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ANA CAIRO BALLESTER: PALABRAS EN EL CINCUENTENARIO DE ‘BIOGRAFÍA DE UN CIMARRÓN’, DE MIGUEL BARNET

Duele y dolerá la ausencia de Ana Cairo Ballester en la cultura cubana. La recuerdo en  algunos debates en la UNEAC hace varios años, en la penúltima edición de la Feria del Libro, en los Jueves y otros actos de la revista Temas; la recuerdo entrando y saliendo de la Escuela de Letras con el ímpetu de un arroyo en crecimiento, torrencial a veces, y conversando en la presidencia del ICAIC sobre asuntos de y para el cine cubano. La recuerdo y veo tan vital que nunca podré imaginar su muerte. Ella, que fue profesora y, al mismo tiempo, colegiala inconforme; ella, que jamás calló verdades y siempre fue leal a su Patria. Los estudios cubanos de Ana perdurarán en el tiempo y en la memoria de sus muchos lectores y discípulos. Al recordarla viva, como debiera ser, vuelvo sobre estas palabras suyas, pronunciadas en el panel con motivo de los 50 años de Biografía de un Cimarrón, la célebre novela de Miguel Barnet, en el Pabellón Cuba, el 24 de febrero de 2016. Queden con Ana.

ANA CAIRO BALLESTER

Hoy es 24 de febrero, aniversario del inicio de la Revolución de 1895. Creo que el día se ha escogido muy bien, porque Esteban Montejo, el protagonista de este libro, fue también un combatiente del Ejército Libertador. De este modo, realizamos un homenaje a esos miles de hombres humildes que formaron parte de nuestro Ejército Libertador.

Pienso que el libro de Barnet es esencialmente patriótico. José Martí escribió que “El patriotismo es de cuantas se conocen hasta hoy la levadura mayor de todas las virtudes humanas” [1].

El sentido más fecundo que puede tener el patriotismo es cuando se siente, cuando te emociona y no se dice, cuando no se recalca.

La novela de Barnet enseña a entender al pueblo de Cuba, en su diversidad, en sus contradicciones, en los modos de verse a sí mismo y valorarse en distintos momentos de su historia. Además, quisiera hoy recordar una experiencia que ha sido muy rara, excepcional, en la historia de la intelectualidad cubana.

Barnet es un hombre con mucha suerte. Quizá los santeros dirían que tiene buen aché. En estos días él ha logrado disfrutar la singular emoción de asistir al cincuentenario de la publicación de su novela. Como soy profesora de literatura, evoco al gran poeta, narrador y dramaturgo alemán Goethe, quien, en 1825, festejó el mismo aniversario de su famosa novela romántica Las cuitas del joven Werter.

La novela de Barnet enseña a entender al pueblo de Cuba, en su diversidad, en sus contradicciones, en los modos de verse a sí mismo y valorarse en distintos momentos de su historia.

Goethe escribió y difundió un poema. No sé si Barnet terminará haciendo en estos días un poema a esa situación de extrañeza —evocando a José Lezama Lima— de ver que un libro suyo alcanzó la plena autonomía. Siempre recuerdo a Juan Pérez de la Riva cuando afirmaba que cada libro publicado era una especie de hijo que salía a correr una aventura por el mundo. Me parece muy importante el hecho de que un libro alcance trascendencia precisamente porque ha resistido la prueba del tiempo. Goethe y Barnet tuvieron la experiencia similar de descubrir que desde la primera edición ya el libro comenzaba a recepcionarse como un clásico, adjetivo que sintetizaba un interés mundializado.

Alejo Carpentier leyó el mecanuscrito de Biografía de un cimarrón. Felicitó al joven narrador, quien gestó una obra que se hermanaba con El reino de este mundo (1949). Estuvo entre los primeros en reconocer que Biografía… nacería como libro y ya pertenecería al linaje de nuestros clásicos.

Foto: Yander Zamora

El año 1966 fue muy importante para la literatura cubana. Propongo que en algún momento nos reunamos para festejar el cincuentenario de Paradiso, la gran novela de José Lezama Lima.

A los pocos días de la publicación de Paradiso, Lezama concedió una entrevista a Salvador Bueno en la que expresó su sorpresa y entusiasmo porque la tirada se había vendido completa. Rápidamente devino un clásico. En particular, esa edición ha sido muy cotizada por los bibliófilos nacionales y extranjeros. Amigos de Lezama, quienes tenían ejemplares con dedicatorias, sufrieron lamentables robos.

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SOBRE UN GRABADO DE ALQUIMIA CHINA. JOSÉ LEZAMA LIMA

LEZAMA 1
———
¡Debajo de la mesa
se ven como tres puertas
de pequeños hornos,
donde se ven piedras y varas ardiendo,
por donde asoma el enano
que masca semillas para el sueño.
Encima de la mesa
se ven tres cojines grises y azules,
en dos de ellos hay como figuras geométricas
hechas con huevos irrompibles.
Al lado un jarrón sin ornamento.
Pedazos de leña por el suelo.
Un hombre curvado con una balanza
pesa una cesta de almendras.
La varilla de ébano
alcanza de inmediato el fiel.
El hombre que vende
teme a los tres pequeños hornos
que se esconden debajo de la mesa.
Por allí deben salir
las figuras esperadas
que vendrán cuando el pesador
logre el centro de la canasta.
A su derecha el hombre que contempla
absorto al pesador,
juega con unos pájaros.

