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EL BAUTIZO DE LA ROSA. UMBERTO ECO

Queda por escribir un libro en el que el asesino sea el lector

UMBERTO ECO

Rosa que al prado, encarnada,
te ostentas presuntuosa
de grana carmín bañada:
campa lozana gustosa;
pero no, que siendo hermosa
también serás desdichada.

Sor Juana Inés de la Cruz

UNA ROSA ES UNA ROSA ES UNA ROSA

Desde que escribí El nombre de la rosa me llegan muchas cartas de lectores que me preguntan lo que significa el hexámetro latino final, y por que este hexámetro le da título a la novela. Respondo que se trata de un verso de De contemplu mundi, de Bernardo Morliacense, un benedictino del siglo XII, que se mueve en el tema del ubi sunt (de donde saldría luego el mais ou sont les neiges d’antan de Villon), salvo que Bernardo lo agrega a un tema común y corriente (los viejos tiempos, las ciudades famosas, las hermosas princesas, todo se desvanece en la nada), la idea es que de todas las cosas que llenaron algún tiempo, sólo nos quedan los nombres. Recuerdo que Abelardo usaba el ejemplo del enunciado nulla rosa est para mostrar la manera en que el lenguaje puede hablar de cosas desaparecidas.

Un narrador no debe dar interpretaciones de su propia obra, de lo contrario no habría escrito una novela, esa máquina generadora de interpretaciones. Pero uno de los principales obstáculos para la realización es, precisamente, el hecho de que una novela debe tener un título. Por desgracia un título es ya una clave interpretativa. No podemos eludir las sugestiones inmediatas que proponen El rojo y el negro o Guerra y paz. Los títulos que más respetan al lector son los que se limitan al nombre del héroe epónimo, como David Copperfield o Robinson Crusoe, aunque también la referencia al protagonista constituye una indebida injerencia por parte del autor. Papá Goriot centra la atención en la figura del padre, mientras que la novela es también la epopeya de Rastignac, o de Vautrin, alias Collin. Es posible que se necesite ser honestamente deshonesto como Dumas, pues es claro que Los tres Mosqueteros en realidad es la historia del cuarto. Pero son lujos escasos, y quizá el autor sólo puede concedérselo por error.

Mi novela tenía otro título de trabajo, La abadía del delito. Lo descarté porque fija la atención del lector en la trama policíaca y hubiera podido engañar a desafortunados compradores a la caza de historias de acción, y hacerlos comprar un libro que los hubiera decepcionado. Mi sueño era titular el libro Adso da Melk. Un título más bien neutro: Adso es la voz que narra. Pero por estos rumbos a los editores no les gustan los nombres propios. La idea de El nombre de la rosa me llegó casi por casualidad. Me gustó porque la rosa es una figura simbólica tan densa de significados que casi no tiene ninguno: rosa mística, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las magníficas rosas, rosa fresca. Con todo, el lector salía justamente despistado, era muy difícil dar con una interpretación. Incluso si se hubiera aferrado a las posibles lecturas del verso final, lo habría logrado, precisamente, al final. Un título debe confundir las ideas, no disciplinarlas.

Para el autor de una novela hay un estímulo definitivo cuando llega al descubrimiento de lecturas en las que no había pensado y que los lectores le sugieren. Cuando yo escribía obras teóricas mi actitud ante quienes las reseñaban era, sobre todo, judicial: ¿han entendido o no lo que quería decir? Con una novela todo cambia. No digo que el autor no pueda descubrir una lectura que le parezca aberrante, pero si fuera así debería callarse; que la refuten los otros, texto en mano. Por lo demás, la gran mayoría de las lecturas descubre, casi siempre, efectos de sentido en los que el autor no había pensado.

Leyendo las reseñas de la novela sentía mucha satisfacción cuando encontraba un crítico (y los primeros fueron Ginevra Bompiani y Lars Gustaffson) que citaba unas palabras de Guglielmo pronunciadas al final del proceso inquisitorio (página 388 de la edición italiana). “¿Qué es lo que más te aterroriza en la pureza?”, pregunta Adso. Y Guglielmo responde: “La prisa”. Amaba mucho, y amo todavía, estas dos líneas. Pero después un lector me ha hecho notar que en la página siguiente Bernardo Gui, mientras amenaza con la tortura al cillero, dice: “La justicia no es movida por la prisa, como creían los pseudoapóstoles, y la de Dios tiene siglos a su disposición.” Y el lector me preguntaba qué relación había querido establecer entre la prisa temida por Guglielmo y la ausencia de prisa celebrada por Bernardo. En ese momento me di cuenta de que había sucedido algo inquietante. El intercambio de frases entre Adso y Guglielmo no estaba en el manuscrito. Ese breve diálogo lo agregué en las pruebas: tenía la necesidad de insertar una pausa antes de darle de nuevo la palabra a Bernardo. Y naturalmente, mientras hacía que Guglielmo odiara la prisa (y con mucha convicción, por esto la frase me gustó después mucho) olvidaba por completo que poco después Bernardo hablaba de la prisa. Si se relee la frase de Bernardo prescindiendo de la de Guglielmo, la primera no es otra cosa que un modo de decir, es lo que esperaríamos que afirmara un juez; es una frase hecha, como decir “la justicia es igual para todos”. Pero enfrentada a la prisa que nombra Guglielmo, la de Bernardo produce, legítimamente, un efecto de sentido, y el lector tiene razón en preguntarse si están diciendo la misma cosa, o si el odio que manifiesta Guglielmo por la prisa es imperceptiblemente diverso al odio de Bernardo. El texto está ahí y produce sus propios efectos. Que yo lo haya querido o no, formula una nueva pregunta, una provocación ambigua que yo mismo no puedo resolver, aunque entiendo que ahí se anida un sentido (quizá muchos). El autor debería morir después de haber escrito para no entorpecer el camino del texto.

CONTAR EL PROCESO

El autor no debe interpretar. Pero puede contar por qué y cómo ha escrito. Los escritos de poética no siempre ayudan a entender la obra que los ha inspirado, pero ayudan a entender cómo se resuelve ese problema técnico que es la producción de una obra.

En su Filosofía de la composición Poe cuenta cómo escribió El cuervo. No nos dice cómo debemos leerlo, sino cuáles problemas se planteó para realizar un efecto poético. El efecto poético podría definirse como la capacidad de un texto para generar lecturas siempre diferentes, sin consumirse nunca del todo.

Quien escribe (quien pinta o esculpe o compone música) sabe siempre qué hace y cuánto le cuesta. Sabe que debe resolver un problema. Puede ser que los datos de partida sean oscuros, pulsionales, obsesivos, nada más que un deseo o un recuerdo. Pero luego el problema se resuelve escribiendo, interrogando la materia sobre la que se trabaja —materia que tiene sus propias leyes naturales, pero que al mismo tiempo lleva consigo el recuerdo de la cultura de la cual está cargada. Cuando el autor nos dice que ha trabajado en un raptus de inspiración, miente. Genius is twenty per cent inspiration and eighty per cent perspiration.

Contar cómo se ha escrito no significa probar que se ha escrito bien. Poe decía que “una cosa es el efecto del libro y otra el conocimiento del proceso”. Cuando Kandinsky o Klee nos cuentan cómo pintan no nos dicen si uno de los dos es mejor que el otro. Cuando Miguel Angel nos dice que esculpir quiere decir liberar del sobrante la figura ya inscrita en la piedra, no nos dice si la Piedad vaticana es mejor que la Rondanini. A veces las páginas más luminosas sobre los procesos artísticos han sido escritas por artistas menores, que realizaban efectos modestos pero sabían reflexionar bien sobre los propios procesos: Vasari, Horatio Greenough, Aaron Copland.

