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AYER Y HOY: RESISTENCIA Y LIBERTAD. EDMUNDO ARAY

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Hay seres —como Edmundo Aray (1936)– que la muerte no podrá arrebatarnos jamás de la memoria. Perviven en nosotros de la manera más sencilla, que suele ser la más honda e indeleble: como una sonrisa o una palabra que se eleva y, apasionada (siempre apasionada en su caso), silencia al más enardecido de los auditorios. Como si toda la razón y la bondad del mundo hablaran en su voz. Como si un duende paseara por la casa y cada una de sus ocurrencias comportara un desafío. Fiel como el más fiel, cercano siempre, tanto que ya Edmundito es cubano.
Así fue, así lo veo y es para mí este hermano escritor y cineasta venezolano, de quien me dijeron hace unos días, así de golpe, que ahora estaba muerto. Como si fuera posible matar lo que él hacía, la vida misma. 
Edmundo y yo solíamos intercambiar textos y mensajes sobre los más diversos temas, incluidos el cine, la poesía y, por supuesto, la salud y la muerte, a quien jamás llegamos a tomar en serio. Compartimos amigos, dolencias, congojas y un planeta de sueños que él insistía en llamar «Esta alegría». 
En un signo de confianza y humildad, Edmundito tenía por costumbre pedir opiniones a algunos de sus amigos sobre los textos que llevaba en proceso de escritura. Fue así que a la altura de febrero y marzo de este año, intercambiamos pareceres acerca de su enjundioso ensayo «Ayer y hoy: resistencia y libertad», el cual probablemente permanezca inédito, al menos en la versión que aquí se ofrece.  Y sobre el Llamamiento que le sirve de colofón, cuya fecha al pie el autor fijara en «febrero del 2021» para burlar el tiempo.
Pero aquel diálogo, como siempre sucede cuando la Muerte asecha y nos acecha, quedó pospuesto por razones mundanas y algún que otro agobio inevitable. Ambos lo vamos a lamentar todo el futuro, entre otros motivos porque estábamos hablando también de poesía. Y Edmundo era un torrente que pensaba en versos, o mejor: el verso torrencial con que pensaba el mundo.
A pesar de que todavía me debe la versión definitiva de su ensayo, aquí les va la que recibí de él la penúltima vez, porque la última, como ya dije, no me ha llegado aún. Quien sabe si –venezolano al fin–, toda esta angustia sea obra de la impuntualidad. También les dejo su mensaje de entonces.
A ver si vuelves, poeta; hoy hay reunión en la Fundación y en la Escuela la mesa está servida. No estaré yo pero estarán los otros.

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Querido Hermano:
Te imagino en plena defensa, claro, ante la arremetida del tunante de Washington y su pandilla. En la misma estamos nosotros, como has observado, con el alma en vilo.
Te anexo el texto que revisara en estos días, diagramado de otra manera para enfatizar aún más, y con algunos ajustes.
Un fuerte abrazo.
Edmundo.

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EDMUNDO ARAY

EDMUNDITO 1Vivimos tiempos nuevos, dijimos al despuntar el siglo XXI. (Siempre vivimos tiempos nuevos). Hay cambios en América Latina. Cambios serios, perturbadores del camino emprendido en busca de un futuro digno para nuestros pueblos. El ejercicio socialdemócrata progresista ha sido gravemente golpeado por los triunfos de la derecha reaccionaria en Paraguay, Ecuador, Argentina, Colombia, Brasil. Ni qué decir de las acciones de contenido fascista del grupo de Lima y de los gobernantes pantalleros de la Unión Europea sometidos a la orientación de Washington. La derecha reaccionaria no ceja en sus esfuerzos anti-nacionales por abortar, estimulada por el Imperio, el proceso democrático, ampliamente participativo de Venezuela y las notables y ejemplares conquistas de las clases populares a lo largo del proceso revolucionario iniciado por Hugo Chávez, así como a las contribuciones a la unidad latinoamericana a través del Alba, Celac,  Unasur, Caricom, Petrocaribe.

