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EL CONCEPTO DE HEGEMONÍA EN LA OBRA DE GRAMSCI. VALENTINO GERRATANA

“Una hegemonía sin engaños es, por tanto, lo que distingue la hegemonía del proletariado de la hegemonía burguesa: por eso, Gramsci no se cansa de subrayar que ‘en la política de masas decir la verdad es una necesidad política’ (Q, 700). Es, claramente, el principio opuesto al bien conocido de la tradición burguesa, según el cual es esencial para el arte de la política la habilidad para mentir, ‘el saber astutamente esconder las propias opiniones verdaderas y las verdaderos fines a los que se tiende’ (Cuadernos de la cárcel, 699).”

GRAMSCI DIBUJO

VALENTINO GERRATANA

VALENTINO GERRATANAEl concepto de hegemonía es central en el desarrollo del pensamiento político y educativo de Antonio Gramsci. “Tanto si se sirve del término ‘hegemonía’, como si utiliza términos equivalentes (por ejemplo, ‘dirección intelectual y moral’), lo que más le interesa a Gramsci es la importancia esencial del marco de referencias en el cual el concepto se enraíza” (141).

Gramsci se refiere a menudo a Lenin como el ‘teórico de la hegemonía’, refiriéndose a “los escritos de Lenin en defensa de la hegemonía del proletariado en la revolución democrático-burguesa”.

“En un texto leniniano de este período se encuentra una definición teórica que parece escrita a propósito para justificar las posteriores tesis gramscianas. En polémica con V. Levitski, que contraponía a la idea de la hegemonía la idea del ‘partido de clase’, Lenin afirmaba de modo perentorio: ‘Desde el punto de vista del marxismo, una clase que niegue la idea de la hegemonía, o que no la comprenda, no es, o no es todavía, una clase, sino una corporación [es decir, un mero sindicato de oficio] o una suma de diversas corporaciones’. Y es, añadía Lenin, ‘justamente la conciencia de la idea de la hegemonía’ la que ha de transformar ‘una suma de corporaciones en una clase’ (Obras completas, XVII)” (141).

“No es fácil encontrar una definición más incisiva para subrayar la diferencia entre corporaciones y clase, y es precisamente la conciencia de esta diferencia la que sostiene toda la teoría gramsciana de la hegemonía” (141-142). “En el ensayo sobre la ‘cuestión meridional’, el último de sus escritos antes de su encarcelamiento, Gramsci puede aclarar perfectamente la cuestión de la hegemonía del proletariado, sin que necesite usar el término: ‘El proletariado, para ser capaz de gobernar como clase, debe despojarse de cualquier residuo corporativo, de todo prejuicio o incrustación sindicalista. ¿Qué significa esto? Significa que no sólo deben ser superadas las distinciones que existen entre profesión y profesión, sino que es necesario […] superar algunos prejuicios y vencer ciertos egoísmos que pueden subsistir y subsisten en la clase obrera como tal, incluso cuando ya han desaparecido de ella los particularismos profesionales. El metalúrgico, el carpintero, el albañil, etc. deben pensar, no sólo como proletarios y no ya como metalúrgico, carpintero, albañil, etc., sino que deben dar un paso más adelante todavía: deben pensar como obreros miembros de una clase que tiende a dirigir a los campesinos y a los intelectuales, de una clase que puede vencer y puede construir el socialismo sólo si es ayudada y seguida por la mayoría de estos estratos sociales’ (La quistione meridionale, 1926).” (142).

En ese momento, de acuerdo con las perspectivas del movimiento internacional nacido de la Revolución de Octubre, “Gramsci podía hablar de la cuestión de la ‘hegemonía del proletariado’ como de la cuestión de la ‘base social de la dictadura proletaria y del Estado obrero’. […] Sin embargo, ambos conceptos [el de ‘hegemonía’ y el de ‘dictadura del proletariado’] permanecen distintos” (142). Luego, en la cárcel, en un momento de reflujo del movimiento revolucionario y de abandono por la III Internacional del concepto de hegemonía, la meditación de Gramsci lo lleva, por el contrario, a profundizar en ese concepto y a hacerlo más complejo; así podrá servirle como llave maestra para desarrollar la teoría adecuada para conceptualizar el proceso que pudiera llevar a la clase obrera a la toma del poder del Estado.

