Archivo de la etiqueta: ICAIC

ALFREDO GUEVARA. IGNACIO RAMONET

IGNACIO RAMONET

Llevaba años leyéndole en la revista Cine cubano. Sus editoriales, sus textos teóricos, eran lo mejor que se escribía sobre cine en toda América Latina. Yo era entonces un cinéfilo de los de antes, rata de cinemateca, empollón de filmografías, gerifalte de cine club y fantasma de salas oscuras. Alfredo ya era un mito. Un príncipe del Renacimiento. De la nada o casi, ensamblando ingenios de muy diversas disciplinas y revelando talentos desatendidos, había hecho renacer toda la arquitectura de una flamante cinematografía insolente, creativa y singular. En sus primeros años, en sus primeras obras, el cine cubano poseía la impertinente frescura de la propia revolución. No me refiero solo a las obras de ficción, muy escasas entonces; sino a lo que abundaba, los documentales, los reportajes, los noticieros. Ellos constituían el mejor espejo, el mejor reflejo de la principal creación cultural producida por la revolución, o sea: los discursos de Fidel.

Alfredo Guevara, “fidelista de la primera hora, de antes mismo de que el propio Fidel tuviera conciencia de su singularidad política”. Foto: Walfrido Ojeda / Tomada de Granma

Nadie sabía eso mejor que Alfredo. Si el cine pertenecía a la cultura de masas, y si, en ese sentido, era una herramienta susceptible de influenciar y de transformar las mentalidades, los cineastas debían inspirarse de aquello que, en la nueva Cuba, estaba transfigurando el país, o sea, repito, los discursos de Fidel.

Fidelista de la primera hora, de antes mismo de que el propio Fidel tuviera conciencia de su singularidad política, Alfredo admiró siempre en él su total desparpajo para cambiar las cosas. Su ética. Su elegancia. Su cultura. Su genialidad creativa en la manera de hacer política. Su increíble rapidez en entender un problema, hallar una solución, aplicarla y sacar la teoría del asunto. Todo ello a la velocidad de un latigazo.

De eso hablamos cuando me lo encontré por primera vez en París en el otoño de 1972. En casa de una amiga común, Anne, escritora y reciente viuda del actor más popular de Francia, Gérard Philipe. Por casualidades de la vida, teníamos otras amistades compartidas. Especialmente tres: Alejo Carpentier y su centelleante esposa Lilia. Y Saúl Yelín, director de relaciones internacionales del Icaic, que yo había conocido muy bien en Rabat, en la residencia del primer embajador de Cuba en Marruecos, el inolvidable Enrique Rodríguez-Loeches.

Ahí empezó una amistad fraterna e intelectual que iba a durar más de 50 años… Le debo enormemente. Alfredo tenía idéntica edad que Fidel y 20 años más que yo. No pertenecíamos a la misma generación. Pero nos unían dos temas polémicos, centrales en nuestras vidas: el cine y la Revolución cubana.

La victoria revolucionaria de 1959 significó, a escala internacional, una conmoción política de la que no se tiene idea hoy. En el seno de la hornada de jovencísimos líderes que llegaban entonces al poder, Alfredo, marxista del 26 de Julio, poseía la particularidad de ser quizás el único intelectual, a ese nivel, venido del mundo del arte. A veces se olvida que estuvo entre el reducidísimo grupo de dirigentes que, cinco meses después de la victoria, en torno a Fidel y al Che, redactó la ley de la Reforma Agraria. Unos meses más tarde, a la cabeza del recién creado Icaic, lideró la complejísima batalla por la conquista de la hegemonía cultural dentro de la revolución. Contra, por un lado, el viejo partido comunista y, por el otro, los novísimos de Lunes. En sus determinantes Palabras a los intelectuales, Fidel zanja el debate y le entrega de hecho el bastón de mando al Icaic, o sea, a Alfredo, cuyo magisterio a partir de entonces será lo más cercano al de un ministerio de Cultura (que se creará casi 20 años después…).

Seguir leyendo ALFREDO GUEVARA. IGNACIO RAMONET

PAUL CHAVIANO, TAXIDERMISTA DE QUIMERAS. NAILEY VECINO PÉREZ

Admiro a Paul desde que lo conocí hace más de treinta años. Es un hombre bueno, con un talento extraordinario y, por si fuera poco, hace milagros. Qué más se puede pedir en esta vida. 

Paul Chaviano foto Ariel Barbat
Paul Chaviano. Foto: Ariel Barbat

NAILEY VECINO PÉREZ 

Detrás de cada efecto especial hay alguien que deja de dormir para que nosotros soñemos.
Víctor Casaus

El encuentro tardó en ocurrir. Tras semanas de mensajes, correos, llamadas y citas pospuestas tuve la sensación de haber perdido la oportunidad de dialogar con Paul Chaviano. Hasta que me recibió finalmente en su laboratorio, entre herramientas, rincones abarrotados de recuerdos y artefactos inusuales.

Allí transcurrieron las siguientes tres horas de entrevista, en el lugar donde Paul se refugia, quizás sin darse cuenta, incluso más tiempo del que tiene; como si experimentara, siempre que llega al taller, un autismo transitorio.

Paul Chaviano se ha desempeñado en diferentes roles dentro del ICAIC: fotógrafo, atrecista, escenógrafo, restaurador y director cinematográfico. Pero si hay algo que lo define es la animación en stop motion.

Parecieran muchas habilidades para quien, según cuenta, solo tuvo como formación académica en su juventud un curso de taxidermia. Por ello, cada vez que hace una maqueta o idea un personaje con plastilina, cartón, esponja, madera u otro material que se le ocurra, le parece experimentar el papel del taxidermista que inyecta savia a un objeto.

El producto de su inventiva ha ocupado decenas de escenografías en el cine cubano y extranjero, y los detalles que llevan su nombre como marca de agua, pudieran pasar desapercibidos para el espectador que solo se sienta a disfrutar del producto final sin atinar en pormenores.

Quizás su nombre se recuerde sobre todo por su trabajo en el corto 20 años, del director Bárbaro Joel Ortiz. Sin embargo, la huella de Paul también aparece en los papalotes de Habanastation, filme de Ian Padrón; en las municiones de Elpidio Valdés contra dólar y cañón e instalaciones de Vampiros en La Habana, ambas de Juan Padrón; en los aviones de Lisanka, de Daniel Díaz Torres, o incluso en los tinteros y plumillas utilizados por los inocentes de Alejandro Gil.

De cada uno de estos trabajos se nutre su taller, o como a él le gusta llamarle, «su laboratorio de ideas». Allí reúne un pedacito de cada obra salida de sus manos desde que entró a los Estudios de Animación del ICAIC en 1968.

Al indagar en el inicio de todo, aquel hombre de lentes profundos y bigote tupido, pareció olvidar sus sesenta años para ponerse a la altura de los soldaditos con los que jugaba de niño.

Combate con ellos, los atropella con el avión que recién hace de papel. Sonríe, vuelve de su infancia al taller, se recupera.

—Así inició todo— me dice.

Desde pequeño fui curioso. Me gustaba saber la esencia de las cosas, quería desarmar a los soldados como a los aviones y recomponerlos yo mismo después. Más que un niño de “porqués”, fui de los que atormentaba a mi padre con los “cómo”».

Aquella curiosidad le acompañaría el resto de su vida, incluso cuando pensó que la rectitud de las Fuerzas Armadas se la arrancaría de cuajo.

Chaviano sabe que la vida le premió con la habilidad de hacer arte con sus manos y la ha sabido aprovechar muy bien. Hace mucho tiempo no diseca un animal, pero la técnica le dotó de la destreza suficiente para trabajar también la madera, el cartón, la plastilina, la esponja…

De su paso por la Marina de Guerra recuerda aquel día de inspección en que el jefe de Comunicaciones de su compañía descubrió una maqueta en su taquilla. Lejos de un regaño, se ganó la admiración de sus superiores. Desde entonces haría cada una de las maquetas de referencia de la unidad, aun sin clases de arquitectura, sin técnicas de dibujo, sin el abecé de la topografía.

«Mi escuela fue la gente, mis primeros maestros fueron mis socios, Adrián Guerra, el arquitecto; el chino topógrafo, y aquel otro que me advirtió del mejor de los componentes en lo que hago: la paciencia».

El nuevo peldaño lo subiría al entrar al ICAIC como dibujante, pero siempre, según cuenta, mantuvo el bichito de querer llevar cada dibujo plano a lo volumétrico, lo corpóreo.

Agita su gorra dejando ver la anchura de las entradas a la bahía en su cabeza, repasa con su mano lo que queda de cabello y saca, como mago de su sombrero de copa, tres palabras que han funcionado como el «bibidibabidi bu» de su carrera: «paciencia», «constancia» y «esfuerzo».

Con esta fórmula, Paul ha llegado a convertirse en un profesional que no todos conocen, pero que ha intervenido en la puesta en escena de numerosos largometrajes y cortometrajes, animados o no, como La casa de Mafalda, El carro del padre, Quietud interrumpida, Cartas del parque, Érase una vez, Encuentro muy cercano y la más reciente producción Mi taller, entre otros tantos.

Además, es de los pocos que trabaja actualmente la técnica de stop motion en el ICAIC, y es formador de generaciones, pues imparte talleres a niños y jóvenes, así como cursos a estudiantes de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

Quizás por ello, durante aquella tarde, tuve la sensación de recibir un curso de apreciación de cine, pues fue un encuentro donde se mezclaba un rato de información personal con varios de cultura.

Te impresiona cuando habla de «zoótropos», «quinetoscopios», «taumátropos», «praxinoscopios». Sientes que recibes una clase teórica, y luego con la práctica te sorprende, pues allí, en otro rincón, te muestra cada aparato de estos y pregunta: «Ves, ¿ya no te parece tan desconocido?».

Las herramientas del escritorio delataban su trabajo en el capítulo 50 de la serie Mi taller, una especie de homenaje a los conocidos Filminutos. Tornillos, tijeras, martillos y otros materiales hechos a base de esponja cobran vida para interpretar a Romeo y Julieta, un ladrón de tendedera, un campeón de natación, un superhéroe…

Chaviano moldea a su antojo la espuma, la goma, el cartón, recrea el personaje y el ambiente en su memoria, se aferra a su silla estampada bajo al lema «Non parlare al autista», y termina el ritual en personajes que cobran vida finalmente con las historias de guionistas como Juan Padrón, Alexis Pérez (Nwito), o su propia hija, Isis Chaviano, quien bebió de la misma pócima del padre y hoy trabaja como realizadora, editora y guionista de cine y televisión.

Otra etapa de su vida la marcó aquel día en que Héctor García Mesa, entonces director de la Cinemateca de Cuba, le llevó a una exposición de cámaras Pathé deshechas, empolvadas por el tiempo en un viejo almacén del cine Payret.

«Aquello fue como una aparición para mí. Agarré todas las piezas, y le dije a Héctor que yo iba a restaurarlo todo. Él me respondió: “Estás loco”, y sí, con esa misma locura agarré una por una, y foto a foto llegué a restaurar alrededor de 500 piezas que están expuestas actualmente en la Cinemateca de Cuba».

Recuerda la tarde en que Eusebio Leal le aceptó una taza de café en el balcón habanero de su casa y le propuso pasar un curso en el Centro de Restauración de La Habana Vieja, donde quizás trabajaría hoy si no le apasionara tanto la magia del cine.

De ahí vendrían las primeras clases que recibió de la mano de profesores especializados en el ámbito de la cultura, la fotografía y la comunicación, y llegó a graduarse de la Escuela Nacional de Diseño Básico del Ministerio de Cultura. Pero asegura, lo remarca, como si quisiera que lo resaltara en este texto:

—Mi verdadera formación fue el apoyo de todas aquellas personas que encontraron la cordura dentro de mi constante estado de enajenación.

Lázaro Gómez, Roberto Siso, Alexis Montilla, Héctor García Mesa, Fernando Birri, Juan Padrón, Humberto Peña, Leopoldo Ponte, Luciano Castillo, sus padres, Isis, lista interminable que no cabría en la hoja de agradecimientos de la tesis que nunca escribió.

Así como habla con entusiasmo de sus amigos, se emociona ante la pregunta de cuál es su mayor pasión. Lo piensa un poco, «no es muy fácil elegir», dice, pero llega a una conclusión: los parques temáticos y los juguetes ópticos.

Para hablar de su mayor pasión se traslada a Venezuela, donde residió durante cinco años. Llegó allí gracias a una exposición que formaba parte de la Plataforma Audiovisual de la Niñez Latinoamericana y Caribeña en el Festival del Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de 1992, y allá pudo materializar lo que desde entonces ha sido su pasatiempo predilecto.

En aquellas tierras fue asesor cinematográfico del parque temático La Montaña de los Sueños, en Mérida, y más tarde, a propuesta de un productor venezolano, se enfocaría en otro parque temático.

«Fui combinando diferentes técnicas para hacer también por mí mismo los juguetes ópticos, estos que ves aquí, y que dejaron sorprendido al mismísimo Tomás Gutiérrez Alea. Son como la esencia de una época que quizás no volverá, por ello los conservo con tanto cariño, al igual que las maquetas de cada parque temático».

Mientras te muestra una de ellas llegas a dudar si Paul Chaviano es realmente una persona de este mundo, porque de tanto andar entre juguetes parece haberse trasmutado en un personaje más de aquel universo utópico.

Maqueta en mano te describe las calles repletas de niños en bicicletas o chivichanas, una feria de comida en el parque, incluso un gato que caza al inocente pajarito en la arboleda. Y yo solo veía en sus manos aquel molde de caja revestida en cartón maqueta hasta que su historia me convenció, y entonces comencé a notar el verde en el papel estrujado que simula la copa de los árboles, o la sonrisa de un infante en la silueta escuálida que representa a un niño en las aceras.

Los rincones del lugar se vuelven cómplices de mi admiración, simpatizamos y entonces aparece la confianza para que me revele otros detalles. Paredes tapizadas no solo con carteles de las películas en las que ha trabajado, sino también de reconocimientos y diplomas.

Inquiero en ello. Lo evade. Los agradece y punto. ¿Podrían ser más?, quizás. No importa, no crea para ellos.

Aprovecha la ocasión y me habla de novedades, proyectos en camino, como la producción cinematográfica Misión H2O, del ICAIC, donde funge como maquetista, y el paquete animado Mi abuelo Paul, una propuesta de los Estudios de Animación para el verano.

Tras cincuenta años de trabajo, le ha llegado a Paul Chaviano la hora del retiro, mas siempre vuelve al lugar donde puede ser loco sin camisas de fuerza. Vuelve porque teme dejar sus herramientas huérfanas, porque se siente aún con la fuerza y el corazón para incluso pensar en proyectos pendientes.

Paul Chaviano vuelve a su guarida, porque sabe que él es como el formol que mantiene intactos sus juguetes.

Y allí estará, al menos hasta que concluya la banda de instrumentos mágicos que le prometió a Sofía, la pequeñuela de cuatro años que irrumpió justo al final de la conversación, heredera de aquel mundo mágico que su abuelo Paul ha edificado con la arcilla del arte.

Fuentes: Revista Cine Cubano, Nro. 206-207 / Portal digital Cubacine, ambos del ICAIC.

TIEMPOS DE FUNDACIÓN. GRAZIELLA POGOLOTTI

GRAZIELLA 1Con un inmenso respaldo popular, la Revolución llegó al poder libre de compromisos que la ataran a los desmanes de la política del pasado. Los tenía tan solo con el pueblo y con una historia de independencia mutilada, de inequidad y frustración de un proyecto republicano delineado en un batallar contra el dominio colonial que prosiguió en el siglo XX, a lo largo del cual se forjó un imaginario que alentaba sueños y aspiraciones.

Al arribar a los 60 años de aquella victoria y volver la mirada hacia atrás para valorar un recorrido lleno de obstáculos, la arrancada se perfila como un tiempo de fundación. El nacimiento del Icaic, el 24 de marzo de 1959, colmó muchas expectativas y contribuyó, simbólicamente, a definir el rumbo que tomaría la política cultural revolucionaria.

Las primeras salas de cine se habían abierto entre nosotros casi inmediatamente después de la aparición del nuevo invento. Aparente representación de la realidad  percibida a través del ojo de la cámara, abría las ventanas hacia un universo ilusorio.

Al principio, la imagen mítica de sus grandes días llegaba de Europa. Luego, con la Primera Guerra Mundial, su centro emisor se desplazó hacia Hollywood. Muy pronto sedujo a las grandes mayorías. Con la sustitución del silente por el sonoro apareció un sector del público que se acomodaba mejor a seguir el curso de la narración en español.

La distribución comercial sirvió entonces de base a una producción procedente de México con soporte de corrido y el perfil machista de algunos de sus personajes más reconocidos, así como de la Argentina, consecuente con la gran expansión del tango. Era, sin duda, la expresión artística que por su alcance, su capacidad innovadora y comunicativa configuraba decisivamente la cultura del siglo XX.

Nosotros, los cubanos, pertenecíamos a esa parte de la humanidad condenada, por la falta de respaldo industrial y por nuestra subalternidad dependiente y periférica, a la condición de meros receptores de historias contadas en otras partes. Las pantallas mostraban un universo ancho y, en gran medida, ajeno. Necesitábamos también reconocernos en nuestra voz, nuestra imagen, nuestra sonoridad y nuestros conflictos.

La generación nacida alrededor de los años 30 estaba poblada de cinéfilos y aspirantes a cineastas. Aparecieron los cineclubs y el cine adquirió rango académico en la escuela de verano de la Universidad de La Habana. El tema convocaba al estudio y a la formulación de un pensamiento teórico. En espera de las posibilidades de hacer, ambos fueron madurando en la década del 50.

La Revolución entregó los recursos necesarios. Había que producir con rapidez y eficiencia. Solo Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa habían pasado por un aprendizaje en Roma. Los nuevos cineastas, directores, encargados de la fotografía, sonidistas, productores, todo el equipo técnico oculto tras el resultado final, se formaron sobre la marcha, a través de la realización de documentales y de largometrajes de ficción.

También se fue desarrollando un intenso debate intelectual, animado por el intercambio entre teoría y práctica, por el análisis de las tendencias que dominaban la contemporaneidad, por la relación entre los nuevos lenguajes y la creación artística, y por los desafíos impuestos en un proceso descolonizador.

Investigaron zonas poco exploradas de nuestra realidad, afrontaron la construcción de un relato histórico, plantearon en términos críticos los problemas que entorpecían el crecimiento de un proyecto socialista. Elaboraron, además, un pensamiento original en torno a la relación entre la obra y su destinatario, considerado factor activo en una dialéctica de la creación, nunca consumidor pasivo de un mensaje didáctico y adormecedor. Reaccionaron contra cualquier intento de subestimación del sujeto, potencialmente autocrítico, que ocupaba una butaca en la sala oscura y el que se estaba entrenando en las regiones remotas, carentes de electricidad, donde ese espectáculo estaba llegando por primera vez.

Esencialmente comprometidos con las ideas de la Revolución, se interrogaron acerca del diálogo entre cultura y sociedad con el propósito de encarrilar sus búsquedas en la misma dirección, sin acudir a fórmulas simplonas, sin eludir los desafíos de la complejidad y sin desmedro de la calidad artística.

El sexagésimo aniversario del Icaic coincide con el centenario del nacimiento de Santiago Álvarez, innovador de las fórmulas comunicativas del noticiero y el documental. En el primer caso, estábamos acostumbrados a recibir una información plana, reseña inocua del desfile de los acontecimientos. Santiago propuso al espectador un acercamiento comprometido y crítico de la realidad, mediante el empleo del montaje y de una dialéctica contrastante entre el sonido y la imagen.

El instrumental artístico de la contemporaneidad se puso al servicio del empeño por sacar al espectador de la modorra, de activar la inteligencia y la sensibilidad y hacerlo partícipe del descubrimiento del trasfondo oculto tras los sucesos más significativos de la época. La aventura del conocimiento se sustentaba en el disfrute de la obra hecha con rigor y sin concesiones.

El cine cubano se adentró en la investigación del complejo entramado de la Isla. América Latina, entendida como patria grande, fue su referente inmediato. Estableció un vínculo orgánico con los cineastas que emergían en nuestro ámbito mayor. Con esas premisas, auspició la formación de un público que, todavía hoy, seis décadas más tarde, inclina su preferencia a la obra de nuestros creadores.

Fuente: JUVENTUD REBELDE

JULIO, OCHENTA AÑOS DESPUÉS

Ahora que el ICAIC cumple 60, encontré en mis archivos estas palabritas pronunciadas con motivo del 80 cumpleaños de Julio García Espinosa, en septiembre de 2006. También recuerdo que La Jiribilla las publicó. Es basado en la versión de ésta y en mis apuntes de entonces, que logré reconstruirlas. Julio se comportó de tal modo conmigo a lo largo de su vida, que merecerá mi elogio y gratitud siempre. Es el ICAIC que mejor recuerdo. (OG)

julio 1
El gran cineasta e intelectual cubano Julio García Espinosa, uno de los fundadores del ICAIC.

Hace poco celebramos aquí mismo, en la sala Chaplin, el ochenta cumpleaños de Alfredo; ahora el motivo de nuestra alegría es la fiesta de Julio. Sin lugar a dudas ha pasado el tiempo, y nosotros, que llegamos después, sentimos un gran compromiso y la suerte de tener bajo la sombrilla del ICAIC a dos de sus fundadores y a sus dos primeros responsables.

Quizás esto sea bastante singular entre las instituciones cubanas: que exista una relación cimentada en el respeto, en la colaboración y en la ética, entre los compañeros que en diferentes momentos les ha tocado dirigir una institución como esta, de larga vida y muchísimo prestigio en la cultura cubana, en la cultura latinoamericana y, sin ninguna modestia pero con mucho realismo, en la cultura universal.

A esa relación que se dio durante muchos años entre Julio y Alfredo, ese one-two excepcional, se le echa de menos hoy en el ICAIC de nuestros días. Si bien están, su papel es diferente. Entonces el uno complementaba al otro y ambos hicieron posible un momento irrepetible, por el que hay sin lugar a dudas nostalgia entre los antiguos trabajadores del Instituto.

Con Julio nosotros hablamos muy a menudo y de muchos temas, es un asesor absolutamente comprometido, y lo más útil de esas conversaciones, de esos diálogos, es lo que él les aporta. Cada una de esas aproximaciones al cine, al destino del cine en Cuba, al momento que vive el mundo –en el caso del audiovisual, particularmente–, dejan un saldo muy provechoso en quienes participamos de tales pláticas, porque Julio es coherente absolutamente con todo lo que ha escrito y con todo lo que ha hecho.

En su obra cinematográfica a veces uno advierte la impronta de sus palabras, y en estos mismos pasajes que acabamos de ver, hemos sentido cómo se nos “conduce”, cómo se nos hace pensar y sentir lo que él quiere que pensemos o sintamos de una manera directa, no muy elíptica o parabólica precisamente. Eso hace que su obra y su vida tengan un estilo y, eso mismo, un sentido, aunque sea muy difícil lograrlo para cualquier creador. La obra cinematográfica de Julio es perfectamente identificable, reconocible, en el contexto de otras filmografías cubanas; tiene una huella suya, única y constantemente provocadora. Porque Julio es un provocador que con sus reflexiones mueve permanentemente el intelecto en la dirección de la inconformidad. Él es un inconforme dotado de una lucidez renacentista.

Yo digo siempre que a nosotros nos quedan pocos renacentistas, en el sentido en que lo fueron Alejo Carpentier o Lezama Lima. Retamar es uno de esos pocos renacentistas que nos quedan, y está, además y por suerte, en esta sala. Aquí están también otros muchos amigos de Julio: artistas de la Plástica, como Fabelo, cineastas, como Pepe Massip, que estuvo con Julio en la fundación del ICAIC, y muchos otros compañeros de fila. Pero nos están haciendo falta más pensadores y artistas de la talla de Julio.

Con gratitud y responsabilidad, he querido destacar su coherencia, su organicidad como intelectual revolucionario cubano; el hecho de haberse mantenido fiel a ese credo político y estético, su vocación de compartir, de enseñar –hoy es el director de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, luego de haber sido también uno de sus fundadores–, precisamente cuando muchos a su edad se dedican a escribir memorias, que también serían enjundiosas en su caso, o a contar la historia de otra manera a como sucedió realmente .

Julio está constantemente buscándose “problemas” –y le quedan muchos todavía por buscarse–; así, está pensando qué va a hacer el año próximo cuando en la Escuela haya que decidir quién será el nuevo director de la institución. En este período que Julio ha sido su director, la escuela ha avanzado muchísimo en el campo de las humanidades, por ejemplo, y en la vinculación con la cultura y la realidad cubanas. A él, démoslo por seguro, jamás le faltará trabajo. Es un artista..

Julio ha estado en todos los momentos, en todas las convocatorias de la cultura cubana y de la sociedad contemporánea a los intelectuales, no sólo como adherente, también como protagonista. No hubo un hecho social o político importante en que él no estuviera aportando su inteligencia, su visión comprometida con el destino de la Patria. En cada espacio, en cada asesoría, en los debates, en los talleres, siempre lleva consigo, y para los demás, esa hondura, esa inconformidad fundamentada, que tan útil resulta en momentos de egoísmo y ligereza.

Cuando se llega a la edad de 80 años (y debo acotar que Julio me decía hace unos días que anhelaba que llegara el 2007, para ver si nadie le recordaba sus cumpleaños); cuando se ha vivido, decía yo, como ha vivido Julio, llegar a los 80 años significa ese signo de renovación al que se refería Víctor (Fowler): se siente que falta mucho, se siente que se está vivo, que queda muchísimo por hacer. (Ahora mismo, por ejemplo, él quiere, cuando deje la Escuela, filmar la película de su papá, y habrá que procurarle el financiamiento necesario para que haga su película.)

Julio querido, para terminar, te digo que todos los que hemos venido a celebrar tu cumpleaños en esta sala, y los muchos que faltan, estamos complacidos y felices contigo y con tu obra, aunque te lo estemos diciendo diecisiete días después de la fecha real de tu onomástico. Así es la vida, hermano, cuando entras y sales de la eternidad tan a menudo como tú.

22 de septiembre de 2006.

IVÁN GIROUD HABLA DEL FESTIVAL DE CINE LATINOAMERICANO DE LA HABANA. MAYTE MADRUGA HERNÁNDEZ

SITIO DEL FESTIVAL
IVÁN GIROUD 3

«ESTE ES UN FESTIVAL DE AFIANZAMIENTO»

En la mañana del lunes 20 de noviembre se dio a conocer la selección oficial de la 39 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, que tendrá lugar del 8 al 17 de diciembre próximos.

“Con 1790 filmes inscritos, el comité de selección solo logró evaluar 1200 a partir del cierre de la convocatoria”, aclaró el presidente del Festival, Iván Giroud. Estas cifras demuestran que la convocatoria del Festival sigue siendo extensa.

“Este es un festival de afianzamiento”, aclaró Giroud al referirse a esta 39 edición.

El Coral de Honor será entregado al director brasileño Carlos Diegues, fundador del Cine Novo; y quien ha participado en varias ediciones del Festival con filmes como Bye Bye Brasil, y Orfeo.

En esta ocasión, en el apartado de largometraje de ficción competirán 19 películas. En Ópera Prima se presentan 18 filmes de noveles drectores; así como 18 cortos y mediometrajes.

Los documentales, una de las muestras más interesantes de esta edición, llegan con 23 películas.

En la sección de animación se podrán ver 16 materiales.

Una de las expos, siempre esperadas es la de carteles en competencia, la cual en esta ocasión llegó al número 24 de obras en competencia, y se expondrá en el Cine Chaplin.

Otras de las secciones de larga y respetada trayectoria, es la competencia de guiones inéditos, que este año ocupa la cifra de 20 proyectos.

El Sector Industria entre sus principales actividades prepara una muestra homenaje a James Ivory, que incluye un conversatorio con el director estadounidense.

El Premio Coral de Posproducción, tiene por primera vez ocho películas para optar por el galardón.

Otro homenaje especial, lo constituirá la proyección del filme Octubre, de Serguei Eisentein, en conmemoración al centenario de la Revolución Socialista de Octubre. “Este homenaje no solo es por la importancia histórica-social del hecho, sino para el cine también”, expresó el Presidente.

La Universidad de Cine, de Buenos Aires ha sido un valuarte para el nuevo cine argentino, el cual no puede explicarse sin el aporte de esa escuela”, es por esto que se rinde un homenaje a esta institución en esta edición, aclaró Giroud.

La sección Clásicos Restaurados, trae varios filmes, pero sin duda algunas el filme Lucía (1968; Humberto Solás) será una de las más significativas. “Ver Lucía restaurada es descubrir otras dimensiones del filme. Es el momento cumbre de esta sección”, opinó el Presidente.

En este sentido, “creo que esta sección tiene la importancia de rescatar el cine en vida, que vuelva a verse, apreciarse, que vuelva a apreciarse y sobre todo por las nuevas generaciones”.

Uno de los retos que tiene esta sección es los derechos de las películas, que muchas veces no está ni tan siquiera en manos de los directores.

“Este año nos propusimos mucho rigor en la selección”, puntualizó el directivo.

Seguir leyendo IVÁN GIROUD HABLA DEL FESTIVAL DE CINE LATINOAMERICANO DE LA HABANA. MAYTE MADRUGA HERNÁNDEZ

Julio en mi recuerdo

Armando Hart Dávalos
Fuente: Cubadebate

Mensaje de Armando Hart a Lola Calviño, viuda de Julio García Espinosa, uno de los principales fundadores del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), del que llegó a ser presidente. También, de 2004 a 2007, estuvo al frente de la prestigiosa Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Murió en La Habana el pasado 13 de abril, a los 89 años.

El cineasta Julio García Espinosa dirigió siete filmes de ficción y seis documentales.
Julio García Espinosa

Apreciada y muy querida Lola, familiares, amigos, compañeros y colaboradores de Julio, junto al que libré tantas batallas por hacer avanzar el arte y la cultura en nuestra patria y por eso deseo, con el permiso de Lola, hablar de Julio, a quien llevaré por siempre en mi memoria y es a quien extraño, desde hace muchísimo tiempo. Seguir leyendo Julio en mi recuerdo

Omar González: Ser cineasta es participar de la mayor de las utopías, la del arte total

Esta entrevista, realizada por la periodista Reina Hernández Morales, apareció publicada en las revistas Cubanow y Cine Cubano a principios de 2007. Permite conocer, desde el punto de vista institucional, cuál era el estado del cine cubano en aquellos momentos, luego de haber vivido su peor crisis productiva y cultural después de 1959.  Las fotos, especialmente seleccionadas para esta publicación en El ciervo herido, son de Claudia González Machado.

DSC03409 [50%]Cuestionario de Reina Hernández Morales

Fotos de Claudia González Machado

Fuente Revista Cine Cubano

Cuando el escritor y periodista Omar González — premio Casa de las Américas en 1978 –, se hizo cargo del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en el año 2000, la institución seguía arrastrando las secuelas de la crisis económica que casi paralizó al país a inicios de los años noventa.

El llamado Período Especial, provocado por la desaparición del campo socialista europeo y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense, estuvo a punto de terminar con una historia iniciada en marzo de 1959, unos dos meses después de que Fidel Castro entrara en La Habana al frente del Ejército Rebelde.

Con la extinción del bloque socialista, también se esfumaron las fuentesque proveían al ICAIC de infraestructura logística. La subvención que la institución siempre había recibido del Estado cubano, se limitó a cubrir los salarios de los trabajadores, mantener las instalaciones y aportar recursos financieros en moneda nacional que, si bien mantuvieron abiertas las puertas del ICAIC cuando otras industrias en la Isla cerraban las suyas por falta de insumos, no fueron suficientes para sostener una producción que promediaba entre seis y diez largometrajes anualmente, en la década de 1980.

Muy lejos aún de su esplendor, el cine cubano, sin embargo, comienza a dejar atrás su momento más crítico. A finales de 2006, Omar González, quien no oculta su inconformidad con la producción y la gestión del ICAIC, admitió públicamente que, por primera vez en seis años, se sentía contento. La razón está en la ascendente producción de animados y en la inclusión de cinco largometrajes, un cortometraje y doce documentales cubanos entre los 298 títulos estrenados el año pasado. Pero más que las cifras, a González le satisface la diversidad de lo realizado.

 El año 2007 pinta aún mejor en términos cuantitativos, adelantó el presidente del ICAIC, pero aclaró que «es demasiado prematuro y muy arriesgado, plantearse el asunto en términos comparativos de calidad, pues una película no está terminada hasta que no se verifica en su confrontación con el público».

Usted asumió la presidencia del ICAIC en uno de los peores momentos por los que ha pasado la institución. ¿Exactamente con qué se encontró a su arribo?

Llegué al ICAIC en un momento indudablemente complejo, a tal punto, que este que vivimos todavía lo es. Yo venía del Instituto Cubano del Libro, después de haber pasado por otras dos grandes instituciones, como la Televisión Cubana y el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Todas ellas también en circunstancias muy peculiares, aunque por diversos motivos. De todas las industrias culturales, las más perjudicadas por el impacto de la crisis económica fueron precisamente el libro y el cine, y el cine mucho más porque resulta costoso y por la desaparición de las fuentes de donde importábamos todos los recursos. Seguir leyendo Omar González: Ser cineasta es participar de la mayor de las utopías, la del arte total