MUSÉE DES BEAUX ARTS
Nunca se equivocaron sobre el sufrimiento
los Viejos Maestros; qué bien entendieron
su lugar en lo humano; cómo sucede
mientras otros por ahí abren una ventana, comen o en algún
lado caminan sin fijarse;
cómo, mientras los ancianos apasionadamente
esperan el milagroso alumbramiento, debe siempre haber
niños
patinando en un estanque a la orilla del bosque
que no tienen especial interés en que suceda;
nunca olvidaron
que incluso el temible martirio debe seguir su curso
a como dé lugar en una esquina, en algún lugar sucio
donde llevan los perros su vida de perros
y el caballo del verdugo
se rasca el trasero inocente contra un árbol.
En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo: cómo se aleja todo,
placenteramente, del desastre; el labrador
pudo haber oído el chapoteo, el desamparado grito,
pero para él no se trataba de un fracaso importante:
el sol brillaba como debía en las blancas piernas
que desaparecían entre las aguas verdes;
y el airoso y delicado buque, que algo asombroso debió ver
—un niño que caía del cielo—
tenía que ir a algún sitio y navegó con calma.
BLUES DEL REFUGIADO
Digamos que hay diez millones en esta ciudad,
unos viven en mansiones, otros viven en agujeros:
con todo, no hay lugar para nosotros, querida, no hay lugar.
Alguna vez tuvimos una patria y nos pareció justo,
mira en el Atlas y ahí la encontrarás:
no podemos ir a ella ahora, querida, no podemos ir.
En el cementerio del pueblo hay un árbol viejo
que año con año florece nuevamente:
los viejos pasaportes no hacen eso, querida, los pasaportes
viejos no.
El cónsul golpeó la mesa y dijo:
“Si no hay pasaporte están oficialmente muertos”:
pero aún vivimos, querida, aún estamos vivos.
Fui a un comité; me ofrecieron una silla;
me pidieron cortésmente que volviera en un año:
pero ¿a dónde iremos hoy, querida? ¿hoy a dónde iremos?
Fui a un mitin público; el orador se puso de pie y dijo:
“Si los dejamos entrar se robarán el pan”;
hablaba de nosotros, querida, hablaba de nosotros.
Creí oír el estruendo de un trueno en el cielo;
era Hitler en Europa diciendo: “¡Deben morir!”;
nos tenía en mente, querida, nos tenía en mente.
Vi un poodle en un saco cerrado con un alfiler,
vi una puerta abierta para que entrara el gato:
no eran judíos alemanes, querida, no eran judíos alemanes.
Bajé a la bahía y me paré junto al muelle,
vi nadar a los peces como si fuesen libres
a cinco metros de mí apenas, querida, a cinco metros de mí.
Crucé un bosque, vi a las aves en los árboles;
no tenían políticos y cantaban a placer:
no eran la raza humana, querida, no eran esa raza.
Soñé que vi un edificio con mil pisos de altura,
mil ventanas y mil puertas;
ninguna era nuestra, querida, ninguna era nuestra.
Me detuve en la pradera entre la nieve que caía;
diez mil soldados marchaban de aquí para allá:
buscándonos, mi vida, buscándonos a ti y a mí
EL NOVELISTA
Vestido de talento como de un uniforme,
es bien sabido el lugar de un poeta;
puede asombrarnos como una tormenta,
o morir joven, o vivir solo muchos años,
o ir hacia adelante como un húsar.
Pero él debe salir de su don infantil
y aprender cómo ser sencillo y desgarbado,
cómo ser uno al que nadie pensaría en recurrir.
Pues, para lograr su más ínfimo deseo,
debe ser el todo del tedio, sujetarse
a quejas vulgares como el amor, ser Justo
entre los justos, puerco entre los puercos
también, y en su propia persona, si es que puede,
acumular con celo los errores del hombre.
Traducción de Carlos Monsiváis
Fuente: CULTURA UNAM