Escribí una novela porque me dio la gana. Creo que es una razón suficiente para ponerse a escribir un relato. El hombre es por naturaleza un animal fabulador. Empecé a escribir en marzo del 1978, movido por una vieja idea. Tenía ganas de envenenar a un monje. Siempre he creído que una novela nace de una idea más o menos de este tipo, el resto es todo lo que se añade durante el camino. La idea debía de ser más vieja. Después encontré un cuaderno fechado en 1975 donde había escrito una lista de monjes de un convento impreciso. Nada más. Al principio me puse a leer el Traité des poisons, de Orfila —que había comprado veinte años atrás a un librero de viejo de la orilla del Sena. Pero como ninguno de los venenos me satisfacía, le pedí a un amigo biólogo que me aconsejara un fármaco que tuviera determinadas propiedades (que fuera absorbible por vía cutánea al tocar cualquier cosa). Destruí de inmediato la carta en la que mi amigo me respondía que no conocía un veneno que se adaptara a mis necesidades: leídos en otro contexto, estos documentos lo pueden llevar a uno a la horca.

Al principio, mis monjes debían vivir en un convento contemporáneo (pensaba en un monje investigador que leía “Il Manifesto”). Pero en un convento o una abadía, se vive todavía de muchos recuerdos medievales. Me puse a escarbar entre mis archivos de medievalista en hibernación (un libro sobre la estética medieval en 1956, otras cien páginas sobre el tema en 1969, uno que otro ensayo en el camino, regreso a la tradición medieval en 1962 para un trabajo sobre Joyce, y luego en 1972 el largo estudio sobre el Apocalipsis y sobre las miniaturas del comentario de Beato di Liebana: es decir, tenía ya un largo ejercicio en el medioevo). Me encontré con un vasto material entre las manos (fichas, fotocopias, cuadernos), que se acumulaba desde 1952, y estaba destinado a fines bastantes imprecisos: para una historia de los monstruos, o para el análisis de las enciclopedias medievales, o para una teoría del elenco. En algún momento pensé que si el medioevo era de alguna forma mi realidad cotidiana, era lo mismo escribir una novela que se desarrollara directamente en la edad media. Como ya he declarado en algunas entrevistas, el presente sólo lo conozco a través de la pantalla televisiva, mientras que del medioevo tengo un conocimiento directo. Cuando encendíamos fogatas en el campo, mi mujer me acusaba de no saber mirar las chispas inflamadas que se elevaban entre los árboles y aleteaban a lo largo de los alambres de la luz. Después, cuando leyó el capítulo de la novela sobre el incendio, dijo: “¡Entonces sí mirabas las chispas!” Le respondí: “No, pero sabía cómo las hubiera visto un monje medieval.”

En realidad no sólo decidí contar algo del medioevo. Decidí contar en el medioevo, y por boca de un cronista de la época. Yo era un narrador principiante y hasta ese momento había mirado a los narradores desde la barrera. Me daba vergüenza contar algo. Me sentía como un crítico teatral que de un momento a otro se expone a las candilejas y se siente mirado por aquellos con quienes hasta ese momento había sido cómplice en la platea.

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ENUMERACIÓN. UMBERTO ECO

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UMBERTO ECO

EL NOMBRE DE LA ROSA 1“Salvatore viajó por diversos países, desde su Monderrate natal hacia Liguria, y después a Provenza, para subir luego hacia las tierras del rey de Francia.

Salvatore vagó por el mundo, mendigando, sisando, fingiéndose enfermo, sirviendo cada tanto a algún señor, para volver después al bosque y al camino real. Por el relato que me hizo, lo imaginé unido a aquellas bandas de vagabundos que luego, en los años que siguieron, vería pulular cada vez más por toda Europa: falsos monjes, charlatanes, tramposos, truhanes, perdularios y harapientos, leprosos y tullidos, caminantes, vagabundos, cantores ambulantes, clérigos apátridas, estudiantes que iban de un sitio a otro, tahúres, malabaristas, mercenarios inválidos, judíos errantes, antiguos cautivos de los infieles que vagaban con mente perturbada, locos, desterrados, malhechores con las orejas cortadas, sodomitas, y, mezclados con ellos, artesanos ambulantes, tejedores, caldereros, silleros, afiladores, empajadores, albañiles, junto con pícaros de toda calaña, tahúres, bribones, pillos, granujas, bellacos tunantes, faramalleros, saltimbanquis, trotamundos, buscones, y canónigos y curas simoníacos y prevaricadores, y gente que ya solo vivía de la inocencia ajena, falseficadores de bulas y sellos papales de indulgencias, falsos paralíticos que se echaban a las puertas de las iglesias, tránsfugas de los conventos, vendedores de reliquias, perdonaderos, adivinos y quiromantes, nigromantes, curanderos, falsos mendicantes, y fornicadores de toda calaña, corruptores de monjas y de muchachas por el engaño o la violencia, falsos hidrópicos, epilépticos fingidos, seudohemorróidicos, simuladores de gota, falsos llagados, e incluso falsos dementes, melancólicos ficticios. Algunos se aplicaban emplastos en el cuerpo para fingir llagas incurables, otros se llenaban la boca de una sustancia del color de la sangre para simular esputos de tuberculoso, y había pícaros que simulaban la invalidez de alguno de sus miembros, que llevaban bastones sin necesitarlos, que imitaban ataques de epilepsia, que se fingían sarnosos, con falsos bubones, con tumores simulados, llenos de vendas, pintados con tintura de azafrán, con hierros en las manos y vendajes en la cabeza, colándose hediondos en las iglesias y dejándose caer de golpe en las plazas, escupiendo baba y con los ojos blancos, echando por la nariz una sangre hecha con zumo de moras y bermellón, para robar comida o dinero a las gentes atemorizadas que les recordaban la invitación de los santos padres a la limosna: comparte tu pan con el hambriento, ofrece tu casa al que no tiene techo, visitemos a Cristo, recibamos a Cristo, porque así como el agua purga el fuego, la limosna purga nuestros pecados.

También después de la época a la que me estoy refiriendo he visto y sigo viendo, a lo largo del Danubio, muchos de aquellos charlatanes, que, como los demonios, tenían sus propios nombres y sus propias subdivisiones […]

Era como légamo que se derramaba por los senderos de nuestro mundo, y entre ellos se mezclaban predicadores de buena fe, herejes en busca de nuevas presas, sembradores de discordia […]

[…] Y así había pasado a formar parte de unas sectas y grupos de penitentes cuyos nombres no sabía repetir y cuyas doctrinas apenas lograba explicar. Deduje que se había encontrado con patarinos y valdenses, y quizá también con cátaros, arnaldistas y humillados, y que vagando por el mundo había pasado de un grupo a otro, asumiendo poco a poco como misión su vida errante, y haciendo por el Señor lo que hasta entonces había hecho por su vientre.”

Fuente: El nombre de la rosa

Tomado de: CALLE DEL ORCO

LEO. GRAZIELLA POGOLOTTI

GRAZIELLA 1Procedentes de distintos lugares, emprendíamos el regreso a La Habana desde el aeropuerto de Berlín. Al llegar, nos sorprendió una mala noticia. Por una de esas frecuentes irregularidades  en el cumplimiento de los horarios establecidos, tendríamos que pasar una larga noche en una triste sala de espera, sin  acomodo previsto para echar un sueñito, privados de alimentos y de agua para saciar la sed. El conglomerado humano era diverso. Creo recordar a la bailarina Josefina Méndez. La irritación acrecentaba el cansancio y el peso de la ropa ajada. Pero, ahí estaba también el maestro Leo Brouwer. Alguien le pidió que tocara algo. Accedió gustoso. Se produjo el milagro. La noche se convirtió en día.

Conservo en la memoria, como tesoro bien guardado, otro encuentro íntimo. Con motivo de un cumpleaños de Alejo Carpentier, Saúl Yelín reunió en la biblioteca del Icaic a unos pocos amigos. Leo tocaría, en un ambiente informal, algunas piezas de su repertorio renacentista, homenaje cómplice a ese músico que el novelista llevaba dentro. A pesar de la distancia generacional existían entre ambos afinidades esenciales. A poco de llegar a Cuba, después de una prolongada estadía en Caracas, Carpentier  descubrió el talento excepcional de un artista que rondaba los 25 años. Había maestría en la ejecución, aportes técnicos que multiplicaban las posibilidades expresivas del instrumento. Había, sobre todo, una inquietud insaciable por explorar nuevos caminos soslayando las tentaciones de la moda, siempre efímeras y veleidosas.

Habían pasado los años de una necesaria reafirmación nacionalista animada por Caturla y Roldán, incorporado el rigor en el dominio de los recursos del oficio por el Grupo de Renovación Musical, llegaba el momento de conquistar la plena libertad en síntesis de lo local y lo universal, de lo clásico y lo contemporáneo. A pesar de su lenguaje aparentemente abstracto, la música, creación artística ante todo, incorpora un sentido de la vida. Leo no cesa de plantearse interrogantes  en su percepción de la literatura, de las artes visuales, del cine. No renuncia tampoco a hacer obra de servicio social. En constante replanteo de una cosmovisión, coincide también con Carpentier.

Discípulo del maestro Isaac Nicola, a los 16 años ofreció su primer concierto en la Sociedad Lyceum. Se vinculó con la Sociedad Nuestro Tiempo, proyecto cultural que agrupaba a artistas progresistas de todas las manifestaciones. Después del triunfo de la Revolución, obtuvo una beca del Ministerio de Educación para completar su formación en Julliard. De regreso al país, asesor musical del Icaic, ejerció un magisterio al margen de ataduras academicistas. Se trataba nada menos que del Grupo de Experimentación Sonora, a punto de cumplir medio siglo en el año que corre.

El prestigio de su obra como intérprete, compositor y director de orquesta traspasó las fronteras de la Isla. Le otorgó una capacidad de convocatoria que garantizó el éxito de los concursos de guitarra. En los últimos años, ha promovido conciertos protagonizados por figuras de renombre, todo lo cual favorece romper el aislamiento y divulgar las tendencias renovadoras de la música contemporánea.

El talento es una gracia que se nos otorga al nacer. Si no se cultiva, muere por inanición o se estanca, reducido a la repetición de las mismas fórmulas. La cristalización de una obra requiere entrega, disciplina, empeño paciente y sistemático, capacidad autocrítica, antenas abiertas a los más anchos horizontes del mundo, sin dejar por ello de escuchar los rumores de la tierra propia.

Lector insaciable, Leo se vale de su rigurosa formación musical para adentrarse, en plenitud de disfrute, en las entrañas de la literatura. Conservo una carta suya donde comenta que, junto a los textos de autores cubanos, explora los trabajos de Umberto Eco y los cuentos más reciente de Ítalo Calvino.  La vida del espíritu se nutre de los sonidos y los colores de la naturaleza, de la creación humana de acá y de allá, de ayer y de hoy. Por eso, no es una figura mediática. Se mantiene  distanciado de la frívola  espectacularidad  que invade, pervierte y hunde en la desmemoria el mundo en que vivimos.

Por encima de la distancia generacional, el acicate omnívoro de conocer, de indagar acerca del sentido de la vida y acerca de la posible trascendencia de la obra del hombre sobre la Tierra alentaron su diálogo íntimo y cercano con Carpentier. Los textos del narrador cubano le inspiraron las partituras de El reino de este mundo, La ciudad de las columnas, Viaje a la semilla, El arpa y la sombra. Algunas de ellas se conservan en la Fundación.

Leo Brouwer acaba de llegar a sus 80 años. Saberlo vivo e inquieto es una fiesta para todos nosotros, agradecidos por la envergadura de su obra, por su constancia en el hacer una  tarea  que se agiganta con el tiempo y por su  generosa disposición a entregar saber y acción al desarrollo de la cultura nacional.