¿Y el cine? ¿Y los cineastas? ¿Mantenemos los cimientos hacedores de estos años? ¿Somos meros observadores de los acontecimientos? ¿Enajenamos el oficio creador por el oficio de vivir? ¿Somos ciudadanos al margen de las coyunturas de la sociedad? ¿El cine documental testimonia de manera consecuente cuanto acontece en nuestros días de asedio imperial y desafueros fascistas? ¿Acaso los cineastas latinoamericanos no han sido dentro del movimiento cultural del continente y del Caribe, abanderados del proyecto bolivariano-martiano: la Patria es América.

Son interrogantes que permanentemente nos formulamos en el seno de nuestras agrupaciones, en los más diversos encuentros, en la confrontación de las películas con el público, en las aulas de formación, incluyendo las debidas revisiones curriculares, en los foros organizativos, en los organismos de fomento cinematográfico erigidos por los propios cineastas.  Al día de ayer el balance es positivo, no solo por el desarrollo de la producción, sino también por la calidad, la cual se expresa en el abordaje de nuevos temas, en el fortalecimiento argumental y dramatúrgico y en las ambiciosas propuestas estéticas. También es cierto que el espectro pudiera oscurecerse si el fervor popular es avasallado por las ambiciones del capital transnacional, dígase el neo imperialismo rapaz.

Necesario es irrumpir de nuevo, invocar la unidad de acción de los cineastas, defender sus atributos y valores, mantener su inquebrantable fidelidad a la irrevocable aventura del espíritu. Cuando la imagen es combustión ilumina las esencias más profundas de la libertad creadora. Nunca pongamos a media asta la bandera de la imaginación.

Recordemos las exigencias de Glauber Rocha: Para el cineasta su estética es una ética, es una política. ¿Cómo puede –se preguntó– forjar una organización del caos en que vive el mundo capitalista, negando la dialéctica y sistematizando su proceso creador con los mismos elementos formativos de los lugares comunes y mentirosos y entorpecedores? “El cine es un cuerpo vivo, objeto y perspectiva. El cine no es un instrumento, el cine es una ontología”. 

Es de hervores la memoria. ¡Cuántas contiendas en el curso! Se nos fueron unos, nos llevaron a otros con saña mortal, y una y otra vez abrimos y nos cerraron puertas. Pero con enconado fervor se hicieron películas, se discutieron entre compañeros, nos las pusieron entre rejas, pero también florecieron en paredes y pantallas del continente hasta alzarse altivas en los grandes festivales del mundo.

Las relaciones de dependencia y el poder que las mantiene, si bien avasalla, domina y extiende su régimen de agravios, no sepulta los viejos antagonismos, por el contrario, los recrudece, al tiempo que origina nuevas contradicciones No escapa a la lucidez de los cineastas la observación certera de este estadio del desarrollo del capital. Ni tampoco que el neo imperialismo rapaz socave su propio “orden” alimentado por una voracidad que ha conducido a una nueva relación de dependencia: la dependencia financiera, fuente de una crisis sin salida, no sólo porque opone al capital internacional contra los pueblos nacionales, como fuerza opresora, anárquica, incontrolable, sino también porque transparenta sus turbulencias: crisis espiritual, política, ideológica y moral.

La voracidad del capital financiero conduce a una crisis estructural crónica, que afecta directamente a la humanidad toda. Las aberraciones del sector financiero se traducen en una estafa a escala planetaria. Desaparecieron los parámetros. La Casa Blanca es una oscura casa protectora y benefactora de capitalistas delincuentes, de banqueros forajidos. El sistema es un gigantesco basurero. Seguir leyendo AYER Y HOY: RESISTENCIA Y LIBERTAD. EDMUNDO ARAY

TIEMPOS DE FUNDACIÓN. GRAZIELLA POGOLOTTI

GRAZIELLA 1Con un inmenso respaldo popular, la Revolución llegó al poder libre de compromisos que la ataran a los desmanes de la política del pasado. Los tenía tan solo con el pueblo y con una historia de independencia mutilada, de inequidad y frustración de un proyecto republicano delineado en un batallar contra el dominio colonial que prosiguió en el siglo XX, a lo largo del cual se forjó un imaginario que alentaba sueños y aspiraciones.

Al arribar a los 60 años de aquella victoria y volver la mirada hacia atrás para valorar un recorrido lleno de obstáculos, la arrancada se perfila como un tiempo de fundación. El nacimiento del Icaic, el 24 de marzo de 1959, colmó muchas expectativas y contribuyó, simbólicamente, a definir el rumbo que tomaría la política cultural revolucionaria.

