guerra más moderna y eficiente. Las bombas caían sobre ciudades abiertas. Dejaban un saldo atroz de muertos y heridos entre la población civil. En esas circunstancias, prestigiosísimos intelectuales de Europa y América se reunieron en Valencia con el propósito de defender la cultura de la España asediada. Entre los latinoamericanos, aparecían figuras que muy pronto ocuparían los primeros planos en nuestras letras, como los chilenos Pablo Neruda y Vicente Huidobro, el peruano César Vallejo y el mexicano Octavio Paz. Cuba estuvo representada por Juan Marinello, Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Alejo Carpentier y Leonardo Fernández Sánchez. El Congreso se reunió en Valencia y Madrid. Al trasladarse de una a otra ciudad, calaron en lo más profundo del dolor de España. Testigo de los acontecimientos, Alejo Carpentier publicó en Carteles una serie de reportajes de fuerte impacto en la opinión pública nacional.

«Defiéndannos, ustedes que saben escribir», les había dicho una aldeana analfabeta, toda vestida de negro, rodeada por medio centenar de niños huérfanos de Badajoz. El llamado de aquella mujer sencilla resumía, con más eficiencia que mucha retórica académica, el papel que corresponde a los intelectuales. Entrenados para la comunicación, les toca ser voceros de todos aquellos que no tienen voz para convocar a la solidaridad y señalar los peligros que amenazan a nuestra especie. Ahora, sometidos a una avalancha informativa aplastante en la que todo vale, desconfiados de las ideologías y entrampados en las que se ocultan tras la falsa objetividad, son muchos los que callan.

Más allá de tendencias políticas, los intelectuales que participaron en el congreso de Valencia representaban el pensamiento más lúcido de la época. Sabían que en España se estaba dilucidando el destino de buena parte del mundo. En efecto, la República cayó en la primavera de 1939. A los pocos meses, en el otoño de ese año, se desencadenaba la Segunda Guerra Mundial. No se hablaba entonces de globalización. Pero se vivía ya en un planeta interdependiente, marcado por las rivalidades en el dominio de los mercados.  Seguir leyendo LA LÓGICA DEL CORAZÓN. GRAZIELLA POGOLOTTI

VENEZUELA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ. ENRIQUE UBIETA GÓMEZ

Enrique Ubieta

ENRIQUE UBIETA GÓMEZ 

“¡Defiéndannos, ustedes que saben escribir!”, le pedía una anciana a Carpentier y a los intelectuales que lo acompañaban, en julio de 1937, a su paso por un pequeño pueblo castellano, muy cerca de la asediada capital española. El escritor cubano recogería la anécdota en las crónicas sobre el II Congreso Internacional en Defensa de la Cultura que publicaría en la revista Carteles [1]. La exigencia tenía un fundamento: el pueblo español nos defendía a todos con las armas en las manos.

Alejo Carpentier. Crónicas publicadas en la revista Carteles:
 “!Defiéndannos, ustedes que saben escribir!”. Imágenes: Internet.

No hay cultura sin hombres y mujeres concretos. Bertolt Brecht lo había dicho durante el I Congreso, celebrado dos años antes en París: “Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada si los hombres se salvan”. Aquel primer encuentro atisbaba el peligro: el nazifascismo amenazaba con desbordarse, mientras las burguesías “democráticas” de Europa apostaban a que el golpe fuese en dirección a la entonces joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Ser de izquierdas, para los intelectuales del 30 —como en los 60 o en la primera década del siglo XXI, tras la esperanza de la revolución bolivariana—, era una toma de partido por la cultura, por los seres humanos, que se aferraba a proyectos concretos. Pero en el París de 1935 todavía un segmento de la izquierda intelectual divagaba en reclamos abstractos y oponía o al menos incomunicaba, la libertad de los seres humanos y la de los creadores. Seguir leyendo VENEZUELA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ. ENRIQUE UBIETA GÓMEZ

CARPENTIER SOBRE MARTÍ

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Alejo Carpentier

ALEJO CARPENTIER / BLOG NEORRABIOSO

«Observe usted, por ejemplo, el caso de José Martí, que era un genio en toda la línea. No solamente fue un genio político, no solamente murió por su patria, no solamente formuló por vez primera y con una lucidez prodigiosa las ideas directrices de nuestra revolución y proclamó la necesidad de integrar al negro y al indio en la colectividad blanca, sino que además fue un genio porque fue el primero de nuestro idioma que descubrió los pintores impresionistas franceses en Nueva York y señaló en esa exposición las obras que habían de durar y perdurar. Y no se equivocó: había pronosticado cuáles serían las obras maestras del impresionismo francés. Fue un genio en toda la línea. Y cuando estaba en la acción política, en el combate, en sus discursos, en sus programas, redactando esos documentos fundamentales que fueron el Manifiesto de Montecristi y sus discursos admirables en Nueva York, Tampa, etcétera, era directo, muy directo, elocuente, claro, sin perder tiempo en adornos, pero cuando quería escribir por su gusto, lo hacía regodeándose en el manejo de la frase (y empleo el verbo literariamente), y como ejemplo, ahí está su ensayo a la memoria de Carlos Darwin, donde se muestra de un barroquismo extraordinario.»

