Medios de comunicación y gobernantes no cesan de enviarnos mensajes, recomendaciones e incluso leyes destinadas a que actuemos para frenar el calentamiento global y salvar el planeta. La pregunta es si de verdad la gente sencilla somos responsables de su deterioro y tenemos en nuestras manos su rescate. La realidad es que no todos somos igual de culpables. En estos tiempos de sensibilización medioambiental, lucha contra el cambio climático, reducción de gases invernadero y desarrollo sostenible parece que hay un discurso unánime destinado a concienciarnos de que abandonemos los coches que funcionan con diésel o gasolina y nos compremos uno eléctrico, que consumamos la menor carne posible y mejor todavía si la abandonamos, que ahorremos energía al máximo, por ejemplo en calefacción o aire acondicionado, que no usemos plásticos; que no viajemos en avión y que separemos para reciclar todos nuestros residuos: orgánicos, vidrio, pilas, envases, papel… El discurso incluye argumentos del tipo «todos somos responsables del deterioro del planeta», «en nuestra mano está frenar el calentamiento global» o «tú puedes salvar el planeta». No seré yo quien niegue la idoneidad de las recomendaciones, pero es bueno preguntarnos cuánto hay de verdad en esos razonamientos de que todos somos responsables y que cambiando yo mis hábitos puedo salvar el planeta. Es evidente que ese planteamiento no diferencia responsabilidades, que nos pone a todos al mismo nivel o, dicho de otro modo, disuelve a los grandes responsables en el compromiso de cada uno de nosotros. Y, mucho más, apela a nuestro comportamiento como una obligación de la que no nos podemos desentender.
¿Somos todos igual de responsables?
Surgen varias preguntas: ¿De verdad somos todos igual de responsables? ¿Seguro que es la gente sencilla y corriente la responsable del futuro del planeta y de evitar el calentamiento global? ¿No querrán hacernos olvidar con ese discurso la responsabilidad de algunos para dispersarla en todos?
En Francia el Gobierno, con el objetivo de reducir las emisiones de carbono, aprobó la supresión de los vuelos internos de las rutas que puedan cubrirse en tren en un periodo inferior a las dos horas y media. Se trata de una medida razonable, pero también hay que recordar que, según el estudioEstatus de élite: desigualdades globales en vuelos, en Estados Unidos, solo el 12% de las personas realiza el 66% de los vuelos que se producen; en Francia, el 2% de las personas toma la mitad de los vuelos. En China, el 5% de los hogares coge el 40% de los vuelos del país. En la India, solo el 1% toma el 45% de los vuelos. Es decir, los responsables de las emisiones contaminantes de los aviones son una minoría de ricos. Otro estudio de noviembre de 2020 en la revistaGlobal Environmental Change revelaba que solo el 1% de la población mundial fue responsable en 2018 de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de la aviación. Según la misma investigación, las aerolíneas emitieron en ese año mil millones de toneladas de CO2 y se beneficiaron de un subsidio de 84 mil millones de euros al no pagar por el daño climático que causaron. De modo que parece que no somos todos igual de responsables en este tema.
Los superricos
Una investigación bajo el nombre Medición del impacto ecológico de los ricos: consumo excesivo, desorganización ecológica, crímenes verdes y justicia, documentó el papel de los hábitos de consumo de los ricos en la desestabilización del clima.
Examinaron la huella ecológica que generaban los «commodities de lujo», concretamente los superyates, las superviviendas, los vehículos de lujo y los jets privados. Según el estudio, «tomados en conjunto, la construcción y el uso de estos artículos en los Estados Unidos por sí solos probablemente crearán una huella de CO2 que supere a las de naciones enteras». Los analistas llegaron a la conclusión de que cuando una persona tiene mucho más dinero del que necesita para vivir, «adquirir propiedades y consumir en exceso se convierte en señales de distinción y, para obtener esas señales, la clase ociosa debe consumir». Es por ello que los investigadores no dudan en calificar el consumo excesivo de los ricos como «criminal» en términos de daño ecológico.
Superyates
Los investigadores estiman que hay alrededor de 300 superyates en funcionamiento por todo el mundo con un precio que oscila entre los treinta y los mil millones de dólares. No hace falta mucha imaginación para adivinar el combustible que necesitan y lo que contaminan. Según los investigadores, la flota de superyates del mundo consume más de 121 millones de litros de petróleo y produce 284.000 toneladas de dióxido de carbono al año.
Supercasas
Las supercasas de los multimillonarios son igualmente devastadoras para el medio ambiente. El promedio de metros cuadrados de estas casas supera los 3.700, y su precio medio es de poco menos de 28 millones de dólares.
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