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A GUERRA TOTAL, RESISTENCIA TOTAL. ALBERT CAMUS

ALBERT CAMUS

Nunca es inútil mentir. La mentira más descarada, con tal de que se repita lo suficiente y durante el tiempo suficiente, siempre deja huella. Es este un principio que la propaganda alemana ha tomado como propio, y tenemos hoy otro ejemplo de la forma en que lo aplica. Inspirada por los servicios de Goebbels, ferozmente pregonada en la prensa de los lacayos y escenificada por la Milicia, [1] acaba de comenzar una campaña formidable que, so capa de luchar contra los patriotas del maquis y la Resistencia, pretende dividir una vez más a los franceses. Se les dice a los franceses: «Matamos y destruimos a bandidos que os matarían si no estuviéramos nosotros aquí. No tenéis nada en común con ellos».

Pero si la mentira, con una tirada de millones de ejemplares, conserva pese a todo cierto poder, basta al menos con decir la verdad para que la mentira retroceda. Y la verdad es esta: los franceses lo tienen todo en común con esos a quienes ahora se pretende que aprendan a temer y a despreciar. No existen dos Francias, una que lucha y otra que juzga esa lucha. Pues incluso aunque hubiese algunos que quisieran quedarse en la cómoda postura del juez, no es posible. No podéis decir: «Esto no va conmigo». Pues sí que va con vosotros. La verdad es que en la actualidad Alemania no solo ha desencadenado una ofensiva contra nuestros mejores y más orgullosos compatriotas, sino que también prosigue con la guerra total en contra de toda Francia, expuesta por completo a sus golpes.

No digáis: «Esto no va conmigo. Yo vivo en el campo y el final de la guerra me hallará en la misma paz en que me encontraba ya al principio de la tragedia». Porque sí que va con vosotros. Y, si no, atended. El 29 de enero, en Malleval, en Isère, los alemanes incendiaron un pueblo entero por la única sospecha de que quizá unos rebeldes se habían refugiado allí. Doce casas quedaron completamente destruidas, aparecieron once cadáveres, detuvieron a alrededor de quince hombres. El 18 de diciembre, en Corrèze, en Chaveroche, a cinco kilómetros de Ussel, al resultar herido un oficial alemán en circunstancias poco claras, fusilaron in situ a cinco rehenes e incendiaron dos casas de labor. El 4 de febrero, en Grole, en Ain, como los alemanes no habían dado con los rebeldes a quienes buscaban, fusilaron al alcalde y a dos notables de la localidad.

Son estos unos muertos franceses «con los que todo aquello no iba». Pero los alemanes decidieron que sí que iba con ellos y desde ese mismo día demostraron que iba con todos nosotros. No digáis: «No va conmigo; yo estoy en mi casa, con mi familia, oigo todas las noches la radio y leo el periódico». Porque irán a buscaros so pretexto de que otro hombre, en la otra punta de Francia, no ha querido alistarse. Se llevarán a vuestro hijo, con quien tampoco va nada, y movilizarán a vuestra mujer, que creía hasta ahora que se trataba de cosas de hombres. Sí que va, en verdad, con vosotros, y va con todos nosotros. Pues a todos los franceses en la actualidad los une el enemigo con lazos tales que del gesto de uno nace el impulso de todos los demás y que la distracción o la indiferencia de uno trae consigo la muerte de otros diez.

No digáis: «Soy simpatizante, con eso basta y el resto no va conmigo». Porque os matarán, os deportarán u os torturarán lo mismo si sois simpatizantes que si sois militantes. Actuad; no correréis mayores riesgos y al menos tendréis ese corazón tranquilo que los mejores de los nuestros conservan hasta en las cárceles.

Y así Francia no estará dividida. En lo que se esfuerza el enemigo, en realidad, es en hacer titubear a los franceses ante ese deber nacional que es la resistencia al STO [2] y el apoyo a los maquis. Lo conseguiría si la verdad no se irguiera ante él. Y la verdad es que la acción conjunta de los asesinos de la Milicia y de los criminales de la Gestapo solo ha tenido resultados irrisorios. Cientos de miles de rebeldes siguen resistiendo, luchan y esperan. Eso no lo van a cambiar unas cuantas detenciones. Y eso es lo que tienen que entender los 125.000 jóvenes que el enemigo tiene intención de deportar cada mes. Porque todos están en el punto de mira, y los reemplazos del 44 y del 45 a los que el enemigo llama con estupenda sinceridad «una reserva de mano de obra» son el ejemplo de esa Francia a la que Alemania unifica en el mismo odio.

