Gramsci declara odiar todo lo que es convencional. No quiere verse reducido a una correspondencia convencional. Así era ya en Viena, cuando empezaba a escribir a Julia. Solo que esta sensación se le agudiza ante un carteo que sabe que será, además, convencionalmente carcelario.
(III)

Amor y camaradería, una colaboración de quehaceres
La declaración más explícita en ese sentido la hace Gramsci justo el mismo día en que aparecía su artículo contra el pesimismo: “Te aseguro que si sólo se hubiera tratado de nuestro amor yo no habría insistido como lo he hecho. Pero nuestro amor es y debe ser algo más: una colaboración de quehaceres, una unión de energías para la lucha, además de búsqueda de nuestra propia felicidad. Hasta es posible que la “felicidad consista precisamente en eso”. Lo que más conmueve en esta solicitud de “colaboración de quehaceres” es que el hombre que la hace ha asumido ya una responsabilidad política peligrosa, y lo sabe; se siente viejo como el chino Lao-tsé, nacido a los ochenta años, y sabe, además, que continúa su lucha con el propio “cerebro”, con “las cucarachas se le pasean” por él, con “la araña que le chupa el cerebro”, con los fantasmas, las sombras y “las gotas de metal fundido en la carne”.
En abril de 1924 Gramsci fue elegido diputado por el Véneto en las listas del partido comunista. Comunica a Julia la noticia y al mes siguiente regresa a Italia. Han pasado dos años desde su viaje a Moscú y aquel viaje le ha cambiado la vida. El retorno lo hace sabiendo que Julia tendrá un hijo a los pocos meses y teniendo que renunciar, sin embargo, tanto a su propuesta de encontrarse en Viena para trabajar juntos como a la posibilidad de viajar él mismo, de nuevo, a Moscú.
A pesar de ello, no hay duda de que el sentimiento de la próxima paternidad y la vuelta a Italia, a un ambiente políticamente adverso pero que conoce, han tranquilizado psicológicamente a Gramsci. En las cartas escritas desde Italia entre mayo y agosto de 1924 Gramsci no deja de mencionar la persistencia de los dolores de cabeza y la tristeza que le produce la encrucijada en que están: él querría ir Moscú para encontrarla pero no puede; propone insistentemente que ella vaya a Italia pero no obtiene respuesta. Siente que “una inmensa muralla de espacio y tiempo les separa”. Pero, aun así, cuando aborda la relación sentimental, es más paciente e incluso las bromas domésticas que hay en estas cartas (sobre la discusión familiar acerca del nombre que habrían de poner al niño, sobre la reconocida limitación de su propio papel en esto y sobre la decantación del amor) no son inquietantes; son bromas cariñosas y revelan un estado de ánimo mucho más equilibrado que durante los meses de Viena.
En una de estas primeras cartas enviadas a Julia desde Italia, mientras sufre de insomnio y se siente débil en una tórrida noche veraniega romana, Gramsci vuelve al tema de la relación entre actividad política y vida sentimental para establecer una generalización que afecta a su personalidad: “No podemos dividirnos y dedicarnos a una actividad única, puesto que la vida es unitaria y cada actividad sale reforzada con la otra”. Se pregunta entonces si el amor no refuerza toda la vida al crear un equilibrio y dar una intensidad mayor a las otras pasiones y a los otros sentimientos, aunque, paradójicamente, enseguida añade que no quiere ponerse doctrinario.
En estas cartas que Gramsci escribe desde Roma a Julia Schucht hasta marzo de 1925, fecha en la que volverían a encontrarse en Moscú y en la que él conocería a su primer hijo, predomina el tema político. Es natural que un hombre que está dedicando gran parte de las horas de su vida al trabajo de organización antifascista haya buscado en las cartas que escribe a la persona amada la complicidad política. Pero la solicitud de colaboración de quehaceres pasa a segundo plano por razones obvias: Julia está ya en avanzado estado de gestación y la situación en Italia, sobre todo después del asesinato de Mateotti, tampoco permite seguir insistiendo en el trabajo intelectual compartido.
Política y paternidad
En agosto de 1924 nació el primer hijo de Julia y Antonio. Después de discutir entre bromas sobre varios nombres simbólicos (Ninel, Lev) le pusieron Delio a propuesta de Antonio. Éste tuvo que renunciar a estar presente en Moscú en el momento del nacimiento. Su actividad política en Italia se había hecho desbordante. El nacimiento del hijo coincidió con el momento en que Gramsci empieza a actuar como secretario general del Partido Comunista. Quiso, en cambio, ayudar materialmente a los suyos enviando algún dinero a Moscú través de amigos italianos, aunque tampoco acertó con la forma adecuada, lo cual provocó un malentendido con Julia, que se sintió ofendida, y una disculpa inmediata de Antonio que contiene una reflexión notable:
Creo que es un recuerdo de mi vida infantil, ligada a las penurias materiales y a las estrecheces… que crea vínculos de solidaridad y afecto que nadie podrá destruir. ¿Crees tú que la mejor de las sociedades comunistas podrá modificar de manera fundamental estos condicionamientos de las relaciones individuales? Yo creo que, al menos por algún tiempo, seguro que no. Y me parece que tales sentimientos son propios de las clases explotadas, no de la burguesía.