Las primeras salas de cine se habían abierto entre nosotros casi inmediatamente después de la aparición del nuevo invento. Aparente representación de la realidad  percibida a través del ojo de la cámara, abría las ventanas hacia un universo ilusorio.

Al principio, la imagen mítica de sus grandes días llegaba de Europa. Luego, con la Primera Guerra Mundial, su centro emisor se desplazó hacia Hollywood. Muy pronto sedujo a las grandes mayorías. Con la sustitución del silente por el sonoro apareció un sector del público que se acomodaba mejor a seguir el curso de la narración en español.

La distribución comercial sirvió entonces de base a una producción procedente de México con soporte de corrido y el perfil machista de algunos de sus personajes más reconocidos, así como de la Argentina, consecuente con la gran expansión del tango. Era, sin duda, la expresión artística que por su alcance, su capacidad innovadora y comunicativa configuraba decisivamente la cultura del siglo XX.

Nosotros, los cubanos, pertenecíamos a esa parte de la humanidad condenada, por la falta de respaldo industrial y por nuestra subalternidad dependiente y periférica, a la condición de meros receptores de historias contadas en otras partes. Las pantallas mostraban un universo ancho y, en gran medida, ajeno. Necesitábamos también reconocernos en nuestra voz, nuestra imagen, nuestra sonoridad y nuestros conflictos.

La generación nacida alrededor de los años 30 estaba poblada de cinéfilos y aspirantes a cineastas. Aparecieron los cineclubs y el cine adquirió rango académico en la escuela de verano de la Universidad de La Habana. El tema convocaba al estudio y a la formulación de un pensamiento teórico. En espera de las posibilidades de hacer, ambos fueron madurando en la década del 50.

La Revolución entregó los recursos necesarios. Había que producir con rapidez y eficiencia. Solo Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa habían pasado por un aprendizaje en Roma. Los nuevos cineastas, directores, encargados de la fotografía, sonidistas, productores, todo el equipo técnico oculto tras el resultado final, se formaron sobre la marcha, a través de la realización de documentales y de largometrajes de ficción.

También se fue desarrollando un intenso debate intelectual, animado por el intercambio entre teoría y práctica, por el análisis de las tendencias que dominaban la contemporaneidad, por la relación entre los nuevos lenguajes y la creación artística, y por los desafíos impuestos en un proceso descolonizador.

Investigaron zonas poco exploradas de nuestra realidad, afrontaron la construcción de un relato histórico, plantearon en términos críticos los problemas que entorpecían el crecimiento de un proyecto socialista. Elaboraron, además, un pensamiento original en torno a la relación entre la obra y su destinatario, considerado factor activo en una dialéctica de la creación, nunca consumidor pasivo de un mensaje didáctico y adormecedor. Reaccionaron contra cualquier intento de subestimación del sujeto, potencialmente autocrítico, que ocupaba una butaca en la sala oscura y el que se estaba entrenando en las regiones remotas, carentes de electricidad, donde ese espectáculo estaba llegando por primera vez.

Esencialmente comprometidos con las ideas de la Revolución, se interrogaron acerca del diálogo entre cultura y sociedad con el propósito de encarrilar sus búsquedas en la misma dirección, sin acudir a fórmulas simplonas, sin eludir los desafíos de la complejidad y sin desmedro de la calidad artística.

El sexagésimo aniversario del Icaic coincide con el centenario del nacimiento de Santiago Álvarez, innovador de las fórmulas comunicativas del noticiero y el documental. En el primer caso, estábamos acostumbrados a recibir una información plana, reseña inocua del desfile de los acontecimientos. Santiago propuso al espectador un acercamiento comprometido y crítico de la realidad, mediante el empleo del montaje y de una dialéctica contrastante entre el sonido y la imagen.

El instrumental artístico de la contemporaneidad se puso al servicio del empeño por sacar al espectador de la modorra, de activar la inteligencia y la sensibilidad y hacerlo partícipe del descubrimiento del trasfondo oculto tras los sucesos más significativos de la época. La aventura del conocimiento se sustentaba en el disfrute de la obra hecha con rigor y sin concesiones.

