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EL DESMANTELAMIENTO DE LA DEMOCRACIA Y CIUDADANÍA. MARCOS ROITMAN ROSENMANN

DOMINIO PÚBLICO

MARCOS ROITMAN ROSENMANN

Desde los años setenta del siglo XX, se está produciendo un ataque concéntrico a la democracia. Su objetivo, romper la ciudadanía mediante la despolitización de los procesos de toma de decisiones y la desideologización de la gestión pública.  El primer envite recayó en la bautizada Internacional del capitalismo allá por el año 1973. La Trilateral. En su interior, se dan cita empresas trasnacionales, banqueros, políticos liberales, conservadores o socialdemócratas, de Japón, Europa Occidental, Estados Unidos y Canadá. Su objetivo refundar el capitalismo y realizar una crítica de fondo al concepto de la democracia acuñada por el keynesianismo.

La Trilateral, fue el buque insignia desde la cual se lanzaron las directrices para encarar las reformas neoliberales. Así se inició el desmontaje de los acuerdos nacidos tras la segunda guerra mundial para enfrentar la pobreza, el subdesarrollo, el hambre y la injusticia social. La carta de los derechos humanos, 1948, había sido el referente. El acceso a la vivienda, la salud, la seguridad social, la educación, condición sine qua non para construir una democracia representativa, a la par que un como proyecto de sociedad incluyente, fue cuestionada. El capitalismo con rostro humano perdía fuerza.

A inicios de los años setenta, con la primera crisis el petróleo, se dudó del sentido y los principios sobre los cuales se definía la democracia. La trilateral introdujo un argumento espurio. La extensión de los derechos democráticos ponía en riesgo la propia democracia y con ello el capitalismo. La ampliación de la ciudadanía, dirán, hace ingobernable la democracia. Si los ciudadanos exigen un aumento del gasto social, subidas salariales, jubilaciones dignas, es imposible que el capitalismo subsista a largo plazo. Hay que actuar de forma rápida y quirúrgicamente. Limitar las libertades y redefinir la democracia. Da igual el color del gobierno, socialdemócrata, liberal, conservador o democristiano. Hubo coincidencia. Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Felipe González, Miguel de la Madrid, Alan García, o el tirano Augusto Pinochet, todos coincidían. La democracia era un problema. Abrir las fronteras, flexibilizar el mercado laboral, quitar barreras arancelarias, y construir una economía de mercado eran los nuevos retos. Fueron la reforma del Estado y el proceso de gobernabilidad los pilares sobre los cuales comenzó el desmontaje de los derechos de ciudadanía y la jibarización de la democracia.  En 1979, el hoy ex director de El País, Joaquín Estefanía, publicó su ensayo La Trilateral, internacional del capitalismo. El poder de la trilateral en España. En el interior aparece el nuevo significado de la democracia trilateral como: «una profundización e impulso a la internacionalización del capital (…) y una defensa de las democracias autoritarias, o lo que Poulantzas ha denominado ‘estatismo autoritario’, consistente en el recorte de las libertades primarias dentro de un legitimador Estado de derecho».

Ha trascurrido medio siglo y las democracias restringidas, protegidas u ordenadas se han expandido en el mundo de la mano de las políticas neoliberales y la reforma del Estado. Privatizar, desregular y descentralizar, han sido los argumentos para destruir la ciudadanía. Lentamente se han perdido derechos democráticos.  La inversión pública tiene topes constitucionales, la sanidad, la educación, la vivienda son trasformados en negocios rentables para fondos de riesgos. Igualmente los trabajadores han visto disminuir los salarios, criminalizar sus organizaciones sindicales, cuando no ver crecer contratos basura y el despido libre. Las desigualdades, la pobreza y el desempleo, se han cronificado. Se procedió a rematar y desmantelar el sector público, llevando a miles de ciudadanos a la indigencia, aumentando el número de pobres, junto a los suicidios por depresión.

La primera revolución neoliberal consiguió su objetivo, reformar el Estado y desarticular la democracia como una forma de vida, la redujo a una técnica procedimental. La democracia son, ahora, simplemente reglas del juego, un modelo normativo, un cascaron vacío.  Democracias sin demócratas y ciudadanos sin ciudadanía. De esta guisa emerge una definición de mínimos, los ciudadanos mutan en consumidores. Von Mises, teórico, junto a Hayek, exponente del liberalismo y la economía de mercado, aclara en La mentalidad anticapitalista, que debemos entender por democracia: «la democracia de mercado se desentiende del ‘verdadero mérito, de la íntima santidad, de la personal moralidad, de la justicia ‘absoluta’. Prosperan a la palestra mercantil, libre de trabas administrativas, quienes se preocupan y consiguen proporcionar a sus semejantes lo que éstos, en cada momento, con mayor apremio desean. Los consumidores, por su parte, se atienen exclusivamente a sus propias necesidades, apetencias y caprichos. Esa es la ley de la democracia capitalista. Los consumidores son soberanos y exigen ser complacidos».

Hayek, por su parte, en un artículo publicado en 1976, ¿A dónde va la democracia? , señala cómo su significado ha degenerado y se ha vuelto un problema para las elites gobernantes: «democracia, un método saludable para llegar a tomar decisiones políticas (…) se ha convertido en pretexto para imponer fines sustancialmente igualitarios» Una democracia de mercado, no debe verse influenciada por decisiones éticas, ni valores igualitarios. Para Hayek, la justicia social o las políticas destinadas a favorecer a los sectores más vulnerables y desprotegidos son distorsionan las leyes del mercado y no forman parte de la democracia capitalista.

La democracia ha dejado de ser una práctica política, una forma plural de control y ejercicio del poder, mediado por el bien común y el interés general. Hace ya décadas, el mandar obedeciendo del sentir democrático se ha extraviado. Ya no es un proyecto de vida, de ciudadanía, de dignidad, de compromiso ético, de responsabilidad colectiva. Si hablamos de democracia, al decir de Pablo González Casanova, deberíamos preguntarnos qué tal andamos de participación, de representación, de mediación, de negociación y de coacción. La democracia no puede ser un método, una forma sin contenido.  Es un proyecto vital de ciudadanía, posee una dimensión social, de género, cultural, étnica y política. Es un acto de responsabilidad, su ejercicio tiene consecuencias.  Hoy, sufre un proceso de involución. La pandemia deja al descubierto los múltiples rostros de la injusticia social, la pérdida de derechos. En definitiva, hoy morirse de hambre se ha convertido en un hecho auténticamente democrático.

Fuente: PÚBLICO

ESTADOS UNIDOS, LA DEMOCRACIA QUE NUNCA FUE. MARCOS ROITMAN ROSENMANN

MARCOS ROITMAN ROSENMANN

Vaya por delante la condena. Pero de allí a lanzar loas a la democracia estadunidense es una falta de respeto. Menos aún señalar su ejemplaridad. Azuzados por el presidente Donald Trump, sus seguidores no dudaron en asaltar el Capitolio bajo la consigna de haber sido víctimas de fraude y robo en las elecciones presidenciales. Son muchos quienes le siguen, dentro y fuera de las instituciones. Cien representantes en la Cámara y siete senadores han negado validez al triunfo de Biden. Para ellos, América se encuentra secuestrada por vendepatrias. Por consiguiente, la sociedad estadunidense es víctima de una conspiración de negros, latinos, minorías sexuales, comunistas y socialistas, cuya finalidad es destruir el país.

Las imágenes de ciudadanos trepando paredes, rompiendo ventanas, invadiendo despachos, son un jarro de agua fría para quienes han aupado a Estados Unidos como salvaguarda de la democracia mundial. Analistas políticos, especialistas en relaciones internacionales, corresponsales, hacen piña. Sólo hay un responsable de la violencia: Donald Trump, un desequilibrado que no asume su derrota. Las cadenas de radio y televisión informan en tiempo real y a la par dan a conocer tuits de jefes de Estado y gobierno occidentales mostrando su rechazo a la toma del Capitolio y su reconocimiento a Joe Biden. El momento era relevante, se estaba validando formalmente, en sesión plenaria, la designación de Joe Biden como presidente. Penúltimo acto para el traspaso de poderes en la Casa Blanca el 20 de enero. Pero el ícono del poder legislativo, el Capitolio, era víctima de un ataque, según diría Hillary Clinton, perpetrado por terroristas nacionales. El acto protocolario se veía empañado, suspendiéndose la votación que ratificaba a Joe Biden como presidente. La invasión se cobraba la primera víctima, una mujer era abatida mientras trataba de colarse en la sala de sesiones.

Definir el sistema político estadunidense como una democracia, salvo que el concepto quede restringido a la mínima expresión, resulta poco serio. De ser así, son hechos auténticamente democráticos morirse de hambre o no tener cobertura médica. Pero vayamos a deshacer el entuerto. Esos senadores y diputados, reunidos en sesión plenaria, salvo excepciones, son los que, independientemente de su partido, han avalado anexiones territoriales, guerras, invasiones, golpes de Estado, bloqueos a terceros países, consolidado tiranías y financiado gobiernos autocráticos, lo cual contradice su respeto y apego a los valores democráticos. En América Latina, Asia y África hay ejemplos que harían enrojecer a cualquier demócrata. Sin olvidar que Trump no ha sido el primer presidente en mentir. Desde el genocidio de los pueblos originarios, la anexión de los territorios pertenecientes a México, la guerra contra Cuba, Vietnam y más recientemente la guerra contra Irak se fundan en mentiras. ¿Acaso se encontraron las armas de destrucción masiva? Ésa es la historia de Estados Unidos. Howard Zinn, Charles W. Mills, Sheldon Wolin o Noam Chomsky, entre otros, han cuestionado el sistema político que prevalece en Estados Unidos, tras sus actuaciones en Vietnam, Centroamérica, Chile e Irak, además de las leyes emergentes con posterioridad al 11 de septiembre de 2001. Totalitarismo invertido es la definición de Wolin para referirse al orden político en Estados Unidos, nacido de los atentados a las Torres Gemelas.

Presidentes como Kennedy, Nixon, Carter, Ford, Clinton, Reagan o Bush, padre e hijo, con todos los matices, se han saltado preceptos democráticos como la no intervención, el derecho de autodeterminación o el respeto a los derechos humanos. Además, durante sus administraciones, han utilizado mecanismos poco ortodoxos, democráticamente hablando, como avalar la tortura, crear noticias falsas, contratar mercenarios o desvalijar países enteros de sus riquezas. Sin despreciar la persecución a periodistas y aplicar la censura en las informaciones sobre las actividades de espionaje en su propio país o a sus aliados. Julian Assange y Edward Snowden son un ejemplo de lo dicho.

Crímenes y criminales de guerra, cuya impunidad está garantizada al no reconocer el Tribunal Internacional Penal, campan por su territorio, dan conferencias y reciben premios Nobel. Henry Kissinger, sin ir más lejos. Ninguna administración estadunidense está libre de haber patrocinado guerras, vender armas, traficar con estupefacientes, derrocar gobiernos democráticos y torcer el brazo a quienes se enfrentan y rechazan sus políticas unilaterales de corte autoritario. Pero si no es suficiente, debemos recordar que en su política doméstica Trump no ha sido una anomalía, al margen de sus excentricidades. Obtuvo más de setenta millones de votos. Además, las organizaciones supremacistas, neonazis, llevan décadas existiendo. La Asociación Nacional del Rifle y lobby, que van desde las farmacéuticas, compañías de seguros, multinacionales de la alimentación y las empresas tecnológicas de Silicon Valley, cuentan con un apoyo bipartidista. El Ku Klux Klan, el Tea Party, White Power, Skin Heads o Metal Militia no han sido creados por Trump, otra cosa es que los condene. Por otro lado, fue Barack Obama, premio Nobel de la Paz, quien aceleró la construcción del muro fronterizo con México, y según José Manuel Valenzuela Arce en Caminos del éxodo humano, durante su presidencia las deportaciones sumaron 2 millones 800 mil personas. En resumen, definir el sistema político bipartidista que rige Estados Unidos como un orden democrático es un despropósito si se trata de caracterizar el régimen político. Otra cosa es defender el imperialismo estadunidense, sus estructuras de poder y dominación y adjudicarles el papel de guardián de los valores occidentales, dizque democráticos. Pero ya sabemos, democracia y capitalismo son incompatibles.

Fuente: LA JORNADA

CADENAS A LA DEMOCRACIA. JORGE ELBAUM

La embajada, la Red Atlas, los grupos de presión y la incursión de los ultraliberales

JORGE ELBAUM

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El último 16 de septiembre se presentó el documento “Cinco decisiones para poner a Argentina de pie”, promocionado por 28 organizaciones ligadas al pensamiento ultraliberal, conglomerado que busca ser conocido como libertario. Sus propulsores son un conjunto de centros de estudios, asociaciones civiles, cámaras empresariales y grupos financieros ligados a la Red Atlas, el entramado de think tanks, grupos de lobby y organizaciones ligadas al Departamento de Estado de los Estados Unidos, orientados a influir en la política doméstica de América Latina y reprimir la aplicación de políticas soberanas en la región.

La iniciativa, de la que participaron Ricardo López Murphy y Álvaro Alsogaray (h) entre otros, dio continuidad al Foro Latinoamericano de la Libertad –que tuvo lugar en septiembre de 2017 en Buenos Aires, con la participación estelar de Mario Vargas Llosa y Mauricio Macri–,  y al Foro para la Libertad en Latinoamérica, de mayo de ese mismo año. Las tres iniciativas fueron impulsadas y coordinadas a nivel internacional por la Fundación Atlas para la Investigación Económica. Su líder en América Latina es el argentino con residencia en Estados Unidos Alejandro Chafuen, cuyo lema de cabecera es “ofrecer soluciones privadas a los problemas públicos”.

Esta red de organizaciones es la versión local del Partido Republicano, hoy subyugado por los libertarians, el supremacismo trumpista y la negación de la pandemia. Sus iniciativas son financiadas e impulsadas por la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia, NED por su sigla en inglés) y la USAID (Agencia del Desarrollo Internacional de Estados Unidos), ambas instituciones oficiales del entramado burocrático de Washington, responsables de propagar la versión blanda del Departamento de Estado, para disciplinar o fustigar a las fuerzas sociales que resisten las políticas neoliberales.

El objetivo planteado por la Red Atlas es destruir las regulaciones estatales para que el mercado sea la única institución encargada de regular las relaciones económicas y sociales. Sostienen una concepción de libertad únicamente asociada a la propiedad y catalogan las políticas tributarias como confiscatorias. Esa es la razón por la que cuestionan la cuarentena y alientan el fin del cuidado mutuo alentado por el gobierno. Expresan el temor a que las regulaciones sanitarias limiten la continuidad de su facturación y sus consecuentes ganancias. Sus referentes, bajo eufemismos más o menos explícitos, catalogan como populismo al orden democrático. Toda mayoría que busque un camino alternativo a la financiarización y que promueva la pluralización de los derechos sociales y económicos será catalogada como autoritaria, antigua, vaga o choriplanera.

El programa de la Red Atlas repite el decálogo de Trump: limitar o suprimir el impuesto a los más pudientes, privatizar empresas públicas y limitar el poder de los sindicatos. En síntesis: pregonan la libertad de los privilegiados para incrementar una mayor porción de la riqueza nacional. Además, en su versión desestabilizadora, son especialistas en inocular el desánimo y horadar la confianza pública en los gobiernos que no se pliegan a su demandas. Se apropian de la palabra libertad para evitar que las regulaciones estatales e internacionales impidan, regulen o limiten su acumulación financiarizada. Buscan que sus grupos de presión sean autorizados para instituir las regulaciones estatales por fuera de la  voluntad popular, porque consideran que el mercado debe gobernar por sobre la democracia. Desvalorizan al Estado porque son conscientes de que es el único actor institucional que puede poner coto a la depredación económica y ambiental que promueven. Esa es también la razón por la que  desprecian la solidaridad y el altruismo. Consagran al egoísmo como un valor positivo y el sometimiento de los más débiles y humildes como la consecuencia de un orden natural darwiniano ineludible.

