MARÍA DEL CARMEN ARIET GARCÍA* / GRANMA
El pequeño poblado de Vallegrande, a 770 km de La Paz y colindante con los departamentos de Santa Cruz, Cochabamba y Chuquicamata, quedaría inscrito en la historia por la decisión del alto mando del Ejército boliviano de enterrar a los guerrilleros caídos en la contienda en dicho territorio

Si lo enunciado respecto a la dramática muerte del Che nunca pudo aceptarse, para ira y resistencia de sus oponentes, el símbolo de rebeldía, de integralidad y de emancipación lo ha acompañado durante todos estos largos años, muy a pesar de aquellos. Quedaba, sin embargo, una gran deuda con este grupo de gigantes encabezado por el Che y era dar la respuesta acertada, no obstante sus detractores, de encontrar los lugares de enterramientos y cumplir con la deuda sagrada de reverenciar a verdaderos héroes de las gestas libertarias de nuestro continente.
Ese y no otro, como en su momento quisieron hacer ver los que tejieron la artimaña del ocultamiento, la desinformación y la infamia, fue el objetivo de la investigación interdisciplinaria ejecutada desde noviembre de 1995 hasta un cierre parcial en el 2001, la que se propuso devolver la verdad ante la incertidumbre y la maldad, venciendo los enormes obstáculos objetivos y, sobre todo, subjetivos, impuestos por quienes se aferraban a no desvelar de qué forma, alevosía y premeditación actuaron, en contra de las normas de los derechos humanos, más allá de la conformidad o aceptación de ideales comunes.
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