Durante los meses que siguieron, Gramsci, además de mostrar a Julia su alegría por el nacimiento del hijo, del que asegura que va a unirles mucho más, y de expresar su malestar por no poder ayudar como querría, confiesa cierta confusión a la hora de hacerse una idea concreta de lo que significa la paternidad reciente: “Pienso en los niños en general, en su peso, en su debilidad, en los peligros que les amenazan a cada momento, pero no consigo pensar en nuestro niño vivo como individuo concreto”. Pide fotografías pero sabe que “la objetividad no es la vida, sino una fría caricatura fotográfica de la vida”; escribe pero sabe que las cartas no pueden sustituir la presencia. Sigue habiendo entonces algunas dificultades en la comunicación con Julia, pero éstas son mayormente externas: retrasos en la correspondencia, esperadas cartas que no llegan, desconfianza en el funcionamiento de los correos y sensación de que estos motivos externos deterioran a veces la relación sentimental. El 18 de septiembre de 1924 Gramsci escribe a Julia: “Hay un montón de cosas que no puedo escribirte porque no me fío del correo”. Dos semanas después confiesa que no es sólo la desconfianza en el correo: “Siento pena cuando no puedo enviarte una carta y tengo que superar un montón de obstáculos psicológicos cuando me pongo a escribirte. Me parece —y creo que tú has tenido la misma impresión— que el papel empobrece todos nuestros sentimientos y se convierte en un filtro a la inversa, o sea, en algo que enturbia lo que es limpio y claro”.
En lo sentimental, Gramsci oscila ahora entre la manifestación de la ternura que le produce la maternidad de Julia, la expresión de la preocupación por su salud, la contención de sus ironías privadas para no hacer daño, cierta perplejidad ante una paternidad para la que no parece sentirse particularmente preparado y la mala conciencia que le produce el estar ausente y lejos en un momento decisivo: “No soy capaz de estimar mi amor por ti: me parece distinto de lo que era hace un año. Tampoco sé imaginar la impresión que tendré al ver al niño vivo y real en lugar de la leve impresión de la cartulina fotográfica”. Narra a Julia sus actividades, sus viajes por Italia y sus impresiones sobre la situación política y social del momento. Pasa constantemente de la anécdota (una conversación escuchada, las impresiones de un viaje, la estancia en una ciudad) a la categoría, al análisis de lo que entonces hay socialmente en Italia y de lo que puede llegar a haber en el próximo futuro.
Algunos pasos de estas cartas son interesantísimos desde el punto de vista del diagnóstico psicosocial de lo que estaba siendo el fascismo, tanto más de apreciar cuanto que apenas se han conservado otras cartas políticas de Gramsci escritas desde el retorno a Italia hasta abril de 1925. Los pasajes políticos de estas comunicaciones a Julia Schucht destacan por la veracidad y la lucidez con que describen ciertos rasgos (el atraso, la ignorancia, la intolerancia, el semibandidismo, la corrupción, el clientelismo) que contribuyen a la consolidación del régimen de Mussolini: “Los niños y los idiotas están convirtiéndose en la expresión política de la situación, y lloran y hacen tonterías bajo el peso de una responsabilidad histórica con la que de repente han tenido que cargar sus espaldas de aprendices ambiciosos e irresponsables. La tragedia y la farsa se suceden en escena sin conexión alguna. El desorden está alcanzando un grado que ni la fantasía más desenfrenada podía imaginar”. Gramsci rectifica ahí sus ilusiones de meses anteriores sobre un próximo fin del fascismo. Absorto en la batalla antifascista y en la reorganización del partido comunista, incluso su juicio sobre las personas más próximas quedará mediatizado por consideraciones políticas. Es lo que ocurre cuando, después de varios intentos fallidos, en febrero de 1925, Gramsci conoce en Roma a Tatiana Schucht, la hermana de Julia, con la que simpatiza en seguida. La opinión que comunica a Julia es que, a pesar de las apariencias y de los rumores, su hermana puede llegar a estar más cerca de los bolcheviques que de los socialistas revolucionarios rusos, entonces muy críticos con el leninismo. Seguir leyendo ANTONIO GRAMSCI: AMOR Y REVOLUCIÓN (III). FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY