En 1959, Carpentier llevaba 14 años instalado en Caracas, donde sus conocimientos en los campos de la publicidad y la radiodifusión le proporcionaron bienestar material y, por primera vez, la disponibilidad de tiempo para desarrollar su obra literaria. Con El reino de este mundo alcanzó renombre internacional, reafirmado luego a partir de la difusión de Los pasos perdidos. En Europa y Estados Unidos la crítica acogió con entusiasmo la aparición de una narrativa renovadora en su visión de América y en la concepción de la novela histórica.
El triunfo de la Revolución Cubana lo estremeció con el despertar de sueños forjados desde sus años juveniles. Quemó las naves. Regresó para compartir el destino de los suyos y poner al servicio de la obra en construcción su experiencia de vida en el terreno de la cultura y sus amplios contactos en el plano internacional.
Hijo de rusa y francés, había nacido en la ciudad suiza de Lausana. Llegó a Cuba en su primera infancia. Aquejado de asma, no pudo frecuentar la escuela de manera regular. En procura de una atmósfera menos contaminada, vivió en una zona todavía rural de los alrededores de La Habana, donde aprendió los secretos de nuestro paisaje y conoció de cerca las duras condiciones del vivir campesino. En el aislamiento impuesto por la enfermedad empezó a construir su inmensa cultura musical y literaria.
No había salido de la adolescencia cuando, abandonado por el padre, se hundió de súbito, junto a su madre, en la más absoluta indigencia. Con los zapatos rotos y la ropa remendada, tuvo que sumergirse en la ciudad desconocida en busca de sustento. Se inició entonces en el periodismo. En las redacciones de los órganos de prensa y en las célebres tertulias del café Martí se fue vinculando a una generación que sería la suya. La renovación de los lenguajes artísticos se imbricaba entonces con el espíritu emancipador y el crecimiento de la conciencia antimperialista.
Eran jóvenes que irrumpían en la tercera década del siglo XX movidos por la voluntad de transformar en todos los órdenes la República neocolonial. Se fueron congregando alrededor del llamado Grupo Minorista, cuyo manifiesto programático había sido inspirado por Rubén Martínez Villena. Algunos de ellos habían participado en la Protesta de los Trece contra la corrupción imperante al amparo de la presidencia de Alfredo Zayas. Ante la dictadura de Machado, las posiciones políticas se definieron aún más y consolidaron los vínculos con el movimiento intelectual latinoamericano, sometido en muchos lugares a similares formas de opresión.
Atento al peligro que lo amenazaba, Machado apeló a la represión. Tomando como pretexto una inexistente conspiración comunista, el dictador lanzó una cacería policial contra sindicalistas y profesores de la Universidad Popular José Martí, además de dirigentes estudiantiles y miembros del Grupo Minorista. Carpentier fue detenido y encarcelado. Para impedir la deportación que lo amenazaba, contando con la asesoría de Emilio Roig, su madre hizo constar, ante notario, que el joven Alejo había nacido en La Habana, ficción a la que Carpentier se atendría durante el resto de su vida, porque en su país de adopción el sentimiento de cubanía había arraigado definitivamente.
En ese viraje de los años 20, Carpentier se comprometió en lo político. Exploró, así mismo, lo más profundo de la sociedad cubana. Asociado a los proyectos renovadores de los compositores Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla descubrió la importancia de la contribución de África al desarrollo de la cultura nacional. En términos polémicos, enfrentó los prejuicios de una sociedad racista.
A partir del triunfo de la Revolución, Carpentier se dedicó de lleno a las faenas del momento. Con generosidad extrema entregó al país los beneficios de su premio Cervantes. Donó al Museo valiosísimas obras de arte, entre ellas La silla, de Wifredo Lam. En cumplimiento de su voluntad, su viuda, Lilia Esteban, liberó sus bienes personales, incluida la importante papelería del escritor en favor de la Fundación Alejo Carpentier.
Al decir de Raúl Roa, uno de los protagonistas, la Revolución del 30 se fue a bolina. Contribuyó, sin embargo, a revitalizar una tradición. Dejó la impronta de la acción y el pensamiento febriles de Rubén Martínez Villena, ya sin voz y con los pulmones devorados cuando recibía las cenizas de Julio Antonio Mella. Quedaron en el recuerdo el sacrificio ejemplar de los estudiantes universitarios, el batallar de Antonio Guiteras, el espíritu rebelde de Pablo de la Torriente Brau, que permea su obra literaria y lo induce a proseguir el combate a favor de la República Española hasta la entrega de la vida en Majadahonda.
Los efectos del intervencionismo norteamericano en los asuntos del país, así como la frustración del intento emancipador de los años 30 profundizaron el desarrollo de la conciencia antimperialista. Para los intelectuales cubanos, más allá de diferencias en lo estético y en lo filosófico, la reivindicación de la soberanía nacional y la conquista de la justicia social se convirtieron en aspiraciones irrenunciables.
El vínculo de los intelectuales con la Revolución de enero no responde a privilegios concedidos para producir alabarderos oficialistas. Se fundamenta en experiencias de vida, en una memoria histórica vigente y en la resistencia ante el asedio de un imperio tozudamente empeñado en torcer el destino de la nación.
Para nosotros, Fidel es el fundador de un sueño viejo, de un sueño de cien años que no fueron solitarios sino habitados por una multitud, por un pueblo entero en esta Isla grande rodeada de más de 4 000 islas
Fidel para nosotros es el más fiel, espigado e insomne discípulo del Maestro. El poeta Roberto Fernández Retamar dice que para Fidel ser martiano es algo totalmente natural, «es como la respiración. Fidel no necesita citar a Martí, porque es martiano de modo orgánico, es algo totalmente natural».
Fidel viene del monte y del arroyo, viene de todas partes y hacia todas partes va, y echó, desde el comienzo de sus días, su suerte con los pobres de la tierra.
José Martí es el corazón de su vida extraordinaria. Como el Apóstol, está sin falta, rebelde, junto a los olvidados, y con una luz natural que el empeño y el esfuerzo incansables han moldeado erudita con el fervor con que el sol alumbra nuestro universo.
Fidel vive en esa dimensión especial de los solemnes y valientes, Quijote del tiempo donde no hay imposibles y cada detalle se observa y concibe como poesía, revolución, filosofía y naturaleza.
En lo inasible reconoce las cosas grandes: en los héroes, los símbolos, la historia, el recuerdo, la justicia, el saber, los ideales; pero también en lo común de todos los días, «en el mantel de la mesa y el café de ayer» —como canta Silvio—, en el decoro del abrigo humilde pero digno e ilustrado a que aspira para todos los pobladores de la Tierra. En ese afán se hermanó con quien soñaba repartir los panes y los peces, con los libertadores de todas las regiones distantes, de Nuestra América y del Archipiélago al que pertenecemos, con los ilustres del pensamiento y las luchas sociales como el Moro Marx, «el general Engels», y Lenin.
Para nosotros, Fidel es el fundador de un sueño viejo, de un sueño de cien años que no fueron solitarios sino habitados por una multitud, por un pueblo entero en esta Isla grande rodeada de más de 4 000 islas, cayos e islotes en el azul del Caribe, confluencia de vientos, corrientes y travesías, de lo profundo físico y cultural del mundo, y por eso mismo, encrucijada vital, llave de un futuro más noble, más humano para todos.
Fidel confió siempre en que era alcanzable el anhelo de un país justo y soberano y fue esa fe encendida la que le rodeó de los mejores hombres y mujeres de nuestro pueblo, acaso y por tanta decepción acumulada, descreído hasta entonces, hasta aquella madrugada de fuego sobre la ciudad dormida de Santiago, el desembarco en el manglar, el barro y los bombardeos, hasta las batallas en el firme de la Maestra.
Y cuando el triunfo fue una verdad absoluta y pasó el fugaz desconcierto al final de la guerra, emprendió lo difícil aún con más fuerza para cambiarlo todo, para ser plenos y mejores. Emprendió la tarea de Estado como un guerrillero, porque serlo es un espíritu de vida, una búsqueda de los trillos para llegar rápido, una entereza ante la adversidad, una fuerza en lo áspero, un conocimiento profundo del entorno, una vocación de hermanamiento montañoso con el otro, una agilidad de ardilla en la mente y el cuerpo, y una temeridad paciente para encarar la muerte.
Fidel fue uno al principio, pero después sobrevivieron en él sus compañeros: Abel, Renato, Boris Luis, Tassende y tantos otros jóvenes limpios y buenos que dieron su vida por una Patria como la de hoy. Ellos y los combatientes que lo siguieron a lo largo de la historia, en especial su hermano Raúl, lo poblaron para ser en sí una muchedumbre. Por eso Fidel es una espesura, una manigua. Fidel es la tierra del mambí.
Fidel se convirtió en un semillero y en un sembrador de ideas que se esparcieron por todo el continente propio y más allá, donde quiera que los pueblos luchan.
A un sueño realizado, sueña siempre uno nuevo. Fidel es raíz, tronco y follaje de la nación cubana y de la humanidad. Como los viejos hórreos, graneros de la Galicia de donde venía su padre, hoy es reserva para el invierno rudo, la guerra o el olvido, para la húmeda y fresca amanecida que clarea.
(Publicado en Juventud Rebelde el 13 de agosto de 2013)
Vídeo y transcripción de la entrevista completa al filósofo, escritor y educador popular cubano Fernando Martínez Heredia. Un recorrido histórico sobre Cuba donde hablamos de Revolución, de soberanía, de democracia, de Fidel y de dignidad.
Entrevista realizada en La Habana, en diciembre de 2016, unos días después del fallecimiento del comandante Fidel Castro.
Esta entrevista forma parte de los materiales utilizados en el largometraje documental Tras las huellas del Che. Ante la insistencia de muchas voces que nos han pedido la entrevista completa, compartimos con el mundo la voz del maestro, quien lamentablemente nos abandonó unos meses después de esta conversación, en junio de 2017.
Como dijo Julio César Guanche acerca de la obra de Fernando Martínez Heredia, más que un pensamiento político se trata de una política hecha desde el pensamiento.
En El ejercicio de pensar, Martínez Heredia afirmó: “Lo decisivo en este momento son los ideales opuestos al capitalismo, a todas las dominaciones y a la depredación del medio, y a partir de ellos reapoderarse de la obra colosal de Marx y de la historia del marxismo, de los aportes maravillosos que ella contiene y de sus errores e insuficiencias. Y con esa formidable acumulación cultural trabajar intelectualmente y hacer política, que es para lo que sirven las buenas teorías sociales, y tratar de que el marxismo participe en la formación ética y en la inspiración de las conductas”. ¡Qué gran tarea nos dejó!
Agradecemos enormemente el trabajo voluntario en la transcripción al colaborador de Vocesenlucha Alejandro Díaz, desde México, gracias a quien podemos disfrutar de esta joya del pensamiento también en formato escrito. —
——————————————————
Siempre hacemos una primera pregunta, que consiste en tocar un poco las narices, porque preguntar quién es la persona que estamos entrevistando…, no siempre es fácil responder quién es uno, ¿no?
No ya uno es…ya estoy encallecido.
¿Quién es Fernando Martínez Heredia?
Si, ahorita yo soy científico social e historiador, definición más breve. Pero como tengo muchísima edad me alcanzó la vida para haber estado en la lucha insurreccional contra Batista; participé en el movimiento del 26 julio. Y he participado pues, como es natural entonces, en una cantidad muy grande de cosas del proceso iniciado en 1959, en sus áreas digamos fundamentales, para los jóvenes tan jóvenes como yo, que eran: la defensa de la revolución, el estudio y el trabajo, las tres cosas. De eso me llevó, después de cierto tiempito, a ser sobre todo un profesor. Muy joven fui profesor de la Universidad de La Habana, director de lo que sería la Facultad de Filosofía en la actualidad; y también, me llevó a formar parte de un grupo que quería que tuviéramos una filosofía marxista de la revolución cubana, porque no nos gustaba la que venía de la Unión Soviética, y mucho menos nos gustaba el pensamiento de los capitalistas, claro.
Entonces, ahí hicimos también una revista de la que yo fui director llamada Pensamiento Crítico. Creo que fue la primera vez en el mundo que se usó la expresión pensamiento crítico; 1966, duró 5 años. Este otro trabajo duró cerca de 10. Pero como pasa siempre, las cosas cambian y yo cambié de lugar, y entonces trabajé otra vez con el Instituto de Reforma Agraria, con el que yo había colaborado al inicio mismo de la revolución. Lo que era la revolución agraria, con el Ministerio de la Industria Azucarera de Cuba también, pero siempre participando en actividades de tipo internacionalista latinoamericano durante más de 30 años, quizá 40. Entonces me dediqué otra vez a las investigaciones sociales desde mediados de los 80, en el Centro de Estudios sobre América primero, y después de los últimos 20 años aproximadamente, he estado en el Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana, que llaman Juan Marinello, por un antiguo intelectual; del Ministerio de Cultura, que es investigación cultural, yo soy el director ahí y comparto con otras cosas de siempre, del estudio de cuestiones cubanas y latinoamericanas. Siempre he sido historiador, digamos, por vocación y por interés, y he publicado, incluso, algunos libros en ese medio… ya bastante.
