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TENGO MIEDO. PABLO NERUDA

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PABLO NERUDA

Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.

Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)

Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
¡No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada en medio de la tierra infinita!

Se muere el universo de una calma agonía
sin la fiesta del Sol o el crepúsculo verde.
Agoniza Saturno como una pena mía,
la Tierra es una fruta negra que el cielo muerde.

Y por la vastedad del vacío van ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.
Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.

TRILCE. CÉSAR VALLEJO

CÉSAR VALLEJO

Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos,
adonde nunca llegaremos.

Donde, aun si nuestro pie
llegase a dar por un instante
será, en verdad, como no estarse.

Es ese sitio que se ve
a cada rato en esta vida,
andando, andando de uno en fila.

Más acá de mí mismo y de
mi par de yemas, lo he entrevisto
siempre lejos de los destinos.

Ya podéis iros a pie
o a puro sentimiento en pelo,
que a él no arriban ni los sellos.

El horizonte color té
se muere por colonizarle
para su gran Cualquiera parte.

Mas el lugar que yo me sé,
en este mundo, nada menos,
hombreado va con los reversos.

?Cerrad aquella puerta que
está entreabierta en las entrañas
de ese espejo. ?¿Está?? No; su hermana.

?No se puede cerrar. No se
puede llegar nunca a aquel sitio
do van en rama los pestillos.

Tal es el lugar que yo me sé.

SOBRE NAVEGANTES SOLITARIOS. GUSTAVO PEREIRA


GUSTAVO PEREIRA

A Lucila Velásquez

Los dispositivos de los barcos para la navegación solitaria funcionan con frecuencia a destiempo. Las técnicas de recepción, por ejemplo, no identifican sino a sombras. Las señales de satélite vuelan en órbitas tan bajas que el ecuador está siempre distante y las sondas acústicas no miden profundidades sino abismos insondables. En alta mar, cuando los lugares son siempre los mismos, el navegante solitario es el único ser que en el planeta, fuera de la gran ballena, se alimenta de resonancias: cada andrajo del océano puede ser la última visión.

MOMENTOS FELICES. GABRIEL CELAYA

GABRIEL CELAYA

Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
el pitillo en los labios, el alma disponible
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican la alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que se siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro sé que todo es fiado,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es la felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
«Estaba justamente pensando en ir a verte».
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

LO CIEGO Y LO FATAL. CÉSAR VALLEJO

CÉSAR VALLEJO

POEMA PARA SER LEÍDO Y CANTADO

Sé que hay una persona
que me busca en su mano, día y noche,
encontrándome, a cada minuto, en su calzado.
¿Ignora que la noche está enterrada
con espuelas detrás de la cocina?

Sé que hay una persona compuesta de mis partes,
a la que integro cuando va mi talle
cabalgando en su exacta piedrecilla.
¿Ignora que a su cofre
no volverá moneda que salió con su retrato?

Sé el día,
pero el sol se me ha escapado;
sé el acto universal que hizo en su cama
con ajeno valor y esa agua tibia, cuya
superficial frecuencia es una mina.
¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,
que hasta sus propios pies así la pisan?

Un gato es el lindero entre ella y yo,
al lado mismo de su taza de agua.
La veo en las esquinas, se abre y cierra
su veste, antes palmera interrogante…
¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto?

Pero me busca y busca. ¡Es una historia!

LÍNEAS

Cada cinta de fuego
que, en busca del Amor,
arrojo y vibra en rosas lamentables,
me da a luz el sepelio de una víspera.
Yo no sé si el redoble en que lo busco,
será jadear de roca,
o perenne nacer de corazón.

Hay tendida hacia el fondo de los seres,
un eje ultranervioso, honda plomada.
¡La hebra del destino!
Amor desviará tal ley de vida,
hacia la voz del Hombre;
y nos dará la libertad suprema
en transubstanciación azul, virtuosa,
contra lo ciego y lo fatal.

¡Que en cada cifra lata,
recluso en albas frágiles,
el Jesús aún mejor de otra gran Yema!

Y después… La otra línea…

Un Bautista que aguaita, aguaita, aguaita…
Y, cabalgando en intangible curva,
un pie bañado en púrpura.

Fuente: POESÍA UNIVERSAL

COMO SI FUERA LA SOMBRA DE UNA NUBE. FERNANDO PESSOA

pessoa 7

De Álvaro de Campos*

TRAPO

El día ha desembocado en lluvia.
La mañana, con todo, estaba bastante azul.
El día ha sido lluvioso.
Desde la mañana he estado un poco triste.
¿Anticipación? ¿Tristeza? ¿Ninguna de las dos?
No sé: desde que me acuerdo ya estaba triste.
El día estuvo lluvioso.