LOS MUCHOS NAUFRAGIOS DEL LIBRO CLÁSICO. MAURICIO ESCUELA

Un buen texto clásico puede llevarse a una isla desierta porque ya trae el olor de muchos naufragios, pasó la prueba del tiempo. Hoy las academias reconocen al Sócrates de los diálogos platónicos como el precursor del pensamiento crítico occidental 
Libro clásico

MUCHAS veces nos enfrentamos a esa pregunta de cuáles libros llevaríamos a una isla desierta para pasar el resto de los días. La situación implica que, debido al reducido número de textos disponibles, habría la necesidad de irlos releyendo una y otra vez con renovado fervor, asumiendo cada cercanía como una nueva adquisición. Así también define Italo Calvino la naturaleza de los clásicos, un libro que nunca ha terminado de contarnos todo, es lo que los críticos a partir del siglo XX comienzan a llamar la polifonía del texto o las muchas voces que a través de los siglos nos refieren inagotables alusiones. La lectura infinita es un signo que el propio Calvino usa en ese volumen Las ciudades invisibles, donde Marco Polo y el Gran Kan viajan a innumerables posibilidades a través de imaginarias urbes.

Un buen texto clásico puede llevarse a una isla desierta porque ya trae el olor de muchos naufragios, pasó la prueba del tiempo. Hoy las academias reconocen al Sócrates de los diálogos platónicos como el precursor del pensamiento crítico occidental, pero durante siglos aquellas obras eran consideradas cuanto más curiosidades, incluso buena parte de lo que se conserva de Platón o Aristóteles son pequeños trozos o traducciones que ni se sabe qué trueques del lenguaje sufrieron por el camino. Del pensador de La República tomaron los teólogos medievales la teoría de las ideas, la noción de referencialidad que define la verdad física en relación con la pureza y superioridad de su comprensión intelectual. Quizá todo parta de allí mismo, de ese mito recreado por Platón en su caverna, donde unos, los más libres, viajan al fondo para ver el fuego primigenio, mientras la mayoría se queda a la entrada y solo tiene acceso a las sombras. Todos los fuegos el fuego, diría Julio Cortázar, toda literatura como relectura de los clásicos. Del sistema platónico se ha dicho que el pensamiento posterior es una nota al pie, que se hace filosofía a pesar de, en contra de, o a favor del autor de El banquete. Pero, para pasar la prueba del naufragio, los clásicos debieron zanjar las mil y una notas al pie polifónicas que o los negaban o los prohibían o los plagiaban. La noción de palimpsesto o reescritura es propuesta por Umberto Eco para entender la naturaleza del fenómeno.

Tanto la isla desierta como el carácter superviviente de un clásico, apuntan a la vieja aspiración humana de escribir un libro definitivo, uno que los posea todos y sea él mismo original. Jorge Luis Borges buscaba ese arquetipo a través de la lectura de enciclopedias, la creación de antologías y la invención de bibliotecas; para el porteño un clásico implica, más que leer, un fervor, pues el hombre ve en el libro una verdad cósmica definitiva distinta, por ejemplo, de la información cotidiana de los diarios y revistas. A lo largo de la vida somos constantemente como Hamlet, nos enfrentamos a decisiones donde nos va ser o no ser; sin embargo, Shakespeare estuvo olvidado mucho tiempo después de su esplendor isabelino, hasta que la crítica del siglo XIX lo rescató. La modernidad, con su énfasis en el individuo, ya se había establecido más plenamente en el siglo de las Guerras Napoleónicas y de la expansión colonialista, por tanto Hamlet comenzó a ser la relectura de muchos, aun de aquellos que jamás se acercaron a la obra del genio inglés. Consumir literatura no es la única manera de habitarla.

Quizá Borges, idealista en sus posturas filosóficas si bien agnóstico en cuanto a creencias, veía en el clásico esa misma imagen que trajo Schopenhauer, la literatura que permanece, que resuena. El escritor argentino, devenido demiurgo ciego, aprendió alemán muy temprano para leer directamente las sagas del norte de Europa, mitología donde él hallaba la conexión perfecta entre Grecia y el resto de Occidente. Para todos estos autores, leer es una especie de diálogo con los muertos, donde el simposio y el oráculo son las dos figuras helénicas heredadas y fundidas con el fervor borgeano por lo germánico. ¿Acaso no dijo Martin Heidegger en su Discurso del rectorado que el pasado es aún, estableciendo entre Alemania y Atenas un eje filosófico? Sí, y también citó a Platón cuando concluyó: «Todo lo grande está en medio de la tempestad». Seguir leyendo LOS MUCHOS NAUFRAGIOS DEL LIBRO CLÁSICO. MAURICIO ESCUELA

Para una relectura en nuestro tiempo

Luis Álvarez Álvarez
Fuente: Juventud Rebelde

Soler Puig

El centenario de José Soler Puig debiera conducir a un balance crítico de la novelística cubana en la segunda mitad del siglo XX. Por poco que se piense, en ese período hay cuatro novelistas de gran calibre: José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Severo Sarduy y José Soler Puig. No quiero decir que no puedan identificarse otros de relieve y peso específico, pero nadie negará que el cuadrivio mencionado marque niveles de mayor estatura. Tampoco es un secreto que de esos cuatro grandes, Soler Puig ha recibido una menor difusión internacional y una crítica literaria menos frecuente. Esta realidad constituye una cuestión muy grave; las consecuencias de tal sordina crítica en relación con su obra solo son dañinas para la misma cultura cubana, pues nos ha impedido percibir un hecho fundamental de nuestro devenir literario en la centuria pasada.

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