Atlas Network es una organización fundada en 1981 en Estados Unidos, en homenaje a la escritora Ayn Rand, autora de la novela La liberación de Atlas, devenida en biblia de los ultraliberales, autodenominados en el mundo anglosajón como libertarians. La Red comunica en su portal que posee 447 socios a nivel internacional, en 95 países. Dentro de Latinoamérica cuentan con 99 partners. Su financiamiento proviene no solo de las agencias gubernamentales de Estados Unidos, sino de grandes empresas interesadas en maximizar sus ganancias mediante la reducción impositiva. Entre sus más importantes aportantes figuran los multimillonarios ultraconservadores Charles y David Koch, y Sheldon Adelson (el máximo financista de la campaña electoral de Donald Trump en 2016). Una de las tesis que prologa los documentos de la Red fue acuñada por James McGill Buchanan –economista de la Universidad de Chicago–: “Para que prospere el capitalismo, hay que ponerle cadenas a la democracia”.

Los socios de la Red Atlas en América Latina incluyen la Fundación Pensar de Mauricio Macri y los centros de investigación de los que forman parte Roberto Cachanovsky, José Luis Espert, Javier Milei, Agustín Etchebarne y Ricardo López Murphy.

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LA DEMOCRACIA EN ESTADOS UNIDOS. ATILIO BORÓN

CONSTITUCIÓN USA 8

ATILIO BORÓN

ATILIO 1Un nuevo aniversario de la independencia de Estados Unidos constituye una ocasión propicia para someter a consideración la imagen que las clases dominantes de ese país ofrecen al mundo. Gracias a una intensa y sostenida campaña propagandística aparece como la tierra de la libertad y la democracia. Es más, como un país al cual Dios le habría encomendado la misión de recorrer el mundo sembrando libertad, justicia, derechos humanos y democracia por doquier. Esta visión mesiánica, autoproclamada, es tan falsa como la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente de la República Bolivariana de Venezuela y fue sistemáticamente desmentida a lo largo de más de dos siglos de historia independiente. Hace apenas un par de meses el ex presidente James Carter afirmó que su país era la nación más beligerante del mundo: estuvo en guerra durante 222 de sus 243 años como nación independiente. Guerras de rapiña y conquista comenzando por México, Cuba y el Caribe y Centroamérica y, ya consolidado como el hegemón de un vasto imperio informal de alcance mundial, su labor –sobre todo en los países del Tercer Mundo– fue destruir democracias, donde las hubiere, y reemplazarlas por crueles tiranías que sometieron y esclavizaron a sus pueblos en nombre de los intereses estadounidenses.

Por supuesto, los voceros y paniaguados del imperio se cuidan permanentemente de revelar estas dolorosas verdades. Pero sus alabanzas y rastreras adulaciones –ampliamente difundidas en los medios, la academia, la intelectualidad y la política– son insuficientes para ocultar un hecho decisivo: en la propia Constitución de Estados Unidos, con sus correspondientes enmiendas, la palabra “democracia” no aparece ni una sola vez. Quizás los Vargas Llosa (padre e hijo), Krauze, Kovadlof, Montaner y toda esa inmensa pléyade de publicistas del imperio no se tomaron la molestia de leer la Constitución de Estados Unidos, para ni hablar de los gobernantes actuales en Latinoamérica que hicieron de la obsecuencia y la lambisconería su seña de identidad, como Macri, Bolsonaro, Piñera y Duque, para no mencionar sino los más importantes. Por eso, cuando en todo el mundo se celebra la independencia de las trece colonias originarias es más que nunca necesario recordar que ni sus Padres Fundadores ni sus sucesores jamás se propusieron fundar un Estado democrático. Y mal podríamos en Nuestra América progresar hacia la democracia emulando un país que nunca se atrevió a incorporar ese régimen político en su Constitución. ¿Será suficiente para que aprendamos cuál es la verdadera naturaleza del sistema político norteamericano?

Por si alguien duda de lo que aquí se afirma, puede corroborar este argumento en: https://constitutionus.com/

Publicado también en:
https://redhargentina.wordpress.com/2019/07/06/la-democracia-en-estados-unidos-por-atilio-boron/
https://www.pagina12.com.ar/204414-la-democracia-en-estados-unidos