LAS 14 CARACTERÍSTICAS DEL FASCISMO SEGÚN UMBERTO ECO

ECO REALIZÓ UNO DE LOS DIAGNÓSTICOS MÁS ATINADOS SOBRE LOS REGÍMENES FASCISTAS.

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Umberto Eco es una de las personalidades que mejor podrían definir el fascismo, pues en él se combinaron la experiencia propia, la erudición y la lucidez analítica. Como italiano, vivió de cerca el fascismo y sus consecuencias, y como intelectual dedicó no pocos momentos a estudiarlo, entenderlo y explicarlo pero, por encima de todo, denunciarlo y prevenirlo. De todos los males que el ser humano puede gestar para sí mismo, pocos tan nefastos como un régimen totalitario, en el que usualmente el sufrimiento es mucho mayor que los posibles beneficios a obtener.

En esta ocasión compartimos el fragmento de una conferencia que Eco pronunció en 1995 en la Universidad de Columbia; en aquella ocasión, el escritor elaboró una rápida caracterización de lo que llamó “Ur-Fascismo” o “fascismo eterno”, es decir, una ideología y voluntad de gobernar que, independientemente de las circunstancias históricas, parece siempre estar ahí, al acecho, esperando un mínimo descuido para saltar y apoderarse de un gobierno nacional, una sociedad, un país. Eco reconoce que no todos los regímenes totalitarios son iguales, pero al mismo tiempo encontró algunos rasgos comunes o, mejor dicho, recursos, que la mayoría ha empleado para seducir a la población y hacerse del poder político.

Compartimos esta breve lista de las 14 características del fascismo según Umberto Eco. Para los interesados, el texto completo de la conferencia se encuentra en línea con el título “El fascismo eterno”.

1. Culto de la tradición, de los saberes arcaicos, de la revelación recibida en el alba de la historia humana encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de algunas religiones asiáticas.

2. Rechazo del modernismo. La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación moderna. En este sentido, el Ur-Fascismo puede definirse como irracionalismo.

3. Culto de la acción por la acción. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas.

4. Rechazo del pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.

5. Miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El Ur-Fascismo es, pues, racista por definición.

6. Llamamiento a las clases medias frustradas. En nuestra época el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría.

7. Nacionalismo y xenofobia. Obsesión por el complot.

8. Envidia y miedo al “enemigo”.

9. Principio de guerra permanente, antipacifismo.

10. Elitismo, desprecio por los débiles.

11. Heroísmo, culto a la muerte.

12. Transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales. Machismo, odio al sexo no conformista. Transferencia del sexo al juego de las armas.

13. Populismo cualitativo, oposición a los podridos gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la voz del pueblo, podemos percibir olor de Ur-Fascismo.

14. Neolengua. Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de neolengua, incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality show.

Terminamos con esta advertencia, también atemporal, de Eco:

El Ur-Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo.

 

Fuente:  PIJAMASURF 

DE LA ESTUPIDEZ A LA LOCURA. (Fragmento). UMBERTO ECO

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UMBERTO ECO

La sociedad líquida

Como es bien sabido, la idea de modernidad o sociedad «líquida» se debe a Zygmunt Bauman. Al que desee entender las distintas implicaciones de este concepto le será útil leer Estado de crisis, obra en la que Bauman y Carlo Bordoni debaten sobre este y otros problemas.

La sociedad líquida empieza a perfilarse con la corriente llamada posmodernismo (término «comodín», que puede aplicarse a multitud de fenómenos distintos, desde la arquitectura a la filosofía y a la literatura, y no siempre con acierto). El posmodernismo marcó la crisis de las «grandes narraciones» que creían poder aplicar al mundo un modelo de orden; tenía como objetivo una reinterpretación lúdica o irónica del pasado, y en cierto modo se entrecruzó con las pulsiones nihilistas. No obstante, para Bordoni también el posmodernismo está en fase decreciente. Tenía un carácter temporal, hemos pasado a través de él sin darnos cuenta siquiera y algún día será estudiado como el prerromanticismo. Se utilizaba para señalar un fenómeno en estado de desarrollo y ha representado una especie de trayecto de la modernidad a un presente todavía sin nombre.

Para Bauman, entre las características de este presente en estado naciente se puede incluir la crisis del Estado (¿qué libertad de decisión conservan los estados nacionales frente al poder de las entidades supranacionales?). Desaparece una entidad que garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver de una forma homogénea los distintos problemas de nuestro tiempo, y con su crisis se ha perfilado la crisis de las ideologías, y por tanto de los partidos, y en general de toda apelación a una comunidad de valores que permitía al individuo sentirse parte de algo que interpretaba sus necesidades.  Seguir leyendo DE LA ESTUPIDEZ A LA LOCURA. (Fragmento). UMBERTO ECO

TUITEO, LUEGO EXISTO. UMBERTO ECO

Yo no estoy en Twitter ni en Facebook. La Constitución me lo permite. Pero obviamente en Twitter existe una dirección mía falsa, como parece que también la hay de Casaleggio. En cierta ocasión me encontré con una señora que con una mirada llena de agradecimiento me comunicó que me seguía siempre en Twitter y que algunas veces había intercambiado mensajes conmigo con gran provecho intelectual. Intenté explicarle que se trataba de un falso yo, pero me miró como si le estuviera diciendo que yo no era yo. Si estaba en Twitter, existía. Tuiteo ergo sum. No me preocupé de convencerla porque, fuera lo que fuese lo que la señora pudiera pensar de mí (y si estaba tan contenta era porque el falso Eco le decía cosas con las que estaba de acuerdo), la cosa no cambiaría la historia de Italia, y tampoco la del mundo, y ni siquiera cambiaría mi historia personal. Hace un tiempo, recibía regularmente por correo enormes dossieres de otra señora que afirmaba haberlos enviado al presidente de la República y a otros personajes ilustres para denunciar que la perseguían, y me los enviaba a mí para que los examinara porque, según afirmaba, todas las semanas en esta columna salía a defenderla. De modo que cualquier cosa que yo escribiera la entendía referida a su problema personal. Nunca la desmentí porque habría sido inútil, y esa paranoia tan peculiar no cambiaría la situación en Oriente Próximo. Con el tiempo, y al ver que no recibía respuesta, por supuesto dirigió su atención hacia otra persona cualquiera, y no sé a quién debe estar atormentando ahora. La irrelevancia de las opiniones expresadas en Twitter es que habla todo el mundo, y entre este todo el mundo hay quien tiene fe en las apariciones de la Virgen de Medjugorje, quien va al quiromante, quien está convencido de que el 11 de septiembre fue una trama judía y quien cree en Dan Brown. Siempre me han fascinado los mensajes de Twitter que aparecen en la pantalla en los programas de Telese y Porro. Dicen de todo y más, cada uno lo contrario del otro, y en conjunto no transmiten la idea de lo que piensa la gente sino solo de lo que dicen algunos pensadores sin ton ni son. Seguir leyendo TUITEO, LUEGO EXISTO. UMBERTO ECO

UNIVERSIDAD Y ‘MASS MEDIA’. UMBERTO ECO

En diciembre de 1990, el diario español El País publicó esta versión del discurso que Umberto Eco pronunciara al ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid. Han transcurrido veintiséis años desde entonces y, precisamente por ello, resulta tan elocuente e ilustrativa su lectura.   

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UMBERTO ECO

El catedrático de semiótica y novelista Umberto Eco fue ayer investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid. Eco pronunció su lección magistral, que llevaba por título La Universidad y mass media. El famoso autor de El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault señaló en su discurso de recepción que los estudiantes de ciencias de la información aprenden a ser periodistas según el criterio corriente, y los estudiantes de filosofía aprenden a criticar el periodismo como una perversión del deber de búsqueda de la verdad.