El cine cubano se adentró en la investigación del complejo entramado de la Isla. América Latina, entendida como patria grande, fue su referente inmediato. Estableció un vínculo orgánico con los cineastas que emergían en nuestro ámbito mayor. Con esas premisas, auspició la formación de un público que, todavía hoy, seis décadas más tarde, inclina su preferencia a la obra de nuestros creadores.

Fuente: JUVENTUD REBELDE

VOLVER A SANTIAGO. ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

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ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

rolando-perezSin ser periodista de formación ni tener el cine como oficio, Santiago Álvarez pronto encontró el camino hacia la obra perdurable.

Dos factores fueron fundamentales en ese crecimiento comenzado cuando él ya tenía 40 años de edad: la sensibilidad y el talento. Después vendrían la pasión, el trabajo sin horarios, la vocación revolucionaria, que le hicieron dirigir clásicos del documental y cimas del mejor periodismo, concretadas en el Noticiero Icaic Latinoamericano.

Lo conocí en 1967, junto a Iván Nápoles, encaramados en el techo de una embarcación durante el Campeonato Mundial de Caza submarina celebrado en Cayo Ávalos. Como sucedería muchas veces, director y camarógrafo discutían sin ponerse de acuerdo (en pocas ocasiones un director de cine y su camarógrafo predilecto han sido tan disparejos. Viéndolos trabajar parecía como si no se entendieran. Santiago, un puro nervio inmerso en el trance creativo; Iván, la calma exterior, la búsqueda por dentro. Luego, el resultado de la obra vendría a demostrar que los dos habían nacido para complementarse gracias al arte).

En Santiago convivían el periodista y el poeta. ¿Cuál primero, cuál después?

Una posible respuesta pudiera encontrarse en la imaginación y en el poder asociativo que lo caracterizaban y Hanoi, martes 13 es una prueba de ello. En 1966 lo sorprende un bombardeo estadounidense a esa ciudad y no se limita a captar el genocidio del hecho noticioso, del cual es un testigo excepcional. Quiere más, mucho más, y arma un documental que hoy está considerado entre los clásicos mundiales del género, entre otros aspectos porque hace gala de un montaje asociativo que habrá de caracterizarlo a lo largo de su carrera. Combina en esa obra a Martí y los niños, Martí y su texto sobre los anamitas, hace una denuncia in situ al genocidio yanqui, recurre a imágenes de archivo y logra que la figura del presidente Lyndon Baines Johnson emerja, cual máximo representante de una arrogancia imperialista que no vacila en sembrar desolación y muerte a su paso por una tierra en la que, moralmente, no tienen nada que ir a buscar.

El documental corta el aliento, pero también deja una sensación nada panfletaria de que Vietnam vencerá. Y ello en los momentos más duros de la contienda.

Santiago hizo de la invasión de Estados Unidos a Vietnam (15 viajes allá) su propia guerra. Quienes lo conocieron saben que el tiempo era su obsesión. Llegaba, se encerraba en el Icaic y en unos pocos días el material estaba listo. La urgencia periodística marcó no pocas veces al artista responsabilizado con dar a conocer al mundo lo que en ese mismo minuto estaba sucediendo. En esa inmediatez indispensable, el periodista sí se le impuso al poeta, sin que el poeta dejara de aparecer.

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UN PIONERO DE LA COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL. GRAZIELLA POGOLOTTI

GRAZIELLA POGOLOTTI 

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El cineasta cubano Santiago Álvarez, creador del Noticiero ICAIC Latinoamericano.

GRAZIELLA 2Cuando tenía dos pesetas, allá en mi lejana juventud, me sumergía en una prolongada tanda cinematográfica. Frecuentaba los ya desaparecidos Verdún y Majestic, situados en una calle célebre por su fama prostibularia. Allí, ajena al mundo que me rodeaba, podía disfrutar un buen largometraje, un paréntesis de muñequitos, y soportaba con resignación la inevitable presencia del noticiero. Era el desfile gris de lo ya sabido, con más visos de crónica social que de información verdadera, sometido a la densa rutina de una cámara inmóvil.