Qué importante la historia, para conocer la identidad de los pueblos, ¿no? Contar lo que ha pasado.
Y los conflictos… también. Digo, porque la identidad es interesante y los conflictos también, a veces se olvidan.
¿Los conflictos de las identidades? ¿A qué se refiere?
No, los conflictos que viven los pueblos. Las identidades nunca andan solas, andan en medio de grandes conflictos, y de dominaciones, y de resistencias y, por tanto, de conflictos que a veces se vuelven luchas.
Le vamos a plantear una pregunta peculiar: ¿Quién es Cuba?
Ante una pregunta como esta, para un cubano, Cuba es demasiado; entonces, ¿cómo te va a decir qué es Cuba?, si es algo más allá de las palabras. Pero, si nos ponemos a tratar de ayudar, Cuba es como tantísimas partes del mundo, un país que le costó mucho trabajo serlo realmente, a tal punto que le llamaron Juana, no Cuba.
El primer nombre que le pusieron fue Juana, que era una señora de la familia real, del reino de España. O sea, es casi simpático si no fuera algo terrible; se llama el colonialismo. Es decir, como la mayor parte del planeta, Cuba fue víctima del colonialismo, pero durante mucho tiempo, 400 años casi. Y entonces, su historia escrita con ciudades, con instituciones como autoridades, así como las que suele haber, empezó sobre los años del 12, 13 del siglo XVI en adelante, es decir, a inicios casi del siglo XVI hasta el final del siglo XIX. Esto quiere decir, fue colonia mucho tiempo de una potencia que llegó a ser la mayor de Europa en un momento dado, España. Después empezó a decaer bastante, pero seguía siendo la metrópoli de Cuba. Cuba, decimos, una isla pequeña en términos relativos, la tierra de Cuba es la mitad de toda la tierra emergida del Caribe; todas las otras islas sumadas, sólo suman igual que Cuba. Y quizá esto nos ayudó, porque el capitalismo tuvo en el Caribe su vanguardia territorial. Las pequeñas islas fueron objeto de saqueos del medio ambiente, de terribles relaciones sociales con esclavos traídos en masa, de asesinatos masivos de la población autóctona. Y se producían allí, digamos, alimentos tropicales, por llamarles en español, que servían para completar el sistema económico de Europa, en el sentido, cada vez más, de cómo alimentar a los trabajadores de un capitalismo que era juvenil, que no siempre los alimentaba mucho. Y que los llevaba muy duramente, pero tenía que ir interesando a la gente. En ese sentido, Cuba no era tan importante, porque los medios de transporte, fuera del naval, no tenían desarrollo realmente. Al ser tan grande es en las pequeñas islas donde se da el protagonismo del capitalismo. Estas pequeñas islas fueron abandonadas alrededor de la mitad del siglo XIX, al revés pasa con Cuba; pero mientras tanto Cuba es muy importante para España, desde el punto de vista militar y de comunicaciones. Cuba es una colonia militar y de comunicaciones, pero es la más importante de todas, en ese terreno. Por eso le llamaban elantemural de las indias, que es un término militar y, la llave del nuevo mundo, que es un término del transporte naval. Entonces esto hace que todo el que producía, por ejemplo, el oro y la plata de América, para Europa sabía qué cosa era Cuba. Cuba era conocida por todos, desde el fondo de América del Sur hasta Acapulco, hasta Tampico, porque todos los años había que venir hasta acá, hasta el puerto de la Habana trayendo las riquezas y organizarse aquí como una flota de guerra y atravesar el Atlántico hasta España. Entonces, esto hace de la parte oeste del país una colonia militar importantísima, una colonia de comunicaciones importantísima. La parte centro y este no tiene ese destino, es sobre todo ganadera y esa sí se entiende con las pequeñas islas y con otros poderes. Se entiende a través del comercio, entonces le llamaban contrabando, pero eso no tiene importancia, el comercio es inevitable. Proveía de cosas necesarias para la subsistencia de esclavos para las funciones del trabajo en esas islas. Proveía de cuestiones de interés para los comerciantes ya fueran piratas o fueran comerciantes realmente, o corsarios de otras naciones de Europa.
“La gran revolución haitiana, a partir de 1791, fue la más grande, la más profunda de las revoluciones de América”
A fines del siglo XVIII es que viene el cambio grande, grande, grande, el del desarrollo ahora sí, de una industria en Cuba, de algo productivo que es la producción de azúcar. La producción de azúcar en los últimos 20 años del siglo XVIII, empieza a dispararse primero por factores que son demasiado largos para contarlos acá, pero, a continuación, por la gran revolución haitiana, a partir de 1791. La más grande, la más profunda de las revoluciones de América, sin duda. Y acabó, a la vez, con el mayor productor de azúcar del mundo, que era Saint-Domingue, como se llamaba aquella posesión haitiana para Francia, que era la metrópoli.
Entonces ya Cuba era Cuba. Se me olvidó decirlo, pero Cuba es un nombre arbaco o arahuaco, es decir, de autóctonos, que quiere decir tierra alta y se impuso porque eso de Juana era demasiado, pero Saint-Domingue se volvió Haití, que también es un nombre arahuaco, cuando los negros de Haití la liberaron, aunque en su mayoría habían nacido en África, prefirieron llamarse indígenas y ponerle este nombre. Fueron un ejemplo peligrosísimo para el país de al lado, de todos los países del mundo era el más cercano a Cuba, geográficamente. Sin embargo, acá, se estaba desarrollando algo tan importante que tuvo un respaldo militar demasiado grande. Entonces se trajeron 300.000 esclavos de África en 30 años nada más, de 1790 a 1820. Se trajeron aproximadamente un millón, en los 85 años que duró esto. O sea, la esclavitud de Cuba no es un atraso antiguo, arcaico; es algo moderno, modernísimo, es del siglo de la gran industria, del siglo de la revolución francesa, de todas esas cosas bonitas en la constitución, por eso es tan monstruosa.
Los dueños de los esclavos de Cuba, que una gran parte eran criollos de Cuba, no españoles, leían a Rousseau, sabían quienes eran Goethe y Hegel, sabían demasiado. Se daban hasta el gusto de ser liberales en algunas cosas, excepto en cuestiones políticas. Porque ellos eran los dueños de Cuba, los dueños de los esclavos de Cuba, los dueños de un negocio sensacionalmente amplio, que se amplió una y otra vez, durante décadas, y para eso lo mejor es seguir siendo súbdito de España.
De esta manera la burguesía de Cuba, que así le puedo llamar ya, aunque se sentía muy moderna, aunque se sentía superior a los jovencitos pobres que venían de España, de tal modo que le llamaban blanco sucio. ¿Por qué?, porque era blanco, venía de España pero no tenía dinero. No estaba limpio, no tenía dinero, el dinero era el equivalente general de las mercancías. Y entonces, así se formó, por primera vez, la moderna Cuba, con una población que pasó de un cuarto de millón a fines del siglo XVIII, a un millón, cincuenta años después; y, a un millón y medio otros cincuenta años después más. ¿Qué quiere esto decir?Se compuso incluso étnicamente, esa cantidad de coloridos de piel y de otras cosas del pelo, etcétera, que tenemos los cubanos, viene de ahí.
”La esclavitud de Cuba no es un atraso antiguo, arcaico; es algo moderno, modernísimo, es del siglo de la gran industria, del siglo de la revolución francesa, de todas esas cosas bonitas en la constitución, por eso es tan monstruosa”.
Ciento veinticinco mil chinos completaron la expedición, los trajeron para trabajar también como sirvientes contratados. Una cantidad de miles procedentes del Estado español, pero menor, muchísimo menor, también formaron parte; así se hizo un país monstruoso repito porque estaba en la punta de la tecnología mundial. Aquí se trajo la primera máquina de vapor en 1799, Cuba tuvo el ferrocarril antes que España. Fue el primer país de América Latina que tuvo ferrocarril. El primer país de América Latina que tuvo teléfono, telégrafo, cables submarinos también. Se usó el vacío en la fábrica como método, dos años después que se inventó en Francia. Es decir, la contabilidad y la demografía eran tan buenas como Europa, en la primera mitad del siglo XIX. Es decir, estaba en la punta de la tecnología mundial pero no por razones propias, era porque formaba parte del negocio del capitalismo mundial. Eso es lo que yo llamo los turnos de los países, en el sistema mundial del capitalismo. Ese largo turno de Cuba, la cambió completamente, claro, ya le hizo ser de un modo que pesó para siempre. No fue eterno, sin embargo, tenía que seguir moviéndose. Porque en la segunda mitad del siglo XIX, los países de Europa que habían empezado con las guerras napoleónicas a proteger el azúcar de remolacha, ya lo protegieron del todo, el negocio europeo, prácticamente después de una gran corrida con Inglaterra en la sexta década. Inglaterra nos ayudó muchísimo a traer más esclavos, a pesar de todo lo que los ingleses dicen, que ellos estaban contra la esclavitud, porque era un negocio para Inglaterra, hasta los años 50 del siglo XIX. Pero después, ya no había mercado para el azúcar de Cuba en Europa, y entonces el mercado principal de América, era único prácticamente, era Estados Unidos; y pronto se convirtió en el mercado fundamental del azúcar de Cuba. Así empezó Cuba a ser, desde el punto de vista económico, una neocolonia de Estados Unidos. Pero si esa fuera la historia, sería una historia de economía, una historia de razas, una historia de componentes más o menos puestos uno junto al otro, o uno encima de otro. Pero el asunto cambió mucho por un problema de otro tipo, que es las representaciones de la población de Cuba, de que ellos eran un pueblo, y que eran diferente a los demás.
Llena de fuerzas y de energías renovadas arriba la Revolución Cubana al aniversario 67 de los hechos del Moncada, en un año cargado de retos y tensiones, al que sumó desafíos extraordinarios la pandemia de la que nos recuperamos. La firme voluntad de vencer propicia llegar con orgullo y optimismo a esta fecha, que celebraremos con la prudencia requerida ante la situación sanitaria
Foto:Archivo de Granma
Llena de fuerzas y de energías renovadas arriba la Revolución Cubana al aniversario 67 de los hechos del Moncada, en un año cargado de retos y tensiones, al que sumó desafíos extraordinarios la pandemia de la que nos recuperamos. La firme voluntad de vencer propicia llegar con orgullo y optimismo a esta fecha, que celebraremos con la prudencia requerida ante la situación sanitaria.
Con la fe puesta en la bondad y grandeza de lo creado, ha vuelto a prevalecer la unidad del pueblo cubano, la solidaridad y la disciplina en el cumplimiento de la estrategia aprobada por el Partido, y conducida por el Gobierno y los Consejos de Defensa, en lo que ha sido determinante la fortaleza de un sistema de Salud articulado desde la comunidad, la participación del saber científico acumulado en la toma de decisiones, el trabajo de las organizaciones de masas y el oportuno seguimiento de nuestros medios de comunicación.
Enfrentamos este escenario a partir de la obra ejemplar de Fidel, quien nos formó con una vocación humanista y nos legó todo ese caudal de fuerzas integradas, e instituciones y profesionales que han vuelto a demostrar la entrega digna y la capacidad conmovedora de Cuba socialista.
Todo lo vivido es suficiente para ratificar que el 26 de Julio marcó el inicio de una nueva era en la historia cubana. Quienes no dejaron morir las ideas del Apóstol con ese colosal asalto a la segunda fortaleza militar de Cuba, junto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo, han reconocido que nunca sospecharon, cuando en la mañana de la Santa Ana se propusieron derrotar a la tiranía batistiana, haber llegado hasta estos días tras más de seis décadas de lucha continuada, ni siquiera cuando, en cumplimiento de la orden del Comandante en Jefe, entraron triunfantes a Santiago de Cuba el primero de enero de 1959, exactamente cinco años, cinco meses y cinco días después del Moncada.
Esos jóvenes de espíritu diferente, a puro amor de hijos y desinterés de héroes, hicieron suya la causa de los mambises que, en 1868, con Céspedes a la cabeza, iniciaron la guerra contra el yugo español; como no abandonaron el ideal de Maceo y Gómez, con quienes José Martí en 1895 retomó la gesta libertaria, hasta que la victoria fuera usurpada con la intervención norteamericana.
Ni siquiera en esas difíciles circunstancias se apagó la llama redentora, enarbolada por figuras de la talla de Baliño, Mella, Villena, Guiteras y Jesús Menéndez, entre muchos otros que no se resignaron a vivir con semejante afrenta.
Fue ese el afán que motivó a la Generación del Centenario, bajo la conducción de Fidel, a asaltar los cuarteles el 26 de julio de 1953, dispuesta a no tolerar, a cien años del nacimiento de Martí, los crímenes y abusos de una tiranía sangrienta totalmente subordinada a los intereses de Estados Unidos.
Luego del revés militar y del vil asesinato de muchos de sus hermanos de lucha, lograron sobreponerse a las vejaciones de la prisión, y convirtieron esta etapa en un aprendizaje fecundo. Tampoco conocieron el descanso en el exilio en México, donde prepararon la próxima y decisiva etapa de batalla tras desembarcar en el yate Granma.
También soportaron el duro golpe de Alegría de Pío y se adentraron en la Sierra Maestra para empezar la contienda guerrillera del naciente Ejército Rebelde, cuyo Comandante en Jefe, con su indiscutible liderazgo, supo forjar la unidad de todas las fuerzas revolucionarias y conducirlas a la victoria del primero de enero de 1959.
Se iniciaba entonces otra etapa que estremecería los cimientos de la sociedad cubana. Las premonitorias palabras de Fidel, expresadas el 8 de enero a su llegada a La Habana, no tardaron en hacerse realidad: «La tiranía ha sido derrocada, la alegría es inmensa y sin embargo queda mucho por hacer todavía…».
La Revolución heredó un cuadro de desgobierno, corrupción, analfabetismo, prostitución, miserias y desigualdades. En La historia me absolverá, Fidel denunció con cifras que no admitían réplica la dramática situación de nuestro pueblo, 55 años después de la intervención norteamericana.
A partir del cumplimiento del Programa del Moncada, el pueblo fue dueño de la tierra, las industrias y las viviendas, se alfabetizó y se construyeron escuelas y universidades, se prepararon médicos para Cuba y el mundo, y se sentaron las bases para democratizar los espacios de creación, difusión y acceso a la cultura. En esencia, se hizo realidad el profundo anhelo martiano, que preside la nueva Constitución, del culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
La Revolución, como expresara nuestro Primer Secretario del Comité Central del Partido, General de Ejército Raúl Castro, puso fin a varios mitos, entre ellos, el de que no era posible construir el socialismo en una pequeña isla a 90 millas de Estados Unidos. Una Revolución que no fue consecuencia de una confrontación internacional, que no se limitó a la sustitución de un poder por otro, sino que disolvió la maquinaria represiva del régimen dictatorial y sentó las bases de una sociedad nueva, así como construyó un ejército que es el pueblo uniformado, y elaboró, para defenderse, su propia doctrina militar, la guerra de todo el pueblo.
En una comprensión que puede ser más honda, es imposible olvidar los heroicos sacrificios ante la larga lista de hechos que se han debido enfrentar, como el fomento y la organización del terrorismo de Estado mediante el sabotaje y el bandidismo financiado por el Gobierno norteamericano; la ruptura de relaciones diplomáticas por todos los países latinoamericanos, con la honrosa excepción de México; la invasión de Playa Girón; el genocida bloqueo económico, comercial y financiero; la masiva campaña mediática difamatoria contra el proceso emancipador y sus líderes, en especial contra Fidel, objetivo de más de 600 planes de atentado; la Crisis de Octubre; el secuestro y ataques a embarcaciones y aeronaves civiles, y las canalladas que han provocado el terrible saldo, hasta ahora, de 3 478 muertos y 2 099 incapacitados.
Estos últimos 62 años han estado marcados singularmente por la incesante lucha frente a los designios de 12 administraciones estadounidenses, que no han abandonado los propósitos de cambiar el orden político, económico y social que hemos elegido; apagar el ejemplo de Cuba en la región y el resto del mundo, y reinstaurar el dominio imperialista sobre nuestro archipiélago.
También recibimos el abrazo noble y generoso de muchos pueblos hermanos, al tiempo que hemos brindado nuestra solidaridad en distintas regiones, tanto en las gloriosas misiones internacionalistas como en los programas de colaboración médica, educacional, deportiva y en otras esferas, haciendo valer la altura del amor de Martí hacia la humanidad.
El pueblo heroico de ayer y de hoy, orgulloso de su historia y cultura nacionales, se fue curtiendo en difíciles frentes, y ha sabido hacer mucho con muy poco sin desalentarse. Prueba decisiva fue su tenacidad y su inconmovible firmeza durante el período especial a que nos vimos sometidos como consecuencia de la desaparición del campo socialista y de la Unión Soviética, en medio de la ola de incertidumbre y desmoralización que esos dramáticos acontecimientos generaron en buena parte de las fuerzas progresistas.
Cuando nadie en el mundo habría apostado por la supervivencia de la Revolución, este pueblo resistió y demostró que sí se puede sin hacer concesiones en sus principios éticos y humanitarios, y mereció el inestimable apoyo de los movimientos de solidaridad que nunca dejaron de creer en el ejemplo que emana de la actuación de nuestra gente.
La historia ha colocado los hechos y los protagonistas en su lugar, a pesar de que la ultraderecha en la Florida se empecine en arreciar la política de Estados Unidos contra Cuba, para beneplácito de las fuerzas más hostiles de ese gobierno.
Con el ánimo de promover rupturas generacionales y la incertidumbre para desmantelar desde dentro al socialismo, también se afanan en vender a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social.
Hemos dado pruebas suficientes de que el socialismo lo defendemos porque creemos en la justicia, en el desarrollo equilibrado y sostenible, en la solidaridad y en la democracia del pueblo y no en el poder del capital; repudiamos las manifestaciones de discriminación y combatimos el crimen organizado, el narcotráfico, el terrorismo, la trata de personas y todas las formas de esclavitud, y defendemos los derechos humanos de los ciudadanos.
Cuba no solo libra grandes batallas en el campo de las ideas, se enfrenta además a problemas asociados a la crisis mundial, quizá la más aguda que haya vivido la humanidad a partir de esta pandemia, a lo que se añade como invariable telón de fondo la redoblada agresividad del Gobierno de Estados Unidos, que promueve sistemáticas acciones para obstaculizar el desempeño de la economía nacional y asfixiar al pueblo.
Con el conjunto de medidas concebidas para enfrentar las actuales condiciones de la economía nacional y, sobre todo, dinamizarla, crece el desafío de comprender los alcances de esta transformación orientada además a la defensa de la soberanía y a la exploración de caminos hacia el desarrollo.
Pese a enemigos y manipuladores, pese a quienes todavía no lo entienden, el pueblo cubano hará valer otra vez, como en aquel histórico 26, la suprema fortaleza de su espiritualidad en su búsqueda incansable de un mejor país. Esa herencia conmovedora, que marca nuestros pasos desde el fervor que concita, también ilumina el porvenir de nuestra Revolución, dueña de una fuerza arrasadora en la persecución de un ideal, de la defensa infinita de la justicia y belleza colectivas.
Cuando la gesta del Moncada es presencia viva en la memoria y en el aliento renovado, Cuba cuenta con toda su gente y, muy especialmente, con la sabiduría y fuerza apasionada de sus jóvenes, en quienes habita el fulgor perenne de los que a su edad supieron derrumbar los muros de la ignominia para enaltecer el alma de la Patria.
Era muy caro, para mis recursos monetarios a los 16 años, enviar un telegrama a Cuba desde México. No obstante, hice «las mil y una» y pude poner en la oficina del telégrafo un mensaje: «Comandante Fidel Castro: feliz aniversario del 26 de Julio». ¿A qué domicilio lo envía?, me preguntó el telegrafista, y no supe qué decir. Ponga usted «Palacio de Gobierno de Cuba». Pagué por mi telegrama y me fui. Con el paso de los años recuerdo mi audacia (y mi ignorancia) no sin perplejidad: ¿cómo se me ocurrió semejante idea, de dónde saqué la locura de creer que, «así como así», uno podía enviarle a Fidel mensajes de aniversario que llegarían sin obstáculos a sus manos? Evidentemente no me pareció un imposible.
Una cantidad de recuerdos me ayuda a explicar por qué, para mi generación, Cuba y Fidel parecieron siempre muy cercanos y amigables. Yo nací en 1956, crecí con la Revolución Cubana instalada en mi casa. A los 16 años ya un tío me había obsequiado La Historia me Absolverá (1953) y mi abuela me había regalado El Diario del Che en Bolivia. En la unam había carteles con la imagen de Fidel, la música de Carlos Puebla nos llegaba en discos «sencillos» y el «long play». Entre la «secundaria» y la «prepa» (escuela nacional preparatoria) ya escuchaba a Oscar Chávez cantándole al Che y a Camilo. Mi abuela decía que quería a «los barbudos», porque hacían cosas buenas por su pueblo. Cuba, Fidel y la Revolución eran parte de mi familia desde mi adolescencia y antes. Muy rápido me di cuenta de que semejante familiaridad recorría las casas, las escuelas y los centros laborales de todo el país. No exagero, Cuba tocó fibras sociales muy sensibles en México.
He oído historias muy similares a lo largo de los años, historias de amor y compromiso engendrados por una isla pequeña del Caribe, que supo hacerse gigante en los corazones de los pueblos. No es solo una metáfora para un ejercicio de retórica. Es una confesión de parte. Mujeres y hombres de la intelectualidad, de la academia, de las artes y de las luchas populares crecimos impregnados de Cuba. De sus luchas y de sus ejemplos. Se nos estanció en la cabeza y en el corazón para florecernos en ideas y debates sobre la Revolución y sus motores de clase; sobre el método cubano para transformar el mundo; sobre el socialismo argumentado con acento de Caribe, con la proximidad rebelde y geográfica enmarcada por el Golfo de México. Todavía se ve la estela del Granma partir las aguas hacia una historia, que se nos hizo maestra de la vida desde la Sierra.
Llegaba hasta mi casa, la de mis padres, la revista Bohemia, porque me anoté en una lista que circuló en la «secundaria». Era una delicia hojearla en las tardes de tareas escolares. Mi padre fruncía el ceño, entre preocupado y curioso. Pronto se le acabaron los recelos porque leyó, de Rius, su Cuba para Principiantes (1966) y también leyó Marx para Principiantes (1972), salidos de la pluma genial de un amante de Cuba como pocos: Eduardo del Río, extrañado. Por cierto, libros leídos por millones de mexicanos que también aprendimos, con dibujos de un cómic singular, lo elemental de una experiencia revolucionaria que conectaba a Zapata, Villa y Flores Magón con Fidel, Camilo, Raúl y el Che en el mismo sendero que sigue el «espíritu que recorre el mundo».
De noche, tarde, en la radio de mi padre –que tenía onda corta– oíamos mi hermano y yo Radio Habana, Radio Reloj y música cubana, constantemente interferido por ese ruido de frecuencias entrecruzadas. Era un manjar sonoro de Cuba que saciaba el hambre de sonidos antimperialistas y anticapitalistas. Unas cuantas veces pudimos escuchar a Fidel sin entender del todo lo que decía, pero solazados por la dignidad de sus palabras en combate. Una escuela política nocturna con la oreja pegada a la radio. Delicias revolucionarias. ¿Por qué?, ¿qué estaba pasando que tantos jóvenes nos sentimos atraídos por Cuba y la Revolución que hacíamos nuestra a nuestro muy peculiar modo? ¿Qué amor extraño, de nuevo género, crecía en nuestras cabezas y corazones? No éramos pocos.
Ojalá fuese posible contarle al oído al pueblo cubano, cuánto nos ha educado su ejemplo titánico de resistencia y entereza. Ojalá fuese posible que unas cuantas líneas resumieran, y expresaran, el cúmulo de emociones fraternas que anidan en nuestras vidas gracias al ejemplo solidario de Cuba con todos los pueblos hermanos, en Angola tanto como en Venezuela, por solo mencionar un eje geopolítico e histórico de nuevo género en el tiempo y en el espacio.
Escribo en primera persona con el supuesto de que es así como mejor se explica el amor entrañable que sentimos muchos mexicanos por la Revolución Cubana y, también, la deuda inmensa que tenemos con su ejemplo de lucha y dignidad a toda prueba. Así, en primera persona, supongo que puedo dejar a la vista las tantas horas de lecturas y debates, la tanta música, cine, poesía y filosofía recogidos de tantos extraordinarios talentos cubanos. Casa de las Américas… Prensa Latina. Pablo, Silvio. Escribo en primera persona endeudado con las horas buenas de la mejor producción científica y cultural de Cuba y endeudado con la solidaridad (nunca suficiente) en las horas amargas de acoso, bloqueo y humillación contra un pueblo ejemplar e irrompible como es el cubano. A mis años ya sé que nunca podré retribuir lo tanto recibido. Me atengo, no obstante, a las palabras de Martí, que yo entiendo como canto guerrero en pie de lucha siempre humanista: «Amor con amor se paga». Espero estar a la altura en cada 26 de Julio, en primera persona.