Se ha declarado la guerra total y esta exige la resistencia total. Tenéis que resistir porque esto va con vosotros y no hay dos Francias. Y los sabotajes, las huelgas y las manifestaciones organizadas por toda Francia son las únicas formas de responder a esta guerra. Eso es lo que esperamos de vosotros. Acción en las ciudades para responder a los ataques en el campo. Acción en las fábricas. Acción en las vías de comunicación del enemigo. Acción contra la Milicia: todo miliciano es un asesino en potencia.

Solo hay un combate. Y, si no os unís a él, nuestro enemigo os demostrará a diario que es, pese a todo, el vuestro. Ocupad en ese combate vuestro lugar, porque si la suerte de todo cuanto queréis y respetáis va con vosotros, entonces, una vez más, no lo dudéis, este combate va con vosotros. Basta con que os digáis que a él aportamos todos juntos esa magna fuerza de los oprimidos que es la solidaridad en el sufrimiento. Es esa fuerza la que, a su vez, matará la mentira, y nuestra común esperanza es que conservará entonces suficiente empuje para dar vida a una verdad nueva y a una Francia nueva.

Marzo-julio de 1944: Combat clandestino.

NOTAS

[1] Creada en enero de 1943, la misión de la Milicia era apoyar a los alemanes contra la Resistencia francesa.

[2] El Servicio de Trabajo Obligatorio lo creó en febrero de 1943 el Gobierno de Vichy por presiones de Alemania. De lo que se trataba era de abastecer de mano de obra francesa a las fábricas alemanas. Muchos prefirieron unirse a los maquis, pero así y todo 170.000 trabajadores fueron trasladados a Alemania.

Fuente: Albert Camus, LA NOCHE DE LA VERDAD, Los artículos de Combat (1944-1947).Traducción: María Teresa Gallego Urrutia. Editorial Debate, España, 2021.

LA MALA MEMORIA. ANDRÉ BRETON

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ANDRÉ BRETON

Me contaron hace un tiempo una historia muy estúpida, sombría y conmovedora. Un señor se presenta un día en un hotel y pide una habitación. Le dan el número 35. Al bajar, minutos después, deja la llave en la administración y dice:

–Excúseme, soy un hombre de muy poca memoria. Si me lo permite, cada vez que regrese le diré mi nombre: el señor Delouit, y entonces usted me repetirá el número de mi habitación.

–Muy bien, señor.

A poco, el hombre vuelve, abre la puerta de la oficina:

–El señor Delouit.

–Es el número 35.

–Gracias.

Un minuto después, un hombre extraordinariamente agitado, con el traje cubierto de barro, ensangrentado y casi sin aspecto humano entra en la administración del hotel y dice al empleado:

–El señor Delouit.

–¿Cómo? ¿El señor Delouit? A otro con ese cuento. El señor Delouit acaba de subir.

–Perdón, soy yo… Acabo de caer por la ventana. ¿Quiere hacerme el favor de decirme el número de mi habitación?

SINOPSIS DE LA PELÍCULA ‘HIROSHIMA MON AMOUR’. MARGUERITE DURAS

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MARGUERITE DURAS

Estamos en verano de 1957, en agosto, en Hiroshima.

Una mujer francesa, de unos treinta años, se encuentra en esta ciudad. Ha venido a trabajar en una película sobre la Paz.

La historia empieza la víspera del regreso a Francia de esta francesa. La película en que trabaja ya está terminada. Sólo falta por rodar una secuencia.

La víspera de su regreso a Francia, esta francesa, a la que no se dará nunca nombre en esta película —esta mujer anónima— conocerá a un japonés (ingeniero o arquitecto) y vivirán juntos una brevísima historia de amor.

En la película no se pondrán en claro las condiciones de su encuentro. Pues no es ésa la cuestión. Uno puede conocerse en todas partes, en el mundo. Lo que importa es lo que se sigue de estos cotidianos encuentros.

A esta pareja fortuita no se la ve al principio de la película. Ni a ella. Ni a él. Se ven en su lugar cuerpos mutilados —a la altura de la cabeza y de las caderas— agitándose —presas, ya del amor, ya de la agonía— y recubiertos sucesivamente de las cenizas, de los rocíos, de la muerte atómica —y de los sudores del amor consumado.

Sólo poco a poco saldrán de estos cuerpos informes, anónimos, los cuerpos de ellos.

Están acostados en una habitación de hotel. Están desnudos. Cuerpos tersos. Intactos.

¿De qué están hablando? Precisamente de HIROSHIMA.

Ella le dice que lo ha visto todo, en HIROSHIMA. Se ve lo que ella ha visto. Es horrible. Mientras la voz de él, negando, tachará a las imágenes de embusteras y repetirá, impersonal, insoportable, que ella no ha visto nada en HIROSHIMA.

Su primera conversación será pues alegórica. Será, en resumen, una conversación de ópera. Imposible hablar de HIROSHIMA. Lo único que se puede hacer es hablar de la imposibilidad de hablar de HIROSHIMA. Ya que el conocimiento de Hiroshima se plantea a priori como un ejemplar señuelo de la mente.

Este comienzo, este desfile oficial de los horrores ya celebrados de HIROSHIMA, evocado en una cama de hotel, esta evocación sacrílega, es voluntaria. Se puede hablar de HIROSHIMA en todas partes, incluso en una cama de hotel, en el curso de amores fortuitos, de amores adúlteros. Los dos cuerpos de los protagonistas, realmente apasionados, nos lo recordarán. Lo que verdaderamente es sacrílego, si es que hay sacrilegio, es HIROSHIMA misma. No vale la pena ser hipócrita y sacar de quicio la cuestión.

Por poco que se le haya mostrado del Monumento Hiroshima, esos miserables vestigios de un Monumento de Vacío, el espectador debería salir de esta evocación limpio de muchos prejuicios y dispuesto a aceptarlo todo en lo que va a decírsele de nuestros dos protagonistas.

Helos aquí, precisamente, vueltos a su propia historia.

Historia vulgar, historia que pasa todos los días, miles de veces. El japonés está casado, tiene hijos. La francesa también lo está y tiene también dos hijos. Viven una aventura de una noche.

¿Pero dónde? En HIROSHIMA.

Este abrazo, tan vulgar, tan cotidiano, tiene lugar en la ciudad en que es más difícil imaginarlo de todo el mundo: HIROSHIMA. Nada resulta «dado» en HIROSHIMA.

Un halo particular aureola allí cada gesto, cada palabra, con un sentido suplementario a su sentido literal. Este es uno de los principales designios de la película, acabar con la descripción del horror por el horror, pues esto lo hicieron los japoneses mismos, pero hacer renacer este horror de estas cenizas inscribiéndolo en un amor que será forzosamente particular y «deslumbrante». Y en el que se creerá más que si se hubiera producido en cualquier otra parte del mundo, en un lugar que la muerte no ha conservado.

Entre dos seres lo más alejados geográficamente, filosóficamente, económicamente, racialmente, etc., que puede estarse, HIROSHIMA será el terreno común (¿el único en el mundo quizás?) en que los datos universales del erotismo, del amor y de la desdicha, aparecerán bajo una luz implacable. En cualquier otra parte que no sea HIROSHIMA, el artificio se impone. En HIROSHIMA, no puede existir, so pena, además, de ser negado.

Al ir a quedarse dormidos, volverán a seguir hablando de HIROSHIMA. De otra manera. En el deseo y tal vez, sin saberlo, en el amor naciente.

Sus conversaciones versarán a la vez sobre sí mismos y sobre HIROSHIMA. Y sus frases se entrecruzarán, de tal forma mezcladas, desde entonces, después de la ópera de HIROSHIMA, que no será posible discernirlas unas de otras.

Lo cierto es que su historia personal, por breve que sea, llegará a tener más importancia que HIROSHIMA.

Si no se cumpliera esta condición, la película, como tantas otras, no pasaría de ser una película de encargo más, sin interés alguno a excepción del de un documental novelado. Si se cumple esta condición, se conseguirá una especie de falso documental que resultará mucho más probatorio de la lección de HIROSHIMA que un documental de encargo. Seguir leyendo SINOPSIS DE LA PELÍCULA ‘HIROSHIMA MON AMOUR’. MARGUERITE DURAS

DE LA MALA CRÍTICA: EL EXTRANJERO, ALBERT CAMUS

albert-camusALBERT CAMUS / CALLE DEL ORCO

Tres años para hacer un libro, cinco líneas para ridiculizarlo; y las citas apócrifas.
Carta a A.R., crítico literario (destinada a no ser remitida):

… Una frase de su crítica me ha sorprendido mucho: “paso por alto…” ¿Cómo es posible que un crítico entendido, consciente de la trabazón interna que hay en toda obra artística, “pase por alto” en la pintura de un personaje la única oportunidad en que éste habla de sí mismo y confía al lector algo de su secreto? ¿Y cómo no ha advertido usted que ese final era también una convergencia, una ocasión excepcional en que el ser tan disperso que pinté se integraba por fin?…

… Me atribuye usted intenciones realistas. Realismo es una palabra que carece de contenido (Madame Bovary y Los Poseídos son novelas realistas, y nada tienen en común). Eso no me ha preocupado. Si hubiera de concretar mi ambición, más bien hablaría de símbolo. Por lo demás, así lo ha interpretado usted perfectamente, sólo se atribuye a ese símbolo un sentido que no tiene, y para decirlo sin rodeos, me adjudica gratuitamente una filosofía ridícula. Nada en mi libro autoriza a sostener, en efecto, que yo crea en el hombre natural, que identifique al ser humano con una planta, que considere su naturaleza ajena a la moral, etc. El protagonista no tiene iniciativas en ningún momento. Usted no ha reparado en que siempre se limita a contestar las preguntas, tanto de la vida como de los hombres. De modo que jamás afirma nada; y yo no he dado de él otra cosa que un negativo. Ningún dato pudo hacer prejuzgar su actitud íntima, como no fuera en el último capítulo. Precisamente el que usted “pasa por alto”.
Llevaría demasiado tiempo explicarle todas las razones que me decidieron a “decir lo menos posible”. Lamento solamente que un examen superficial le haya inducido a atribuirme una filosofía barata que no estoy dispuesto a reconocer. Entenderá mejor lo que digo, si le puntualizo que la única cita de su artículo es apócrifa (transcribir y rectificar) y por tanto da pie a deducciones ilegítimas. Es posible que hubiera allí una filosofía diferente, y que usted apenas la rozara al definirla como “inhumanidad”. Pero ¿acaso vale la pena demostrarlo?

Quizá piense usted que esto es dar demasiada importancia al librito de un desconocido. Por mi parte, creo que en este asunto se trata de algo más que de mí. Porque se ha colocado usted en un punto de vista moral que le impide juzgar en perspicacia y el talento que se le reconocen. Esa posición es insostenible, y usted lo sabe mejor que nadie. Un límite muy impreciso separa sus críticas de las que pronto podrán hacerse (y ya se han hecho, no mucho tiempo atrás) dentro de una literatura dirigida, sobre el carácter moral de tal o cual obra. Esto es abominable, se lo digo sin irritación. Ni usted ni nadie puede estar calificado para juzgar si una obra puede ser buena o mala para el país, en este momento o en otro alguno. Yo, por lo menos, me niego a someterme a tales jurisdicciones, y éste es el motivo de mi carta. Le agradecería, en efecto, que me creyera capaz de haber aceptado críticas más duras, pero formadas con más amplitud de criterio.

En todo caso, desearía que esta carta no diera ocasión a un nuevo malentendido. Mi actitud hacia usted no es la de un autor descontento, y le ruego que no dé ninguna publicidad a esta carta. Pocas veces habrá visto mi nombre en las revistas actuales, cuyo acceso resulta sin embargo tan fácil. Ocurre que, no teniendo nada que decir en ellas, prefiero no hacer concesiones a la publicidad. Si publico ahora libros que me han costado años de trabajo, lo hago sólo porque están terminados, y porque tengo en preparación los siguientes. No espero de ellos ningún beneficio material, ni renombre alguno. Si acaso, esperaba que me valdrían la atención y la paciencia que merece cualquier empresa de buena fe. Hay que pensar que aun esta exigencia era desmedida. Como quiera que sea, acepte usted señor las expresiones de mi consideración sincera.

Albert Camus
Cuaderno IV
(enero de 1942-septiembre de 1943)

albert-camus-2El escritor, filósofo, dramaturgo y periodista Albert Camus,  nació el 7 de noviembre de 1913, en Dréan, Argelia, y falleció el 4 de enero de 1960, en Villeblevin, Francia. En 1957 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. 

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