En efecto, “Gramsci retoma la idea leniniana de la hegemonía del proletariado […] y la pone en el centro de una nueva investigación” (143). Ya “en la carta de octubre de 1926 dirigida al Comité Central del Partido Comunista Soviético, la idea de la hegemonía del proletariado sirve de hilo conductor de la argumentación que sostiene, tanto las críticas dirigidas al grupo de oposición, como las dudas y las reservas que se refieren a la conducta de la mayoría. El leninismo es definido aquí como la ‘doctrina de la hegemonía del proletariado’, mientras que el concepto de hegemonía aparece siempre contrapuesto al espíritu corporativo, incapaz éste de sacrificar los intereses inmediatos a los intereses generales y permanentes de la clase. En el mismo sentido, Lenin había diferenciado el concepto de clase del de corporación (o suma de corporaciones). Ese concepto de hegemonía del proletariado es igualmente válido tanto para cuando la clase obrera, excluida del poder, lucha por conquistarlo, como para cuando, después de haberlo conquistado, lucha por mantenerlo” (143).

“En la reflexión carcelaria, Gramsci confirma esta interpretación suya del leninismo y la desarrolla haciendo de ella el punto de partida de su investigación teórica. ‘El más grande teórico moderno de la filosofía de la praxis –-como llama Gramsci a Lenin en los Cuadernos de la cárcel–, en el terreno de la lucha y de la organización política, con terminología política, en oposición a las diversas tendencias ‘economicísticas’ ha revalorizado el frente de la lucha cultural y construido la doctrina de la hegemonía como complemento de la teoría del Estado-fuerza’ (Quaderni, 1235). A diferencia de una tradición consolidada que atribuía a Lenin el mérito de haber revalorizado el concepto marxiano de dictadura del proletariado, para Gramsci la importancia teórica de Lenin está en otra parte: en el haber integrado este concepto (la teoría del Estado-fuerza) con la doctrina de la hegemonía. Es ésta, según Gramsci, su contribución teórica más importante, y en esta dirección hay que desarrollar la investigación.” (143).

“Estando Gramsci convencido de que la fuerza por sí sola no basta para gobernar el Estado, es decir, que es insuficiente para asegurar un dominio estable de clase, se esfuerza por aclarar qué otros elementos contribuyen a mantener en equilibrio la dinámica del poder. Y es precisamente la teoría de la hegemonía, estimulada por la reflexión sobre el leninismo, la que va a ofrecerle un camino de acceso a una temática tan compleja, explorada en los Cuadernos en las más diversas direcciones. Pero, puesto que una clase no puede conocerse a sí misma si no conoce a todas las demás clases sociales, es evidente, en este sentido, que el concepto de hegemonía del proletariado, para ser aclarado hasta el fondo, tenía necesidad del soporte de una teoría general de la hegemonía; esto es, una teoría que se pudiese referir tanto a la hegemonía proletaria como a la hegemonía burguesa; o bien, en general, a cualquier relación de hegemonía. Es éste el camino seguido en la reflexión de los Cuadernos de la cárcel.” (143-144).

“Este concepto general de hegemonía se constituye, en el pensamiento de Gramsci, a través de la diferenciación de las funciones de la dirección respecto de las funciones del dominio. ‘La supremacía de un grupo social –-escribe Gramsci– se manifiesta de dos modos, como ‘dominio’ y como ‘dirección intelectual y moral’. Un grupo social es dominante de los grupos adversarios, a los que tiende a ‘liquidar’ o a someter incluso con la fuerza armada, y es dirigente de los grupos afines y aliados. Un grupo social puede y, aún más, debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (ésta es una de las condiciones principales para la propia conquista del poder); después, cuando ejercita el poder, e incluso si lo tiene fuertemente empuñado, se convierte en dominante pero debe continuar siendo también ‘dirigente’’ (Q, 2010-2011). Son dos los elementos que, diferenciándose, se entrelazan al mismo tiempo y se combinan en la vida de todo Estado; que aparecen, por tanto, siempre, según las fórmulas generales usadas por Gramsci: ‘dictadura+hegemonía’ (Q, 811) o ‘hegemonía acorazada de coacción’ (Q, 764)” (144). Seguir leyendo EL CONCEPTO DE HEGEMONÍA EN LA OBRA DE GRAMSCI. VALENTINO GERRATANA

ANTONIO GRAMSCI: AMOR Y REVOLUCIÓN (II). FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY

“Es verdad que desde hace muchos, muchos años me he acostumbrado a pensar que existe una imposibilidad absoluta, casi fatal, para que yo pueda ser amado”.
“No puedo estar sin ti. Eres una parte de mí mismo y siento que no puedo estar lejos de mí mismo. Estoy como suspendido en el aire, como alejado de la realidad. Pienso siempre, con infinita emoción, en el tiempo que hemos pasado juntos, en aquella intimidad, en aquella tan grande expansión de nosotros mismos”.

(II)

FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY

El peso desequilibrante del cerebro

fernández buey 1Los acontecimientos en curso en Italia (las consecuencias de la marcha fascista sobre Roma que se produjo en octubre) retrasaron el regreso de Gramsci. Pudo entonces asistir al IV Congreso de la III Internacional (noviembre-diciembre) en el que tuvo la oportunidad de escuchar a un Lenin muy pesimista sobre el futuro de la revolución. Aquel discurso se le quedó grabado y está en el origen de su reflexión sociopolítica posterior, en los Quaderni, sobre la revolución en occidente. Muy probablemente Gramsci fue el dirigente comunista occidental que mejor entendió el mensaje del viejo Lenin. Pero por entonces, a finales de 1922, su corazón estaba en otra parte. Mientras espera en Moscú el desarrollo de los acontecimientos en Italia y se entera de la agresión que ha sufrido su hermano Gennaro, herido por los fascistas en Turín, la relación sentimental con Julia progresa hacia el amor entre enero y febrero de 1923. En enero todavía mantiene el tratamiento de respeto y aún sigue jugando con la excusa de visitar a Eugenia para propiciar un nuevo encuentro con Julia y consolidar los lazos, pero Antonio ha pasado ya al “queridísima” y la siguiente carta, que escribe el 13 de febrero, es una declaración de amor.

La primera declaración de amor de Gramsci, al menos por escrito, es complicada y preludia otras muchas complicaciones que habían de venir. Dice a Julia varias veces en esa carta que la quiere y que tiene la certeza de que ella le quiere a él, pero en seguida se enreda en una discusión sobre lo “sencillos” que son ambos, y en particular él mismo, contra las apariencias. Con el amor, Antonio empieza una batalla por dejar de ser el que sentimentalmente fue: “Es verdad que desde hace muchos, muchos años me he acostumbrado a pensar que existe una imposibilidad absoluta, casi fatal, para que yo pueda ser amado”. Gramsci alude aquí a su deformidad física (que, según todos los testimonios, acomplejaba ya en Turín su vida sentimental) y recuerda seguramente las huellas de una infancia y de una adolescencia de sufrimientos, sacrificios y debilidad física; pero se extraña, o dice que se extraña, a su vez, de que Julia note en él “contracciones nerviosas”, tics y “pequeños arrebatos marginales”. E inmediatamente después, en la misma carta, aparece el Gramsci volitivo y persuasivo. Nada de “demasiado pronto” para consolidar la relación, como dice ella, nada de enredos, ni de intrigas psicológicas almibaradas: “Yo no soy un místico ni usted es una virgen bizantina”.

Gramsci no era, desde luego, un místico. Julia Schucht tenía entonces veintiséis años, cinco menos que él. Había nacido en Ginebra, donde sus padres estaban exiliados, en 1896. Su padre, de origen finlandés, antizarista, había conocido la deportación en Siberia; tuvo que salir de Rusia en 1890 y vivió con la familia en Francia, Suiza e Italia. En Roma, Julia se había diplomado como violinista en 1915 y en el otoño de ese año salió hacia Rusia para encontrarse con los suyos que ya vivían en Moscú. Empezó a trabajar como profesora en un liceo musical a cien kilómetros de la capital. Su familia tenía cierta relación con Lenin y ella misma estaba afiliada al partido bolchevique desde 1917. Cuando Gramsci la conoció trabajaba en la sección local del partido en Ivanovo Vosnessiensk, un centro textil al que llamaban “el Manchester de Rusia”. Por su formación y por su trabajo Julia era, en 1922, una mujer de carácter, independiente pero a la vez muy sensible y ligada a la familia, a los padres y a las hermanas.

Se conserva un paso de una carta de Julia Schucht, escrita cuando tenía veinte años, que hace pensar en lo que pudo acercarla sentimentalmente a Gramsci, en sus afinidades y diferencias. Dice así: “Hay algo extraño en mi vida que me impide vivir como yo querría. No me gusta hablar de esta vida que no es como yo quiero. Me pregunto cuál de las dos personas que hay en mí será la auténtica, si la que quiero ser o la que soy. Y ese pensamiento me impide ser yo misma. Hay algo que me molesta, algo que es parte de mí, y ese algo es mi cerebro. No sé ‘ser’; se ver, pensar, alguna veces sentir…”.

