CARLOS ANDIA / UN LIBRO AL DÍA
Título original: Babaouo
Traducción: Esteban Riambau Saurí
Año de publicación: 1930
Valoración: Está bien (curiosidad, diríamos)
La foto es del momento de la despedida. El lugar: la ciudad norafricana de Marrakech. La fecha: 24 de octubre del año pasado. La hora: las siete de la noche con quince minutos. Como podemos darnos cuenta por el fondo de la imagen, acaba de caer la noche sobre la famosa plaza de Xemáa El Fná. Entre nuestras figuras, sobre la mesa, puede verse la pequeña taza de café que debí apurar sin placer –entregado a intentar entender cada una de las palabras de Goytisolo, invariablemente pronunciadas en un tono parejo y murmurante, y rescatarlas así para esta crónica del vocerío de la intensa y multitudinaria plaza que asoma a la terraza del Café Les Premices.
A los 85 años, el autor de Reivindicación del conde don Julián tiene los rasgos singulares que lo caracterizan más acusados que nunca: la nariz, que describe una pronunciada parábola sobre la boca y la barbilla; las puntas de las orejas puntiagudas y erguidas; el dibujo melancólico de los ojos, que son de un hermoso color verde oliva. Hace unos meses Goytisolo sufrió una caída de la que no se ha recuperado, y por eso anda en silla de ruedas.
Dos o tres horas antes, el aparato telefónico desde el que le llamé, colocado a la puerta del riad en el que yo me hospedaba, funcionaba deficientemente, por lo que a cada momento se perdía la comunicación con “Huan” –como es conocido el novelista en la ciudad marroquí, con una hache aspirada–. Los esfuerzos por hacernos entender tenían un solo objetivo: que fuera yo, efectivamente, quien lo visitó aquel mismo día en su casa. “¿Es usted el mexicano que estuvo aquí esta mañana?” Cuando le confirmé, dos o tres veces, que sí, que era yo, me pidió que nos viéramos en ese café, del que me había adelantado el nombre (para que le entendiera me explicó que significa “las primicias”), pero no a las cinco, como me dijo primero, sino a las seis en punto de la tarde.
Tal y como conté en una entrega anterior de este blog (ellink, al calce), había buscado a Goytisolo la tercera mañana de mi estancia en Marrakech porque llevaba el encargo de entregarle el programa de lujo de la puesta en escena que hicieron José Luis Gómez y Brenda Escobedo de La Celestina, en el teatro madrileño de La Abadía, para la cual la dramaturga mexicana, querida amiga mía, y el famoso actor español lo habían entrevistado unos meses antes, cuando el novelista estuvo de paso unos días en la península. Seguir leyendo CONVERSACIÓN CON JUAN GOYTISOLO. FERNANDO FERNÁNDEZ
Al cocinero inexperto se le caen los ajos.
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¡Qué extraña es la vida! Siempre queda pincel para la goma, pero ya no hay goma.
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Cuando la mujer pide ensalada de fruta para dos, perfecciona el pecado original.
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«Idem», buen seudónimo para un plagiario.
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El único fruto pasional que se entreabre ansioso de ver la vida es la granada.
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La ametralladora nació del loco deseo que tenía el cazador de meter su cinturón-cartuchera entre gatillo y cañón.
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Los húsares van vestidos de radiografía.
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El tren parece el buscapiés del paisaje.
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No se sabrá nunca si la cresta del gallo quiere ser corona o gorro frigio.
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La luna de los rascacielos no es la misma luna de los horizontes.
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La linterna del acomodador nos deja una mancha de luz en el traje.
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El fotógrafo nos coloca en la postura más difícil con la pretensión de que salgamos más naturales.
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Los hongos y las setas vienen del mundo de los gnomos.
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El Dante iba todos los sábados a la peluquería para que le recortasen la corona de laurel.
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Las espigas hacen cosquillas al viento.
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La gallina es la única cocinera que sabe hacer con un poco de maíz sin huevo, un huevo sin maíz.
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El que se pone la mano en la oreja para oír mejor parece querer cazar la mosca de lo que se dice.
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Miércoles: día largo por definición.
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Pingüino es una palabra atacada por las moscas.
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Sólo el poeta tiene reloj de luna.
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La pala es la primera y la última amiga del hombre, primero en la arena de los juegos infantiles y por fin descansando sobre el último montículo en el cementerio.
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El tábano pasa cantándoles el responso a las flores.
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Monólogo significa el mono que habla solo.
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Los hay-kais[1] son telegramas poéticos.
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La T es el martillo del abecedario.
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Lo más importante de la vida es no haber muerto.
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Hay más millones de microbios en un billete de Banco que los millones que el Banco dice tener de capital.
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Debía de haber unos gemelos de oler para percibir el perfume de los jardines lejanos.
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La magia se ha perdido. ¡Ya hay zapatos de cristal para todos los pies!
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Los halcones son los perros de caza para el cielo.
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Los académicos debieran tener derecho a usar en las sesiones gorros de dormir.
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El Cid se hacía un nudo en la barba para acordarse de los que tenía que matar.
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El cocodrilo es una maleta que viaja por su cuenta.
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El orador es un instrumento de viento que toca solo.
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El sábado inglés es un injerto de domingo y lunes.
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El demonio no es más que el mono más listo de los monos.
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La luna es el ojo de buey del barco de la noche.
Tomadas del libro Greguerías, de Ramón Gómez de la Serna, Edición de Rodolfo Cardona ePub r1.0 Titivillus 10.02.17.
LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
(De Cantos iberos, 1955)
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
LA VIDA, AHÍ FUERA
(De Poemas órficos, 1978)
Esa vida que no es mía y me rodea,
el misterio de la muerte, lo que llamamos la muerte
y el misterio de la vida siempre abierta,
lo que llamamos la vida
en el árbol, en las nubes y en el agua,
y en el viento y en el mundo que es quien es sin ser humano,
y en la inmensa transparencia que no se dice, se muestra
en eso que busqué tanto y ahora encuentro regresando:
La infancia, quizá, la infancia, nuestro final seguro,
nuestro cuento, nuestro canto, nuestra mágica conciencia:
El total de lo sin fin y de la vida abierta.