La ideología revolucionaria, aún cuando sea la vencedora en una Revolución, convive en permanente combate con la ideología contrarrevolucionaria. No llega empaquetada como regalo de cumpleaños: avanza entre obuses y minas enemigas.
En la historia, los cubanos siempre han interpuesto algún recurso de impugnación a las declaraciones derrotistas: ante el Pacto del Zanjón (la firma en 1878 de un pacto de paz sin independencia con España), la Protesta de Baraguá ese mismo año y luego la Guerra de 1895; ante la debacle del llamado campo socialista europeo, el grito de «socialismo o muerte»; una tradición cultural que engendró y sostuvo a la Revolución antes y después de su triunfo en 1959.
Es una combinación de fe en la victoria –irreconciliable con la idea de la derrota– y de no aceptación de compromisos desmovilizadores, que nos hagan desistir del ideal soñado. «Convertir el revés en victoria», es la frase que Fidel enarboló ante el fracaso de la llamada Zafra de los Diez Millones en 1970, y que puede tomarse como símbolo del espíritu de la Revolución Cubana.
La guerra de las conciencias, la que transcurre en los medios, intenta pautar esa fe y achicar la noción de lo posible. En la década de los noventa, declaró el fin de la historia, es decir, la imposibilidad de superar el capitalismo. Sin embargo, a partir de 1998 fue evidente que la historia se movía y mucho, al menos en América Latina y el Caribe. Veinte años después se habla del fin del ciclo de las izquierdas. Pero los hechos demuestran lo contrario: los pueblos de la región no han renunciado a sus sueños de paz y justicia social, la ofensiva imperialista no se apoya en la reconquista del electorado, sino en actos criminales, golpes de estado, enjuiciamiento de líderes de izquierda que tendrían las mayores posibilidades de victoria en las urnas, asesinato de líderes políticos y sociales.
La ofensiva imperialista intenta arrasar con cada gobierno o líder rebelde, se apropia con cinismo del discurso tradicional de la izquierda y deshuesa sus contenidos, para mellar su alcance. A pesar de ello, casi la mitad del electorado colombiano votó por un candidato de izquierda, y en México no fue posible arrebatarle el triunfo, como otras veces, a López Obrador.
Sin embargo, los triunfos electorales de la izquierda descolonizadora y no sistémica –son no sistémicos todos aquellos gobiernos que rompen un eslabón de la cadena de control imperialista, por pequeño que sea– expresan una «rotura del sistema», porque este es infranqueable, no está hecho para que esa izquierda venza.
Ello no minimiza la conquista, ni escamotea el trabajo en las bases, pero ubica en su contexto el resultado. Una vez conseguida la victoria, la izquierda no puede olvidar que no solo hay que entregar tierras y casas, que no basta con legislar a favor del pueblo; el impulso concientizador de la victoria debe conducir a un cambio de paradigma de vida, debe convertir a las masas en colectividades de individuos, en protagonistas, para iniciar la construcción permanente de una cultura diferente a la capitalista. Seguir leyendo POR UNA CULTURA DE VIDA DIFERENTE. ENRIQUE UBIETA GÓMEZ