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ALEJO CARPENTIER, entrevistado por Joaquín Soler Serrano y recogido en Escritores a fondo, Planeta, Barcelona, 1986, vía edición digital en Lectulandia, págs. 182 y 183

CARPENTIER EN DOS CARTAS DE FIDEL

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Alejo Carpentier y Fidel

Ciudad de La Habana, 3 de mayo de 1978

Compañero Alejo Carpentier
Embajada de Cuba en Francia
París.

Querido compañero Carpentier:

Nuestro Partido y nuestro pueblo han recibido con la misma emoción que nosotros las palabras con que usted, en gesto de noble y conmovedora generosidad, dedica a la Revolución la medalla conmemorativa y el importe del Premio Miguel de Cervantes Saavedra.

Estamos acostumbrados a que los jóvenes, que todo lo deben a la nueva sociedad, consagren a ella sus éxitos en la producción, la conciencia, el arte o el deporte. Usted, sin embargo, era ya una gloria de las letras, de reconocido prestigio cuando todavía faltaban largos años para que triunfara nuestra causa. Esa circunstancia subraya, en todo su valor moral, en la hora de un altísimo reconocimiento a la obra literaria de su vida entera, a compartir ese merecido honor con todos sus compatriotas.

Muchas condecoraciones pueden caber en el pecho de un hombre. Pero cuando un hombre siente que no puede existir verdadera grandeza si está separada de la obra colectiva a la que pertenece, como usted lo manifiesta ahora, se hace digno de la más alta y más valiosa de todas; la de la admiración, el cariño y el respeto de su pueblo.

No será fácil para nosotros escoger la obra a la cual dediquemos el elevado importe de su donación. Muchas cosas se nos ocurren; un campamento, o palacio de pioneros, un hospital, una escuela. Tal vez, al fin y al cabo lo dediquemos a una institución más directamente vinculada con el arte, algo que recuerde su gesto, aunque su obra escrita y su conducta perdurarán más que ningún otro símbolo.

Fraternalmente,

Fidel Castro

FUENTE: http://www.fidelcastro.cu/es/correspondencia/alejo-carpentier-1978

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Lilia y Alejo

CARTA DE FIDEL A LILIA ESTEBAN, VIUDA DE CARPENTIER, EN EL CENTENARIO DEL ESCRITOR CUBANO (2004) 

La Habana, 26 de diciembre del 2004

“Año 45 del Triunfo de la Revolución”

Cra. Lilia Esteban de Carpentier

Presente

Querida Lilia:

Al arribar hoy al centenario de Alejo Carpentier, quisiera testimoniarle la gratitud, el cariño y la admiración que continúan despertando entre nosotros la creación y la conducta de quien fuera su inolvidable compañero, autor de una obra monumental a cuya preservación y cuidado se ha consagrado usted con ejemplar lealtad.

Carpentier era ya una figura internacionalmente reconocida al triunfar la Revolución, con la que decidió juntar su suerte. Sumado a su obra escrita, el importantísimo trabajo que realizó desde entonces enriqueció de modo decisivo prácticamente todas las manifestaciones del arte y la literatura en nuestro país, poniendo al servicio de su pueblo sus amplias relaciones, su enorme prestigio intelectual y su consecuente vocación democratizadora de la cultura. En varias ocasiones refirió haber abandonado con la Revolución la soledad del escritor para vivir en tiempos de solidaridad. Nos satisface a todos mucho ver cómo a medida que el tiempo pasa su figura se agiganta.

Hace ya más de un cuarto de siglo, al agradecerle el noble y magnífico gesto de donar íntegramente a nuestro gobierno el importe del Premio Cervantes, afirmé que su obra y su conducta perdurarían más que ningún otro símbolo. Hoy, al conmemorarse el centenario de su nacimiento, en Cuba y en todo el mundo se reeditan sus libros, se le recuerda con emotivos homenajes, exposiciones y conciertos, y se le dedican importantes festivales y congresos.

