«En el caso de la sociología, sin embargo, siempre estamos caminando sobre brasas, y las cosas que discutimos están vivas, no están muertas ni enterradas.» Pierre Bourdieu
BEATE KRAIS
Beate Krais: Cuando escribiste este libro ya tenías una experiencia de trabajo sociológico. ¿En qué punto de tu trabajo encontraste útil o necesaria esta reflexión epistemológica que se manifiesta en El oficio de sociólogo? Te pregunto esto porque hoy tienes mucha más experiencia, pero de todos modos habías trabajado no poco en aquel momento.
Pierre Bourdieu: El trabajo fue comenzado hacia 1966. En aquel momento, la Escuela de Altos Estudios creó una formación intensiva en sociología: en este marco hice con Passeron una serie de cursos de epistemología y este libro fue una manera de perpetuar el curso sin estar obligado a repetirlo cada año. Así pues, en el origen había una intención pedagógica y el libro se dio como un manual; pero al mismo tiempo existía una ambición más grande. Escribir un manual era una manera de hacer un tratado del método sociológico bajo una forma modesta.
B. K.: Pero era también un trabajo de reflexión sobre lo que ya había sido hecho.
P. B.: Sí. Estaba la intención pedagógica, pero también la voluntad de hacer un balance de una decena de años de trabajo sobre el terreno, en etnología primero, y luego en sociología. Yo había trabajado mucho en Argelia con la gente del Instituto de Estadística y tenía la impresión de que había puesto en práctica una metodología que todavía no había encontrado su explicitación; la impresión de que era muy necesario hacerla explícita se encontró reforzada por el hecho de que en este momento era el extremo de la invasión «lazarsfeldiana» en Francia. Lazarsfeld, alrededor de los años sesenta, vino a París y dio en la Sorbona cursos solemnes a los cuales creo que asistieron todos los sociólogos franceses, excepto yo, y esto de una manera deliberada: yo pensé que, simbólicamente, no tenía que meterme en la escuela de Lazarsfeld (era suficiente leer sus libros). A través de técnicas interesantes, que era necesario aprender, y que yo había aprendido, imponía otra cosa, es decir, una epistemología implícita de tipo positivista que yo no quería aceptar. Y esta es la verdadera intención del El oficio… Hay, por lo demás, una cita al principio donde se dice más o menos: se dirá que este libro está dirigido contra la sociología empírica, pero esto no es verdad. Está destinado a fundar teóricamente una manera diferente de hacer la investigación empírica, tomando una tecnología que Lazarsfeld ha hecho avanzar bastante —esto no se le puede negar— y poniéndola al servicio de otra epistemología. Tal era la verdadera intención del libro.
En aquel entonces yo veía dos errores opuestos contra los cuales la sociología debía definirse: el primero, que se puede llamar teoricista, estaba simbolizado por la Escuela de Frankfurt, es decir, por gente que, sin hacer investigación empírica, denuncia por todas partes el peligro positivista (Goldmann era el representante en Francia de esta corriente). La segunda, que podemos llamar positivista, era simbolizada por Lazarsfeld. Era el dúo Lazarsfeld/Adorno, a propósito de lo cual yo escribí una nota en el apéndice de La distinción [La distinction]. Contra estas dos orientaciones se trataba de hacer una sociología empírica fundada teóricamente, una sociología que puede tener intenciones críticas (como toda ciencia), pero que se debe realizar empíricamente.
B. K.: ¿Qué había en aquel momento como tradiciones epistemológicas en las cuales te podías apoyar para llevar a cabo esta intención?
P. B.: En aquel entonces tenía, antes que nada, mi propia experiencia. Había trabajado en Argelia con la gente del Instituto de Estadística, con todos mis amigos del INSEE (Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos): Alain Darbel, Claude Seibel, Jean-Paul Rivet, con quienes aprendí la estadística en la práctica. Esta ha sido una de las oportunidades de mi vida. Ellos poseían una tradición estadística muy rigurosa, que no tenía nada que envidiar a la versión anglosajona, pero que era ignorada por los sociólogos. Es decir, siendo muy estrictos en materia de muestreo y de modelos matemáticos, estaban encerrados en una tradición burocrático-positivista que les impedía interrogarse acerca de las operaciones elementales de la investigación. Poco antes de trabajar en este libro, yo enseñé sociología en la Escuela Nacional de Estadística y de Estudios Económicos. Dando este curso a futuros estadísticos, descubrí que era necesario enseñar no solamente a tratar los datos sino a construir el objeto a propósito del cual los datos eran reunidos. No solamente a codificar, sino a despejar las implicaciones de una codificación; no solamente a hacer un cuestionario, sino a construir un sistema de preguntas a partir de una problemática, etc. Esa era mi experiencia.
Por lo demás, yo tenía mi formación y, en el curso de mis estudios de filosofía, me había interesado sobre todo en la filosofía de las ciencias, en la epistemología, etc. Traté de trasladar al terreno de las ciencias sociales toda una tradición epistemológica representada por Bachelard, Canguilhem, Koyré, por ejemplo, mal conocida en el extranjero, salvo por gentes como Kuhn, que la ha conocido a través de Koyré, lo que hace que la teoría kuhniana de las revoluciones científicas no me haya parecido una revolución científica… Esta tradición, que no es fácil de caracterizar con una palabra en «ismo», tiene como fundamento común la primacía dada a la construcción: el acto científico fundamental es la construcción del objeto: no vamos a la realidad sin hipótesis, sin instrumentos de construcción. Y cuando uno se cree desprovisto de todo presupuesto, se construye el objeto aun sin saberlo y casi siempre, en este caso, de manera inadecuada. En el caso de la sociología esta atención a la construcción se impone con una urgencia particular porque el mundo social se autoconstruye en cierto modo; nosotros estamos habitados por preconstrucciones. En la experiencia cotidiana, como en muchos trabajos de ciencias sociales, están comprometidos tácitamente instrumentos de conocimiento no pensados que sirven para construir el objeto, cuando deberían ser tomados como objeto. Es lo que algunos etnometodólogos han descubierto al unísono, pero sin acceder a la idea de ruptura enunciada por Bachelard: lo que hace que, definiendo la ciencia social como un simple «account of accounts» se queden en definitiva en la tradición positivista. Lo vemos claramente hoy con la moda del análisis del discurso (que ha sido formidablemente reforzada por el progreso de los instrumentos de grabación como el video). Prestar atención al discurso tomado en su valor aparente, tal como se presenta, con una filosofía de la ciencia como registro (y no como construcción), lleva a ignorar el espacio social en el que se produce el discurso, las estructuras que lo determinan, etcétera.
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