Así, pues, la casualidad quiso que se hayan encontrado en Moscú dos adultos, ideológicamente afines, comunistas y revolucionarios, que en su juventud han sentido el peso desequilibrante de lo que llamaban “el cerebro” y la angustia de no llegar a saber ser: él, en Turín, profundamente afectado por persistentes dolores de cabeza, o por lo que dice ser “anemia cerebral”, se refugia primero en el estudio y salta luego a la vorágine de la actividad política huyendo de la soledad; ella, primero en Roma y luego en Moscú, se siente dividida, tiene una profesión, podría ser independiente, pero sabe que hay algo en su “cerebro” que se la impone también como un dolor, aunque no sólo físico, y se siente como perdida al observar introspectivamente que lo que sabe (ver, sentir, pensar) es una constricción que la impide llegar a lo que querría ser. Ambos, él y ella, querrían ser “simples”, pero hay algo en su interior que les dice que no lo son. Están tratando de superar “complicaciones psicológicas” que seguramente, desde el punto de vista clínico, son algo más que las triviales complicaciones ordinarias del normópata cotidiano. Buscan ahora en el amor lo que no acaban de encontrar en la actividad profesional ni en la vida política. No todo es azar, pues, en este primer encuentro: Serebriani bor, el bosque de plata, sería para ellos, con el tiempo, algo más que un nombre, muchas veces recordado y otras muchas aludido precisamente en relación con las depresiones, el malestar y las complicaciones psicológicas.

Mientras tanto, la situación en Italia se ha ido agravado por la detención de varios de los principales dirigentes comunistas y socialistas del momento. Eso es tema del intercambio epistolar de Gramsci con Julia en los meses siguientes: por lo que representaba desde el punto de vista político (Gramsci era entonces uno de los tres miembros comunistas en la comisión formada para una eventual fusión con los socialistas revolucionarios) y porque, evidentemente, el aplazamiento que aquella situación suponía para su regreso significaba, por otra parte, la ocasión para multiplicar los encuentros en Moscú y anudar la relación sentimental. En una de las cartas de Moscú, sin fecha pero muy probablemente de finales de febrero de 1923, aquella misma en que se alude genéricamente a algún otro contacto erótico, Antonio Gramsci insiste autobiográficamente en el tema del “antes” y el “después” del amor. Quiere salir del “erial”, del “frío páramo”, que ha sido su vida hasta entonces y declara estar convencido, sin comedia, de que precisamente eso es lo que le está ocurriendo después de haber conocido a Julia. Que el propósito no era fácil lo prueba el tono con el que, después de otro encuentro, escapándose a escondidas del hotel Lux, en el que residía, reconoce haber sido “un bruto”, haber hecho daño a Julia “demasiado brutalmente”, y que aún necesita quemar muchas cosas de sí mismo.

No se han conservado (o no se han publicado) las cartas de Julia Schucht en Moscú, a las que alude el epistolario de Gramsci, ni tampoco las escritas por éste, si es que las hubo, desde marzo a finales de noviembre de 1923, fecha esta última en que Gramsci partió para Viena. Lo más probable, a juzgar por el contenido y el tono de las escritas ya desde Viena (en las que destaca el dolor por la ausencia de la amada y el reiterado deseo de volver a estar juntos) es que entre marzo y noviembre de 1923 no haya habido cartas justamente porque la relación amorosa se había consolidado y no hacía falta escribir lo que se podía decir con la presencia. Queda el testimonio de Vincenzo Bianco, encargado por Gramsci de ayudar a Julia en Moscú después de su partida, que, con algún lapso de memoria, confirma esta suposición.

Viena: el mundo grande y terrible

Antonio Gramsci vivió en Viena desde principios de diciembre de 1923 hasta mediados de mayo de 1924, apenas un invierno y media primavera. Los recuerdos que nos ha dejado, en las cartas a Julia, de aquel “mundo grande y terrible, y encima en manos de los burgueses”, son, por lo general, melancólicos, muy mediatizados por el sentimiento de la ausencia. Durante aquellos meses su actividad político-organizativa fue muy intensa, pero no llegó a congeniar ni con los propietarios de las casas en que allí vivió ni con sus colaboradores más próximos, como el argentino Mario Codevilla. En Viena le visitaron, con encargos políticos varios, camaradas italianos; y desde Viena escribió Gramsci muchas cartas, algunas de ellas interesantísimas para entender el ambiente político de los revolucionarios sin revolución: a Urberto Terracini, PalmiroTogliatti, Ruggero Grieco, Alfonso Leonetti y otros destacados comunistas italianos.