Bien sé que la penumbra creada por la lluvia es elegante.
Bien sé que el sol oprime, por ser tan ordinario, al elegante.
Bien sé que ser susceptible a los cambios de luz no es muy elegante.
Mas ¿quién le dijo al sol o a cualquier otro que yo quiero ser elegante?
Denme un cielo azul, un sol visible.
Niebla, lluvia, oscuridades – eso ya tengo en mí mismo.
Hoy sólo quiero sosiego.
Hasta añoraría mi hogar, si no tuviese uno.
Hasta llego a soñar con tener deseos de sosiego.
¡No exageremos!
Sólo tengo sueño, sin necesidad de explicación.
El día está lluvioso.

¿Cariños? ¿Afectos? Son sólo memorias…
Es preciso ser un niño para tener algo así…
¡Mi madrugada perdida, mi cielo azul y verdadero!
El día está siendo lluvioso.

La linda boca de la hija del casero,
Pulpa de fruta de un corazón a punto de ser devorado…
¿Cuándo fue eso? No lo sé…
En el azul de la mañana…
El día será siempre lluvioso.

ODA MARÍTIMA (fragmento)

Solo, sobre el muelle desierto, en esta mañana de Verano,
Miro al otro lado de la bahía, miro hacia lo Indefinido,
Miro y me alegra ver,
Pequeño, negro y claro, un buque entrando.
Va a lo lejos, nítido, clásico a su manera.
Deja en el aire distante a su paso la estela vana de su humo.
Viene entrando y con él la mañana y en el río,
Aquí, allá, se despierta la vida marítima,
Se yerguen las velas, avanzan las remolcadoras
Y se entrevén barcos pequeños detrás de los navíos amarrados al puerto.
Hay una brisa vaga.
Pero mi alma está con el que veo menos:
Con el buque que entra,
Porque ella está con la Distancia, con la Mañana,
Con el sentido marítimo de esta Hora,
Con la dulzura dolorosa que sube en mí como una náusea,
Como el comienzo de un mareo, pero del espíritu.

Miro de lejos el buque, con gran independencia del alma,
Y dentro de mí un manubrio comienza a girar, lentamente.

Los buques que entran por la mañana en la bahía
Traen consigo a mis ojos
El misterio alegre y triste de quien llega y parte.
Trazan memorias de muelles abarrotados y de otros momentos
De otras formas de humanidad en otros puentes.
Todo atracar, todo partir de todo barco
Es – lo siento en mí como mi propia sangre –
Inconscientemente simbólico, terriblemente
Amenazador de significados metafísicos
Que perturban en mí quien yo fui…
¡Ah, todo muelle es una saudade de piedra!

Y cuando el buque parte del muelle
y se repara de repente en el espacio
Que se abre entre muelle y nave,
Viene a mí, no sé por qué, una angustia reciente,
Una niebla de sentimientos de tristeza
Que brilla al sol de mis angustias ya sembradas
Como la primera ventana donde golpea la madrugada,
Y me envuelve como el recuerdo de otra persona
Que fuese misteriosamente mío.
Ah, quién sabrá, quién sabrá,
Si no partí antaño, antes de mí,
De un muelle; si no dejé, embarcado
En el sol oblicuo de la madrugada,
Alguna especie de otro puerto…
Quién sabe si no dejé, antes de la hora
Del mundo externo que yo veo
Irradiar para mí,
Un grande muelle lleno de poca gente,
El muelle de una ciudad medio despierta,
De una enorme ciudad comercial, crecida, apoplética,
Si es que algo así puede ser fuera del Espacio y del Tiempo…

Sí, de algún muelle, de algún muelle de algún modo material,
Real, visible como el muelle verdaderamente real,
El Muelle Absoluto a partir de cuyo modelo inconscientemente imitado,
Insensiblemente evocado,
Nosotros los hombres construimos
Nuestros muelles en nuestros puertos,
Nuestros muelles de piedra actual sobre agua verdadera
Que después de construidos se muestran de repente como
Cosas Reales, Cosas-Espirituales, Entidades en Almas-Piedra,
En aquellos momentos nuestros de sentimiento-raíz
Cuando en el mundo externo como que se abre una puerta
Y, sin que nada se altere,
Todo se revela diverso.

¡Ah, el Gran Muelle desde donde partimos en Naves-Naciones!
¡El Gran Muelle Originario, eterno y divino!
¿De cuál puerto? ¿En qué aguas? ¿Por qué me pongo a pensar en ello?
Gran Muelle como otros muelles, pero el único.
Lleno como ellos de silencios rumorosos en las madrugadas,
Y regando en las mañanas los ruidos de las grúas
Y de las llegadas de los buques llenos mercancías,
Bajo la nube negra, ocasional y leve,
Del trasfondo de las chimeneas de las fábricas próximas
Que apenumbra el suelo negro del minúsculo carbón brillante
Como si fuera la sombra de una nube que atravesase el agua sombría.