Desde la más remota antigüedad guerras, inundaciones, terremotos, sequías, hambrunas y pestes han sido las parteras de profundos cambios experimentados por las sociedades que padecieron estas adversidades. Las dos guerras mundiales del siglo veinte influenciaron decisivamente la restructuración no sólo económica sino también política y social de buena parte de las naciones afectadas por estos conflictos. Lo mismo ocurrió con la Gran Depresión de los años treinta, que fue un ominoso paréntesis entre ambas conflagraciones mundiales en donde el bajón económico y el desempleo masivo se combinaron con el auge de los fascismos. La peste negra en Europa mató aproximadamente a un tercio de su población entre 1347- 1353 y fue el preludio de lo que de la mano de Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio se conocería tiempo después como el Humanismo, la gran renovación de la cultura europea. La Gran Peste de Londres (1665-1666) aniquiló a unas 100.000 personas, la cuarta parte de su población. Una de sus consecuencias políticas fue el debilitamiento del absolutismo monárquico que, tiempo después, abriría las puertas a la victoria del Parlamento sobre la Corona en lo que los ingleses han dado en llamar “la Revolución Gloriosa” (1688-1689). Guerras y pestes tienen un enorme y variado impacto. Señalemos tan sólo uno, usualmente subestimado: el exterminio de una parte de la población y la consiguiente reducción de la mano de obra disponible modifica la relación de fuerzas entre la burguesía y la aristocracia –la clase dominante- y sus trabajadores. Tanto los campesinos enfeudados en la época medieval o los obreros y jornaleros en la Londres de mediados del siglo XVII mejoraron sus ingresos reales (de diverso tipo) más del doble después de esas plagas.[1] Y lo mismo ocurrió después de las grandes guerras del siglo pasado, especialmente de la Segunda. Sin duda, la recuperación de la fuerza de las izquierdas y el movimiento obrero jugaron un papel fundamental en esa recomposición progresiva de la distribución del ingreso. Pero los veinte millones de muertos caídos en los principales países de Europa Occidental (aparte de los 29 millones caídos en la URSS) fueron un factor de indudable gravitación que modificó el la conciencia pública de la época y facilitó una significativa mutación en la relación de fuerzas entre capitalistas y trabajadores.
Como no podía ser de otra manera ante un acontecimiento absolutamente único en la historia universal y que además entraña una mortal amenaza para la población mundial, el coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis que tienen como común denominador la intención de dibujar los difusos -aunque no inescrutables contornos- del tipo de sociedad y economía que nacerán una vez que el flagelo haya desaparecido. Sobran las razones para incursionar en esa clase de especulaciones, ojalá que bien informadas y controladas, porque si de algo estamos completamente seguros es que la primera víctima fatal que se cobró el COVID-19 fue la versión neoliberal del capitalismo, lo cual no es poca cosa luego de haber sufrido casi medio siglo de la pandemia del virus neoliberal, como solía llamarlo Samir Amin. Y si lo que hasta ayer era “normal” (por ejemplo, que los gobiernos permitieran, cuando no impulsaban abiertamente, que la atención médica o la venta de medicamentos fuesen lucrativos negocios) hoy constituye una aberración repudiada por grandes sectores de las sociedades contemporáneas que ante la visión dantesca de centenares de muertos apilados en grandes ciudades o enterrados en fosas comunes cae en la cuenta de lo absurdo de dicha política.[2] Y decimos la “versión” neoliberal del capitalismo porque no creemos que el virus en cuestión obre el milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también como la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como organización económica internacional. Pero algo es algo y la era neoliberal ya es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar. ¿Qué ocurrirá con el capitalismo a raíz de esta pandemia? En las próximas líneas ofreceremos algunas conjeturas al respecto.
Fin de una época
Lo primero que podemos afirmar con total certeza es que el mundo que brotará de las ruinas dejadas a su paso por esta pandemia, la primera realmente global en la historia, no será la alegre continuidad del que le precedió. Consternado, Henry Kissinger, impune criminal de guerra, protagonista y atento observador de la realidad internacional lo reconoció en una nota publicada en la edición del fin de Semana del Wall Street Journal cuando escribió que “el mundo jamás volverá a ser el mismo luego del coronavirus.”[3] La Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y la reconstrucción keynesiana de la posguerra habían detenido por un tiempo el primado de las ideas liberales que predominaban desde mediados del siglo diecinueve. La bancarrota de la “ortodoxia”, como acostumbraba decir Raúl Prebisch, dio nacimiento a los “veinticinco años gloriosos” de la historia del capitalismo, transitados entre 1948 y 1973, momento en que el ciclo keynesiano comienza a derrumbarse. No obstante la restauración del viejo paradigma de gobernanza macroeconómica, ahora bajo el engañoso nombre de “neoliberal”, fue impotente para hacer retroceder el reloj de la historia hasta las vísperas del crack de la bolsa neoyorquina en octubre de 1929. Por más que se esforzaron los gobiernos de la oleada neoconservadora y neoliberal que azotaron tantos países luego del agotamiento del ciclo keynesiano sus intentos de regresar al “estado mínimo” del pasado y de emancipar a los mercados de cualquier tipo de regulación pública terminaron en un rotundo fracaso. El enorme crecimiento del gasto y el empleo público así como los avances en la regulación de los mercados no pudieron ser revertidos. Hubo sí una excepción porque el capital financiero habiendo resuelto a su favor la pugna con la burguesía industrial y convertido ya en la fracción hegemónica del bloque burgués logró desmarcarse de esa tendencia. Los sucesivos ocupantes de la Casa Blanca arrojaron la borda prácticamente todos los controles que aún quedaban de la época de Franklin D. Roosevelt y, envalentonado, el capital financiero salió a conquistar el mundo. Amparado por una impresionante red de “guaridas fiscales” que gozaban de la protección oficial y alimentan sin cesar al desregulado “sistema bancario en las sombras” (shadow banking system) en poco tiempo se convirtió en el “gobierno invisible” que tenía en su puño a la mayoría de los gobiernos de los capitalismos desarrollados. No obstante, en lo tocante al tamaño y el papel del estado los resultados fueron muy distintos. Fracasaron en su empeño restaurador nada menos que Ronald Reagan, Margaret Thatcher así como los gobiernos de centro derecha o derecha de Alemania y Japón. Los datos que sintetizamos en la siguiente tabla son elocuentes y ahorran miles de palabras.
Gasto total de los gobiernos, 1900, 1929, 1975 y 2011
(países seleccionados, como % del PIB)
País 1900 1929 1975 2011
Alemania 19.3 14.5 51.7 47.0
Reino Unido 11.8 26.5 53.1 48.1
Estados Unidos 2.9 3.6 36.6 43.7
Japón 1.1 2.5 29.6 41.2
Fuente: IMF Data, Fiscal Affairs Departmental Data, Public Finances in Modern History, en Mauro, P., Romeu, R., Binder, A., & Zaman, A. (2015). “A modern history of fiscal prudence and profligacy”. Journal of Monetary Economics, 76, 55-70.
Estas cifras demuestran la magnitud del cambio experimentado por el paradigma de gobernanza macroeconómica del capitalismo después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial y que tiene como una de sus puntales más firmes la vigorosa presencia del estado en la vida económica. Alemania más que triplicó el gasto público entre 1929 y 2011, aún luego del retroceso de casi 5 puntos impuesto por el auge de las ideas neoliberales a partir del derrumbe del ciclo keynesiano. El Reino Unido casi lo duplica entre aquellos mismos años, habiendo llegado a un pico previo al gobierno de Margaret Thatcher de 53.1 %. En Estados Unidos el crecimiento desde 1929 hasta los finales de la Administración Obama fue de doce veces, y en Japón, otro de los milagros económicos de posguerra, el gasto público se multiplicó por dieciséis. Más estado que mercado era necesario para sostener el proceso de democratización y ciudadanización de la posguerra. Salud, seguridad social, educación, vivienda y todos los bienes públicos que debe ofrecer el estado fueron los motores que impulsaron la creciente centralidad del estado en la vida económica y social. Y los recortes experimentados en los años de la hegemonía ideológica del neoliberalismo no alcanzaron a alterar, en lo esencial, el nuevo equilibrio alcanzado en la posguerra.
El desafío del Covid-19
De lo anterior se desprende que la pandemia que nos atribula está destinada a tener un impacto mayor aún a cualquier otro conocido. El sobrio y siempre muy bien informado Premio Nobel de Economía Paul Krugman escribía el 13 de Abril en el New York Times que “las recientes pérdidas de empleos son apocalípticas: casi 17 millones de trabajadores se inscribieron para recibir su seguro por desempleo en las últimas tres semanas.[4] Pero finales de ese mismo mes esa cifra trepaba por encima de 30 millones de personas, o sea una cifra cercana al 18 % de la fuerza laboral de Estados Unidos. Y a mediados de mayo ya eran 36 millones los que se presentaron por ventanilla a reclamar su precario seguro de desempleo, no todos los cuales lo recibían. Los datos oficiales hablan que al día de hoy la tasa de desempleo es del 11.1 %, después de haber llegado a un pico del 14.8 %, el mayor desde la época de la Gran Depresión.[5] Economistas independientes sugieren que la tasa de desempleo hoy rondaría mínimo en torno al 16 %, y tal vez más, aproximándose a la registrada en lo más profundo de la Gran Depresión”.[6] Expresiones anteriores de este economista, y otros, apelan a términos completamente desusados en las últimas décadas: “catástrofe”, “desastre”, “hundimiento” son algunos de los más socorridos, oídos por última vez, pero no con tanta unanimidad y tanto tiempo, en la crisis de octubre de 1987.
La respuesta del empresariado estadounidense (emulada por sus homólogos latinoamericanos) ha sido criminal. Naomi Klein ha informado que McDonald’s le negó la licencia paga por enfermedad a 510.000 empleados; Walmart a 347.000; Burger King a 165.000, Marriot a 139.000 y en la Argentina Techint y otras empresas están también adoptando el mismo criterio.[7] No sorprende por lo tanto comprobar que la credibilidad y el respeto por la economía capitalista se han resentido fuertemente en la medida en que en Estados Unidos y en casi todos los países europeos grandes sectores de la sociedad civil han caído en la cuenta que haber hecho de la atención médica y la producción de medicamentos un negocio puede ahora costarle la vida a centenares de miles de personas, si no millones. Por eso Noam Chomsky ha dicho, en una de sus más recientes intervenciones, que el fracaso del libre mercado como ideología ha sido “monumental”, y que la población, aún la menos politizada, ha tomado nota de eso. Seguir leyendo EL MUNDO DESPUÉS DE LA PANDEMIA: CONJETURAS SOBRE EL FUTURO DEL CAPITALISMO Y EL “PROTOSOCIALISMO”. ATILIO A. BORÓN→
Los ataques a través de las redes sociales de la contrarrevolución de Miami contra el canciller Bruno Rodríguez, con motivo de su denuncia por el ametrallamiento de la sede diplomática cubana en Washington, buscan crear un clima propicio para una nueva oleada terrorista contra representaciones de la Isla en el exterior.
De esa forma, además, persiguen desviar la atención al pedido de Cuba a la Casa Blanca de que aclare su vinculación con la acción terrorista de Alexander Alazo.
Ningún otro gobierno que no sea Estados Unidos ha imputado las razones de la Isla al reclamar una explicación a Washington y, por el contrario, congresistas y senadores estadounidenses, políticos, líderes sociales y organizaciones de diversos tipos en el mundo se han solidarizado con La Habana.
Mientras, la actual administración estadounidense mantiene un silencio cómplice y permite a sus lacayos que realicen el trabajo sucio en las redes sociales, empleando la peor jerga delincuencial, triste papel en el que destaca un grupo de artistas veteranos fracasados de acciones subversivas y que ahora, disciplinadamente, revelan sin ambages su filiación y apoyo al terrorismo.
El producto supuestamente audiovisual dirigido contra el canciller cubano, ofende la sensibilidad de personas con decoro y es suficiente para dar fe de la orfandad de ideas y del falso liderazgo intelectual que alguna vez trataron de construirles los medios y las agencias propagandísticas estadounidenses a sus protagonistas. Ante este tipo de engendros supuestamente artísticos, no se puede pasar por alto su incitación a la violencia y la asiduidad con que recurren a formulaciones fascistoides, como bien señalara el intelectual argentino Atilio Borón a propósito de este repugnante bodrio en uno de sus tweets.
Según una investigación realizada por la agencia de prensa AP en 2014, algunos de los que tratan hoy de imponer sus intimidaciones en las redes sociales contra Cuba están vinculados a la administración norteamericana y a sus órganos de subversión, como la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), conocida fachada de la CIA.
La revelación de la AP indica que, entre 2008 y 2012, la USAID llevó adelante, a través de subcontratas y de promotores musicales de Serbia, servicios de reclutamiento, entre otros, de Aldo Alberto Rodríguez, el Aldeano, y costearon un viaje del dúo al que pertenecía a ese país europeo, donde actuaron y recibieron instrucciones para su activismo político contra el gobierno cubano.
Los implicados negaron con mucha vehemencia estas imputaciones, pero la propia USAID se encargó de dejarlos en evidencia cuando el portavoz de la agencia, Matt Herrick, entrevistado por el diario español El País, declaró: “Las afirmaciones de que nuestro trabajo es secreto o encubierto son sencillamente falsas, el motivo de la eventual opacidad en este caso es que cuando la agencia trabaja en espacios cerrados como Cuba, tiene que equilibrar el compromiso de la agencia con la transparencia con el imperativo de proteger la seguridad de nuestros socios y beneficiarios”. Ello requiere, aseveró cínicamente, “actuar con un nivel de discreción apropiada”
En la intervención del canciller cubano el pasado 12 de mayo, quedó plenamente demostrado que el tirador con un AK 47 “barrió” la fachada de la sede con 32 proyectiles en busca de una víctima, y se demostró con fotos, obtenidas de redes sociales y no de ninguna investigación de inteligencia, que Alazo estaba relacionado con los organizadores de las profanaciones a los bustos de José Martí ocurridas en La Habana a finales del pasado año.
Los autores directos del ultraje a la memoria del Apóstol de la Independencia de Cuba, resultaron vulgares delincuentes pagados por Miami, quienes, al ser detenidos, no pudieron ni siquiera balbucear la más mínima justificación para ser considerados integrantes de la supuesta “resistencia clandestina” a la Revolución construida por las fake news del momento.
Pero esa ausencia de justificaciones la suplantaron asalariados sitios webs anticubanos, los que, con la misión expresa de enmendarles la plana a los delincuentes, arguyeron que los detenidos al manchar los bustos con sangre animal, realizaban un acto simbólico contra la supuesta intención del Estado cubano de monopolizar a Martí con fines políticos.
Desde luego, ese mismo discurso, tan avieso como pueril, es el que desde hace algún tiempo viene siendo utilizado por los contrarrevolucionarios internos para justificar que se mancille sistemáticamente la bandera cubana aduciendo que se realiza como acto artístico conceptual en protesta por lo que llaman manipulación de los símbolos patrios por parte de la Revolución.
Al parecer, en el negocio de la oposición de dentro y fuera, el dinero y sus destinos, aunque estén bien diferenciados en lo que concierne a las cantidades, hoy va desde los delincuentes que se inician como presuntos activistas políticos hasta los desgastados seudo artistas, quienes, enlodados como están, tienen que sumarse a la orden general de apoyar acciones terroristas, sean cuales sean, sin distingos ni melindres cualitativos. Con un tramposo como Donald Trump en la Casa Blanca y un mentiroso como Mike Pompeo al frente del Departamento de Estado, ambos confesos, las oportunidades de robarle al contribuyente norteamericano son únicas y probablemente irrepetibles a tal grado de escarnio. El lupanar cubano de Miami está de plácemes, y en su afán de hacer dinero fácilmente, es capaz de todo, incluso de suicidarse.
Es de esperar que se incremente el rechazo a este tipo de acciones por parte de los hombres y mujeres honestos de la comunidad cubana en Estados Unidos y, en general, de la propia sociedad norteamericana. Una sociedad atribulada por el descontrol de una pandemia que ese mismo gobierno que incita al terrorismo y opta por el silencio cómplice ante sus peligrosos actos, ha dejado crecer irresponsablemente para consternación del mundo y de su propio pueblo.
*Jorge Wejebe Cobo es periodista y editor cubano. Colabora habitualmente con Granma, CubaSí, El ciervo herido y otros medios digitales. Edita el blog Cuba es surtidor.
Su amor por la independencia de la Isla la hizo vincularse desde temprano con la causa revolucionaria. Estuvo aquel ajetreado 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba. Haydée Santamaría y su hermano Abel tomaban el hospital Saturnino Lora.
Era joven, como aquellos revolucionarios que luchaban por la libertad de Cuba. Había nacido en el municipio de Encrucijada, en la central provincia cubana de Villa Clara, el 30 de diciembre de 1922, hace 97 años. Y desde su temprana juventud, Haydée SantamaríaCuadrado estuvo del lado de los que arriesgan la vida para el bienestar de un país.
Fue editora de los periódicos clandestinos “Son los mismos” y “El Acusador”, junto a su hermano Abel Santamaría y otros revolucionarios, al tiempo que se mantenía vinculada a otras labores contra la dictadura, tras el golpe de Estado de 1952.
«[…] Todas las veces que veo a Fidel, que hablo con él, que lo escucho en la televisión pienso en los demás muchachos, en todos […] Pienso en la Revolución que es la misma que nos llevó al Moncada.»
Tomado del libro de Haydée Santamaría. #Cuba🇨🇺https://t.co/9frBs7kc7s
Su amor por la independencia de la Isla la hizo vincularse desde temprano con la causa revolucionaria. Estuvo aquel ajetreado 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba. Fidel Castro y un grupo de combatientes asaltaban el Cuartel Moncada. Haydée Santamaría y su hermano Abel tomaban el hospital Saturnino Lora, muy cercano a la institución militar en manos de la dictadura de Fulgencio Batista.
El objetivo era apoyar el asalto, pero el fracaso de la acción posibilitó que fuera hecha prisionera y, pese a que le dijeron que Abel y su novio Boris Luis Santa Coloma habían sido asesinados, jamás delató a sus compañeros.
Al referirse a la respuesta de Haydée, en su alegato de autodefensa, Fidel Castro expresaría: “Nunca fue puesto en un lugar tan alto de heroísmo y dignidad el nombre de la mujer cubana”. Ella se sobrepuso al dolor. Los esbirros de la tiranía le enseñaron los ojos de su hermano y los genitales de su novio. Y Haydée nunca habló. La vida se le hacía pedazos, pero la causa revolucionaria le daba luz.
Heroína del Moncada, la Sierra y la lucha clandestina, Haydée Santamaría era ya una leyenda viva cuando se le encomendó crear, a raíz del triunfo revolucionario en 1959, la Casa de las Américas
Además de cubanos, Haydée mantuvo relaciones estrechas con muchísimos intelectuales latinoamericanos.Foto:Fernando Lezcano
Heroína del Moncada, la Sierra y la lucha clandestina, Haydée Santamaría era ya una leyenda viva cuando se le encomendó crear, a raíz del triunfo revolucionario en 1959, la Casa de las Américas. Y lo hizo con la misma capacidad y la misma pasión con que hizo todo.
Llevó a la nueva tarea su valor, su carisma, su excepcional inteligencia, su intuición, su bondad, su don para dirigir, su lealtad a Fidel. Martiana de raíz, se volcó en lo que el Maestro había llamado «Nuestra América». Atrajo a grandes figuras del área, como el argentino Ezequiel Martínez Estrada, el guatemalteco Manuel Galich, quien fundó la dirección de Teatro, el uruguayo Mario Benedetti, quien hizo nacer el Centro de Investigaciones Literarias, los cubanos Mariano Rodríguez y Harold Gramatges, fundadores, respectivamente, de las direcciones de Artes Plásticas y Música. (Sobrevivimos en la Casa, del Consejo de Dirección del tiempo de Haydée, las compañeras Marcia Leiseca, Silvia Gil y Chiki Salsamendi y quien esto escribe).
Además de cubanos, Haydée mantuvo relaciones estrechas con muchísimos intelectuales latinoamericanos, como los argentinos Arnaldo Orfila, Julio Cortázar, David Viñas y Haroldo Conti, los uruguayos Idea Vilariño, Ángel Rama y Eduardo Galeano, los colombianos Gabriel García Márquez y Alejandro Obregón, los dominicanos Camila Henríquez Ureña y Juan Bosch, el venezolano Aquiles Nazoa, el mexicano Efraín Huerta, el peruano José María Arguedas, los salvadoreños Claribel Alegría y Roque Dalton, los chilenos Roberto Matta y Víctor Jara, el brasileño Thiago de Mello, el nicaragüense Ernesto Cardenal, el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, el puertorriqueño Manolín Maldonado Denis, para solo mencionar a algunos. He contado en otras ocasiones lo aleccionador que era, por ejemplo, ver a un escritor como Cortázar o a un pintor como Matta escuchar a Haydée con inmensa admiración, reconociendo la sabiduría de aquella mujer autodidacta y genial.
Se sabe lo decisiva que fue la defensa que Haydée hiciera de jóvenes músicos cubanos como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola. En ocasión memorable, Silvio dijo que el útero de la Nueva Trova había sido la Casa de las Américas: se refería, en verdad, a Haydée. Igual sentido de justicia la llevó a ella a intensificar su presencia en la Casa durante lo que Ambrosio Fornet llamó «el Quinquenio Gris».
Con la conducción de Haydée la Casa, a semejanza de lo que hizo el Icaic dirigido por Alfredo Guevara, logró que Cuba conservara vínculos con los demás países de nuestra América cuando los gobiernos de estos, salvo la honrosa excepción de México, rompieron relaciones diplomáticas con Cuba cumpliendo órdenes imperiales. La conducta inquebrantablemente revolucionaria de Haydée la llevó a presidir, a mediados de 1967, la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Al inaugurarse dicha conferencia, un telón de fondo ostentaba el rostro de Simón Bolívar; y al clausurarse, el rostro era el del Che, quien peleaba entonces en Bolivia. Su asesinato, meses más tarde, hizo que Haydée le escribiera una conmovedora carta, publicada al frente de la entrega que dedicó al héroe la revista que es órgano de la Casa.
La Casa de las Américas sigue y seguirá siendo la Casa de Haydée. Los que tuvimos el privilegio de trabajar junto a ella, y los nuevos que nos acompañan, sabemos todos que la Casa es su hechura, y que están vivas sus claras orientaciones.
Muchos de los misioneros procapitalistas cultivan la “nostalgia” por una espléndida Cuba prerrevolucionaria que nunca existió. Se han especializado en la Habana de los 50, ciudad de hoteles fastuosos, cubierta de luces, con cabarets, música, casinos, con una vida nocturna digna de las grandes capitales del mundo, con un turismo VIP proveniente de Hollywood. Es la Habana rebosante de eso que llaman “glamour”, es decir, de seducción, de encanto irresistible.
Graziella Pogolotti se refirió en su columna semanal de Juventud Rebelde a “La Habana combatiente” y recordó a aquellos jóvenes, muy jóvenes (la mayoría no había cumplido 20 años), que fueron salvajemente torturados y asesinados por los cuerpos represivos de Batista, precisamente en “los dorados 50”. Esos crímenes, nos dice Graziella, formaban parte del rostro oculto de la Habana, desconocido por los turistas que venían los fines de semana a clubes y casinos.
Los “nostálgicos”, por supuesto, no recuerdan la ciudad ensangrentada por la tiranía. Tampoco recuerdan la masa de indigentes, mendigos, niños hambrientos, sin escuelas ni hogar. Ni los prostíbulos. Ni la droga. Ni la presencia de la Mafia.
Esos “padrinos”, por cierto, se aliaron con el dictador y sus acólitos y con poderosos empresarios yanquis para convertir la Habana en lo que sería después las Vegas. En esta ciudad no iba a quedar en pie nada de valor patrimonial, nada de lo que ha restaurado amorosamente Eusebio; porque iban a convertirla sin remedio en una Disneylandia de ruletas, póker, bacará (tan frecuente en la saga de James Bond), blackjack, máquinas “tragamonedas”, letreros de neón, prostitutas, prostitutos y todo lo que pueda desear un pervertido con dinero.
Por eso dije en un tuit (y lo repito ahora) que a la Habana la salvó la Revolución. Por muchos viejos edificios que haya que reconstruir, hoy tenemos una ciudad “a escala humana”, como decía Lezama, que no ha sufrido la agresión del boom inmobiliario propiciado por el lavado de dinero y no dirigido a solucionar los problemas de la gente. El hecho es que los mafiosos tuvieron que mudarse con sus proyectos a las Vegas. El auge de las Vegas, de la llamada “ciudad del pecado”, se debe al triunfo de 1959. Esto no es en lo absoluto una idea mía. Varios investigadores (en especial Enrique Cirules) han demostrado hasta la saciedad el destino funesto que se estaba tejiendo para nuestra capital.
La manipulación de la historia de Cuba por los misioneros procapitalistas va más allá. Algunos han pretendido “lavar” la imagen de una criatura tan abominable como Batista. Cada una de esas maniobras requiere ser desmontada con argumentos, con pruebas, con razones. Dejémosle a ellos el insulto. No tienen nada más.
A continuación reproducimos la conferencia impartida por Ángeles Diez, Cuba, 60 años de Revolución, el pasado día 22 de enero de 2019. Recomendamos su lectura que bien merece un análisis y pensamiento sosegado, en la que se trata no solo la historia de la Revolución, sus valores y pilares, sino también su influencia en el mundo repasando conceptos como internacionalismo, imperialismo o capitalismo de una forma sencilla y muy analítica.
Este año se cumple el 60 aniversario de la Revolución Cubana y a lo largo del año se van a realizar distintos actos conmemorativos. En muchos de ellos se hablará de lo que fue la revolución, se hablará de las condiciones de vida en Cuba de la época (de la pobreza, del analfabetismo, del burdel para los americanos, de la mafia, de la Dictadura de Batista…), se hablará de los jóvenes que lideraron la revolución (Fidel, el Che, Camilo…) del movimiento de masas que decidió acabar con la dictadura y con su condición de neocolonia estadounidense; también se hablará de los logros de la Revolución cubana, de cómo Cuba se transformó por dentro y por fuera, de cómo esa pequeña isla se hizo grande, gigante, y se convirtió en una potencia moral y en un referente de liberación nacional.
Seguramente, también hablaremos de la resistencia heroica del pueblo cubano ante la guerra constante y sistemática de la potencia imperial estadounidense. Hablaremos de los héroes cubanos, de las mujeres y hombres que han dado su vida por un proyecto de nación trascendente; y de la influencia de este país en todo el mundo; y especialmente en el momento actual en los procesos revolucionarios latinoamericanos que resisten al imperialismo, como en el caso de Venezuela.
Pero en todos estos homenajes habrá referencias circunstanciales, casi en forma de consigna necesaria pero desgastada, incluso vacía, al carácter socialista de la revolución cubana.
Sin embargo, desde mi punto de vista, todos los demás aspectos: El antiimperialismo, el humanismo, la justicia social, la democracia popular…, todos y cada uno de los logros de la Revolución cubana pivotan alrededor del socialismo como constelaciones que toman su energía y sus contenidos de esa estrella madre.
El socialismo es el motor de todas y cada una de las armas de que disponemos para luchar contra el capitalismo. El antiimperialismo, el humanismo, la justicia, la democracia, cuando nacen de un proceso revolucionario se llenan de contenidos propios que no son sólo anticapitalistas sino que aportan a la construcción de un proyecto propio.
La Revolución cubana fue al mismo tiempo una revolución por la soberanía y por el socialismo. En palabras del querido filósofo cubano Fernando Martínez Heredia, fue una revolución “anticapitalista de liberación nacional”. No fue una copia de las revoluciones anteriores aunque sin duda influyeron en ella, especialmente la revolución rusa. Cuba tomó un camino propio. Pero el socialismo fue una necesidad sin la que no se hubiera podido dar esa liberación nacional. Algo que los estadounidenses nunca han llegado a entender: que el socialismo y la revolución cubana forman una unidad indisoluble.
Discurso del Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, General de Ejército Raúl Castro Ruz, en el Acto Central con motivo del 60 aniversario del triunfo de la Revolución Cubana, celebrado en Santiago de Cuba el 1ro. de enero de 2019, Año 61 de la Revolución
Santiagueras y santiagueros;
Compatriotas de toda Cuba:
Nos reunimos hoy para celebrar el aniversario 60 del triunfo revolucionario del Primero de Enero, y lo hacemos nuevamente en Santiago de Cuba, cuna de la Revolución, aquí en el cementerio de Santa Ifigenia, donde se veneran los restos inmortales de muchos de los mejores hijos de la nación, muy cerca de las tumbas del Héroe Nacional, del Padre y la Madre de la Patria y del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana.
No vengo a aquí a hablar a título personal, lo hago en nombre de los heroicos sacrificios de nuestro pueblo y de los miles de combatientes que ofrendaron su vida a lo largo de más de 150 años de lucha.
Parece increíble que el destino nos haya reservado el privilegio de poder dirigirnos a nuestros compatriotas un día como hoy, al conmemorar seis décadas del triunfo, ocasión en que, bajo el mando de Fidel, por primera vez el pueblo cubano alcanzó el poder político y los mambises sí pudieron entrar victoriosos a Santiago de Cuba, coincidentemente 60 años después de que se instaurara el dominio absoluto del imperialismo norteamericano sobre Cuba.
Hace pocos meses, en La Demajagua, nos reunimos para recordar el aniversario 150 del inicio de las guerras por la independencia de Cuba, el 10 de Octubre de 1868, fecha que marca el comienzo de nuestra Revolución, que sobrevivió momentos de amargura y desunión, como el Pacto del Zanjón, y episodios luminosos como el protagonizado por Antonio Maceo en la Protesta de Baraguá.
La Revolución revivió, en 1895, gracias al genio y la capacidad de Martí para aglutinar a los mejores y más experimentados jefes de la contienda de los 10 años y preparar la «guerra necesaria» contra el colonialismo español.
Cuando el ejército colonial estaba prácticamente derrotado, con escasa moral combativa, asediado por los mambises en casi toda la isla y mermado por las enfermedades tropicales, que, en 1897, por solo citar un ejemplo, provocaron 201 000 bajas entre sus efectivos; la victoria fue usurpada con la intervención norteamericana y la ocupación militar del país, lo que dio paso a un largo período de opresión y gobiernos corruptos y serviles a sus designios hegemónicos.
Ni siquiera en esas difíciles circunstancias se apagó la llama redentora del pueblo cubano, puesta de manifiesto en figuras de la talla de Baliño, Mella, Villena, Guiteras y Jesús Menéndez, entre muchos otros que no se resignaron a vivir en afrenta y oprobio sumidos.
Tampoco la Generación del Centenario, que bajo el liderazgo de Fidel asaltó los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de Julio de 1953, estaba dispuesta a tolerar, a 100 años del natalicio de Martí, los crímenes y abusos de una tiranía sangrienta totalmente subordinada a los intereses de los Estados Unidos.
Sobrevinieron entonces momentos de profundo dolor y tristeza luego del revés y el vil asesinato de muchos de los combatientes revolucionarios participantes en esas acciones, denunciado virilmente por Fidel en su histórico alegato «La historia me absolverá», que se convirtió en el programa de la Revolución. A pocos metros de aquí yacen los restos de los caídos aquel 26 de julio y de otros mártires de la gesta insurreccional, incluidos también los valientes jóvenes santiagueros de la lucha clandestina y los hijos de esta ciudad que cayeron en las gloriosas misiones internacionalistas.
En los duros años de presidio y vejaciones no desfalleció el fervor y el compromiso de reiniciar la lucha, creció el prestigio y la autoridad del líder revolucionario para sumar nuevas fuerzas contra la dictadura.
El exilio en México no conoció el descanso; sirvió para preparar la próxima y decisiva etapa de batallar que nos trajo en el yate Granma a las Coloradas el 2 de diciembre de 1956. La demora en arribar a costas cubanas, debido a la azarosa navegación, no permitió la sincronización prevista con el Alzamiento de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre, organizado por el audaz y valeroso joven dirigente del Movimiento 26 de Julio, Frank País García, quien todavía no había cumplido los 22 años, edad que tenía cuando fue brutalmente asesinado por los esbirros de la tiranía el 30 de julio de 1957.
Tampoco el desastre de Alegría de Pío, que casi aniquiló a los expedicionarios, pudo extinguir el optimismo y la fe de Fidel en la victoria, convicciones que lo llevaron a exclamar el 18 de diciembre cuando nos reencontramos, con apenas siete fusiles: ¡Ahora sí ganamos la guerra!
Desde Santiago de Cuba, como resultado de los infatigables esfuerzos del movimiento clandestino dirigido por Frank País, recibimos en la Sierra Maestra el primer refuerzo de jóvenes combatientes, armas y municiones, que significó un aporte crucial a la capacidad combativa del naciente Ejército Rebelde.
Prosiguieron meses de incesantes combates, primero en la Sierra Maestra y luego la lucha se extendió a otras regiones con la apertura de nuevos frentes y columnas, y con la derrota de la gran ofensiva de las tropas batistianas contra el Primer Frente dirigido por Fidel, que marcó el inicio de la contraofensiva estratégica y el viraje radical de la guerra que condujo a la derrota del régimen y la toma del poder revolucionario.
Ya el 8 de enero de 1959, a su llegada a La Habana, el Jefe de la Revolución expresaba, (cito): «La tiranía ha sido derrocada, la alegría es inmensa y sin embargo queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil, quizás en lo adelante todo sea más difícil». (Fin de la cita).
Las premonitorias palabras de Fidel no tardaron en hacerse realidad. Se iniciaba una etapa de luchas que estremeció los cimientos de la sociedad cubana. El 17 de mayo, a escasos cuatro meses y medio del triunfo, en la Comandancia de la Plata, en el corazón de la Sierra Maestra, se promulgó la primera Ley de Reforma Agraria en cumplimiento del Programa del Moncada, hecho que afectó a los poderosos intereses económicos de los monopolios norteamericanos y la burguesía criolla, que redoblaron las conspiraciones contra el proceso revolucionario.
La naciente Revolución se vio sometida a todo tipo de agresiones y amenazas, como el accionar de bandas armadas y financiadas por el Gobierno norteamericano, los planes de atentado contra Fidel y otros dirigentes, el asesinato de jóvenes alfabetizadores, muchos de ellos todavía adolescentes; el sabotaje y el terrorismo en todo el país con el terrible saldo de 3 478 muertos y 2 099 incapacitados; el bloqueo económico, comercial y financiero y otras acciones políticas y diplomáticas con el fin de aislarnos; las campañas de mentiras para denigrar a la Revolución y a sus líderes; la invasión mercenaria por Playa Girón en abril de 1961; la Crisis de Octubre en 1962 cuando en Estados Unidos se preparaba la invasión militar a Cuba y una interminable lista de hechos hostiles contra nuestra patria.
Cuba celebra el 60 aniversario del triunfo de la Revolución justo en la culminación de un proceso de democracia participativa, muy probablemente sin igual en el mundo. El debate popular por cerca de 9 millones de cubanos, desde el 13 de agosto hasta noviembre, del texto de la nueva Constitución cubana en 133 mil asambleas de base, dio como resultado la inclusión de más del 50 por ciento de las propuestas procedentes de esa instancia, generadoras de aproximadamente 760 cambios, que implicaron la modificación de cerca del 60 por ciento de los artículos. Entre quienes formularon propuestas se encuentran numerosos de los más de 700 mil ciudadanos cubanos residentes en el exterior. El proyecto que dio pie a ese gran proceso, elaborado por una representativa comisión de diputados y expertos, presidida por el gener al de ejército Raúl Castro, fue aprobado por la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) el 22 de julio después de un intenso debate donde experimentó importantes modificaciones. En días pasados, de nuevo en la ANPP se produjo la discusión del texto con los cambios emanados de las asambleas de base, cuidadosamente codificadas y consideradas, sin excepción, por la comisión en consulta con expertos constitucionalistas y relevantes académicos de distintas disciplinas. El documento aprobado será sometido a referendo constitucional el próximo 24 de febrero, fecha del reinicio de la guerra organizada por José Martí para culminar la independencia de Cuba del colonialismo español e “impedir a tiempo” que “los Estados Unidos caigan con esa fuerza más” sobre las tierras de América.
Para decirlo con palabras del presidente Miguel Díaz-Canel, la nueva Constitución reafirma el rumbo socialista de la Revolución y nos permite encauzar la labor del Estado, el Gobierno, las organizaciones y todo el pueblo en el perfeccionamiento continuo de la sociedad; refuerza la institucionalidad; establece la prevalencia de la la carta magna en nuestro actuar, una mayor inclusión, justicia e igualdad social y un reforzamiento del empoderamiento del pueblo en el gobierno de la nación.
Discurso pronunciado por Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en la clausura del Segundo Período Ordinario de Sesiones de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 22 de diciembre de 2018, “Año 60 de la Revolución”
Foto: Estudios Revolución
Querido General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido;
Compañeros Machado y Lazo;
Diputadas y diputados;
Compatriotas:
Nuestras primeras palabras en el Día del Educador para felicitar y reconocer a los maestros cubanos, quienes nos dedican, más que sus horas, el sentido de sus vidas.
El 2018 casi termina y volvemos a reunirnos para el tradicional abrazo y la evaluación de un período crucial en la historia de la Revolución Cubana.
El que hoy despedimos quedará en nuestra memoria nacional como el año en que una nueva generación, de manera gradual y paulatina, en clara expresión de continuidad, comenzó a asumir tareas principales de dirección, con la suerte de mantener la guía de la Generación Histórica, en particular del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba.
Durante los meses transcurridos desde las sesiones de la Asamblea en abril, hemos contado con esa guía ante los más duros e inesperados desafíos y encontrado en su confianza y en la dirección colectiva los recursos fundamentales para llegar hoy aquí a rendirles cuenta, comprometidos con la solución de los problemas que más preocupan al pueblo, que son los que absorben cada minuto de nuestros días y cada partícula de nuestras energías.
Haciendo un balance de esfuerzos y resultados, debo hablar, en primer lugar, de la profunda satisfacción que nos deja la discusión popular de la nueva Constitución que hoy se aprueba.
Con ese debate, no solo hemos enriquecido nuestra cultura política, el sentido de pertenencia a una nación y el futuro del país. Nos hemos acercado más a las preocupaciones y demandas de nuestra gente, objetivo fundamental de la Revolución del que siempre han intentado distraernos los adversarios, empeñados en fracturar y dividir a la sociedad cubana, conscientes de que la unidad es su más cara fortaleza.
Me gustaría decir que ha sido un año de impulso al gobierno electrónico y por una mayor eficiencia en la gestión económica, pero se trata solo del primer escalón en una tarea de demandas infinitas que hacia el 2019 deberán comenzar a dar sus primeros frutos.
Y es preciso decir que también tuvimos pruebas realmente duras, como las inundaciones que asolaron las provincias centrales y la caída de un avión que dejó un doloroso saldo de 112 muertes y una sola sobreviviente, quien en días recientes ha enviado un hermoso mensaje de agradecimiento a sus compatriotas y en especial al equipo médico que la mantuvo con vida.
Cumplida la triste tarea de revivir la peor noticia de este año para Cuba, retomo la más estimulante.
Esta sesión de la Asamblea Nacional concluye con una decisión trascendente para la vida de la nación: la aprobación de la nueva Constitución de la República que en febrero será sometida a Referendo.
Llegamos a ella después de un amplio proceso de consulta popular donde los ciudadanos, residentes dentro o fuera del país, tuvieron la oportunidad de expresar libremente sus consideraciones sobre el contenido del proyecto, el cual comprendía, entre otros aspectos relevantes, los fundamentos políticos y económicos, los derechos y los deberes y la estructura del Estado.
Todas y cada una de las intervenciones fueron debidamente valoradas y originaron cambios en cerca de un 60% de los artículos del Proyecto, lo que permitió enriquecer su contenido.
El análisis popular puso de manifiesto la voluntad de perfeccionar la Constitución, pero fue mucho más allá porque aportó importantes elementos a tener en cuenta en el amplio ejercicio legislativo que debemos emprender para respaldar con las leyes necesarias el cumplimiento de los preceptos constitucionales. Seguir leyendo DÍAZ-CANEL: «VAMOS A SALIR ADELANTE Y VAMOS A SEGUIR VENCIENDO»→
Aquella noche, la primera del bloqueo, había en Cuba unos 482 560 automóviles, 343 300 refrigeradores, 549 700 receptores de radio, 303 500 televisores, 352 900 planchas eléctricas, 286 400 ventiladores, 41 800 lavadoras automáticas, 3 510 000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 barcos mercantes. Todo eso, salvo los relojes de pulso que eran suizos, había sido hecho en los Estados Unidos.
Al parecer, había de pasar un cierto tiempo antes de que la mayoría de los cubanos se dieran cuenta de lo que significaban en su vida aquellos números mortales. Desde el punto de vista de la producción, Cuba se encontró de pronto con que no era un país distinto, sino una península comercial de los Estados Unidos. Además de que la industria del azúcar y el tabaco dependían por completo de los consorcios yanquis, todo lo que se consumía en la Isla era fabricado por los Estados Unidos, ya fuera en su propio territorio o en el territorio mismo de Cuba. La Habana y dos o tres ciudades más del interior daban la impresión de la felicidad de la abundancia, pero en realidad no había nada que no fuera ajeno, desde los cepillos de dientes hasta los hoteles de veinte pisos de vidrio del Malecón.
Cuba importaba de los Estados Unidos casi 30 000 artículos útiles e inútiles pera la vida cotidiana. Inclusive los mejores clientes de aquel mercado de ilusiones eran los mismos turistas que llegaban en el Ferry boat de West Palm Beach y por el Sea Train de Nueva Orleáns, pues también ellos preferían comprar sin impuestos los artículos importados de su propia tierra. Las papayas criollas, que fueron descubiertas en Cuba por Cristóbal Colón desde su primer viaje, se vendían en las tiendas refrigeradas con la etiqueta amarilla de los cultivadores de las Bahamas. Los huevos artificiales que las amas de casa despreciaban por su yema lánguida y su sabor de farmacia tenían impreso en la cáscara el sello de fábrica de los granjeros de Carolina del Norte, pero algunos bodegueros avispados los lavaban con disolvente y los embadurnaban de caca de gallina para venderlos más caros como si fueran criollos.
No había un sector del consumo que no fuera dependiente de los Estados Unidos. Las pocas fábricas de artículos fáciles que habían sido instaladas en Cuba para servirse de la mano de obra barata estaban montadas con maquinaria de segunda mano que ya había pasado de moda en su país de origen. Los técnicos mejor calificados eran norteamericanos, y la mayoría de los escasos técnicos cubanos cedieron a las ofertas luminosas de sus patrones extranjeros y se fueron con ellos para los Estados Unidos. Tampoco había depósitos de repuestos, pues la industria ilusoria de Cuba reposaba sobre la base de que sus repuestos estaban sólo a 90 millas, bastaba con una llamada telefónica para que la pieza más difícil llegara en el próximo avión sin gravámenes ni demoras de aduana.
A pesar de semejante estado de dependencia, los habitantes de las ciudades continuaban gastando sin medida cuando ya el bloqueo era una realidad brutal. Inclusive muchos cubanos que estaban dispuestos a morir por la Revolución, y algunos sin duda que de veras murieron por ella, seguían consumiendo con un alborozo infantil. Más aún: las primeras medidas de la Revolución habían aumentado de inmediato el poder de compra de las clases más pobres, y éstas no tenían entonces otra noción de la felicidad que el placer simple de consumir. Muchos sueños aplazados durante media vida y aun durante vidas enteras se realizaban de pronto. Sólo que las cosas que se agotaban en el mercado no eran repuestas de inmediato, y algunas no serían repuestas en muchos años, de modo que los almacenes deslumbrantes del mes anterior se quedaban sin remedio en los puros huesos.
Cuba fue por aquellos años iniciales el reino de la improvisación y el desorden. A falta de una nueva moral –que aún habrá de tardar mucho tiempo para formarse en la conciencia de la población–el machismo Caribe había encontrado una razón de ser en aquel estado general de emergencia.
El sentimiento nacional estaba tan alborotado con aquel ventarrón incontenible de novedad y autonomía, y al mismo tiempo las amenazas de la reacción herida eran tan verdaderas e inminentes, que mucha gente confundía una cosa con la otra y parecía pensar que hasta la escasez de leche podía resolverse a tiros. La impresión
de pachanga fenomenal que suscitaba la Cuba de aquella época entre los visitantes extranjeros tenía un fundamento verídico en la realidad y en el espíritu de los cubanos, pero era una embriaguez inocente al borde del desastre.
En efecto, yo había regresado a La Habana por segunda vez a principios de 1961, en mi condición de corresponsal errátil de Prensa Latina, y lo primero que me llamó la atención fue que el aspecto visible del país habla cambiado muy poco, pero que en cambio la tensión social empezaba a ser insostenible. Había volado desde Santiago hasta La Habana en una espléndida tarde de marzo, observando por la ventanilla los campos milagrosos de aquella patria sin ríos, las aldeas polvorientas, las ensenadas ocultas, y a todo lo largo del trayecto había percibido señales de guerra. Grandes cruces rojas dentro de círculos blancos habían sido pintadas en los techos de los hospitales para ponerlos a salvo de bombardeos previsibles. También en las escuelas, los templos y los asilos de ancianos se habían puesto señales similares. En los aeropuertos civiles de Santiago y Camagüey había cañones antiaéreos de la Segunda Guerra Mundial disimulados con lonas de camiones de carga y las costas estaban patrulladas por lanchas rápidas que habían sido de recreo y entonces estaban destinadas a impedir desembarcos. Por todas partes se veían estragos de sabotajes recientes: cañaverales calcinados con bombas incendiarias por aviones enviados desde Miami, ruinas de fábricas dinamitadas por la resistencia interna, campamentos militares improvisados en zonas difíciles donde empezaban a operar con armamentos modernos y excelentes recursos logísticos los primeros grupos hostiles a la Revolución. Seguir leyendo GARCÍA MÁRQUEZ: LA PRIMERA NOCHE DEL BLOQUEO→
La teoría de Karl Marx (1818-1883) ingresó a Nuestra América Latina al comenzar el siglo XX, aunque algunos intelectuales, así como inmigrantes europeos, la conocían con anterioridad. Pero la difusión amplia de esa teoría, así como la búsqueda de interpretaciones ajustadas a las realidades de la región a fin de orientar las luchas políticas fue obra de los partidos marxistas, que inicialmente se identificaron bien como Socialistas o bien como Comunistas. Los anarquistas y los anarcosindicalistas convivieron con estos partidos en la misma época, aunque tuvieron más influencia en unos países (México, Argentina) que en otros.
Los partidos marxistas definieron y marcaron el espacio de la izquierda política en la región. Fueron fundamentales en el origen de las organizaciones clasistas de los trabajadores, pero también de campesinos e indígenas, como ocurrió en Ecuador, donde el Partido Comunista (1931) fue el gestor de la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI, 1944) y de la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE, 1944). Además, dieron paso a la superación histórica del viejo bipartidismo (conservadores y liberales). Sus intelectuales, así como la difusión del ideario y la acción política en el ejercicio de la lucha de clases, igualmente generaron una conciencia favorable -y hasta inédita- con los sectores populares y particularmente con los trabajadores.
La Constitución Mexicana de 1917, pionera en inaugurar el constitucionalismo social latinoamericano, no solo fue una consecuencia teórica de la Revolución de 1910, sino del espacio afirmado por la izquierda política. Los códigos del trabajo, que también se irán adoptando en los distintos países con el avance del siglo XX (en Ecuador el Código del Trabajo se expidió en 1938), provenían del ambiente social y cultural creado precisamente por el espacio político de la izquierda, en el que, sin duda, tuvo decisiva influencia la Revolución Rusa (1917). El hecho de que los códigos laborales hayan sido acusados de “comunistas” y resistidos a su debido tiempo por los empresarios, da cuenta del avance logrado por las izquierdas.
Los populismos latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX pueden ser ubicados en el espectro de la izquierda política, aunque no son necesariamente marxistas. Así, la Revolución Juliana (1925-1931) en Ecuador inauguró el intervencionismo estatal en la economía, la institucionalización de la cuestión social en el Estado con las primeras leyes y entidades protectoras del trabajo, la seguridad social, los impuestos directos con el de rentas a la cabeza, y además, un largo proceso de lucha por la superación del régimen oligárquico.
Tampoco es una ubicación tajante y definitiva. En Chile, la dictadura de Carlos Ibáñez (1927-1931), con apoyo de liberales y conservadores, más la ilegalización del Partido Comunista, combinó la participación económica del Estado con cierto enfoque social. Pero el tenentismo en Brasil desde 1922, libró una constante batalla antioligárquica y uno de sus líderes, Luis Carlos Prestes, se reconocía como socialista revolucionario. Esa lucha es un antecedente para la revolución de los treinta y los gobiernos de Getulio Vargas (1930-1945 y luego 1950-1954) impulsaron el Estado Novo, con una modernización económica significativa, reforma social y “populismo”.
En rápido repaso, por la misma época Uruguay estabilizó su democracia y las instituciones progresistas; Costa Rica suprimió sus fuerzas armadas; en Argentina tomó impulso la Unión Cívica Radical (UCR) que llevó al triunfo a Marcelo Torcuato Alvear (1922-1928) e Hipólito Yrigoyen (1928-1930), quienes modernizaron al país, y solo después de la “década infame” (1930-1943) ascendió Juan Domingo Perón (1946-1955) con quien se marcó una política “populista” inédita. En Perú aparecieron el APRA fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Comunista fundado por Carlos Mariátegui; en Bolivia surgió la Federación Obrera del Trabajo antecesora de la COB, y años más tarde se produciría la impactante Revolución Nacional iniciada por la alianza minero-campesina, que posibilitó el largo gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) entre 1952 y 1964. En México, el ascenso de Lázaro Cárdenas (1934-1940) volvió sobre la reforma agraria y nacionalizó el petróleo, dando continuidad a los “populismos” clásicos. Seguir leyendo MARX Y LA IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA. JUAN J. PAZ Y MIÑO-CEPEDA→
El rostro de Panchita conservaba la marca imborrable de la miseria acumulada a través de toda una vida. Trabajaba en la librería de L y 27 que yo frecuentaba semanalmente en busca de novedades. Eficiente, servicial sin servilismo. A pesar de la corriente de simpatía manifiesta entre nosotras, intercambiábamos pocas palabras. Una tarde, sin embargo, le comenté que había hablado de ella con una persona amiga. ¿Fue Charito?, preguntó con amplia sonrisa cómplice.
Así era. En efecto, Charito Guillaume había entregado su existencia toda a la lucha sindical en el frente de las trabajadoras del sindicato de la aguja, —que incluía, entre otras, a las dependencias de los grandes comercios habaneros— contra la discriminación racial prevaleciente en el sector, por mejoras salariales y en defensa del «derecho a la silla», vale decir, de la posibilidad de sentarse cuando no había clientes en el área. Según me relató, militante de base, Panchita había afrontado en la soledad la crianza de su hijo. El suyo no fue, sin embargo, un caso aislado.
Las mujeres cubanas podemos contar con orgullo una historia que nos convierte en precursoras en más de un terreno.