En Viena tuvo Gramsci la oportunidad de conocer de cerca no sólo las dificultades del trabajo organizativo y periodístico realizado lejos de los lugares en que uno tiene puestos el corazón y la cabeza, sino también de reconocer las debilidades y miserias del sectarismo de algunos de los próximos. Refiriéndose a la mujer de Joseph Frey, secretario general entonces del partido comunista austríaco, en cuya casa vivía, escribe poco después de llegar a Viena: “Maldice continuamente al partido que la obliga a tener en casa a personas tan molestas y antipáticas como yo… pero conserva el carnet del partido porque, si no, la fracción dirigida por su marido en este desgraciadísimo partido perdería el uno por ciento de sus afiliados. También este ‘fenómeno’ me ha puesto bruscamente ante viejas cosas conocidas que se me habían olvidado un poco al cabo de año y medio de alejamiento”.  Seguir leyendo ANTONIO GRAMSCI: AMOR Y REVOLUCIÓN (II). FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY

ANTONIO GRAMSCI: AMOR Y REVOLUCIÓN (I). FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY

Tomando en cuenta la extensión del enjundioso estudio que el filósofo español Francisco Fernández Buey (1943-2012) hiciera de la correspondencia de Gramsci, en particular la amorosa, lo publicaremos en varias partes, con el único propósito de facilitar su lectura en estos tiempos de redes sociales y vidas efímeras. 
Cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando no se había querido a nadie, ni siquiera a la propia familia, si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante?, ¿no iba a esterilizar y reducir a mero hecho intelectual, a puro cálculo matemático, mi cualidad revolucionaria? 

De una carta de Gramsci dirigida a Julia Schucht, fechada en Viena el 6 de marzo de 1924

(I)

«En Viena enterraré mi alma en un álbum  /  con las fotografías y el musgo  /  y rendiré al flujo de tu belleza  /  mi cruz y mi violín barato.  /  Ay, amor, mi amor,  / Toma este vals, toma este vals:  / ahora es tuyo, es  /  todo lo que queda.» 

Leonard Cohen canta el «Pequeño vals vienés», de Federico García Lorca

 

FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY

Epistolarios

fernández buey 2La mejor manera de llegar a conocer al Gramsci íntimo es, desde luego, sumergirse en su epistolario. Quien quiera hacerlo con sensibilidad y respeto por la tragedia del hombre tendrá que solventar preliminarmente dos reservas del propio Gramsci.

La primera es que muchas de las cartas que escribió desde la cárcel tenían que pasar por la censura: él lo sabía; sabía que en cierto modo esto las hacía «públicas» y en consecuencia reduplicó durante esos años (1927-1933) su ya notable contención sentimental adoptando a veces el lenguaje de Esopo. Para descifrar ese lenguaje el estudioso y el lector atento tienen que acudir a veces a otras fuentes (testimonios de los familiares y amigos dentro y fuera de la cárcel).

La segunda reserva tiene que ver con la declaración del preso, explícita en alguna de las cartas desde la cárcel pero avanzada ya en otros momentos anteriores, según la cual él mismo sentía una invencible aversión a la epistolografía.

De estas dos cosas juntas el lector no alertado podría deducir apresuradamente que el material disponible será escaso y que en las cartas conservadas va a encontrar muy pocas referencias a la vida privada de un hombre cuya principal dedicación desde los veintitantos años fue la política. Pero en realidad no es así. Se han conservado alrededor de setecientas cartas de Antonio Gramsci. De ellas casi doscientas están escritas entre sus años de estudiante (en Cagliari y en Turín) y el otoño de 1926, momento en que fue detenido por la policía fascista. Otras quinientas fueron redactadas desde las distintas cárceles y sanatorios por los que pasó como preso político hasta su muerte en 1937.

La gran mayoría de las cartas escritas por Gramsci desde Cagliari y Turín, entre 1908 y 1914, están dirigidas a familiares: a los padres y hermanas. Entre 1914 y 1919 esa correspondencia decae y sus cartas a la familia se hacen muy esporádicas. Del bienio revolucionario de 1919-1921 se han conservado poquísimas cartas. Probablemente en esos años de gran actividad política Gramsci tuvo a su lado a la mayoría de las personas con las que quería comunicarse: consejistas y compañeros de L´Ordine Nuovo. Pero es seguro que escribió más cartas que las que se han conservado, sobre todo de contenido político y sindical. En cualquier caso, el epistolario se hace mucho más denso y mucho más interesante a partir de su estancia en Moscú, en 1922, donde conoció a Julia Schucht, durante los cinco meses que vivió en Viena trabajando para el partido comunista de Italia en la Internacional Comunista y luego, ya de regreso a Italia, en Roma (desde mayo de 1923 hasta noviembre de 1926). La correspondencia desde Moscú (noviembre de 1922 a noviembre de 1923) y sobre todo desde Viena (hasta mayo de 1924) y Roma (1924-1926) suma aproximadamente dos tercios de todas las cartas que Gramsci escribió antes de ser detenido y encarcelado.