¡Ah, qué esencia de misterio y sentido erguida
En divino éxtasis revelador
Es ahora color de silencios y angustias,
No puente entre cualquier muelle y El Muelle!

Muelle negramente reflejado en las aguas estancadas,
Bullicio a bordo de las naves,
El alma errante e inestable de la gente embarcada,
De la gente simbólica que pasa y con quien nada dura,
Que cuando el barco vuelve al puerto
¡Lleva siempre alguna alteración a bordo!

¡Oh fugas continuas, idas y embriaguez de lo Diverso!
¡Alma eterna de los navegantes y las embarcaciones!
¡Cascos reflejados lentamente en las aguas,
Cuando el barco parte del puerto!
Fluctuar como el alma de la vida, partir como voz,
Vivir trémulamente el instante sobre aguas eternas.
Despertarse a días más directos que los días de Europa.
Ver puertos misteriosos en la soledad del mar,
Virar por cabos lejanos para toparse con súbitos paisajes vastos
Por innumerables laderas atónitas…

Ah, las playas lejanas, los muelles vistos a lo lejos,
Y luego las playas próximas, los muelles vistos de cerca.
¡El misterio de cada ida y de cada llegada,
La dolorosa inestabilidad e incomprensibilidad
De este universo imposible
Sentida a flor de piel en cada hora marítima!
La solución absurda que nuestras almas derraman
Sobre la extensión de diversos mares como islas a lo lejos,
Sobre las islas lejanas de las costas por las que pasamos sin detenernos,
Sobre el crecer nítido de los puertos, de sus casas y de su gente,
Para el navío que se aproxima.

Ah, la frescura de las mañanas en las que se llega,
Y la palidez de las mañanas en las que se parte,
Cuando nuestras entrañas se estremecen
Y una vaga sensación parecida al miedo
– El miedo ancestral de alejarse y partir,
el misterioso recelo ancestral a la Llegada y a lo Nuevo –
Nos entumece la piel y nos atormenta,
Y todo nuestro cuerpo de angustias siente,
Como si fuese nuestra alma,
Una inexplicable voluntad de poder sentir esto de otra manera:
¿Una saudade de cualquier cosa,
Una perturbación del cariño por qué vaga patria?
¿Por qué costa?, ¿qué nave?, ¿qué muelle?
Tan así que se indispone en nosotros el pensamiento
Y sólo queda un gran vacío a nuestro interior,
Una vacua saciedad de minutos marítimos,
Y una vaga ansiedad que sería tedio o dolor
Si supiese como serlo…

La mañana de Verano está, aún así, un poco fresca,
Un leve sopor de noche anda todavía en el aire agitado.
Se acelera ligeramente el volante dentro de mí.
Y el buque viene entrando, porque debe venir entrando sin duda,
Y no es porque yo lo vea moverse en su excesiva distancia.

En mi imaginación él ya está vecino y visible
En toda la extensión de las cuerdas de su carajo
Y tiembla en mí todo, toda mi carne y toda mi piel,
A causa de aquella creatura que nunca llega en barco alguno
Y que yo vengo hoy a esperar al muelle, por un mandato oblicuo.

Las naves que ingresan a la bahía,
Las naves que salen del puerto,
Las naves que pasan a lo lejos
(Me imagino viéndolas desde una playa desierta) –
Todas estas naves casi abstractas en su ida,
Todas estas naves me conmueven así como si fuesen otra cosa
Y no meras naves, naves yendo y viniendo.

Y las naves vistas de cerca, aunque uno no se vaya a embarcar en ellas,
Vistas de abajo, desde los botes, murallas altas de chapas,
Vistas desde adentro, a través de sus cuartos, de sus salas, de sus despensas,
Mirando de cerca sus mástiles, enfilándonos desde lo alto,
Acariciando sus cuerdas, descendiendo sus escaleras incómodas,
Oliendo la untada mezcla metálica y marítima de todo aquello –
Las naves vistas de cerca son otra cosa y la misma cosa,
Dan la misma saudade y la misma ansia de otra manera.

¡Toda la vida marítima! ¡Todo en la vida marítima!
Se insinúa en mi sangre toda esa fina seducción
Y pondero indeterminadamente los viajes.
¡Ah, las líneas de las distantes costas, aplanadas por el horizonte!
¡Ah, los cabos, las islas, las playas arenosas!
Las soledades marítimas como en ciertos momentos en el Pacífico
En que no sé por qué sugestión aprendida en la escuela
Se siente pesar sobre los nervios el hecho de que ese es el mayor de los océanos
Y del mundo ¡y el sabor de las cosas se torna un desierto dentro de nosotros!
¡La extensión más humana, más chapoteada, del Atlántico!
¡El Índigo, el más misterioso de todos los mares!
¡El Mediterráneo, dulce, sin misterio alguno ya, clásico, un mar para entregarse
al encuentro de las explanadas conocidas de los jardines próximos a estatuas                                                                                                                                       blancas!
¡Todos los mares, todos los estrechos, todas las bahías, todos los golfos
Quisiera acercarlos a mi pecho, sentirlos bien y después morir!