En estos tiempos de debate abierto acerca de nuestro Proyecto de Constitución, corresponde evocar con justicia el perfil de Ana Betancourt, temprana defensora de nuestros derechos en la Asamblea de Guáimaro. Muchas compartieron las duras condiciones de los campamentos mambises. Mariana Grajales se dispuso a ofrendar a sus hijos a la lucha por la conquista de una nación independiente, liberada de la infamante esclavitud y de su secuela racista. A punto de emprender la Guerra necesaria, José Martí anotaba con emoción el gesto de Manana, la esposa de Máximo Gómez. Al ofrecerle alguna ayuda ante el desamparo inminente, la esposa del gran estratega afirmó que nada habría de pedirle a la revolución.
A lo largo de la República neocolonial, la mujer cubana siguió combatiendo por sus derechos, inseparables de la batalla fundamental en favor de la Revolución. Hace poco, Granma retomaba la célebre crónica en que Pablo de la Torriente Brau evocaba la agonía de la muerte de Rafael Trejo, todavía sonriente. «Este muchacho no puede salvarse», comentaban los médicos mientras batallaban por defender aquella vida joven, prometedora, devenida símbolo de lo más valioso del estudiantado revolucionario. Seguir leyendo LA MUJER Y LA REVOLUCIÓN. GRAZIELLA POGOLOTTI→
La ideología revolucionaria, aún cuando sea la vencedora en una Revolución, convive en permanente combate con la ideología contrarrevolucionaria. No llega empaquetada como regalo de cumpleaños: avanza entre obuses y minas enemigas.
En la historia, los cubanos siempre han interpuesto algún recurso de impugnación a las declaraciones derrotistas: ante el Pacto del Zanjón (la firma en 1878 de un pacto de paz sin independencia con España), la Protesta de Baraguá ese mismo año y luego la Guerra de 1895; ante la debacle del llamado campo socialista europeo, el grito de «socialismo o muerte»; una tradición cultural que engendró y sostuvo a la Revolución antes y después de su triunfo en 1959.
Es una combinación de fe en la victoria –irreconciliable con la idea de la derrota– y de no aceptación de compromisos desmovilizadores, que nos hagan desistir del ideal soñado. «Convertir el revés en victoria», es la frase que Fidel enarboló ante el fracaso de la llamada Zafra de los Diez Millones en 1970, y que puede tomarse como símbolo del espíritu de la Revolución Cubana.
La guerra de las conciencias, la que transcurre en los medios, intenta pautar esa fe y achicar la noción de lo posible. En la década de los noventa, declaró el fin de la historia, es decir, la imposibilidad de superar el capitalismo. Sin embargo, a partir de 1998 fue evidente que la historia se movía y mucho, al menos en América Latina y el Caribe. Veinte años después se habla del fin del ciclo de las izquierdas. Pero los hechos demuestran lo contrario: los pueblos de la región no han renunciado a sus sueños de paz y justicia social, la ofensiva imperialista no se apoya en la reconquista del electorado, sino en actos criminales, golpes de estado, enjuiciamiento de líderes de izquierda que tendrían las mayores posibilidades de victoria en las urnas, asesinato de líderes políticos y sociales.
La ofensiva imperialista intenta arrasar con cada gobierno o líder rebelde, se apropia con cinismo del discurso tradicional de la izquierda y deshuesa sus contenidos, para mellar su alcance. A pesar de ello, casi la mitad del electorado colombiano votó por un candidato de izquierda, y en México no fue posible arrebatarle el triunfo, como otras veces, a López Obrador.
Sin embargo, los triunfos electorales de la izquierda descolonizadora y no sistémica –son no sistémicos todos aquellos gobiernos que rompen un eslabón de la cadena de control imperialista, por pequeño que sea– expresan una «rotura del sistema», porque este es infranqueable, no está hecho para que esa izquierda venza.
Ello no minimiza la conquista, ni escamotea el trabajo en las bases, pero ubica en su contexto el resultado. Una vez conseguida la victoria, la izquierda no puede olvidar que no solo hay que entregar tierras y casas, que no basta con legislar a favor del pueblo; el impulso concientizador de la victoria debe conducir a un cambio de paradigma de vida, debe convertir a las masas en colectividades de individuos, en protagonistas, para iniciar la construcción permanente de una cultura diferente a la capitalista. Seguir leyendo POR UNA CULTURA DE VIDA DIFERENTE. ENRIQUE UBIETA GÓMEZ→
Fidel y el Che en el presidio en México. Foto: Archivo
De la amistad y la admiración que Ernesto Che Guevara le profesaba a Fidel hablan de forma elocuente varios de los documentos dejados por el Guerrillero Heroico. Cartas, frases y artículos denotan cuán profundo caló el Comandante en Jefe en aquel argentino, que con solo un encuentro se sintió identificado con el revolucionario cubano y sus ideas.
Sobre el surgimiento de esa amistad el Che diría en una ocasión: “Lo conocí en una de esas frías noches de México […] a las pocas horas de la misma noche de la madrugada era yo uno de los futuros expedicionarios […]”.
Y no es casual entonces que en su carta de despedida, vuelva sobre ese recuerdo, pues marcó el inicio de una etapa vital en la lucha por la libertad de Cuba, de América; y también en la profundización y radicalización del pensamiento de ambos hombres.
Los días de preparación de la expedición del Granma, le permitieron al joven médico aquilatar las cualidades morales del líder cubano. Cuando la persecución a los revolucionarios de la Isla los alcanzó en tierras mexicanas y llevó a muchos a la prisión, la actitud de Fidel conmovió a todos.
En los días de la Sierra Maestra. Foto: Archivo
“[…] Hubo quienes estuvieron en prisión 57 días […] con la amenaza perenne de la extradición […] pero en ningún momento perdimos nuestra confianza personal en Fidel Castro. Y es que Fidel tuvo algunos gestos que, casi podríamos decir, comprometía su actitud revolucionaria en pro de la amistad. Recuerdo que le expuse específicamente mi caso: un extranjero, ilegal en México, con toda una serie de cargos encima. Le dije que no debía de manera alguna, pararse por mí la Revolución, y que podía dejarme; que yo comprendía la situación y trataría de ir a pelear desde donde me lo mandaran y que el único esfuerzo debía hacerse para que me enviaran a un país cercano y no a la Argentina. También recuerdo la respuesta tajante de Fidel: “Yo no te abandono” […] Esas actitudes personales de Fidel con la gente que aprecia son la clave del fanatismo que crea a su alrededor […]”.
Fidel impresionó al Che como “un hombre extraordinario”, de esos que sin importar cuán imposibles son las cosas, las encara y las resuelve. Esa capacidad, su inteligencia y el humanismo que emanan de su persona, fueron las que hicieron que reconociera en él a un líder indiscutible.
“[…] Fidel es un hombre de tan enorme personalidad que en cualquier movimiento donde participe, debe llevar la conducción”, escribió en uno de sus artículos, donde también lo denomina como una “fuerza telúrica” y valora que “(…) El futuro colocará en su lugar exacto los méritos de nuestro primer ministro”.
Porque para el Che, “[…] si nosotros estamos hoy aquí y la Revolución Cubana está aquí, es sencillamente porque Fidel entró primero en el Moncada, porque bajó primero del Granma, porque estuvo primero en la Sierra, porque fue a Playa Girón en un tanque, porque cuando había una inundación fue allá y hubo hasta pelea porque no lo dejaban entrar […], porque tiene como nadie en Cuba, la cualidad de tener todas las autoridades morales posibles para pedir cualquier sacrificio en nombre de la Revolución”.
Antes de partir de Cuba en 1965. Foto: Archivo
En el Granma, los combates de la Sierra y la invasión; en los amenazantes días de Girón y la Crisis de Octubre; en la necesaria lucha por la sobrevivencia económica, por sacar adelante el país, el Che estuvo al lado de los cubanos, su sangre y su sudor construyeron también la Revolución y edificaron un nuevo país que hizo suyo y al cual amó entrañablemente.
También en esa cercanía, en ese amor, estuvo la mano de Fidel, el primero que lo hizo sentir cuán justa era la causa de la gente noble de esta tierra. De ello testimonia la carta de despedida que le dejara al Comandante en Jefe antes de ofrecer en otras partes del mundo, el concurso de sus modestos esfuerzos.
“Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos”.
Eran los años más duros del período especial. Con la pérdida de los mercados tradicionales, agudizadas las medidas de un bloqueo implacable, el país parecía condenado a precipitarse en el abismo. Escasearon los alimentos, carecíamos de los productos básicos para el aseo cotidiano. Ante la precariedad del transporte público, aparecieron las pesadas bicicletas chinas, garantía del cumplimiento de sus obligaciones por parte de trabajadores y estudiantes.
Interminables apagones acompañaban noches de insomnio. Para recaudar las divisas indispensables hubo que tomar decisiones dolorosas que laceraban principios de equidad. Ante tantas dificultades y un porvenir incierto, algunos flaquearon. Pero se impuso el espíritu de resistencia. A la hora establecida, yo sabía que mis alumnos me aguardaban en el aula. Las escuelas y los hospitales siguieron funcionando, aunque la industria cultural se encontró al borde de la quiebra.
Implicado en la solución de un cúmulo de tareas concretas mientras cargaba sobre sus hombros de atleta la inmensa responsabilidad moral e intelectual del estadista y el estratega, Fidel encontró tiempo para multiplicar sus encuentros con los escritores y artistas. En un comienzo, fueron intercambios sobre temas de trabajo. El país comenzaba a abrirse al turismo. Bien diseñada, la contribución de los creadores a la ambientación de los hoteles ahorraba gastos de importación, mostraba la singularidad y riqueza de nuestra cultura, preservaba la permanencia en la Isla del patrimonio nacional y constituía muestra palpable del desarrollo de diversidad de tendencias.
Fue el punto de partida de un diálogo que desbordaría en alcance y profundidad cualquier agenda previsible. Los efectos de las dificultades económicas repercutían en el delicadísimo entramado de la sociedad. En tan difíciles circunstancias, emergieron del fondo oscuro de la memoria remota valores que parecían periclitados. Aparecieron el buscavidas, el pícaro, el traficante, el maceta. Para un sector de la juventud se redujeron las perspectivas de estudio y trabajo. Más que nunca, había que pegar el oído a la tierra y tocar la realidad con las manos. Tal y como lo revela su extensa entrevista con Ignacio Ramonet, Fidel tuvo siempre lúcida conciencia de la inseparable relación dialéctica entre factores objetivos y subjetivos.
Los congresos y las reuniones del Consejo Nacional de la organización de los escritores y artistas se convirtieron en espacio idóneo para un amplio intercambio de ideas. Dejando a un lado asuntos de orden gremial, se abordaron, de manera irrestricta, problemas subyacentes que laceraban valores esenciales de la sociedad en construcción: las manifestaciones de un racismo larvado que marginaba de los trabajos mejor remunerados según el color de la piel, y las amenazas que pesaban sobre la preservación de valiosos conjuntos urbanos.
Fueron largas sesiones de diálogo, amplio, participativo, a veces involuntariamente ríspido, aunque siempre respetuoso. Nunca como entonces tuve la oportunidad de observar en Fidel la excepcional capacidad de escucha y discernimiento que le permitió advertir los síntomas de los problemas que se anunciaban, señales imperceptibles en el horizonte distante, y en la cercanía más inmediata el casi inaudible sonido de la yerba que estaba empezando a crecer.
Capaz de sostener durante horas una concentración sin parpadeo, registraba el sentido de cada palabra, reconocía los matices de la expresión extraverbal del gesto. Para hurgar en lo más profundo, sometía al interlocutor a un apretado interrogatorio. En el fragor de la batalla de ideas se fueron delineando, a partir del análisis de las circunstancias concretas, soluciones para afrontar las dificultades más acuciantes de la inmediatez y proyectar los fundamentos de una estrategia orientada a preservar las bases de una revolución comprometida con la soberanía nacional, los principios de justicia social y la irrenunciable emancipación humana.
Simbólicamente, un 13 de agosto, en pleno ejercicio de nuestro derecho ciudadano, habremos de involucrarnos en el examen del Proyecto de Constitución de la República, instrumento jurídico supremo de la nación. Lo hacemos cuando estamos conmemorando siglo y medio de lucha por la independencia, fragua de una nación que maduró en el enfrentamiento contra el coloniaje y el neocolonialismo y supo forjar, en medio de la guerra, en el campamento mambí, una tradición constitucionalista.
En ese tránsito secular, hubo altibajos, reveses y victorias. Sin renunciar al uso de la violencia en caso necesario, el neocolonialismo asume ahora los recursos de la seducción de inspiración neoliberal. En medio de tan complejo panorama, el debate en torno a la Constitución no puede tomarse a la ligera. Debemos participar con plena conciencia de la alta responsabilidad que estamos asumiendo. Por su carácter de Ley de leyes perdura en el tiempo y se proyecta también hacia el porvenir.