Se han conservado casi quinientas cartas escritas por Gramsci desde noviembre de 1926 hasta 1937, pocos meses antes de su muerte. Aunque estas cartas se conocen habitualmente con el nombre de “cartas de la cárcel” no todas ellas fueron escritas propiamente desde las distintas prisiones por las que Gramsci pasó desde su detención. Unas cuantas fueron redactadas desde el destierro en la isla de Ustica, lugar al que fue trasladado junto con otros militantes antifascistas a la espera del juicio y donde Gramsci vivió, vigilado, en una casa particular (diciembre de 1926 – enero de 1927). Otras muchas fueron escritas desde las clínicas a las que fue enviado, ya muy enfermo, desde finales del año 1933: la clínica del doctor Cusumano, en Formia (de diciembre de 1933 a agosto de 1935) y la clínica Quisisana, de Roma, en la que permaneció en libertad condicional desde esa última fecha hasta muy poco antes de morir, en abril de 1937. De estas casi quinientas cartas, la mayoría de las escritas desde la cárcel de Turi de Bari están dirigidas a la cuñada, Tatiana Schucht (una parte de ellas también para Julia o con la intención de que fueran conocidas por Piero Sraffa, el amigo economista que hacía de enlace con la dirección del partido comunista); muchas de ellas están dirigidas a la mujer, Julia Schucht, y a los hijos, Delio y Giuliano (los dos, con la madre, en Moscú). Un número mucho más reducido del epistolario de ese periodo está formado por cartas dirigidas a la madre (que murió en Ghilarza en diciembre de 1932, aunque Gramsci no lo supo hasta bastante tiempo después), al hermano Carlo y a otros parientes.

Por razones obvias (teniendo en cuenta la acusación por la que Gramsci había sido juzgado y encarcelado, y la ilegalización del partido comunista por el fascismo mussoliniano) Gramsci apenas podía escribir directamente desde la cárcel a los amigos políticos. Casi todas las cartas que escribió a éstos entre 1927 y 1935 se han perdido. A partir de 1934 el epistolario con su principal corresponsal, Tatiana Schucht, decae debido al hecho de que ésta y Piero Sraffa podían visitar periódicamente a Gramsci en la clínica, de manera que casi todas las cartas desde esa fecha hasta 1937 están dirigidas a los familiares que vivían en la URSS, a la mujer y a los hijos.

En estas cartas (y en numerosos testimonios) se han basado las dos biografías más completas de Antonio Gramsci publicadas hasta la fecha, la de Giuseppe Fiori y la de Aurelio Lepre. El hermoso retrato que Fiori hizo en los años sesenta de la personalidad de Gramsci es tan preciso como sensible. Muy probablemente en su biografía está en lo esencial para captar el carácter de Gramsci y las circunstancias que modelaron este carácter. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que las ediciones que pueden considerarse ya prácticamente definitivas de la correspondencia de Gramsci se han publicado más tarde, en la década de los noventa, y que estas ediciones incorporan varias piezas relevantes para la mejor comprensión de algunos aspectos discutidos de la personalidad de Gramsci y sobre su relación con las personas a las que más quiso y con el grupo dirigente del partido comunista desde 1926 a 1937. La biografía de Lepre tiene en cuenta estas novedades e incorpora los resultados del trabajo de investigación llevado a cabo por otros autores (Paolo Spriano, Valentino Gerratana, Antonio A. Santucci y Aldo Natoli, principalmente) sobre los últimos años de la vida de Gramsci. El propio Fiori, en ensayos publicados en las últimas décadas, ha matizado y actualizado algunas conjeturas de su biografía tanto en lo relativo a las opiniones de Gramsci sobre la política comunista posterior a 1926 como en lo que hace a la complicada y a veces agria relación que desde la cárcel mantuvo con sus íntimos. Seguir leyendo ANTONIO GRAMSCI: AMOR Y REVOLUCIÓN (I). FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY