El trovador cubano habla sobre su último trabajo, su vida y la pandemia*
Sus canciones son testimonio de honestidad y de un compromiso social que abriga y reparte desde que era muy niño. En diálogo con Página/12, se refiere a Para la espera, una obra que dedicó a siete “excelentes creadores que el mundo ha perdido”. Su música, sus lugares, sus tiempos y la gente de su vida.
“Para la espera incluye algunas de las canciones que he compuesto en los últimos años. En todos los casos son primeras versiones, realizadas poco tiempo después de haberlas compuesto”, aclara Silvio. “Los instrumentos y voces que aquí se escuchan soy yo mismo, tomando apuntes para desarrollar después. Solo tres de estos temas fueron divulgados anteriormente: ‘Jugábamos a Dios’ (2010) para los créditos del filme ‘Afinidades’ –dirigido por Jorge Perugorría y Vladimir Cruz–, ‘Viene la cosa’ (2016), interpretada en múltiples conciertos en barrios de La Habana y ‘Noche sin fin y mar’ (2017), dedicado a mi querido amigo Eduardo Aute. Los 10 temas restantes son inéditos”, detalla.
El total se completa con “La adivinanza”, “Aunque no quiero, veo que me alejo”, “Conteo atrás”, “Si Lucifer Volviera al Paraíso”, “Una sombra”, “Los Aliviadores”, “Modo frigio”, “Danzón para la Espera”, “Después de vivir”, y en la instrumental “Página Final”. El disco, que llega cinco años después de Amoríos (2015), tiene de todo: melancolía, reflexión, causas justas, esperas, familia y amigos.
Trece canciones en su regreso a un formato solitario, donde se acompaña con la guitarra, pero también toca el bajo, la percusión y hace las segundas voces. Intimidad y comunión para dedicar su nueva entrega a siete amigos que murieron entre marzo y abril de este año: Tupac Pinilla, Juan Padrón, Luis Eduardo Aute, César López, Luis Sepúlveda, Marcos Mundstock y Óscar Chávez.
Se presenta como “trovador nacido en San Antonio de los Baños, Cuba, en 1946, hijo de Argelia y Dagoberto”.
–Dedicó Para la espera a siete amigos que murieron este año. El nombre del disco aparece en “Danzón para la espera”, una canción que habla sobre las esperas, la esperanza, los danzones que se van. ¿De los anhelos más profundos, hay alguno que espere especialmente?
–Algunos de los más profundos anhelos suelen vivir en una incertidumbre constante: sí pero no, pero sí, pero a lo mejor… La suerte es que uno es tan insolente (o necesitado) que apuesta.Sobre la dedicatoria, unos fueron más cercanos que otros, pero con todos tuve algún vínculo entrañable por su quehacer. En Para la espera hay canciones que visitan o se asoman a misterios. Una es “Noche sin fin y mar”, que le dediqué a Eduardo Aute, amigo de muchos años y de muchas cosas. Su familia es mi familia española. Está también “Después de vivir”, que es como una pausa, una suerte de respiro antes de soltar amarras, aunque todos los grandes cambios suelen tener sus preámbulos, sus limbos.
–Es músico de contacto, de mirada y aplauso cercano. En este contexto, ¿cómo vivió la experiencia de lanzar y presentar su nuevo disco en plataformas digitales?
–Hay que decir que ha sido el disco más gentil de los que he hecho. No tuve que ir a dar la lata a ningún sitio. Nadie tuvo que cambiar planes y movilizarse. Suavidad que nos regala el éter (aunque la musculatura se resienta).
–De chico soñaba con ser astronauta y, de hecho, muchas de sus canciones hacen referencia a la astronomía, al espacio. ¿Qué lugar ocupa lo lúdico en su música?
–Las estrellas son muy atractivas a los niños, todos nos preguntamos qué hay allá; supongo que era eso. También dije que quería ser astrónomo. Lo cierto es que yo leía comics de ciencia ficción: Buck Rogers, Flash Gordon, Cadetes del Espacio y otros. Años después fui dibujante de comics. Ahora los canto. Imagínese que a mi pueblo le dicen San Antonio del Humor. Se lo ganó por haber dado a dos de los dibujantes más importantes de la historia de Cuba: Eduardo Abela y René de la Nuez; y a un tercero que, aunque nació en Asturias, vivió con nosotros desde su adolescencia: José Luis Posada. Por eso en mi pueblo hay una Bienal del Humor y un Museo del Humor. Esto no quiere decir que todos los nacidos en el Ariguanabo seamos graciosos. Yo, por ejemplo, he tenido muy mala suerte haciendo chistes. Casi nunca la gente se percata de mis bromas y me toman en serio. Aunque por suerte cuando he hablado en serio me han tomado en broma.
–El documental Silvio Rodríguez. Mi primera gran tarea, realizado por The Literacy Project (El proyecto Alfabetizador) y producido por la realizadora Catherine Murphy, que se presentó en septiembre pasado, relata su fuerte compromiso social desde muy temprana edad. ¿Se identifica con la imagen que reproduce el trabajo de Murphy?
–Nombrar y clasificar ayuda al conocimiento, por eso es bueno tener organizado lo que se sabe; pero, tratándose de personas, me parece que nadie es en realidad el cartelito que le ponen. No somos más que una vida que casualmente apareció en una geografía; los nietos de nuestros abuelos, los hijos de nuestros padres; la muchacha o el muchacho que vivía en tal calle y edificio, en un número de apartamento; el compañero de clase de muchos. Los que por alguna razón nos visibilizamos tampoco sabíamos lo que nos esperaba, mucho menos que habría nuevas clasificaciones y exámenes de rendimiento. Uno nunca se despoja de sus ancestros, de su historia, de su familia, de los rincones de su vida; todos andamos con eso a todas partes.
–Justamente, sobre los rincones de su vida, ¿cómo fueron los tiempos en San Antonio de los Baños?
–En San Antonio viví en varios lugares: en casa de mis abuelos, que fue donde nací; después en una cuartería (ustedes les llaman conventillos); luego en una casita de madera que tenía un patio común con otra familia; más tarde en casa de un primo y por último en otra casita donde mi madre peinaba señoras y yo subía por las noches a los ómnibus locales a cantar, con varios compinches. Pero lo que más tengo presente de mi pueblo es el río y el monte, a donde me escapaba cada vez que podía (y cuando no también). La mayoría de mis mejores recuerdos de infancia tienen que ver con mi pueblo. De La Habana recuerdo felizmente las noches de los viernes en que mi tío Angelito me llevaba al cine, y al final íbamos a los chinos, a comer arroz frito.
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