
FRANCESCO FORGIONE
Palermo. La palabra que en estos días puede definir mejor la vida de Italia es silencio. El silencio no es una característica de la vida de los italianos, sobre todo de la gente del sur, donde las voces en las calles, los gritos en los mercados, las risas mientras beben y comen con amigos en restaurantes y pizzerías y la música que se oye en las calles desde balcones y ventanas, se convierten en la banda sonora de la identidad mediterránea, la que caracteriza las relaciones humanas y sociales en esta región del país. Desde hace una semana eso ya no así: el silencio domina sobre las palabras, las relaciones humanas y nuestra vida social. Y no sólo es la preocupación por un virus difícil de combatir y derrotar.
Mi casa está en el centro histórico de Palermo: el corazón de la ruta árabe-normanda constituida por una zona arquitectónica y monumental de la ciudad proclamada por la Unesco patrimonio de la humanidad. Es el camino obligado del paseo turístico de la ciudad: se extiende desde el Palacio Real –construido con una parte arabesca y otra española– a la catedral, una combinaciónn de iglesia y mezquita; el sendero principal –que los árabes llamaban Al Qusr y que significa vía de mármol– lleno de edificios de la época del dominio español y cerca de los dos mercados históricos: Ballarò y Capo, similares a dos grandes mercados árabes.
Normalmente en esta zona de la ciudad hay una multitud de turistas de todo el mundo, jóvenes y viejos que visitan Palermo. La ciudad es la capital del Mediterráneo, encuentro de culturas, razas, religiones, que sobreviven al tiempo y también a las guerras que siempre caracterizaron la historia de este lugar. Es una ciudad abierta, acogedora, sin racismo. Esto la distingue en un país como Italia que en años recientes se ha caracterizado por una cultura de la seguridad
, que a partir del tema de los migrantes ha dado lugar a un populismo fascista como nunca se había visto en nuestra historia republicana.
Por esta razón, Palermo es un destino para los turistas de toda Europa y del mundo. Después de 25 años de las matanzas de la mafia, hoy los jóvenes llegan aquí para disfrutar de la noche, hacer fiesta en las calles, bailar y tomar sin problemas de seguridad ni violencia.
Desde hace una semana Palermo es un desierto, como Milán, Roma, Nápoles, Venecia y toda Italia. Esto lo decidió el gobierno al ampliar la zona roja
de riesgo por la expansión del coronavirus desde Milán y Lombardía a todo el país.
Nuestra vida cambió en unos cuantos días. Todo está cerrado: escuelas, universidades, hoteles, restaurantes, tiendas, teatros, cines, oficinas. Se puede salir de la casa sólo por un tiempo rápido para comprar comida y fármacos, y con mascarilla de protección.
La vida social fue suspendida hasta el 3 de abril, pero se habla de una posible ampliación. Es un periodo largo. Nunca habíamos vivido una situación similar, nunca imaginamos vivirlo.
Vivo solo en mi casa de Palermo, mi novia está con sus hijas en Roma. Está prohibido el movimiento de una ciudad a otra, de pueblo a pueblo, y también en la misma ciudad sin autorización. La policía controla las calles.
Las redes sociales y el Whatsapp se convirtieron en el principal medio de comunicación, incluso entre departamentos del mismo edificio, porque está prohibida la comunicación directa. En estos días dejaron de ser herramientas de individualismo y aislamiento: por las redes se convocó el viernes en todo el país a una cita para cantar el himno nacional, cada uno desde el balcón o la ventana de su casa y de norte a sur fue un único canto solidario y de esperanza, como los jóvenes de un barrio que cantaban la canción de los partisanos, Bella ciao, o los de los balcones de Nápoles que interpretaban O sole mio y Volare. Una prueba de que la identidad de un pueblo se puede transformar pero no perder.
Es una situación que cambia nuestros hábitos de vida. Vamos a cambiar nuestra relación entre la vida y el tiempo: no es el trabajo o el ritmo impuesto por la organización productiva, laboral y pública que determinan nuestra relación con el tiempo, es la decisión del gobierno y, sobre todo, el miedo, siempre más difundido que el virus.
Lentamente el miedo se va a transformar en conciencia y lentamente –más o menos después de tres semanas– se está convirtiendo en conducta social y de responsabilidad propia. Seguir leyendo CRÓNICA DE VIDA EN PALERMO EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS. FRANCESCO FORGIONE