¡Y ustedes, oh cosas navales, los hermosos juguetes de mi sueño!
¡Componen fuera de mí toda mi vida interior!
Quillas, mástiles y velas, ruedas de timón, cordajes,
Chimeneas de vapor, hélices, gavias, banderines,
Galdropes, escotillas, calderas, colectores, válvulas;
¡Caen por mí a montones, se amontonan,
Como el contenido confuso de una gaveta desperdigada en el suelo!
¡Son ustedes el tesoro de mi codicia febril,
Son ustedes los frutos del árbol de mi imaginación,
El tema de mis cantos, la sangre en las venas de mi inteligencia,
Ustedes son el lazo que me une estéticamente al exterior,
Me proveen de metáforas, imágenes, literatura,
Porque real, verdaderamente, en serio, literalmente
Son mis sensaciones un barco de quilla al aire,
Mi imaginación un ancla a medias sumergida,
Mis ansias un remo partido,
Y la punta de mis nervios una red puesta a secar en una playa!

Suena en el ocaso del río un silbato, sólo uno.
Tiembla ya todo el suelo de mi psiquismo.
Se acelera cada vez más el volante dentro de mí.

¡Ah, los buques, los viajes, el no-saber-el-paradero
De Fulano-de-tal, marítimo, nuestro conocido!
¡Ah, la gloria de saber que un hombre que andaba con nosotros
Murió ahogado al pie de alguna isla del Pacífico!
Nosotros que andábamos con él vamos a hablar sobre eso a todos
Con un orgullo legítimo, con una confianza invisible
En que todo eso tiene un sentido más bello y vasto
Que meramente el de haber él perdido el barco adonde iba,
¡De haber ido él a parar al fondo por habérsele metido agua a los pulmones!

¡Ah, los buques, los navíos cargueros, los veleros!
¡Veo escasear – ¡ay de mí! – los veleros en el mar!
Y yo, que amo la civilización moderna, que beso como al alma las máquinas,
Yo, el ingeniero, el civilizado, el educado en el extranjero,
Gustaría de tener al pie de mi vista sólo los veleros y los barcos de madera,
De no saber de otra vida marítima que la antigua vida de los mares!
Porque los mares antiguos son la Distancia Absoluta,
El Puro Lejos, libres del peso de lo Actual…
Y, ah, aquí como que todo me acuerda a esa vida mejor,
Esos mares más grandes porque se navegaban más despacio,
Esos mares más misteriosos porque se sabía menos de ellos.

Todo vapor visto a lo lejos es un barco de vela visto de cerca.
Toda nave distante vista ahora es una nave vista próximamente en el pasado.
Todos los marineros invisibles a bordo de los barcos en el horizonte
Son los marineros visibles del tiempo de los más bellos navíos,
De la época lenta y velera de las navegaciones peligrosas,
De la época de madera y de lona de los viajes que duraban meses.

Se apodera de mí poco a poco el delirio de las cosas marítimas,
Me penetra físicamente el muelle con su atmósfera,
La marea del Tajo me desborda por encima de los sentidos
Y comienzo a soñar, comienzo a envolverme con el sueño de las aguas,
Comienzo a pegar bien las corrientes de transmisión a mi alma
Y la aceleración del volante me sacude nítidamente.

Claman por mí las aguas,
Claman por mí los mares,
Claman por mí, alzando una voz corpórea, las lejanías,
Las épocas marítimas sentidas todas en el pasado, claman.

Traducción de FELIPE BOTERO

Fuente: Revista ARCADIA

*Álvaro de Campos es uno de los heterónimos del poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935),

Y NOMBRARÉ LAS COSAS, TAN DESPACIO… ELISEO DIEGO

ELISEO 5

ELISEO DIEGO

 

EL OSCURO ESPLENDOR

Juega el niño con unas pocas piedras inocentes
en el cantero gastado y roto
como paño de vieja.

Yo pregunto:
qué irremediable catástrofe separa
sus manos de mi frente de arena,
su boca de mis ojos impasibles.

Y suplico
al menudo señor que sabe conmover
la tranquila tristeza de las flores, la sagrada
costumbre de los árboles dormidos.

Sin quererlo
el niño distraídamente solitario empuja
la domada furia de las cosas, olvidando
el oscuro esplendor que me ciega y él desdeña.

 

VOY A NOMBRAR LAS COSAS

Voy a nombrar las cosas, los sonoros
altos que ven el festejar del viento,
los portales profundos, las mamparas
cerradas a la sombra y al silencio.

Y el interior sagrado, la penumbra
que surcan los oficios polvorientos,
la madera del hombre, la nocturna
madera de mi cuerpo cuando duermo.

Y la pobreza del lugar, y el polvo
en que testaron las huellas de mi padre,
sitios de piedra decidida y limpia,
despojados de sombra, siempre iguales.

Sin olvidar la compasión del fuego
en la intemperie del solar distante
ni el sacramento gozoso de la lluvia
en el humilde cáliz de mi parque.

Ni el estupendo muro, mediodía,
terso y añil e interminable.

Con la mirada inmóvil del verano
mi cariño sabrá de las veredas
por donde huyen los ávidos domingos
y regresan, ya lunes, cabizbajos.

Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarla de pronto con el alba.

 

ELEGÍA CON UN POCO DE AMARGURA

Ésta es otra elegía, pero
dedicada a un hombre desagradable,
vecino mío, que nunca
quiso saludarme.
No sé, por tanto, cómo se llamaba.

Cara de limón, cara de perro malo,
jamás se rebajó a mirarme
siquiera. Vivíamos
los dos en la misma calle.

Un día tras otro nos desencontrábamos.
Primero por la mañana, y luego
por la tarde.

Se murió, y,
naturalmente,
dejó de no saludarme.

Ayer lo vi venir tan él como de costumbre
y me alegró que todo fuese igual que antes.

Pero no era ni por la tarde ni por la mañana,
y en cuanto a él, tampoco era él,
como adrede.

 

ARQUEOLOGÍA

Dirán entonces: aquí estuvo
la sala, y más allá,
donde encontramos los fragmentos
de levísimo barro, el sitio
del calor y la dicha.
Luego

vendrá una pausa, mientras
el viento alisa los hierbajos
inconsolables; pero
ni un soplo habrá que les evoque
la risa, el buenas tardes,
el adiós.

 

TESTAMENTO

Habiendo llegado al tiempo en que
la penumbra ya no me consuela más
y me apocan los presagios pequeños;

habiendo llegado a este tiempo;

y como las heces del café
abren de pronto ahora para mí
sus redondas bocas amargas;

habiendo llegado a este tiempo;

y perdida ya toda esperanza de
algún merecido ascenso, de
ver el manar sereno de la sombra;

y no poseyendo más que este tiempo;

no poseyendo más, en fin,
que mi memoria de las noches y
su vibrante delicadeza enorme;

no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;

decido hacer mi testamento.

Es este:
les dejo
el tiempo, todo el tiempo.

RETORNOS DEL AMOR COMO ERA. RAFAEL ALBERTI

alberti 3

RAFAEL ALBERTI

Eras en aquel tiempo rubia y grande,
sólida espuma ardiente y levantada
Parecías un cuerpo desprendido
de los centros del sol, abandonado
por un golpe de mar en las arenas.

Todo era fuego en aquel tiempo. Ardía
la playa en tu contorno. A rutilantes
vidrios de voz quedaban reducidos
las algas, los moluscos y las piedras
que el oleaje contra ti mandaba.

Todo era fuego, exhalación, latido
de onda caliente en ti. Si era una mano
la atrevida o los labios, ciegas ascuas,
voladoras, silbaban por el aire.
Tiempo abrasado, sueño consumido.

Yo me volqué en tu espuma en aquel tiempo.

Fuente: Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956, Poesías completas, Editorial Losada, Buenos Aires, Argentina, 1961

SI TÚ ME OLVIDAS. PABLO NERUDA

NERUDA 7

PABLO NERUDA

Quiero que sepas
una cosa.

Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.

Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.

Fuente: Los versos del Capitán, Buenos Aires, Editorial Losada, 1954

EL POETA WALT WHITMAN. JOSÉ MARTÍ

WHITMAN 2

“Un poeta.—Walt Whitman.—Su vida, su obra y su genio.—Una fiesta literaria en Nueva York.”
Nueva York, abril 23 de 1887.

Señor Director de La Nación:

MARTÍ 2“Parecía un dios anoche, sentado en su sillón de terciopelo rojo, todo el cabello blanco, la barba sobre el pecho, la mano en un cayado.” Esto dice un diario de hoy del poeta Walt Whitman, anciano de setenta años, a quien los críticos profundos, que siempre son los menos, asignan puesto extraordinario en la literatura de su país y de su época. Sólo los libros sagrados de la antigüedad, ofrecen una doctrina comparable por su profético lenguaje y robusta poesía, a la que en grandiosos y sacerdotales apotegmas emite, a manera de bocanadas de luz, este poeta viejo, cuyo libro pasmoso está prohibido.

¿Cómo no, si es un libro natural? Las universidades y latines han puesto a los hombres de manera que ya no se conocen; en vez de echarse unos en brazos de otros, atraídos por lo esencial y eterno, se apartan, piropeándose como placeras, por diferencias de meros accidentes como el pudín sobre la budinera, el hombre queda amoldado sobre el libro o maestro enérgico con que le puso en contacto el azar o la moda de su tiempo: las escuelas filosóficas, religiosas o literarias, encogullan a los hombres, como al lacayo la librea: los hombres se dejan marcar, como los caballos y los toros, y van por el mundo ostentando su hierro: de modo que cuando se ven delante del hombre desnudo, virginal, amoroso, sincero, potente; del hombre que camina, que ama, que pelea, que rema; del hombre que, sin dejarse cegar por la desdicha, lee la promesa de final ventura en el equilibrio y la gracia del mundo; cuando se ven frente al hombre padre, nervudo y angélico de Walt Whitman, huyen como de su propia conciencia, y se resisten a reconocer a esa humanidad fragante y superior el tipo verdadero de su especie, descolorida, encasacada, amuñecada.

Dice el diario que ayer, cuando ese otro viejo adorable, Gladstone, acababa de aleccionar a sus adversarios en el Parlamento sobre la justicia de conceder un gobierno propio a Irlanda, parecía él como mastín pujante, erguido sin rival entre la turba, y ellos a sus pies como un tropel de dogos. Así parece Whitman con su “persona natural”, con su “naturaleza sin freno en original energía”, con sus “miríadas de mancebos hermosos y gigantes”, con su creencia en que “el más breve retoño demuestra que en realidad no hay muerte”, con el recuento formidable de pueblos y razas en su “saludo al mundo”, con su determinación de “callar mientras los demás discuten, e ir a bañarse y a admirarse a sí mismo, conociendo la perfecta propiedad y armonía de las cosas”; así parece Whitman, “el que no dice estas poesías por un peso”, el que “está satisfecho, y ve, baila, canta y ríe”, el que “no tiene cátedra, ni filosofía, ni escuela”, cuando se le compara a esos poetas y filósofos canijos, filósofos de un detalle o de un solo aspecto,?poetas de aguamiel, de patrón, de libro,?figurines filosóficos o literarios!

Hay que estudiarlo, porque si no es el poeta de mejor gusto, es el más intrépido, abarcador y desembarazado de su tiempo. En su casita de madera, que casi está al borde de la miseria, luce en una ventana, orlado de luto, el retrato de Víctor Hugo; Emerson, cuya lectura purifica y exalta, le echaba el brazo por el hombro y le llamó su amigo; Tennyson, que es de los que ven las raíces de las cosas, envía desde su silla de roble en Inglaterra, tiernísimos mensajes al “gran viejo”.

Robert Buchanan, el inglés de palabra briosa, “¿qué habéis de saber de letras,—grita a los norteamericanos,—si estáis dejando correr, sin los honores eminentes que le corresponden, la vejez de vuestro colosal Walt Whitman?”. La verdad es que su poesía, aunque al principio causa asombro, deja en el alma, atormentada por el empequeñecimiento universal, una sensación deleitosa de convalescencia. Él se crea su gramática y su lógica: él lee en el ojo del buey y en la savia de la hoja: “Ese que limpia suciedades de vuestra casa, ese es mi hermano”. Su irregularidad aparente, que en el primer momento desconcierta, resulta luego ser, salvo breves instantes de portentoso extravío, aquel orden y composición sublimes con que se dibujan las cumbres sobre el horizonte.

Fuente: JOSÉ MARTÍ

LA SOCIEDAD DE HOY SOMOS NOSOTROS. WALT WHITMAN

WHITMAN 1

YO TRANQUILO, SERENAMENTE PLANTADO ANTE LA NATURALEZA 

Yo, tranquilo, serenamente plantado ante la naturaleza,
Amo de todo o señor de todo, sereno en medio de las cosas irracionales.
Imbuido como ellas, pasivo, receptivo, y silencioso, también como ellas,
Conocedor de que mi ocupación, mi pobreza, mi notoriedad
Y mis debilidades son menos importantes de lo que creía,
Hacia el mar mexicano, en el Manhattan o en el Tennessee, o lejos en el norte o tierra adentro,
Hombre de río u hombre de montes o de granjas de estos estados, ribereño del mar o de los lagos de Canadá,
Yo, dondequiera que viva mi vida, quiero hacer frente a las contingencias
Y encarar la noche, las tormentas, el hambre, el ridículo, los accidentes
Y los rechazos como lo hace el animal.

UNA HOJA DE HIERBA

Creo que una hoja de hierba no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente
como para hacer dudar
a seis trillones de infieles.
Descubro que en mí
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas,
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase,
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.

Fragmento de Hojas de Hierba, en versión del poeta español León Felipe)

NO TE DETENGAS

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
“Emito mis alaridos por los techos de este mundo”,
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.

ERNESTO CARDENAL, CON LOS POBRES Y LAS REVOLUCIONES. MADELEINE SAUTIÉ

El destacado intelectual Ricardo Alarcón de Quesada coloca la Orden José Martí a Ernesto Cardenal.
El destacado intelectual Ricardo Alarcón de Quesada coloca la Orden José Martí a Ernesto Cardenal. Foto: Jorge Luis González

 

MADELEINE SAUTIÉ

MADELEINE 2Desde que fue noticia este domingo la muerte del nicaragüense Ernesto Cardenal –a causa de una complicación renal y cardíaca–, considerado por muchos, hasta entonces, el poeta vivo más importante de la lengua española, no se apartan de mi memoria aquellos versos lejanamente aprendidos, memorizados por legiones de enamorados del amor, que en palabras bienhechoras nos salvaron alguna vez, desde su sabia belleza, del chasco y la caída.

Al perderte yo a ti, / Tú y yo hemos perdido: /Yo, porque tú eras / Lo que yo más amaba /Y tú, porque yo era / El que te amaba más. / Pero de nosotros dos, /Tú pierdes más que yo: /Porque yo podré amar a otras /Como te amaba a ti, / Pero a ti nadie te amará / Como te amaba yo. (…)

Llegan al recuerdo grandiosos poemas suyos como somoza desveliza la estatua de somoza en el estadio de somoza, donde la ironía leída cosquillea en el sentido y la sorpresa ante la maravilla de la escritura que nos deja boquiabiertos. Y no podemos menos que honrar la partida, a los 95 años, de quien ha sido grande, lo mismo regresando a su obra que trayendo a estas páginas algunos apuntes de la vida de esta figura emblemática de la Teología de la Liberación,  amante de los libros y las ciencias, que vivió para los pobres y las revoluciones.

No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua / porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo. / Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad / porque yo sé que el pueblo la derribará un día. / Ni que haya querido erigirme a mí mismo en vida / el momento que muerto no me erigiréis vosotros: /sino que erigí esta estatua porque sé que la odiáis.

Para Cuba –y en especial para Casa de las Américas, donde publicó una amplia selección de su poesía y fue jurado de su Premio Literario–, resultó entrañable este hombre de probada postura antimperialista, que se incorporó desde muy joven a la lucha contra la brutal dictadura militar de Somoza, integró las filas del movimiento sandinista de liberación nacional y fue Ministro de Cultura de su país al triunfar la revolución.

La Orden José Martí, que entrega el Consejo de Estado de la República de Cuba a distinguidas personalidades cubanas y extranjeras por grandes hazañas en favor de la paz y la humanidad, le fue conferida al poeta como reconocimiento a su lealtad a la Isla. De Cuba expresó: «Mi experiencia en Cuba se convirtió en algo fundamental para mí. Ha sido la experiencia más importante de mi vida después de mi conversión religiosa (…). Fue, en realidad, una conversión a la revolución. Antes, creía que debíamos buscar un tercer camino en la América Latina, pero en Cuba me encontré con que el camino era el de ellos, y que su revolución era muy buena, y que había el deber de respaldarla».

En palabras de Roberto Fernández Retamar, a propósito de la entrega de la distinción, firmada por Fidel Castro, la vida de Cardenal «se trenzó cada vez más con la revolución, en especial de su pueblo, pero también del resto del planeta». Y recordó: En un poema de 1972 expresaría la conjunción de sus dos creencias: «Comunismo o reino de Dios en la tierra, que es lo mismo».

En la ocasión, el intelectual cubano concluía sus palabras citando al propio Cardenal: «Habrá más revoluciones. Pidamos a Dios que se haga su revolución en la tierra como en el cielo».

Tres días de duelo nacional han sido decretados por el presidente Daniel Ortega para rendirle merecido tributo al poeta redentor, tres veces nominado al Nobel de Literatura, condecorado por el Gobierno de Nicaragua con la máxima Orden de la Liberación Cultural Rubén Darío y la máxima Orden Augusto César Sandino, y galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana por la obra de toda su vida, entre un sinnúmero de distinciones y una faena literaria con garantía en la eternidad.

Fuente: GRANMA

 

ISMAELILLO. DEDICATORIA. JOSÉ MARTÍ

(… para mi nieta Eirene, que leerá a Martí)

marti y su hijo

Hijo:

Espantado de todo me refugio en ti.

Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti.

Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así. Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte. Esos riachuelos han pasado por mi corazón.

