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LO QUE ME PARECE MÁS ELEVADO EN ARTE (Y TAMBIÉN MÁS DIFÍCIL), ES HACER SOÑAR. GUSTAVE FLAUBERT

FLAUBERT

GUSTAVE FLAUBERT

Nos extasiamos ante la correspondencia de Voltaire. ¡Pero nuestro gran hombre sólo ha sido capaz de eso!, es decir de exponer su opinión personal; y todo se reduce a eso. De ahí que resultara lamentable en teatro, y en la poesía pura. Novelas hizo una, que es el compendio de todas sus obras, y el capítulo mejor de Cándido es aquél que se refiere la visita al señor Pococurante, donde Voltaire sigue expresando su opinión personal sobre casi todo. Estas cuatro páginas son una de las maravillas de la prosa. Son la condensación de sesenta volúmenes escritos y de medio siglo de esfuerzos. Pero yo hubiera desafiado a Voltaire a que hiciera la descripción de uno sólo de esos cuadros de Rafael de los que se ríe. Lo que me parece más elevado en arte (y también más difícil) no es hacer reír, no hacer llorar, ni despertar deseo ni furia, sino actuar del modo en que lo hace la naturaleza, es decir, hacer soñar. Así, las obras hermosas tienen ese carácter. Son de aspecto sereno e incomprensible. Respecto al método, son inamovibles como acantilados, agitadas como el océano, llenas de frondosidades, de verdor y de murmullos como los bosques, tristes como el desierto, azules como el cielo. Homero, Rabelais, Miguel Ángel, Shakespeare, Goethe me parecen despiadados. Son insondables, infinitos, múltiples. A través de pequeños huecos se divisan precipicios; hacia abajo todo es negro y vertiginoso. ¡Y sin embargo algo singularmente suave planea sobre el conjunto! Es el brillo de la luz, la sonrisa del sol, ¡y es apacible! ¡Es tan apacible! […] Me gustan las obras que huelen a sudor, ésas en las que se ven los músculos a través de la ropa y que caminan descalzas, cosa más difícil que llevar botas, botas que son un molde para pies gotosos; donde se ocultan las uñas torcidas con toda clase de deformidades.

Fuente: Carta a Louise Colet. Trouville, viernes, once de la noche
26 de agosto de 1853.

Tomado de: CALLE DEL ORCO

EL IMPALPABLE FLUIR DE LA VIDA. ÍTALO CALVINO

Italo Calvino

ÍTALO CALVINO

En el siglo XVIII, Voltaire, partiendo de un total pesimismo objetivo, de una noción de naturaleza y de historia que no estaban iluminadas por el rayo de luz de alguna providencia, había sentado las bases para un optimismo subjetivo, confiado en las suertes de la batalla emprendida por la razón humana. Después de él, el pesimismo de las cosas corroe cada vez más los límites de este optimismo de la razón haciendo que la posición del hombre sea cada vez más precaria.

La derrota, la vanidad de la historia, la imposibilidad de comprender la vida dentro de un esquema racional, serán los motivos de fondo que dominarán en la gran narrativa de la mitad del siglo XIX en adelante, hasta llegar a nuestra época, en que la absurda atrocidad del mundo se convertirá en un punto de partida común para casi toda la literatura.

Es fácil interpretar esta parábola -desde el primer desbordamiento de energías humanas de los grandes escritores de las generaciones románticas hasta el sentido de inutilidad del todo que se extiende cada vez más- refiriéndose a la historia de una clase burguesa que va perdiendo el impulso inicial de su revolución económica y política y que ya no sabe expresar otras profecías más que las de su propia crisis. Pero esto nos limitaría a hacer una lectura achatada y sin sorpresas: el color de la concepción del mundo es casi siempre el del que los tiempos dan al escritor, pero sólo es un decorado, un escenario; lo que interesa es saber qué es lo que se le pide al hombre, y, partiendo de esto, qué fuerzas se demandan. Por lo demás, ni Stendhal, ni Pushkin ni Balzac, con toda su energía, eran optimistas; y de la misma forma queremos decir que también de los escritores más negativos y desolados se puede sacar una lección de firmeza y valor.

Es un hecho que cuando con Flaubert la literatura realista alcanza su cota máxima de fidelidad a los datos de la experiencia, el sentido que se desprende es el de la futilidad del todo. Tras haber acumulado minuciosos detalles y construido un cuadro de perfecta veracidad, Flaubert nos da en los nudillos mostrando que debajo está el vacío, que todo lo que ocurre no significa nada. Lo más terrible de esa gran novela que es La educación sentimental consiste en esto: durante centenares y centenares de páginas se ve transcurrir la vida privada de los personajes o la vida pública de Francia, hasta que se siente que todo se deshace entre los dedos como si fuera ceniza. Y hasta en Tolstói, el mayor realista que haya podido existir, hasta en Guerra y paz, el libro más plenamente realista que se haya escrito, ¿qué otra cosa es lo que realmente nos da ese soplo de inmensidad sino el pasar del charloteo de un salón principesco a las voces rotas de un campamento de soldados, como si estas palabras nos llegaran de otro planeta, a través del espacio, como un zumbido de abejas en una colmena vacía?

Vemos, pues que ya no son las acciones y las pasiones humanas la fuerza motriz de la narrativa, sino el impalpable fluir de la vida: los susurros y crujidos que se elevan en el límpido cielo entre las casas de los pescadores de Aci Trezza en la Malavoglia, o también el entrelazarse de los largos períodos de Proust, siguiendo el curso de las sensaciones, de los deseos: de las ansias perdidas, tratando de detener imágenes de rostros, de lugares y de días que tiemblan, se alargan y cambian de dimensión como el resplandor de la luz de una vela. En este fluir que es naturaleza e historia a la vez, la individualidad humana queda sumergida, pierde los contornos que la separan del mar del otro.

Fuente: Italo Calvino, Naturaleza e historia en la novela

Tomado de; CALLE DEL ORCO 

KAFKA AMBICIONABA PONER SU VOZ AL SERVICIO DE FLAUBERT. CLAUDIO MAGRIS

gustave flaubert
Gustave Flauber

CLAUDIO MAGRIS / CALLE DEL ORCO

A menudo, Kafka soñaba encontrarse en una gran sala llena de gente y leer en voz alta, desde un podio, sin interrumpirse, toda La educación sentimental. Era una fantasía de potencia, el deseo de dominar a los demás por medio de la única arma que le confería relativa superioridad, o sea la palabra. Pero con la codicia del poder se entrelaza, nostálgico y ambiguo, el anhelo del amor: para fascinar a los escuchas y para sostenerse -entre la multitud de la vida real y la de una sala imaginaria y colmada-  Kafka fantaseaba en aferrarse a un grandísimo libro de amor, al libro del desencanto y la desilusión. En sus cartas y diarios, el nombre de Flaubert reaparece con frecuencia y con pasión, especialmente relacionado con La educación sentimental, obra maestra de un escritor que él amaba quizá más que a ninguno y en el cual intuía al fundador y también, ya, el culmen de la literatura moderna de la soledad y la privación a la que se sabía perteneciente, un padre pero también un hermano, asimismo huérfano y solo, por quien no se experimenta el infantil y necesario impulso filial de la rebelión.

Claudio Magris
Sobre Stirner y Flaubert