A diferencia de lo ocurrido con la generación de nuestros padres, la mía creció bajo la influencia del cine, incorporado ya a la vida cotidiana. Para muchos constituía mero entretenimiento, tiempo de evasión dominical compartido con amigos y también espacio propio para la aproximación entre las parejas. Una minoría creciente se apasionaba por descifrar los secretos de una manifestación artística que convocaba el interés de las multitudes y que, en medio siglo, desde el mudo hasta el sonoro, había construido su  propia historia y abierto horizontes renovadores al concepto cultural. En algunos maduraba la aspiración —entonces puro sueño de una noche de verano— de convertirse en cineastas.

Los sueños se convirtieron en realidad con el triunfo de la Revolución y la consiguiente creación del Icaic. El auspicio al cine documental y de ficción se complementó con la aparición de un noticiero que, muy pronto, demostró probada eficacia comunicativa bajo la conducción de Santiago Álvarez. Avalada por la Unesco, su obra ha alcanzado reconocimiento internacional. Confieso, sin embargo, que no me gusta el silencio de los  panteones. Prefiero rescatarla viva, como fuente de conocimiento para desentrañar las claves del ayer y los rumbos de la contemporaneidad.

Con la distancia del tiempo podemos descubrir los caminos que se bifurcaban en los 60 del pasado siglo. El proceso descolonizador transitaba por el auge de su onda expansiva. En los intersticios de la Guerra Fría, el Movimiento de los Países No Alineados tomaba la palabra.

En Estados Unidos, la guerra de Vietnam era el detonante que promovía la resistencia entre los jóvenes universitarios. Al mismo tiempo, adquirían visibilidad otras fisuras latentes en la nación. Los excluidos de siempre se manifestaban a través de la acción y la palabra. Era el combate en favor de los derechos civiles de los negros. Las mujeres reclamaban el acceso a una auténtica igualdad, aún no conquistada. También se sumaban los excluidos por distintas razones, entre ellas, las de orientación sexual. De diferentes polos, en un amplio espectro ideológico que se movía entre el reformismo y las posiciones más radicales, convergían aspiraciones a edificar una sociedad más justa.

Menos visibles, otros fenómenos intervenían en la modelación de la realidad. La televisión desplazaba al cine en el monopolio de la comunicación audiovisual. Entraba a los hogares. De carácter comercial, su éxito se sustentaba en asociar la necesidad de reposo a una tendencia al acomodamiento evasivo, refugio del no pensar. Desde el territorio de la intimidad, forjaba gustos y formulaba un recetario acomodaticio y adormecedor.

Ante el embate, algunos Gobiernos subvencionaron alternativas más válidas en lo cultural, aunque han tenido que ceder terreno presionados por las demandas del mercado. En el plano de la economía, avanzaba la rápida transnacionalización del capital. Bajo ese auspicio, cobraba forma el pensamiento neoliberal. Ese contexto da la medida de la envergadura del proyecto emprendido por Santiago Álvarez en sus noticieros y documentales.

Cuba desempeña un papel de primera importancia en el enfrentamiento a las distintas formas de coloniaje. Para lograr ese propósito, había que plantearse también la indispensable descolonización de las mentalidades. Frente a quienes asumían una actitud paternalista de implícita subestimación de las capacidades de entendimiento de las grandes mayorías, se imponía la necesidad de estimular el desarrollo de un interlocutor avispado, inquieto, lúcido, crítico y participativo.

Se planteaba así una modificación sustantiva en las reglas de la comunicación. Había cesado el dominio absoluto del mensaje transmitido mediante la palabra. A través de medios cada vez más invasivos, la información y el relato de los acontecimientos se valían de la acción simultánea de la voz, el sonido y la imagen. Valiéndose de su dominio de los recursos del arte y de una perspectiva conceptual, Santiago Álvarez utilizó de manera consciente la conjunción de distintas expresiones de la creación para estimular el interés del espectador, para tocar las fibras del intelecto, la sensibilidad y la emoción. Tendía un puente dialógico —a veces cómplice y humorístico— con el destinatario, que compartía así la exploración de la realidad viviente.

El poder financiero coloca hoy la comunicación audiovisual al servicio de la manipulación de las conciencias. Como lo hizo Santiago Álvarez en su momento, nos corresponde ahora, descartando rutinas y tentaciones de trasplante mimético, convocar al talento, la creatividad y la imaginación para elaborar un modelo alternativo de comunicación audiovisual.

Fuente: Periódico Juventud Rebelde, 25 de marzo de 2018.