Es imposible pensar en el futuro y en el presente de la institución universitaria sin reflexionar sobre un hecho: la Universidad contemporánea vive en un universo dominado por los medios de comunicación de masas. Es pues imposible que no se vea en alguna medida condicionada o por lo menos influenciada. Preguntarse qué sea hoy la Universidad significa también (o principalmente) cuestionarse sobre cuál es la condición de la Universidad en la civilización de los mass media. Si este tema se debe exponer con una noble mala fe, mi intervención duraría pocos minutos. Diría que los mass media son el vehículo de la banalidad, de la diversión superficial fin en sí misma, diría que buscan lo nuevo por lo nuevo, que se nutren de divulgación y tratan de producir el consenso de las masas. Diría que la universidad es por el contrario el lugar de la investigación original, de la reflexión sesuda y sufrida, que mantiene un hilo directo con la tradición, que sospecha de las novedades y de lo fácil, que quiere producir una continua revisión crítica del saber y busca el consenso de una élite.

Si dijéramos de esta manera, no sólo movilizaríamos fáciles estereotipos, sino que olvidaríamos que mass media –es decir, instrumento de comunicación de masas– son también los libros. Se produce comunicación de masas cuando un emisor centralizado comunica, a través de un canal tecnológicamente complejo, un mensaje que llega a una comunidad de receptores dispersos sobre un amplio territorio y que son diversos por su extracción social, su cultura y a menudo su lengua. Rasgo típico de la comunicación de masas es el no ser una comunicación frente a frente. El que transmite no sabe a quién va a hablar y decide adecuar su discurso propio a un interlocutor, de quien no puede recibir un feed-back inmediato

Es necesario reconocer a la institución universitaria el haber sabido afrontar, aunque sea a través de muchas resistencias, el primer estudio sistemático de la civilización de las comunicaciones de masas, dedicando escuelas y departamentos al estudio de este fenómeno. (…) La Universidad estudia los mass media y ha contribuido a difundir actitudes de resistencia crítica incluso entre el gran público.

Existen en las universidades de todo el mundo centros que adiestran a los estudiantes para trabajar según el estándar vigente en los periódicos, en las cadenas de televisión y las editoriales. En principio, la cosa no es extraña, dado que la Universidad enseña cómo se llega a ser abogado, médico o notario. Pero estas últimas profesiones nacieron junto a las escuelas que las enseñaban, y tales escuelas han podido enseñar al mismo tiempo el ser y el deber ser.  Seguir leyendo UNIVERSIDAD Y ‘MASS MEDIA’. UMBERTO ECO

UMBERTO ECO: DIEZ FRASES PARA RECORDAR

Umberto Eco, a quien tuve la dicha de conocer en Roma mientras preparábamos la edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana dedicada a Italia, falleció el pasado viernes 19 de febrero en Milán.

Umberto Eco

La BBC publicó este decálogo de frases suyas, tan lúcidas como mordaces:

1. Sobre los libros
«Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa». El nombre de la rosa.

2. Sobre los padres
«Creo que aquello en lo que nos convertimos depende de lo que nuestros padres nos enseñan en pequeños momentos, cuando no están intentando enseñarnos. Estamos hechos de pequeños fragmentos de sabiduría». El péndulo de Foucault.

3. Sobre Dios
«Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no quiere decir que creen en nada: creen en todo».

4. Sobre el amor
«El amor es más sabio que la sabiduría». El nombre de la rosa.

5. Sobre los héroes
«El verdadero héroe es héroe por error. Sueña con ser un cobarde honesto como todo el mundo».

6. Sobre los villanos
«Los monstruos existen porque son parte de un plan divino y en las horribles características de esos mismos monstruos se revela el poder del creador». El nombre de la rosa.

7. Sobre la poesía
«Todos los poetas escriben mala poesía. Los malos poetas la publican, los buenos poetas la queman».

8. Sobre el periodismo
«No son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia». Número cero.

9. Sobre internet
«Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles». Eco al diario La Stampa.

10. Sobre la corrupción
«Hoy, cuando afloran los nombres de corruptos o defraudadores y se sabe más, a la gente no le importa nada y solo van a la cárcel los ladrones de pollos albaneses». Eco a la Agencia Efe.

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