Albergo la convicción de que en la batalla por alcanzar una cultura general integral en la que se encuentra inmerso nuestro pueblo, la obra de Alejo Carpentier tendrá la garantía de lectores cada día más cultos y ciudadanos solidarios que honren eternamente su memoria.

 Reciba un fraternal abrazo.

Fidel Castro Ruz

FUENTE: http://www.cubadebate.cu/especiales/2004/12/27/carta-de-fidel-a-viuda-de-carpentier-en-el-centenario-del-escrito/

ALEJO CARPENTIER EN (Y) LA MÚSICA EN CUBA (I y II). LUIS ÁLVAREZ ÁLVAREZ

«La música en Cuba (…) es mucho más que una investigación sobre el desarrollo histórico de ese arte en la isla: no puedo insistir bastante en que rebasa esa aspiración declarada, y se convierte en un brillante texto sobre la cultura cubana en su sentido más orgánico y en sus elementos diferenciadores y específicos.»

LUIS ÁLVAREZ ÁLVAREZ* / CUBALITERARIA

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ALEJO CARPENTIER EN LA MÚSICA EN CUBA (I)

La música en Cuba aparece en 1946, publicado por Fondo de Cultura Económica en México. Se trata, en efecto, de una obra de muy difícil construcción, un complejo edificio conceptual que, a juzgar por los testimonios del propio Carpentier, exigió una labor sostenida entre 1939 y 1945. Se trata, desde luego, del primer panorama integrador de la historia de la música en la isla. Pero no es ese aspecto el que me interesa particularmente aquí. Más allá del análisis del desarrollo gradual del arte musical en Cuba, se trata nada menos que de una interpretación —realizada desde la música— del proceso general de la cultura cubana. Por otra parte, la importancia del tema era y es en sí misma trascendental para la comprensión de Cuba. Zoila Lapique, por cierto, deja sentado el hecho esencial de que a lo largo de la evolución histórica de la Cuba colonial no solo hubo un tangible desarrollo de la música y lo demuestra a partir de una serie de documentos históricos que se suman a los que en su día había identificado Carpentier, sino que también se refiere con nitidez al interés que una serie de intelectuales —cubanos y españoles— que a lo largo de los siglos XVIII y XIX manifestaron interés por la historia específica de la música insular, tales como Buenaventura Pascual Ferrer o Antonio Bachiller y Morales,  entre otros.

El sustrato teórico de una obra de tal magnitud es sumamente complejo. La música en Cuba debe ser considerada, para nuestro país, como parte integrante, dinámica y consciente, de una renovación de las ciencias sociales en general, y de los estudios sobre cultura y artes en particular. No puede olvidarse la irradiación que el nuevo pensamiento europeo del s. XX en relación con la cultura proyectó sobre la intelectualidad latinoamericana. No puede olvidarse la trascendencia de una antropología cultural que desde el siglo XIX estaba influyendo específicamente sobre Cuba, hasta el punto de que José Martí se interesó mucho por esa disciplina. La antropología cubana se gesta desde el s. XIX —como constata Armando Rangel Rivero en su excelente libro Antropología en Cuba. Orígenes y desarrollo 3 —, de modo que la magna obra de Fernando Ortiz no es un chispazo en el vacío, sino que tiene como antecedente —claramente reconocido por el gran polígrafo cubano— los estudios precursores de Antonio Bachiller y Morales, pero también las indagaciones de figuras que solo son conocidas por la academia cubana desde el punto de vista histórico, y no antropológico, como Fermín Valdés-Domínguez y Quintanó, el amigo entrañable de Martí.  Seguir leyendo ALEJO CARPENTIER EN (Y) LA MÚSICA EN CUBA (I y II). LUIS ÁLVAREZ ÁLVAREZ

Para una relectura en nuestro tiempo

Luis Álvarez Álvarez
Fuente: Juventud Rebelde

Soler Puig

El centenario de José Soler Puig debiera conducir a un balance crítico de la novelística cubana en la segunda mitad del siglo XX. Por poco que se piense, en ese período hay cuatro novelistas de gran calibre: José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Severo Sarduy y José Soler Puig. No quiero decir que no puedan identificarse otros de relieve y peso específico, pero nadie negará que el cuadrivio mencionado marque niveles de mayor estatura. Tampoco es un secreto que de esos cuatro grandes, Soler Puig ha recibido una menor difusión internacional y una crítica literaria menos frecuente. Esta realidad constituye una cuestión muy grave; las consecuencias de tal sordina crítica en relación con su obra solo son dañinas para la misma cultura cubana, pues nos ha impedido percibir un hecho fundamental de nuestro devenir literario en la centuria pasada.

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