¡Lleguen al tuyo!

ISMAELILLO PORTADILLA

 

EL REMORDIMIENTO. JORGE LUIS BORGES

BORGES 2

 

JORGE LUIS BORGES

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

MIS OJOS, SIN TUS OJOS, NO SON OJOS… MIGUEL HERNÁNDEZ

MIGUEL HERNÁNDEZ 2

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos..

No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando nardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.

 

Fuente: POESÍA UNIVERSAL

UN HOMBRE. JUAN GELMAN

gelman 3
¡Cómo decir las cosas más simples de la vida!
Este pan, ese pájaro, la noche.
¡Cómo decir un hombre claramente!
Algo que fue creciendo bajo el aire,
una ternura, sí, con apellido,
un gran pañuelo de llorar, tal vez,
una camisa a la que llega un barco,
un zapato mordiendo los caminos.Cómo decir un hombre claramente,
barajarle los lunes, las canciones,
y es algo más que una corbata, un miedo,
una pared donde el amor estalla.
De pronto un hombre es tierra conmovida.
Es la esperanza andando en pantalones.
Son las manos peleando contra el tiempo.Así eras, Juan. Por eso te llamabas
juan, como todo lo que sufre y crea.
Repartido ya estás por tu familia,
vivo en el pueblo de los corazones,
te sientas a la mesa con nosotros
y compartes las cosas más simples de la vida:
este pan, ese pájaro, la noche.

Un hombre, claramente, se dice: Ingalinella.

 

Fuente: POESÍA UNIVERSAL

ALEGRÍA INTERIOR. JOSÉ HIERRO

HIERRO 3

JOSÉ HIERRO
 

En mí la siento aunque se esconde. Moja
mis oscuros caminos interiores.
Quién sabe cuántos mágicos rumores
sobre el sombrío corazón deshoja.

A veces alza en mí su luna roja
o me reclina sobre extrañas flores.
Dicen que ha muerto, que de sus verdores
el árbol de mi vida se despoja.

Sé que no ha muerto, porque vivo. Tomo,
en el oculto reino en que se esconde,
la espiga de su mano verdadera.

Dirán que he muerto, y yo no muero.¿Cómo
podría ser así, decidme, dónde
podría ella reinar si yo muriera.

Fuente: POESÍA UNIVERSAL

LOS AMOROSOS. JAIME SABINES

JAIME 2
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!—han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.

SONETO. SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

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SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Continúa el mismo asunto y aún le expresa con más viva elegancia

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco:

a quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro
y al que le hace desprecios enriquezco;

si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí ofendido
y al padecer de todos modos vengo;

pues ambos atormentan mi sentido;
aquéste con pedir lo que no tengo
y aquél con no tener lo que le pido.

LA MUJER DE LOT. ANNA AJMÁTOVA

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LA MUJER DE LOT

Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios
por una montaña negra, siguiendo su huella,
mientras una voz incansable acosaba a la mujer:
—No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.

Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa,
al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar,
a las ventanas de la enorme casa
donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.

Una sola mirada: súbita punzada de dolor
en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido.
Su cuerpo se derritió en sal transparente
y sus ligeras piernas claváronse en la tierra.

¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta
de sobra insignificante a nuestra incumbencia?
Incluso así, nunca la negaré en mi corazón,
ella que murió porque eligió volverse.

(1922-24)

TODO ME HA SIDO ARREBATADO

Todo me ha sido arrebatado: el amor y la fuerza.
Mi cuerpo, precipitado dentro de una ciudad que detesto,
no se alegra ni con el sol. Siento que mi sangre
congelada está.

Burlada estoy por el ánimo de la Musa
que me observa y nada dice,
descansando su cabeza de oscuros rizos,
exhausta, sobre mi pecho.

Sólo la Conciencia, más terrible cada día,
enfurecida, exige cuantioso tributo.
Y para responder, me cubro el rostro con las manos,
porque he agotado mis lágrimas y mis excusas.

Sebastopol, octubre de 1916

REY DE OJOS GRISES

Gloria a ti, dolor inconsolable!
Ayer murió el rey de ojos grises.

En la tarde otoñal sofocante y púrpura,
mi esposo regresó y dijo con voz calma:

«¿Sabes?, lo trajeron de la cacería…
Encontraron su cuerpo junto a un viejo roble.

¡Me da pena la reina, la pobre, tan joven…!
En una sola noche blanquearon sus cabellos».

Tomó su pipa de la chimenea
y salió a su trabajo nocturno.

Y yo fui y desperté a mi hija
y miré en sus ojos grises.

Bajo mi ventaja susurraba al álamo:
«Ya no pisa la tierra tu rey…»

Tsárskoye Seló, 11 de diciembre de 1910
Traducción. Kyra Galván